Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Exilio, Miami

Intransigencia e historia, y el exilio como pedestal

Personas que no admiten una opinión en contra, pretenden impulsar la creación de una sociedad democrática en Cuba

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Con el inicio de la lucha por librarnos del dominio español, los cubanos comenzamos a exaltar la intransigencia no como un valor moral, un recurso emotivo y una justificación personal, sino como un valor político.

El error se ha trasladado a los libros de historia y a la literatura, recorre las páginas de los textos que nos enseñan desde la escuela primaria, sirve a muchos demagogos para alimentar sus engaños y de vocación suicida a unos cuantos insensatos.

Ser intransigente es negarse a transigir, a consentir con lo que no se cree justo, razonable o verdadero, según el diccionario de la Real Academia. De acuerdo a esta definición, la intransigencia puede interpretarse como sinónimo de rectitud y cumple una función de guía moral: cuando se transige, se cede, en parte se claudica.

La definición de intransigencia en inglés destaca otro aspecto del concepto. El intransigente rehúsa el compromiso, rechaza abandonar una posición o actitud extrema, de acuerdo al diccionario Webster.

Entre ambos aspectos de una misma definición hay un abismo cultural. Mientras que en español el intransigente es alguien que se niega a transigir, que se mantiene firme en sus convicciones, en inglés es un extremista.

La Protesta de Baraguá, protagonizada por Antonio Maceo, es la posición intransigente más valorada en la historia de Cuba. Desde los textos de historia de la época republicana hasta los manuales impuestos en las aulas tras el triunfo de Fidel Castro, nadie se ha atrevido a considerarla un gesto inútil, que prolongó de forma infructuosa una contienda liquidada y que solo produjo muertes innecesarias.

Las dos caras de la intransigencia están presentes en La Protesta de Baraguá. La actitud de Maceo, de negarse a una paz que no incluyera la independencia y el fin de la esclavitud, era digna; su decisión de continuar la contienda bélica resultó insensata (no hay que olvidar tampoco que posteriormente, el otro protagonista de la Protesta, el general español Arsenio Martínez Campos, permitió al “Titán de Bronce” marcharse tranquilamente de Santiago de Cuba en un barco español).

Imagen negativa

La valoración positiva de la intransigencia, paradigma heredado de los patriotas pero que también ha servido para cubrir de gloria diversos fracasos políticos y bélicos, es asumida desde hace muchos años por un sector del exilio miamense, despreocupado o ignorante del efecto negativo que la misma ejerce.

Hay en Miami un grupo de individuos empeñados en mostrar, a los cubanos y al resto del mundo, un exilio envenenado en el revanchismo, la estupidez y la intransigencia.

Al frente de organizaciones con nombres pomposos —como Unidad Cubana y Foro Patriótico Cubano— se autoproclaman los líderes de una oposición “total y vertical” al régimen de La Habana. Hasta hace poco, un grupo paramilitar, Comandos F-4, realizaba conferencias de prensa en las que hablaba de sus planes bélicos y terroristas.

Todos estos grupos y organizaciones no solo resultan inofensivos al Gobierno que pretenden combatir, sino que sirven de alimento fácil y diario para las críticas a la comunidad cubana por parte de La Habana. Su ineptitud para influir en algún tipo de cambio en la Isla es superada con creces por el daño que le hacen a la imagen del exilio.

Personas que no admiten una opinión en contra —basta escucharlos en la radio de Miami—, pretenden impulsar la creación de una sociedad democrática en Cuba.

No debería tener que aclararlo, pero siempre se confunde esta crítica, a ciertas características de un sector del exilio cubano, con un ataque a la comunidad cubana de Miami. Es todo lo contrario: criticar y comentar sobre un aspecto que siempre ha resultado dañino para el propio exilio ―desde el punto de vista de imagen y de comprensión de los otros― y tratar de trascender una visión estrecha y un perímetro reducido a unas cuantas calles.

Un fin terapéutico

Más allá del saludable fin terapéutico y de entretenimiento que proporcionan a sus seguidores y oyentes —quienes sin gastar un centavo encuentran un foro en que expresar desde las frustraciones y las viejas rencillas a los justos deseos de regresar a la patria—, estas organizaciones y grupos, que cuentan con el micrófono de al menos dos emisoras de la radio local a cualquier hora del día, poco logran salvo alimentar sueños.

En este sentido cumplen una función social —y hasta humanitaria— de brindar satisfacción y consuelo a una parte del exilio que se aferra al pasado. Pero sus intenciones van más allá de la tertulia, la reunión con una taza de café en el Versailles y la conversación de esquina.

Los principales dirigentes de estas organizaciones aspiran, de una manera o de otra, a influir en el futuro de Cuba.

Este último objetivo no lo han logrado nunca y ahora cuentan con menos esperanzas que antes para alcanzarlo. Sin embargo, su influencia negativa se ha hecho sentir en la política local y en la aprobación de medidas que en nada han contribuido al avance de las condiciones para un cambio en la Isla.

Con una obstinación invulnerable al paso del tiempo, quienes pretenden representar al exilio apelando a fórmulas gastadas y alimentando rencores no se cansan de repetir que cada vez está más cerca la caída del régimen castrista.

Día a día ajustan su discurso para obviar las señales en contra, pasar por alto los llamados a la discreción de sus propios aliados en Washington y olvidar hoy lo que ayer indicaron era una prueba irrebatible de la certeza de sus opiniones.

Nada detiene a estos “líderes del exilio”: ni las declaraciones de la Casa Blanca de que son quienes residen en Cuba los que deben decidir sobre su futuro, tampoco la posición de gran parte de la diplomacia internacional, favorable al régimen o de indiferencia, y mucho menos la pasividad que en la actualidad caracteriza a buena parte de la población de la Isla.

Proclaman que su victoria está a la vista sin detenerse en las noticias ―o fabricando noticias a su conveniencia―, aferrados a un plan inútil y una visión cada vez más alejada de la realidad cubana.

Esclavos de lo que vienen repitiendo año tras año, no tratan de ajustar su estrategia a las condiciones actuales, desprecian cualquier táctica que se aparte de su discurso aburrido y rechazan los puntos de vista ajenos con el fervor de los iluminados.

Sin embargo, tanta supuesta pasión por la “causa cubana” no les impide mantener su estilo de vida acomodada, alejada de los sacrificios a que se ve sometido un exiliado cualquiera ―en los más diversos lugares del mundo―, que a veces incluso piensa más en su país que ellos.

La referencia constante a José Martí no ha significado nunca —para estos señores de la guerra contra Castro— el imitar su ejemplo.

El exilio como un pedestal, desde donde alcanzar los mayores beneficios personales. A eso se limita su lucha.


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