Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Colorete y polvos

La deseable transición pacífica y la teoría de la 'olla de presión': Dos posibilidades antagónicas que apuntalan el inmovilismo.

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Cosmetólogo o ingeniero estructural, Raúl Castro, tras desatar las fuerzas de la inconformidad, ha comenzado a convertir las palabras en hechos. La mayor o menor importancia de las pequeñas modificaciones emprendidas es discutible. La mayoría de los "cubanólogos" de fuera le han endilgado el adjetivo de "cosméticas" para calificarlas, y en la compleja estructura social que sostiene la Cuba de Fidel, las primeras correcciones administrativas de Raúl podrían ser, en efecto, colorete y polvos para el rostro ajado de una revolución tan envejecida como su fundador.

Sin embargo, estos primeros pasos constituyen de hecho una ruptura discreta pero radical con aspectos que han formado parte del eje ideológico del sistema. Eje que ha estado constituido por el voluntarismo y las decisiones del máximo líder, hoy en obligado retiro.

En este plano, la aparente trivialidad de las medidas emprendidas marca en realidad el fin de la ejecutoria fidelista, aun cuando en el surrealismo de la Isla se mantenga latiendo el símbolo, a través del derecho al pataleo "reflexivo" y más que todo intimidante.

En el plano más objetivo de las consecuencias sociales de las medidas implementadas, cabe esperar que generen una nueva dinámica. El gobierno de Raúl espera mejorías en la producción y en los servicios, y como consecuencia, en el clima social y en el ánimo de la población. Si no fuera así, ¿para qué las ha tomado?

Por ahora no se equivoca el actual mandatario. Los que regresan de la Isla coinciden en atestiguar el embullo de la población al haberse sacado de encima la rémora de Fidel Castro.

Los celulares, el acceso a hoteles por los cubanos, la desaparición de los "camellos" —símbolo nefasto del período especial y todo lo que representa—, las miles de guaguas de estreno en La Habana, las nuevas facilidades a los agricultores, y la rumorada eliminación de la tarjeta blanca para viajar al exterior, verdadero grillete de cartulina para la población, aunque con muchas limitaciones, producirán infinidad de nuevas relaciones diferentes en el entramado social y al exterior.

Mayores expectativas, mayores presiones

¿Se equivocan los adversarios del régimen? Una vez más, pareciera.

La mayoría de los adversarios del régimen de La Habana tiende a minimizar la trascendencia del nuevo escenario y bajar las expectativas, lo cual, por cierto, le hace un gran favor a los sectores ortodoxos antireformistas del interior. Mientras mayores sean las expectativas del pueblo llano, mayores serán las presiones sobre la cúpula gobernante.

Claro que los cambios habidos y por venir persiguen preservar el poder para la dinastía, devenida de las distintas generaciones de la nomenclatura oficial. Pero es a partir de esas nuevas posibilidades, por minúsculas que sean, que corresponde un accionar que las multiplique y amplifique.

Veamos un solo ejemplo que ilustre la idea. Recientemente, el Plan Mundial de Alimentos se involucró en un proyecto de cereales fortificados para prevenir y combatir la anemia en las provincias orientales. El exilio podría promover que fundaciones privadas ofrecieran ayudas directas a los campesinos emprendedores que han sido ahora estimulados a producir por su cuenta. En el peor de los casos, el gobierno tendría que oponerse e impedir el gesto generoso con un costo importante para su imagen. En el mejor, se estaría vigorizando ese sector campesino y su relativa independencia.

Serían innumerables las ideas constructivas con las que el exilio podría ser fuerza activa a favor de una transición y no todo lo contrario. Eliminar las restricciones a los viajes de los cubanoamericanos a la Isla y estimular los intercambios académicos y culturales con países de Europa y con Estados Unidos, es una forma de participar de alguna manera en las transformaciones que se están produciendo.

Lo que ocurre es que una parte de los sectores que quieren la democracia y la modernización de Cuba rechazan cualquier transición. Ellos apuestan a la explosión de la caldera, sin miramientos hacia lo que una situación de descontrol social podría significar en términos de vidas y destrucción de la nación.

El nuevo gobierno, mientras tanto, con su fundador en el umbral del pasado, tiene miedo. De ahí su mezquina crueldad. La no liberación de los presos de conciencia, el temor a las Damas de Blanco en la Plaza, el ridículo de demorar ad infinítum el permiso de salida a Yoani Sánchez, ganadora del premio Ortega y Gasset 2008.

El tránsito pacífico y gradual a un régimen más abierto que sirva en un futuro de plataforma adecuada a un sistema de plena democracia, exige al principio cierta "condescendencia" y voluntad de cooperación de ambas partes. No es lógico esperar las iniciativas en esa dirección de la parte temerosa de los cambios, que los hace obligada por las circunstancias y empeñada en conservar sus privilegios. Lo incomprensible es que sectores que abogan por la transformación democrática actúen en favor de la intransigencia y las actitudes irreconciliables.

Ahora mismo, la Legislatura estatal de la Florida acaba de aprobar un proyecto de ley que grava y dificulta la operación de las agencias de viajes a Cuba. Cuando la prensa internacional reta de cierta forma al gobierno posfidelista, difundiendo anuncios de liberalización de los trámites de viaje para los cubanos en la Isla, el sector duro del exilio floridano usa su influencia para restringir aún más en la práctica el derecho de los habitantes de ese estado a viajar a la Isla.

La ortodoxia más recalcitrante dentro de la gerontocracia "revolucionaria" tiene en estos sectores duros del exilio influyente, el mejor apoyo externo para su esforzada labor de retranca.


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