Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Embargo, Washington, Exilio

Bloqueo/embargo: ¿endurecimiento, flexibilización o suspensión?

Por el bien de Cuba y EEUU, el bloqueo/embargo debe suspenderse total e incondicionalmente

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La carta de 44 importantes personalidades norteamericanas al Presidente Obama, solicitando una flexibilización del bloqueo/embargo, ha dado un nuevo impulso a la vieja disputa sobre los efectos reales del mismo para la situación política en Cuba.

Los firmantes de la misiva, convencidos de que el bloqueo/embargo no ha conseguido sus propósitos, creen que llegó el momento de flexibilizarlo al máximo, lo cual podría crear condiciones para el fortalecimiento de una sociedad civil y económica independiente del gobierno que, a la larga, se impondría en el escenario criollo.

A contrapelo, los partidarios de mantenerlo y/o endurecerlo, creen que su flexibilización brindaría oxígeno al ya caduco régimen insular —que muta hoy de capitalismo monopolista de estado, que esconde el socialismo estatista, a capitalismo de estado, bajo el comando de la misma élite dirigente.

Nos parece que, aun respetando sus soberanas opiniones, ni unos ni otros valoran el carácter intrínsecamente lesivo y torpe del bloqueo/embargo, por todas sus consecuencias negativas para el pueblo de Cuba. Política está que en nada ha afectado las vidas ni el poder de los gobernantes cubanos en más de medio siglo; pero que sí les ha servido para justificar sus desastres económicos y su accionar antidemocrático. Y, sobre todo, para mostrarse ante la izquierda mundial como los grandes campeones del antimperialismo, evitando su total aislamiento internacional.

Ambas posiciones parecen asumir, en grado considerable, que las políticas de EEUU hacia Cuba son variables determinantes para el futuro del gobierno en la Isla. Y si bien no se puede negar el peso geopolítico del vecino país y su influencia en nuestra corta historia y pequeña nación, ello no puede equivaler a alimentar la propaganda central neo-plattista del gobierno cubano, que insiste en que los problemas de Cuba estarían determinados, en primer lugar, por las contradicciones con EEUU y que, por tanto, la solución a los mismos dependería de la evolución de esa problemática y en primer lugar del bloqueo/embargo.

Es el sistema implantado en Cuba, en nombre del socialismo, la revolución, clase obrera y el “marxismo leninismo”, el principal causante del desastre económico, político y social que sufren nuestros compatriotas. El capitalismo monopolista de estado, dirigido por la élite militar, gerencial e ideológica de la Habana, es el obstáculo principal al desarrollo de una Cuba próspera, progresista y democrática, que pueda transitar, pacífica y paulatinamente, a una forma superior de sociedad post-capitalista, aprovechando su envidiable posición geográfica, el capital humano (y económico) de su comunidad trasnacional y los avances de la economía del conocimiento.

Sus máximos dirigentes saben fracasado el modelo, aunque no lo reconozcan abiertamente y no estén dispuestos a perder las riendas principales del control económico y político. De ahí las reformas económicas tardías, preñadas de inconsecuencias y contradicciones, sin cambios sustantivos en el sistema político.

Debe recordarse que, después de la desaparición de la URSS y la crisis del llamado Período Especial, el gobierno cubano fue capaz de sobrevivir, a despecho de innumerables vaticinios, en razón de un conjunto de factores. Estas incluían la sagacidad estratégica de su máximo líder, experto en fortalecer su hegemonía personal dentro del aparato burocrático y acompañado de una mística que, aún hoy, alimenta la fe de un sector de las viejas generaciones de cubanos.

También el control centralizado de la economía —que permitió a Fidel direccionar y manejar arbitrariamente los recursos financieros disponibles— y de un sistema político de partido único —donde “los de arriba” imponen a “los de abajo” las directrices sobre dónde, cuándo, quiénes y cómo participar en la conducción de la política nacional—; todo ello articulado sobre un importante control de la información, así como en niveles de represión sistémica y sistemática del pensamiento y el activismo político autónomos.

Hoy las bases sociales de semejante poder lo constituyen, desde el bando de los ganadores, una clientela militar, burocrática e intelectual que goza de prebendas y perdones —tasados a la medida de su lealtad— y el apoyo y/o anuencia pasivos, de una amplia “pobrecía”, a la que el gobierno ha brindado niveles, actualmente decrecientes, de cobertura y protección social básicos.

Sumado a ello, el estandarte nacionalista levantado a costa de las políticas hostiles de EEUU —en cuyo centro se ubican las medidas del bloqueo/embargo— y del discurso sobre la “construcción “socialista”, han logrado simpatías usufructuables en amplios sectores de la izquierda internacional.

