Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Fidel Castro, Revolución, Reforma

El testamento político de Fidel Castro

El vacío conceptual de la definición de revolución, según Fidel Castro, deja las manos libres para cualquier decisión futura que tomen quienes releven a la actual generación histórica

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Bajo la sombra del duelo nacional decretado tras la muerte de Fidel Castro, los cubanos han sido convocados a firmar, en calidad de juramento, unas palabras pronunciadas por el expresidente en mayo del año 2000 y en las que dejó para la posteridad su concepto de Revolución.

“Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo”.

Más que una definición, el texto debe entenderse como un balance personal del proceso político que Castro protagonizó. Ante la ausencia de un pensamiento teórico sólido, los exegetas del Comandante en Jefe han echado mano de la poética de su retórica para extraer, algo así, como un testamento político.

La frase elegida tiene los giros de la oratoria dicha para cautivar a los congregados en una plaza, donde casi toda licencia queda permitida, mientras que suene bien y conquiste los oídos. Pero leída en la distancia y analizada como una tesis, carece de solidez programática.

En la frase, el término Revolución resulta ambivalente y lo mismo se presenta como un resultado obtenido que por alcanzar. En otros momentos del enunciado parece un método para conseguir ciertas metas, el fruto final de un proceso o un atado de valores morales cercano al decálogo del buen comportamiento.

Las contradicciones del concepto pronunciado por Castro hace más de tres lustros han disuadido a los académicos del entorno oficial y a los intelectuales orgánicos de analizarla. En lugar de ello, han optado por sacralizar el versículo para no verse comprometidos a desmenuzarlo con rigor.

Cuando Castro menciona que Revolución es sentido del momento histórico, solo confirma que hace falta olfato político para percibir el cúmulo de oportunidades que detonan tales procesos, algo que descansa exclusivamente en la capacidad de ciertos individuos para aprovechar la situación.

Por otro lado, la diferencia sustancial entre Revolución y reforma reside en la manera en que se realizan las transformaciones, pero estas palabras evaden puntualizar el carácter violento y radical del proceso que promueven. La ausencia de esta precisión constituye el déficit conceptual más importante del texto.

En el horizonte de casi todas las revoluciones sociales se coloca la igualdad, pero no se necesita un proceso de tal naturaleza para intentar alcanzarla. La libertad ha sido históricamente la más afectada por las revoluciones. En especial, las libertades de expresión y asociación, y, en el caso de las revoluciones socialistas, las económicas.

Las imprecisiones del texto no terminan ahí.

En las palabras hoy ensalzadas, Castro define a su criatura como la capacidad de tratar a los demás y ser tratado como seres humanos. Se trata de la promesa de más bajo perfil que puede difundir un político y, tan obvia, que incluirla en un concepto para la posteridad resulta, cuando menos, un gesto inquietante.

La confusión sube de tono cuando el líder invita a “emanciparnos por nosotros mismos”, sin precisar si habla desde la clase obrera que debe sacudirse las “cadenas” de la explotación o se trata de una demanda de corte nacionalista para eliminar la dependencia de alguna potencia extranjera.

En el primer caso, se estaría renunciando a alianzas con otros sectores como el campesinado, mientras que seguir al pie de la letra el segundo lleva a renunciar al internacionalismo proletario.

El acto de “desafiar fuerzas dominantes” difiere si se está en un período insurreccional o tras varios años después del comienzo de una Revolución. Cuando Castro pronunció este concepto, el poder en Cuba radicaba en el Partido Comunista y especialmente en su propia voluntad, que no aceptaban ni el menor desafío.

El voluntarismo del orador sobresale cuando llama a “pagar el precio que sea necesario”, mientras que se apropia de los valores del cristianismo al promover la modestia, el desinterés, el altruismo, la solidaridad o el heroísmo. La convocatoria a no mentir jamás ni violar principios éticos refuerza ese carácter de mandamientos de una religión.

El texto también ensalza la audacia, la inteligencia y el realismo, pautas que resultan más apropiadas para triunfar en una empresa que para impulsar una transformación social. Remacha esas aseveraciones con la convicción de que “no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas”: puro idealismo, ajeno al materialismo dialéctico de inspiración marxista.

Ni la unidad hace a la Revolución, ni la independencia resulta una conquista en medio de un mundo globalizado que discurre hacia el fin de las fronteras, por lo que solo le queda al orador basar su concepto en “nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo” y luchar por “nuestros sueños de justicia”, sin sustantivar ninguno.

El vacío conceptual de la definición de Revolución que a partir de este lunes firman millones de cubanos deja las manos libres para cualquier decisión futura que tomen quienes releven a la actual generación histórica. Sobre esta piedra fundacional se puede erigir cualquier cosa.


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