Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Exilio, VI Congreso

El diálogo de los otros

Persiste una actitud que antepone a los cubanos emigrados el valladar de la arrogancia, negándoles sus derechos ciudadanos hasta el límite de la inhumanidad

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En días pasados Carlos Saladrigas visitó Cuba y dejó unas declaraciones en una revista eclesiástica que me parecieron respetuosas y conciliadoras respecto al Gobierno cubano y en general a la situación insular. Yo diría que tan conciliadoras como él consideró necesario para lanzar un mensaje a la sociedad cubana y a sus dirigentes acerca de la existencia de un sector empresarial cubanoamericano que ya no cree que la confrontación dura y sin resquicios pueda ser un camino que conduzca a un lugar conveniente, ni a la Isla, ni a su emigración.

Yo estoy seguro que en muchos sentidos discreparía con Saladrigas si conversáramos los detalles de su propuesta y sobre su visión del mundo. Saladrigas es católico, del bando republicano, empresario y rico, nada de lo cual (para bien y para mal) yo soy. Y posiblemente también discrepe con él en cuanto a la intensidad de su esfuerzo conciliador. Y es que la posición de Saladrigas es el resultado de una evolución propia, desde los tiempos en que militaba en la línea dura miamense hasta la actualidad, cuando desde su grupo de Estudios Cubanos impulsa iniciativas constructivas y pluralistas, y que en buena medida he podido observar en aquellas pocas veces en que hemos coincidido en eventos académicos. Confieso que la última vez que compartimos en Santo Domingo —en un seminario de la Asociación de Trabajadores Cubanos— le escuché una autocrítica muy sincera y convincente que creo lo engrandeció ante todos los asistentes. Por todo ello, creo que la intención de Saladrigas es encomiable y merece ser reconocida.

Pero las reacciones que generó la entrevista de Saladrigas hablan de la permanencia en los nichos insulares del poder de una posición dura frente a la diáspora y renuente a acuerdo alguno que no sea considerarla como una fuente de remesas, de ingresos fiscales provenientes de abusivos pagos consulares y eventualmente de apoyos políticos. Persiste una actitud que antepone a los cubanos emigrados el valladar de la arrogancia, negándoles sus derechos ciudadanos hasta el límite de la inhumanidad. Y todo ello es producto de la visión narcisista de una élite política que, contra toda evidencia (y entre las evidencias sus propios estropicios), sigue asumiéndose a sí misma como una suerte de fin de la historia ante la cual todos somos enanos morales.

Entre otras respuestas me llamó la atención la que escribió Jesús Arboleya (JA), un antiguo oficial de los servicios de contrainteligencia que prestó servicios diplomáticos en Cuba y en los Estados Unidos, y que tras su retiro se ha sumergido en la vida intelectual como analista de temas internacionales. Y me llamó la atención no solo por su coherencia sino también porque siendo JA quien es, y quien ha sido, hay que asumirlo como una voz sintonizada con la élite política postrevolucionaria. O al menos con una parte significativa de ella.

Con una sorprendente seguridad en sí mismo, JA desarrolla toda su argumentación sobre dos premisas falsas y una conclusión que peligrosamente oculta la parte más importante de la verdad.

En Cuba, dice, la mayoría de la población apoya al sistema, lo que considera “una voluntad popular demostrada”. Y esa voluntad —dice JA— no es ante cualquier cosa, sino nada más y nada menos que ante el “socialismo cubano”. Y todo ello se habría puesto programáticamente de manifiesto en la discusión de los Lineamientos del VI Congreso, en los que la población optó de forma abrumadora por el socialismo. En consecuencia. JA llega a una conclusión de una brutal simplicidad binaria: hay un lado bueno, socialista que representan los dirigentes cubanos con el apoyo del pueblo, Y otro lado, malo y procapitalista, encabezado por el Gobierno de los Estados Unidos, al que pertenecemos todos los cubanos emigrados que no estemos dispuestos a agradecerle al Gobierno cubano por habernos desterrado, y desde el cual saca la cabeza el amigo Saladrigas.

Es lamentable. A pesar del tiempo transcurrido y de los muchos avatares por los que ha pasado el país, la posición de JA (que es usual en ciertos sectores intelectuales y políticos) me parece un exabrupto ideológico. Por ello solo puede ser refutada cuando se desmonta. Sencillamente porque JA da por sentado como hechos inamovibles lo que solo son conjeturas no demostradas.

Hablando en serio,

  • ¿alguien puede hablar de “una voluntad popular demostrada” en un país como Cuba en que no hay elecciones pluralistas, oposición legal, ni oportunidades de socializar mensajes diferentes a los que proclama el Gobierno, y donde el Gobierno reprime —con la cárcel o el destierro— a quienes intentan hacerlo? ¿Cómo se comprueba esa voluntad?
  • JA sugiere que las discusiones de los Lineamientos revelaron el compromiso de la población con el “socialismo” y su encarnación gubernamental. Por tanto debo pensar que o JA tiene información que el resto de la población no posee, o que está confundiendo deseos con realidad. Pues realmente lo único que sabemos es lo que fue acogido como bueno y válido por los redactores de la versión final de los Lineamientos. Nada sabemos de lo que fue rechazado, ni tampoco de los matices que quedaron fuera cuando se procesaron los 3 millones de intervenciones y se redujeron a 781 mil opiniones, y estas a 395 mil que modificaron tres centenares de artículos. Obviamente, tampoco sabemos qué hubieran discutido los cubanos si la discusión hubiera sido absolutamente libre, es decir, libre para los que piensan diferente. Sin contar, por supuesto, que los dirigentes cubanos han adaptado el “socialismo” a tantas circunstancias y estragos que es difícil saber qué cosa es exactamente el “socialismo cubano” que JA proclama como el mejor de los mundos posibles.
  • Y dicho todo lo anterior, y leyendo los propios Lineamientos, y conociendo qué pasa en Cuba día a día, ¿es posible seguir sosteniendo que todos los restauradores potenciales del capitalismo en Cuba son Saladrigas y sus socios?¿O en cambio habría que concluir que los restauradores más efectivos son los propios huéspedes perpetuos del Palacio de la Revolución?.

Y como que JA describe un mundo de absoluto acuerdo entre una población feliz con el “socialismo cubano” y una élite que vive para defenderlo de cualquier tentación capitalista, los guiños de Saladrigas son absolutamente improcedentes, casi diría que desconsiderados. No hay nada que discutir en la Isla, donde todo está discutido y acordado. Por eso JA lanza la pelota para el otro lado y se limpia las manos con la escrupulosidad de un devoto de Calatrava:

“Así que, probablemente, la tarea más complicada que Carlos Saladrigas tiene por delante será contrarrestar intereses que dependen del mantenimiento de la beligerancia, para los cuales está excluida cualquier forma de diálogo con los cubanos, incluso aquellos que no desean hablar de política ni de economía; sino de cultura, deportes, religión o simplemente aspiran a reunirse con sus familiares, en un clima de paz y concordia. Ojalá que tenga éxito”

Es decir, Jesús Arboleya invita al dialogo y la reflexión… de los otros.


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