Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Crítica, Ciencias Sociales, Intelectuales

El lado oscuro del corazón

Las Ciencias Sociales cubanas y los límites de la crítica

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En un interesante análisis del politólogo Rafael Hernández en su intervención en la Feria del Libro: “El hombre que amaba las novelas históricas. Notas editoriales sobre las relaciones entre literatura, política y ciencia social”, se produce por primera vez dentro de Cuba, un recuento sobre el desarrollo de las Ciencias Sociales relacionándolas con las políticas editoriales del gobierno cubano y notando las ausencias, los silencios y los límites impuestos por las políticas gubernamentales al desarrollo de estas disciplinas. Es la primera vez que leo un análisis con lenguaje claro y sin trabalenguas “técnicos” que impiden llamar las cosas por su nombre. En ese sentido es un análisis inédito en el ámbito público cubano del último medio siglo y le doy la bienvenida.

Lo que resiente el análisis es la falta de enunciación de los responsables de estas políticas y por otra parte la falta de descripción de los mecanismos puestos en práctica desde el punto de vista ideológico, político y sociológico para tener amordazadas a las ciencias sociales cubanas desde los sesentas a la actualidad, y además la falta de evaluación de las concepciones dominantes en el poder para desarrollar tales políticas de control.

En un vano afán de excepcionalidad criolla, Hernández aclara que en los sesentas no es el paradigma soviético, —por lo tanto estalinista— el que conduce las políticas públicas con respecto a la cultura y las ciencias sociales, el sistema político y la economía, y tiene razón, pero desconoce que los debates de los años 60 de las ciencias sociales se mueven entre dos referentes de pensamiento político, el maoísta y el estalinista representados en la discusión sobre el sistema económico en el Che Guevara y Carlos Rafael Rodríguez.

Realmente ir a buscar las concepciones políticas dominantes de la época en el caudillismo abonado por la colonia, me parece un ejercicio fructífero para una tertulia entre amigos de un domingo por la tarde. O un exagerado empecinamiento en buscar autoctonía en los desastres remitiéndose al pasado más remoto. Esto último muy relacionado con la falta de autoestima nacional o con un común estilo de arrogancia intelectual.

El cisma entre “el socialismo soviético” y “el socialismo maoísta” a partir de 1960 se refleja en Cuba en las discusiones sobre el sistema económico pero no toca la institucionalidad política porque tanto el mandarinazgo maoísta como la autocracia soviética tienen la misma concepción premoderna del poder y por lo tanto un abismo histórico y cultural con relación a los derechos humanos contemporáneos en los 60.

Para colmo de males, la izquierda del momento tanto la latinoamericana como los partidos comunistas europeos rinden tributo a “la vanguardia política” concepción elitista-autoritaria que niega el saber de los ciudadanos por la falta de instrucción escolar y los condena a ser simples soldados disciplinados de una élite plena de “epifanías”. El cuadro está servido desde los sesentas en Cuba para incorporar el totalitarismo soviético del Socialismo de Estado. No hay que achacarle ni a Marx ni a Gramsci ni a los Capitanes generales, la justificación de tales disparates de la izquierda, ni tampoco dejar de plantearse la ¿inevitabilidad de asumir el paquete soviético completo? Estudio pendiente por hacer.

La dirección política cubana se apropió del pragmatismo de la experiencia de sus contemporáneos que supuestamente construían “el socialismo” porque además coincidían con la propia percepción de lo que debía ser una “nueva” sociedad. Los límites intelectuales y políticos de “la vanguardia” invalidaron las posibilidades de desarrollar un pensamiento alternativo. También “la vanguardia política e intelectual” impuso una cultura política de sumisión al líder y al “mesías” travistiendo en dioses a simples funcionarios públicos. El resto es la historia de los controles sociales y la represión para mantener un pensamiento único y la nebulosa ideológica de la excepcionalidad cubana como otra forma de dominación.

El problema de no analizar las concepciones políticas dominantes del momento y sobre todo la ausencia de crítica a estas concepciones hace de la intelectualidad crítica de los sesentas, la más libre del período revolucionario, enfocarse en los movimientos de liberación nacional de la época y/o en la emancipación cultural por medio de la construcción de “un hombre nuevo” —un proyecto de ingeniería social que nada tiene que ver con Marx— y dejar invisible el tema Cuba y la evaluación de sus políticas públicas en sus páginas, de por ejemplo, la revista Pensamiento Crítico que después fue censurada.

La ausencia de evaluación ciudadana e intelectual de las políticas públicas en Cuba desde los años 60 y de manera sistemática es un mal que se arrastra, empobrece y obstruye no sólo el desarrollo de las disciplinas, sino también invisibiliza la crítica social. Además y de manera lamentable “disciplina” a las siguientes generaciones de cientistas sociales a suscribirse a determinada agenda de discusión e investigación delimitada por la élite política del país que se distancia cada vez más de los problemas de la realidad social o los convierte en “secreto de estado”.

En este sentido las generaciones de intelectuales de los 60, los “intelectuales orgánicos”, y los que siguen su ruta, tienen la responsabilidad histórica de haber actuado o seguir haciendo de muros de contención también para el desarrollo de las Ciencias Sociales en Cuba al acotar, entrenar y muchas veces censurar a las nuevas generaciones por salirse del guión establecido por la dirección política del país. Felizmente excepciones honorables existen.

Los mecanismos de control han sido férreos: desde los autores autorizados para ser referentes hasta la censura de las encuestas y de los resultados de las investigaciones, los disímiles filtros burocráticos y políticos para hacer una investigación siempre en instituciones estatales y el silenciamiento de los resultados de investigación, todos considerados de “Seguridad Nacional”. Desde las políticas públicas hasta la violencia de género, la discriminación racial, la institucionalidad económica y política: todos los discursos son acotados. En este contexto, y con la “tradición” ya después de 55 años me resulta simpático y a la vez trágico, que el presidente y vicepresidente del país le pidan ahora a los cientistas sociales: politólogos, economistas, psicólogos, sociólogos antropólogos y hasta juristas que justifiquen “la actualización” en marcha y que además le llamen al actual socialismo “patético” o al capitalismo vergonzante que construyen, el peor, una variante específicamente cubana de un “nuevo” socialismo.

Confío en la decencia de los investigadores cubanos, aunque siempre habrá excepciones que se presten para ser los adalides de un nuevo disparate propagandístico. Un sistema con tamañas censuras y mordazas produce los monstruos a los que se refiere Rafael Hernández aludiendo a Goya.

Bien por este recuento que avanza en los “grises” del desarrollo de las Ciencias Sociales en Cuba, pero indudablemente el esfuerzo sólo se ha quedado a las puertas del “lado oscuro del corazón”. El resultado de ello es que sigamos posponiendo el desarrollo de la crítica social informada en Cuba y que el desarrollo de las Ciencias Sociales continúe supeditado a los mandatos del poder.


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