Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Inmigrantes, Cuba, Centroamérica

Éxodo, exilio y destierro

¿Por qué los cubanos sí y los demás no?

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Nunca será tarde para buscar un mundo
mejor y más nuevo, si en el empeño
ponemos coraje y esperanza.
Alfred Tennyson

I

El éxodo masivo de centroamericanos, fundamentalmente hondureños, cuyo destino manifiesto es Estados Unidos, coloca a la administración Trump en el dilema de hacer cumplir las leyes y las promesas de campaña más allá de las consecuencias en las elecciones de medio término. Es presumible que suceda lo habitual en estos dos años: el Presidente y el ejecutivo convierten un seguro revés en una victoria a su favor. El presente éxodo se está considerando una especie de invasión civil extranjera; como tal, está siendo tratada con toda la fuerza de la ley. ¿Quién ha estado detrás de semejante huida? ¿Todo ha sido fríamente calculado? ¿Para qué pagan la alimentación, la gasolina de los autos, las coimas a los coyotes y a los agentes fronterizos de El Salvador y Guatemala?

Los éxodos son tan antiguos como el hombre mismo. La palabra proviene de raíces latinas y griegas; exodus significa salida. El éxodo más famoso y documentado en la literatura religiosa es el que narra la salida del pueblo hebreo del cautiverio egipcio. Considerado relato fundacional, la narrativa busca reforzar la razón de por qué se sale de un lugar, hacia dónde se dirige la masa humana y para qué. Es de suponer que quienes se exilian tienen la esperanza de llegar a una “tierra prometida”.

Suele utilizarse éxodo para hablar de poblaciones enteras emigrando. Exiliado, aunque proviene de la misma raíz semántica, tiene más un sentido individual, de connotaciones casi siempre políticas, y se usa, mayormente, como sinónimo de refugiado. Los exilios, además, pueden ser voluntarios e involuntarios. Quien se exilia de manera voluntaria, podría regresar sin temer por su vida o la de su familia, Es frecuente oír hablar de exilio interior —o inxilio lo llaman algunos— en el caso de los creadores: el artista desaparece de la vida social y la obra es producida en las sombras.

Los éxodos también son armas políticas cuando están inducidos por gobiernos o grupos de poder, como parece ser la caminata a la cual hemos hecho referencia. Los cubanos tenemos al menos tres grandes éxodos en sesenta años de régimen comunista. Esas migraciones masivas han tenido un fuerte tinte político. De la orilla continental se culpa al castrismo por la falta de oportunidades y la represión en la Isla; en Cuba, se responsabiliza al “imperialismo” por lo que llaman bloqueo, y las leyes estimulantes de las salidas desordenadas, ilegales, hacia Norteamérica.

II

En el sur de la Florida se ha reavivado el debate sobre la emigración, legal e ilegal, con el añadido de por qué los cubanos disfrutan de un estatus especial, refugiados o exiliados políticos, y los demás latinoamericanos, como los que ahora cruzan las fronteras, no son más que emigrantes económicos. Es una vieja polémica: ¿Por qué los cubanos sí, y los demás, no? Más allá de ciertas envidietas, resentimientos hacia políticos, dueños y artistas insulares, es válido preguntarse qué diferencia a los cubanos del resto, también perseguidos por bandas criminales, la extorsión y la violación de los derechos humanos.

Nuestros hermanos de América Latina observan como los cubanos, al año y un día, pueden hacerse residentes permanentes, y en cinco, ciudadanos. No escapan a las observaciones el programa de reunificación familiar, bastante expedita hasta hace poco. En breve tiempo el ciudadano cubanoamericano podía reclamar a su familia toda, incluidos, a veces, a quienes convivían con él sin tener lazos sanguíneos directos. En programas especiales, miles de profesionales que han “desertado” de sus tareas en el extranjero, son traídos a los Estados Unidos. Los deportistas y los artistas están muy bien cotizados tras abandonar la Isla; ingresan al país bajo condiciones específicas.

Todos estos privilegios han sido justificados por una decena de administraciones norteamericanas bajo el principio de que en Cuba hay una dictadura —a pesar de ser del proletariado—, y que los cubanos se exilian para salvar el pellejo y sus familias. Pero, ¿qué sucede con esos argumentos cuando en el aeropuerto de Miami hay cientos de exiliados viajando a la Isla todos los días, sin otra preocupación que las libras que les dejará pasar la aduana cubana?

No habría mucha razón para cuestionarse a un supuesto refugiado político cubano, viajando a la Isla porque tiene una madre enferma, un hijo necesitado de abrazos, un padre solo y viejo, quien agradece hasta un mendrugo de pan. El viaje a la semilla quizás sea una obligación moral, humanitaria; pagar por el pasaporte más caro del mundo, pedir permiso para entrar al propio país, y bajar la cabeza para que lo dejen entrar. No es un acto de cobardía ni de sumisión. Es un acto de amor sin límites.

