Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Congreso, Partido, Raúl Castro

El avispero de Raúl

La prohibición de un mandato extendido, no garantiza de por sí un gobierno democrático

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Raúl Castro desató un avispero y abrió una ventana en la inauguración del VII Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC). Y todo lo hizo a lo largo de un discurso monótono, donde solo el cinismo despertó a veces atención.

El avispero es la propuesta de que para ocupar cargos en la dirección del PCC la máxima edad permitida son 70 años. Hay otros límites más: 60 años como edad tope para ingresar al Comité Central y dos mandatos para las responsabilidades principales en el Partido y el Gobierno. La ventana sirve para ver los recovecos con que llena cada posible o ilusoria solución a los problemas.

Hay una confusión elemental de términos y categorías en sus propuestas. Limitar los períodos en el poder de los cargos públicos es una medida casi siempre necesaria —aunque algo mecánica— para evitar caudillismo, anquilosamiento, despotismo y corrupción. Un principio mayormente vigente en Estados Unidos —Franklin D. Roosevelt fue el único presidente que sirvió por más de dos mandatos— y adoptado constitucionalmente a finales del pasado siglo en varias naciones latinoamericanas, que hasta entonces no o habían hecho, como fórmula y bandera del dejar atrás dictaduras .

Sin embargo, la prohibición —incluso constitucional— de un mandato extendido, no garantiza de por sí un gobierno democrático, como fue el caso de México hasta fecha reciente. En cuanto a la edad, mucho menos debe considerarse un factor decisivo. Dictadura y vejez no son sinónimos, aunque a veces coinciden.

Es por ello que el establecimiento de normas al detalle, para la sucesión a un cargo, denota en ocasiones —y eso en el mejor de los casos— la inexistencia de mecanismos democráticos que faciliten el balance y control.

Pero en el caso cubano —de largo gobierno de los hermanos Castro y los mismos rostros de la elite al mando repetidos durante décadas—, la propuesta tiene que haber despertado ambiciones y temores, dentro de un sector acostumbrado a depender solo de la voluntad del gobernante y no del calendario.

¿Y hasta que punto hay que creer que ahora el reloj resulta tan determinante?

“A pesar de que seguimos promocionando a los jóvenes para puestos de responsabilidad, no siempre han sido la mejor opción. Estamos pagando las consecuencias de no haber tenido una reserva bien preparada”, dijo Raúl Castro en el anterior congreso, y ahora la declaración de no haber sido “lo suficiente previsores ni ágiles” en aspectos tales como la puesta en marcha de los “Lineamientos” suena más a justificación que a reproche.

Por otra parte, los cambios que establecen los límites de edad requieren reformar los estatutos del Partido. Al mismo tiempo, Castro considera que su propuesta debería extenderse al sistema directivo estatal, las diversas instancias de Gobierno y las llamadas “organizaciones de masas”. En todos esos casos, además, ser aprobadas en la Asamblea Nacional.

Como si tantos pasos e instancias no fueran suficientes, para esperar más dilación que avance en las reformas, el gobernante también anunció realizar en los próximos años un referendo constitucional para “ajustar la Carta Magna y reflejar todos los cambios que vamos haciendo”.

El simple anuncio de un referendo constitucional en Cuba servirá en primer lugar no para que 100 flores florezcan, pero sí para que 100 grupos disidentes compitan. Aunque ya Castro aclaró que el carácter “irrevocable” del socialismo no cambiará, la simple mención de un referendo basta para destapar otro avispero.

Un referendo constitucional puede tratar muchos temas, y es posible que entre ellos se encuentren los referidos a ciudadanía de origen, residencia e incluso doble ciudadanía, pero es posible también que establezca una nueva relación entre Gobierno y fuerzas armadas.

La Constitución de 1976 establece que la figura al frente de los Consejos de Estado y Ministros es al mismo tiempo el jefe de las fuerzas armadas. Pero si se aprueban los límites de edad propuestos por Castro, cabría entonces la posibilidad de que un civil fuera “comandante en jefe”.

Ello nunca ha ocurrido bajo la Constitución de 1976. Osvaldo Dorticós Torrado dejó la presidencia precisamente en el momento en que entró en vigencia, y entonces Fidel Castro asumió el cargo de mandatario.

Así que cabe especular que el referendo constitucional aborde el tema del establecimiento de una fuerzas armadas autónomas, para añadir una nueva semejanza entre los militares cubanos y birmanos.

Si en las propuestas del gobernante se confunden términos, en su discurso las palabras surgen a veces como si estuvieran destinadas a tapar agujeros, huecos que el propio orador ha abierto. De esta forma, la solución a la doble moneda no está referida a “las calendas griegas”, pero tampoco al día de mañana; el número de militantes del Partido ha disminuido, pero esta tendencia se ha detenido; los salarios y pensiones siguen siendo insuficientes, aunque no hay planes inmediatos de aumentarlos; se mantendrá la propiedad estatal sobre los medios fundamentales de producción, pero la mediana y pequeña empresa privada no son, por su esencia, antisocialistas.

Llama la atención que un gobernante catalogado de práctico y no ideológico dedique tanto tiempo a observar los problemas sin resolverlos. Y precisamente ese dilatador impenitente ahora propone sacar del medio a los que como él se han hecho viejos en igual ejercicio, inútil pero a veces conveniente y hasta lucrativo.


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