Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Zapata Tamayo, Wilman Villar, Represión

Esbirros

La muerte de Wilman Villar Mendoza es una infamia más en la larguísima saga del castrismo. Hay que evitar a cualquier precio que los ciudadanos se adueñen de la calle, propiedad privada de los comandantes/generales desde 1959

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La historia se repite. Esta vez, de nuevo, como tragedia.

A sus 31 años, Wilman Villar Mendoza ha muerto el jueves 19 de enero de 2012, a las 18:45 horas, en el hospital Juan Bruno Zayas, de Santiago de Cuba.

Se ganaba la vida como zapatero y haciendo pequeños trabajos de carpintería o lo que apareciera. Villar se afilió a la Unión Patriótica de Cuba en agosto de 2011, decisión que provocó una crisis en la familia. Al parecer, su madre mantiene relaciones con un oficial del Ministerio del Interior, y una de sus hermanas, con un agente de la Seguridad del Estado.

El 14 de noviembre, Wilman Villar intervino en una protesta pública de la Unión Patriótica en Contramaestre. Fue entonces cuando la policía lo detuvo, lo golpeó y amenazó con procesarlo si no abandonaba la organización disidente. Ante su negativa, el 24 de noviembre fue condenado a cuatro años de prisión, acusado de “desacato, resistencia y atentado”, sin las mínimas garantías procesales. Un juicio donde ni siquiera se le permitió presentar los testigos de que fue él la víctima de la agresión policial, no a la inversa. Al día siguiente, tras calificar este proceso de “farsa judicial”, Wilman Villar Mendoza se declaró en huelga de hambre y se negó a vestir el uniforme de preso común, reivindicando el carácter político de su cautiverio.

En respuesta, fue confinado desnudo, sometido a las bajas temperaturas de diciembre, sin provisiones de agua, en una celda individual de castigo del tristemente célebre penal de Aguadores, en Santiago de Cuba.

(Lo de tristemente célebre no es una frase hecha. Aguadores tiene 1.200 reclusos viviendo en condiciones infrahumanas: menos de un litro de agua por persona al día, varios días sin poder bañarse, raciones de 90 gramos de arroz y una papa de 3 centímetros de diámetro; cucarachas y chinches se pasean por las celdas donde entre 27 y 60 hombres se hacinan y duermen en el suelo. A lo que se suman los abusos continuos de los carceleros, particularmente crueles con los opositores políticos).

Lo que para un hombre sano significaría una durísima prueba, para alguien en huelga de hambre era una condena a muerte. Y sus carceleros lo sabían.

El 25 de diciembre, Wilman Villar detuvo su ayuno, y lo reinició a principios de enero. Cuando contrajo neumonía por sus condiciones de confinamiento, los carceleros demoraron la atención médica como medida de presión para que abandonara la huelga. Fue entonces cuando la Seguridad del Estado propuso a Maritza Pelegrino Cabrales, su esposa, apartarse de las Damas de Blanco, en cuyo caso su marido sería excarcelado. De lo contrario, la amenazaron, podrían quitarles a sus hijas. En ese momento, ya ellos sabían que a Wilman Villar la muerte lo excarcelaría en breve.

El 14 de enero, inconsciente y en estado crítico, fue trasladado de urgencia al hospital. Su esposa asegura que en ese momento ya estaba prácticamente muerto. “Ellos me decían que estaban poniéndole la mejor medicina y el mejor tratamiento, pero era para ganar tiempo… para que nosotros pensáramos que lo estaban haciendo, pero no era verdad”. Los médicos de la sección de Terapia Intensiva del Hospital Juan Bruno Zayas, de Santiago de Cuba, le comunicaron que Wilman tenía una neumonía. La infección se extendió a un riñón y padecía, además, una sepsis generalizada, ocasionada por las condiciones de su confinamiento y la falta de atención médica. Wilman murió de un “fallo multiorgánico” provocado por la “sepsis generalizada”.

La saña de sus verdugos no se detuvo con la muerte. Prohibieron a su esposa ver el cadáver. “Yo quería verlo y me dijeron que no podía”, afirma, “que fuera ya para la funeraria, que qué iba a resolver si ya él estaba muerto”.

De inmediato el hospital fue rodeado, para evitar manifestaciones de solidaridad y duelo, y una ola de detenciones cunde por Santiago de Cuba.