Bien distinto es cuando nada ata a la Isla, y se viaja allí todos los meses bajo la condición de refugiados, residentes o ciudadanos; se alquilan cadenas de oro, y hospedan en lujosos hoteles, y rentan automóviles caros para amiguetes y vecinos. Antes han comprado baratijas en las tiendas de asiáticos para negociar o especular de “lo bien que viven en la Yuma”. Un amigo suele compararlo con quienes visitan la cárcel tras cumplir la condena. Hay algo torcido en ello. Quien tiene un poco de vergüenza, y se encamina por la senda correcta, jamás pone un pie donde su libertad fue coartada. Además, de esa manera se le está dando la razón al régimen: los cubanos son emigrantes económicos porque regresan y nadie los persigue, acosa o amenaza.

III

¿Son o no son los cubanos exilados políticos, diáspora opositora, desterrados por voluntad ajena? Para el gobierno cubano, el emigrante califica según su comportamiento respecto al régimen político. Si el individuo sale de la Isla por las vías llamadas legales, tiene derecho a regresar cuando quiera, previa autorización y trámites con las autoridades cubanas. Pero si mantiene una postura contraria, cae en una fatídica lista —se dice que es muy fácil entrar a ella, y difícil salir— que prohíbe el ingreso al país. Esa es otra dimensión de la tragedia migratoria cubana: el destierro.

En época de la Colonia el destierro era intercambiable por la pena de muerte, o conmutaba años de presidio, como sucedió a José Martí. Destierro, como bien advierte el castellano, es quedarse sin tierra, negar al ciudadano la posibilidad de regreso. Castigarlo, cabe el término, a morir lejos de su Patria. No todo exiliado es político, ni todos los políticos son exiliados —existe la oposición interna. Pero ser un desterrado es una condena: una vez fuera de Cuba, hagas lo que hagas, no habrá perdón ni retorno.

Hay un destierro temporal, con fecha de caducidad, para quienes abandonan las llamadas “misiones”, un evento deportivo, una tarea diplomática. Y hay un destierro definitivo para quienes aparecen en la mencionada lista, remedo medieval, Index cubensis prohibitorum —lista de cubanos prohibidos. Solo se sale del Index cuando alguien sin rostro considera que el excubano ha pasado a la categoría de incubano. Las indulgencias migratorias son fácilmente alcanzables acercándose a los grupos de solidaridad con Cuba, a sus embajadas y sus funcionarios; escribiendo en algún blog de esos que nadie lee, pero a los cuales los ideólogos siguen como el toro al trapo.

IV

La sobrevivencia del Gobierno cubano ha estado muy ligada al manejo inteligente, proactivo, de su emigración. Como hacer que quienes huyeron del país se conviertan en mansos contribuyentes económicos; trastocar la diáspora capitalista en una eficaz maquinaria para sostener el fracasado andamiaje comunista, remesas mediante; cómo transformar viejos enemigos exiliados en defensores a ultranza del proceso y, mérito mayor, en medio de la verdadera diáspora política opositora. Con la repatriación, el régimen ha quitado un argumento más al supuesto exilio político. Los cubanos se van al extranjero porque están confundidos, y pueden volver a vivir en el cuándo lo deseen porque el imperialismo usa el tema migratorio como punta de lanza contra la Revolución —esto último, no del todo falaz.

Es a los desterrados, para los cuales no hay regreso, a quienes las leyes migratorias norteamericanas deberían haber favorecido y protegido por encima de otras consideraciones. “Pies secos/pies mojados” podrá pasar a la historia como un fiasco en el manejo migratorio de los cubanos. La confusión política en el Washington de aquellos días benefició a algunos que jamás debieron vivir en esta tierra, espías y timadores incluidos.

Desterrados han sido los presos políticos, los brigadistas de Girón, las familias del Escambray, desplazadas por la guerra civil en los años sesenta. Desterrados, de alguna manera, son los opositores de la llamada Primavera Negra de 2003, a quienes se les ha prohibido regresar a la Isla como condición para su libertad. Desterrado es, y lo seguirá siendo, todo aquel que comunique ideas contrarias al Estado Socialista, y solo a causa de ello, no se le puede ocurrir ni pedir la habilitación del pasaporte. Es una pena que la nueva Constitución no haya establecido una diferencia sustancial entre exilio y destierro. ¿Lo dejarán para los decretos-leyes, forma real de implementar las legislaciones en Cuba?

No debería sorprender si algunos levantaran la mano en la Asamblea y dijeran que quienes no están de acuerdo con el sistema comunista no merecen siquiera llamarse cubanos. Tampoco morir en la tierra que los vio nacer. Gritarían, a viva voz, descompuestos, como ahora en Naciones Unidas, que el destierro siempre será poco castigo por los agravios hechos a la Revolución. Paredón migratorio, pedirían a coro.

Ese es el instante, el precioso segundo, que me gustaría compartir con un hermano emigrante latinoamericano. Vista hace fe, dice el refrán.


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