El aprovechamiento de las contradicciones y problemáticas internacionales para conseguir respaldo político y financiero, vender servicios turísticos, médicos y profesionales —con altas ganancias por el alto nivel de explotación de sus trabajadores— y el defalco de la emigración —obligada a la intermediación estatal en sus contactos familiares, envío de remesas y productos, viajes y trámites— son variables explicativas de la hegemonía y resiliencia del régimen posrevolucionario en los años recientes.

En tal escenario, perdería espacio la confrontación violenta y quedarían en desventaja las fuerzas más retrogradas del pasado y del presente, de la nación y de su exilio. Entonces, los partidarios de un socialismo participativo y democrático, lucharíamos por nuestros ideales en formas y mecanismos ciudadanos, institucionales y democráticos, como seguro lo harán las demás fuerzas políticas. Para que todo eso sea posible y para que el pueblo cubano sea el único responsable de su destino, es necesario el respeto a la soberanía y la autodeterminación del pueblo de Cuba, que hoy coartan tanto las políticas de la Habana como de Washington.

En sintonía con ello, por su carácter lesivo, torpe y contrario al Derecho y la opinión internacionales, así como por el bien de los pueblos cubano y estadounidense, creemos que el embargo/bloqueo debe suspenderse total e incondicionalmente.

Todos estos elementos, aunque tienen componentes económicos, son variables de índole esencialmente política. Y los asuntos políticos se tratan con medidas de igual carácter —a acciones de represión y clausura internas le corresponden contramedidas favorecedoras de la apertura y el diálogo pueblo a pueblo, que no excluyan los debidos señalamientos a las violaciones de Derechos Humanos— y no con sanciones que sólo sirven para avalar la mentalidad de “ciudadela sitiada” y para mantener el control político. Así, el bloqueo/embargo de EEUU, que busca afectar las bases económicas del gobierno, lo que consigue es dotarlo de un enorme capital político.

Demostrada la inviabilidad práctica y la crisis moral del modelo y regímenes vigentes en Cuba, las políticas de bloqueo/embargo solo pueden servir para estabilizar el precario equilibrio que mantiene en pie a su último reducto. Creemos que el análisis del tema debe incluir no sólo las implicaciones del bloqueo/embargo para EEUU —cuyo prestigio internacional ha sido erosionado por sucesivas condenas en la ONU y por el rechazo unánime de América Latina— sino, primordialmente, por el daño que aquel ha provocado al pueblo cubano, bien sea por las carencias reales generadas por sus medidas —que afectan, por ejemplo, a suministros médicos en padecimientos sensibles como el cáncer— o por haber brindado pretextos al gobierno para mantener a la ciudadanía insular en un estado de precariedad cívica y material, comprometiendo los ideales y luchas históricos de las izquierdas cubanas.

Si tenemos en consideración todos estos elementos, al evaluar el impacto de las políticas norteamericanas, tendríamos que aceptar que tanto la limitación como la extensión de las medidas del bloqueo/embargo, hasta ahora, han resultado contraproducentes a los efectos de promover un cambio de sistema en Cuba y alentar una democratización de esta sociedad. En contraste, creemos que su eliminación completa erosionaría directa o indirectamente buena parte de las bases que sustentan políticamente el actual “sistema” centralizado de gobierno y economía.

Ciertamente, una apertura total de EEUU, podría brindar al gobierno cubano algunos beneficios mercantiles que, en el corto plazo, poco podría aprovechar su obsoleto sistema empresarial y financiero. Pero pondría de manifiesto los déficits estructurales del modelo vigente y dejaría a sus dirigentes sin las armas políticas que le sostienen a nivel doméstico e internacional.

Las fuerzas gubernamentales tendrían que adaptarse a las nuevas condiciones, cambiar la acción y el discurso sobre el “enemigo”, pues la defensa “contra la amenaza imperialista y sus mercenarios” perdería todo sentido. El autoritarismo y la centralización predominantes tendrían que dar paso a cambios progresivos en todo el sistema económico-político y social.

Un proceso pacífico de democratización podría facilitarse e incluso ser acompañado por segmentos del funcionariado y la intelectualidad leal. Esto beneficiaría la actuación de los partidarios de una Cuba democrática y plural, “con todos y para el bien de todos”, sin revanchismos ni exclusiones. Una Cuba donde exista pleno respeto a todos los Derechos Humanos, donde la concordia y la paz se impongan a la violencia y al odio y las fuerzas políticas y económicas luchen en un ambiente de iguales oportunidades.


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