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Cuba, Deshielo, Embargo

24 de febrero de 2018: ¿Y si todo empieza ahí?

El embargo no será levantado con la facilidad que aparentemente surge de artículos de prensa, discursos de campaña y tribunas en La Habana

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Tras el discurso de Hillary Clinton en la Florida International University sobre la necesidad de levantar el embargo, en ese tono que pretende conciliar un imperativo histórico con un exilio aún herido, es solo cuestión de tiempo que se empiecen a desmontar las estructuras de hostilidad entre Cuba y los Estados Unidos.

El embargo será levantado, de eso no caben dudas, y lo será sin que Cuba tenga que pasar por una remodelación radical de su sistema político, ni siquiera con movidas espectaculares en sus basamentos funcionales.

El levantamiento del embargo es fundamental para la normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, y no menos importante para las relaciones de Estados Unidos con Latinoamérica. Cuba puede convertirse en puente hacia otros países del área y, en ausencia del embargo, las relaciones comerciales interamericanas con la Isla estarían despojadas del temor a represalias, multas y sanciones.

Pero el embargo no será levantado con la facilidad que aparentemente surge de artículos de prensa, discursos de campaña y tribunas en La Habana. Los agregadores simbólicos en ambas partes dilatan una decisión que, de ser tomada hoy mismo, tendría resultados muchos más efectivos en la remodelación de los poderes en las relaciones norte-sur.

Por una parte, Estados Unidos no tomarán una decisión que pueda, aunque de manera tangencial, ser considerada como una derrota. Las narrativas de Obama y Clinton son válidas y legítimas, pero obedecen únicamente a la divulgación de la voluntad política de hacer lo correcto. La dinámica de la derrota no entra jamás en el discurso de la nación americana, de modo que tendrán que darse ciertas condiciones mínimas para que el embargo pase a consideración del Congreso.

Levantar el bloqueo mientras el presidente Raúl Castro esté en funciones pudiera ser tomado por los norteamericanos como una derrota, no ya ante la “revolución cubana”; sectores extremistas del Congreso y la propia sociedad civil estadounidense podrían incluso vincularlo con una derrota ante Fidel Castro. Por otra parte nada indica que la maquinaria propagandista cubana renuncie a utilizar todo el despliegue de victoria si ello llegara a suceder.

En algunos círculos conservadores en Cuba, la apertura de embajadas y el diálogo político con Estados Unidos no ha podido desalienarse de la idea del “fracaso yanqui”. Los ideólogos que desde Cuba alimentan la idea de la victoria, olvidan que es el pueblo cubano el que ha sufrido durante más de cincuenta años los efectos del embargo. Recurrir a argumentos patrioteros muestra poca habilidad política y cero visión de futuro. Para que la guerra fría termine los congeladores de ambos lados del estrecho deben pasar a retiro.

Bajo el gobierno del presidente Raúl Castro se han restablecido las relaciones diplomáticas y se han abierto embajadas. Es probable que si el presidente Obama no renueva la autoridad presidencial para castigar a Cuba según el Acta de Comercio con el Enemigo de 1917, la iniciativa de eliminar la prohibición de viajes que pesa sobre los ciudadanos norteamericanos sea anunciada antes de que finalice el año. Antes no se descartan medidas menores: facilidades para inversiones en el sector privado o desarrollo de las comunicaciones y los viajes.

Si consideramos que los relatos asociados con la política de hostilidad entre ambas naciones se mantienen, no es descabellado sospechar que el levantamiento del embargo podría esperar a que los elementos simbólicos principales no estén en el terreno de juego.

Castro ha dejado de ser un apellido para convertirse en símbolo de resistencia radical a los modelos hegemónicos y las políticas de cambio de régimen. Una variante temporal sería que el levantamiento total del embargo espere a 2018 cuando, como lo ha anunciado, Raúl Castro no aspire ya a la máxima dirección del Gobierno.

La transición en el gobierno cubano pudiera convertirse en el detonador para que las estructuras de hostilidad sean removidas totalmente. No es siquiera un cambio de modelo político o administrativo, es la ausencia del símbolo como elemento visible. Es, para Estados Unidos, no claudicar, no ser derrotado por su enemigo histórico, por el último contendiente de la guerra fría.

Todo lo que se diga o haga hasta el levantamiento del embargo estará destinado a allanar un terreno y también a obstaculizarlo. Existen fuerzas antinormalización que pudieran aprovechar cualquier elemento para reproducir las batallas antiguas y despechadas. En esto los políticos deben ser cautelosos porque están en juego la distensión y el capital político invertido desde el pasado 17 de diciembre.

Es de celebrar el bajo perfil que Cuba le ha dado al pasado 26 de julio, día de la rebeldía nacional. Al mezclar su celebración con el 500 aniversario de la fundación de Santiago de Cuba y no establecer una sede clara, Cuba dio un aviso importante de su compromiso con la estrategia de normalización.

De este modo, no se vinculó la fecha a la reciente apertura de embajadas ni tampoco al acto de izamiento de la bandera estadounidense en La Habana. Un gesto de madurez política tendiente a suavizar el impacto simbólico de la grandilocuencia revolucionaria.

Cuanto antes sea levantado el embargo mejor para las dos naciones. Eliminar todo pretexto para el desarrollo de relaciones normales entre ambos estados despojaría de excusas tanto a los elementos antinormalización como a aquellos que aún se aferran a la vieja política. Lo pasos que han dado ambas naciones en este sentido llevan a pensar que existe voluntad política para que las relaciones entre los dos países se normalicen en un plazo relativamente breve.

Más allá de los discursos de Obama y Hillary, y de que el gobierno cubano suavice la retórica de ciertas fechas, queda mucho terreno por abordar: desde el tema de las expropiaciones a ciudadanos estadounidenses hasta la devolución de la base naval de Guantánamo a Cuba.

Los símbolos construidos durante medio siglo de hostilidad en uno y otro bando permanecen intactos. Los políticos deben, con hechos, desmontar los relatos de confrontación y trabajar por una reconciliación que sirva de paraguas, además, al diálogo necesario entre cubanos.

Para todo, la fecha del 24 de febrero de 2018, es clave.


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