Los ideólogos de la represión en Cuba deben estar reprendiendo en estos instantes a sus esbirros de Aguadores. No por esbirros, sino por brutos, por no evitar otro Orlando Zapata. La vida o los derechos de un ciudadano no son asunto de discordia: su desprecio es parte consustancial del sistema a todos sus niveles. La estrategia es la misma desde hace medio siglo. El asunto es táctico. Ya no se puede fusilar alegremente ni ejecutar in situ a los alzados del Escambray, dinamitar el presidio modelo de Isla de Pinos con el objetivo de volarlo con todo su contenido, o endilgar penas de prisión por decenios a cualquier inconforme y, además, gozar de buena prensa internacional. La Primavera Negra de 2003 cambió radicalmente las normas. Hubo rebelión casi unánime de compañeros de viaje, la mayoría de los cuales no ha vuelto a enrolarse en la tripulación castrista. El mundo condenó sin paliativos al Gobierno de la Isla. Desde entonces, y a pesar de que sigue intacto el desprecio del castrismo por sus ciudadanos, la táctica ha cambiado: detenciones cortas, amenazas, persecución implacable pero sin llegar a los extremos de otros tiempos y, sobre todo, sin sobresaltar demasiado a la opinión pública mundial (la doméstica está a resguardo del desparpajo informativo, y al alcance del ojo que todo lo ve).

Pero un Estado que necesita esbirros sabe que no son absolutamente programables. El instinto depredador, sumado a la prepotencia de quien se sabe impune, provoca estos “accidentes”. Pero hay esbirros de otra naturaleza. Los amanuenses de los matones, los escribas de la infamia.

En el blog “DeBateando” (nótese que el debate es con un bate de béisbol) aparece el titular “Falleció el delincuente Wilmar Villar Mendoza”, que también reproduce el blog CubanitoenCuba. Alaba la atención médica recibida (in articulo mortis) por el disidente, y se refiere a WVM como “un violento ciudadano, de una peligrosidad social comprobada” (tanto, que ni se ocupa de demostrarlo), “antosocial (sic), guapetón y abusador”, y añade que “su propia esposa fue una de las víctimas” (la misma que denuncia su asesinato, razón por la cual, el bateador, experto ahora en inflexiones lingüísticas, afirma que su voz es sospechosamente sosegada cuando denuncia el hecho). Lo demás es un abuso de adjetivos, errores sintácticos y faltas de ortografía (farza, idelaes, inciativa).

El autor se pregunta “¿y en verdad un delincuente común, sin idelaes (sic) verdaderos es capaz de sacrificar hasta su propia vida?”. O sea, reconoce que este hombre ha sacrificado su vida. Y añade: que “eso depende de cuanto (sin acento) se le asegure en efectivo para él y su familia en un país pobre como este (la escasez de acentos es notable), donde la política sucia puede ser un medio de vida”. Según su tesis, este hombre maltrataba a su esposa y acto seguido se inmola para garantizarle una indemnización cuyo origen o cuantía el autor tampoco se toma el trabajo de demostrar. Ignoro el nivel de credulidad de los lectores de DeBateando, pero la teoría del maltratador sacrificial entra en la esfera de lo para-anormal. En algo sí tiene razón; “la política sucia puede ser un medio de vida”. Aunque el bloguero no nos confiese cuánto le pagan por sus atentados simultáneos contra la honradez y contra la lengua.

En La Koladita, aparece un texto reproducido en el Blog de Yohandry y en el de Manuel H. Lagarde: “Buitres sobre mi Santiago”, que insiste en tildar a Wilman de delincuente común y acusa a los círculos de Miami de esperar con entusiasmo la muerte del disidente, una nueva bandera. Ni una palabra contra los verdugos.

En El Heraldo Cubano, “El vuelo de las tiñosas” va por idénticos rumbos, aunque en este caso se remonta a la invasión de Bahía de Cochinos, habla de Guerra Sicológica y reitera los viejos argumentos sobre Orlando Zapata Tamayo. Al tiempo que da por ciertas todas sus teorías conspirativas contra Cuba, habla de “una supuesta huelga de hambre de Wilmar Villar Mendoza, un recluso común”, como si se tratara de un rumor no confirmado.

La muerte de Wilman Villar Mendoza es una infamia más en la larguísima saga del castrismo. Hay que evitar a cualquier precio que los ciudadanos se adueñen de la calle, propiedad privada de los comandantes/generales desde 1959. La advertencia a los transgresores debe ser drástica, disuasoria para ese ciudadano común que se debate entre la desilusión y el miedo. Y para eso se necesitan dos tipos de esbirros: los que asesinan a los hombres y los que asesinan la verdad. Ambos serán recordados por la Historia.


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