Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Un drama de urinario

El estreno mundial de la obra Talco, de González Melo, se materializó en un montaje del cual uno sale con la satisfacción de haber visto un trabajo estupendo en todos los niveles.

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En Talco, que el mes pasado tuvo su estreno mundial en Miami, uno de los personajes recuerda cuando, en su niñez, su mamá le echaba talco entre los muslos. Otro comenta que está "hecha talco, pero dando guerra". Pero a ninguna de esas aceptaciones alude el título de la obra de Abel González Melo, sino al término del argot popular con que en Cuba se nombra a la cocaína. Y precisamente el tráfico de drogas es el tema nuevo que se incorpora a la migración incontrolada a la capital, el sexo como forma de sobrevivencia y la crisis de valores provocada por la precariedad, que estaban presentes en Chamaco, el otro texto de González Melo representado en Miami en septiembre del 2009.

Aunque en la obra no se insiste mucho en ello, en el programa de mano se precisa que la acción transcurre en La Habana actual. El primer acto, alrededor de la media noche del 14 de febrero; el segundo, un año antes. El lugar específico donde se desarrolla Talco es el cine El Mégano, que tomó su nombre de aquel documental rodado por Tomás Gutiérrez Alea y Julio García Espinosa en 1955, una denuncia de las condiciones de vida de los carboneros de la ciénaga de Zapata. Sin embargo, lo que la magnífica escenografía de Eduardo Arrocha recrea es un cine venido a menos, con el techo a punto de caerse, sin agua desde hace un año, los baños semi clausurados. No faltan las ratas, aunque a diferencia de las otras que por allí se mueven, son inofensivas. Las realmente temibles son El Ruso, el administrador y proyeccionista, y Máshenka La Dura, la acomodadora, quienes utilizan el sitio como tapadera para la prostitución y la venta de drogas. En realidad y como expresa la segunda, esa actividad es la que justifica que aún siga abierto: "Cuando se acaban las tandas es que empieza la vida en este cine. De lo contrario, estaríamos muertos".

González Melo dio a su obra el subtítulo de Un drama de tocador. La intención irónica es evidente, pues el que debería llevar es Un drama de urinario. Varias de las escenas suceden en los mugrientos baños del cine, cuyo piso, además de las inmundicias, está lleno de condones. Es el espacio que exactamente corresponde a una obra tan intensa como sórdida, con un gran nivel de violencia verbal y física, y en la que, como ocurre en las tragedias clásicas, los personajes toman caminos que no han de salvarlos pues no tienen salida. Asimismo la austeridad con que Arrocha concibió la escenografía refleja un submundo en donde el amor, la amistad y el compañerismo no tienen cabida. Aquí, como decía una vieja canción de Los Van Van, "nadie quiere a nadie, se acabó el querer". El único momento donde existe un poco de ternura es cuando dos de los personajes, Álvaro El Cherna y Zueleidy, conversan tirados en el cochambroso piso del baño, y para eso concluye con la muerte de la segunda.

A lo largo de la puesta en escena, se escucha un tema musical de Los Aldeanos, cuyo estribillo repite "miseria humana por las calles de mi Habana". Las miserias humanas a las cuales asistimos en Talco son consecuencia de la miseria ética y de una utopía que terminó siendo socavada y degradada por la búsqueda desesperada del dinero. Es eso lo que lleva a Zuleidy, una arquitecta de Guantánamo cuya casa se está cayendo, a prostituirse. Es también lo que hace que El Ruso, quien siempre se había jactado de que no le iban los machos, se deje sodomizar a cambio de unos cuantos fulas. La caída de ese bastión machista, posiblemente el último que quedaba por degradar, responde a algo que resume muy bien Máshenka La Dura: en esa sociedad, "ser maricón no es un problema de culo, sino de presupuesto".

Con Talco, González Melo da un paso firme en su incipiente pero ya destacada trayectoria como dramaturgo. Si en Chamaco optó por un realismo poético, aquí adopta un realismo descarnado, cercano al naturalismo, pero que está sometido a un proceso de elaboración. En un artículo, el director español Justo Vasco comentó que el mejor teatro es aquel que trabaja con la inteligencia, la imaginación y la memoria del espectador. Creo que son cualidades que cumple la escritura teatral de González Melo. Algo de eso deben haber tomado en cuenta los tres miembros del jurado que el año pasado concedieron a Talco el Primer Premio Cubano-Alemán de Piezas Teatrales. Al argumentar su decisión, entre otros aspectos expresaron que "los personajes parecen como sacados de la vida cotidiana en Cuba y como si realmente a base de drogas, prostitución y una tosca agresividad se abrieran camino por una vida que así, de esa manera, en realidad no debería de existir".

Un rigor y un esmero modélicos

El estreno mundial de la obra de González Melo se materializó en un montaje del cual uno sale con la satisfacción de haber visto un trabajo estupendo en todos los niveles. Actuaciones, puesta en escena, diseño de escenografía, vestuario, todo ha sido cuidado con un rigor y un esmero modélicos. La categoría del resultado artístico es tal, que cualquier espectador que desconozca la realidad de Miami pudiera pensar que Talco se creó en unas condiciones de trabajo privilegiadas.

Quien lea el texto de González Melo se dará cuenta de inmediato de que se trata, ante todo, de una obra que descansa en la labor de los intérpretes. Y ésa justamente es una de las bases más sólidas sobre las que se sostiene la puesta en escena. Talco posee además dos personajes, Máshenka La Dura y El Ruso, que son fundamentales por la participación y la importancia que poseen dentro de la historia. No admiten, por tanto, actores inexpertos y sin una preparación adecuada. En ese sentido, el montaje que se presentó en Miami contó como bazas seguras con el excelente trabajo que realizan Juan David Ferrer y Ariel Teixidó.

Si hay que destacar un nombre del elenco, ese nombre debe ser, por elemental justicia, el de Juan David Ferrer. El talento que meses atrás demostró enChamaco, aquí lo pone al servicio de un personaje totalmente diferente. Y que por tratarse de un travesti, conlleva el riesgo de caer en el cliché y el estereotipo. Ferrer, por el contrario, evita el camino fácil que busca la complacencia del público, y parte de una estricta fidelidad al texto para construir una Máshenka La Dura difícilmente superable. Es lo que se dice una verdadera creación, que denota un estudio meticuloso y concienzudo, una enorme cantidad de trabajo y una técnica sabiamente utilizada. Ferrer consigue así uno de los puntos cimeros de su ya larga carrera, caracterizada por una solidez y una coherencia inobjetables.

Pese a ser más joven y no contar por eso con similar experiencia profesional, la labor de Ariel Teixidó no desmerece al lado de la de Ferrer. Gracias a su lograda y medida composición, el personaje de El Ruso adquiere todo su relieve. El empleo del término composición me parece aquí justo, porque Teixidó partió de una orgánica y convincente interiorización, a la cual ha acomodado la gestualidad, los ademanes, el ritmo, el seguro dominio del espacio, es decir, todos los códigos de que dispone un actor. Y como es evidente, la coherente integración de todos esos elementos en una totalidad no puede ser fruto de las dotes naturales o de la simple intuición.

Aunque sus papeles dramatúrgicamente no poseen el misma espesor y envergadura que Máshenka La Dura y El Ruso, Oneysis Valido y Norberto Correa también contribuyen al magnífico nivel interpretativo de Talco. Ambos se desempeñan con un profesionalismo y una convicción que nunca vacila. Son ellos además quienes tienen la responsabilidad de cerrar el primer acto con la escena más impresionante e intensa de toda la obra. Y hay que reconocer que lo hacen muy bien, con una fuerza dramática que corta la respiración del espectador. Su labor, en fin, hace posible que no haya desniveles ni altibajos y que, en conjunto, la puesta en escena mantenga un buen balance actoral. En Talco además cabe aplicar la frase de que hasta el perro está bien, pues en la obra el autor incluye uno. Lo "interpreta" Miki, un perrito que en el escenario se comporta con la naturalidad y disciplina de un artista consumado.

En Talco, Alberto Sarraín se decantó por una puesta en escena que privilegia el texto, sin poner por delante las intenciones espectaculares e innovadoras. En primer lugar, buena parte de su trabajo se concentró en la dirección de actores, y el resultado que logró está resumido en los párrafos anteriores. Por otro lado, su elegante e inteligente caligrafía se manifiesta en otros aspectos que revelan su creatividad, pues aunque el montaje se mueve dentro de los códigos del realismo, Sarraín nunca olvida que no se trata de la realidad, sino de su recreación. A señalar entre esos aspectos, un ritmo muy fluido y equilibrado, un dramatismo esencial logrado sin artificios, un encadenado de las escenas que facilita la progresión y mantiene el interés. Otro acierto es la banda sonora (incluye temas de Blanca Rosa Gil, Los Confidentes, Doris de la Torre y Los Aldeanos), que lejos de proporcionar una simple apoyatura musical, establece un diálogo con lo que ocurre en escena. Por ejemplo, mientras El Ruso es sodomizado por El Cherna se escucha a Blanca Rosa Gil cantar "tú me hiciste mujer, te lo agradezco".

La única objeción de quien firma este comentario y de muchos otros espectadores, se refiere a la descompensación que existe entre los dos actos en que se ha distribuido Talco. El primero termina con una escena en la cual inequívocamente la acción alcanza su culminación; el segundo, en cambio, no posee un verdadero final. Esto se hace evidente en el desconcierto que crea en el público, que no sabe si debe aplaudir. No soy dramaturgo, pero pienso que el orden que el autor ha dado a las escenas es artificial y, sobre todo, innecesario, pues el flashback que viene a ser el segundo acto aporta poco para la comprensión del primero. Un simple cambio de orden resolvería el problema y no afectaría en lo más mínimo la estructura de la obra.

Es realmente lamentable que Talco haya bajado de cartelera el pasado fin de semana, tras haber cumplido una temporada de apenas diez funciones y para un número más bien escaso de espectadores. Ni las excelencias artísticas del montaje, ni la unanimidad de los comentarios que se publicaron constituyeron incentivo suficiente para motivar a los hispanos que residen en Miami. Es como si hubiesen perdido el hábito de ver buen teatro y como si sus necesidades culturales las tuvieran satisfechas con la televisión y el cine. En fin, ellos se lo pierden.