Actualizado: 23/04/2024 20:43
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La batalla de ideas

Si la lucha es a muerte y no hay tregua entre los contrincantes, la única forma de ganar será convenciendo a los que no tienen armas.

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A grandes rasgos, existen dos grupos de opinión en la política cubana. Uno de ellos cree que la mejor forma de acabar con el régimen es la fuerza: la intervención directa de Estados Unidos en Cuba o, en su lugar, un golpe de Estado. Por ello piensan, siguiendo una tradición muy popular en la política norteamericana, que las revoluciones, ya sea en las guerras de independencia, o de la misma revolución del 59, tienen el poder de mejorar las cosas; esto es, acabar de forma súbita con los poderes despóticos. A este bando, casi como compensación, diríamos, se unen los partidarios de fortalecer el embargo a la Isla y todo tipo de restricciones.

El bando contrario, en cambio, nos asegura que cualquier guerra es cruenta y quien sale pagando siempre es el pueblo. Si la primera forma de pensar tiene una larga tradición en la historia (hispano)americana, la segunda, podría decirse, es heredera del pensamiento europeo de finales del siglo XX; ya que después de experimentar dos guerras mundiales, y varias dictaduras comunistas, Europa ha visto diezmada generaciones enteras, entre los que estaban sus mejores hombres. De modo que quienes piensan así, afirman que la Isla no necesita de otra revolución y que otra guerra sería un verdadero desastre para el país.

Al centrar su retórica política en lo que llama "la batalla de ideas", La Habana ha reconocido tácitamente que la primera de estas dos opciones es inviable, que la supervivencia de la revolución no dependerá de otra revolución libertadora, ni de una intervención norteamericana, sino de la capacidad que tenga su adversario político de manipular el discurso, de desmontar y destruir las razones del otro para perpetuar o acabar con su poder.

Se supone que en un mundo globalizado como el nuestro, lleno de conexiones, avances tecnológicos, y un surplus de información proveniente de grandes bases de datos, quien tenga acceso a esos medios y quien sepa utilizarlos mejor, será quien venza. De ahí la importancia de la red de redes en esta "batalla", que es al mismo tiempo un instrumento de liberación, por la inmensa capacidad de información que pone en nuestras manos, y un generador de nuevas ideas, por su capacidad de potenciar antiguas formas de confrontación, que ahora adquieren mayor visibilidad y rapidez gracias a esta tecnología.

Las revistas electrónicas y los llamados blogueros han comprendido muy bien esta tarea, y La Habana ha respondido de la misma forma. Primero, restringiendo el acceso a la red de redes y creando, con la ayuda del gobierno canadiense, un sistema de intrared que le permite censurar los materiales "nocivos" para su ideología; segundo, aumentando el número de revistas electrónicas diseñadas no tanto para los cubanos de la Isla, sino para los que viven fuera (incluyendo los extranjeros); y tercero, manteniendo una brigada de "respuesta rápida" en centros como la Universidad de Ciencias Informáticas (UCI), cuyo único objetivo es rebatir los argumentos que aparecen contra el régimen en los sitios no gubernamentales.

Europa, que prefiere dar su apoyo a una confrontación de tipo mediático y no a una guerra libertadora, también ha hecho su parte: ha dado amparo y dinero, y ha promovido a través de premios a quienes se han enfrentado al gobierno y se encuentran totalmente desprotegidos ante su fuerza.

De modo que si, de hecho, estamos inmersos en una batalla de ideas (que dicho sea de paso, siempre existió, pero que hoy ha terminado siendo la única forma posible de "luchar" contra el enemigo allende los mares), si de lo que se trata es de quién es capaz de articular mejor el discurso, podríamos preguntarnos: ¿de qué se habla en esta guerra, cuáles son sus balas y quiénes son sus víctimas?

Primero, se habla de lo que es esencial para una comunidad, de aquello por lo que la gente vive y está dispuesta a morir o matar. Se habla de los mecanismos que rigen sus vidas, de sus héroes y de su historia. Se habla de lo que el otro no quiere oír o prefiere ignorar, porque piensa que lo debilita, lo "hiere" o le vence.

En la calle, se establece una lucha sórdida entre el "rumor" y la "versión oficial del gobierno", entre el comentarista de televisión y quien propaga "la bola". En la literatura, la lucha se establece entre la visión optimista de la revolución y la visión trágica de los marginados, la violencia doméstica, el racismo y la prostitución. En la historia, entre los "héroes de mármol" y los de carne y hueso. Entre una visión mitificada de la realidad y una realidad que no soporta maquillaje ni certezas ridículas.

De más está decir que cada cual escoge su "trinchera de ideas" en esta guerra, hasta el momento en que cambia de opinión y se va para Miami o regresa a Cuba en una avioneta Cessna. Entonces, toma su posición detrás del otro bando, tal vez del que siempre fue parte, porque "en silencio ha tenido que ser, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas".

Pero lo común, lo natural en esta guerra, es que cada soldado muera en su posición. De modo que si la lucha es a muerte y no hay tregua entre los contrincantes, la única forma de ganar la batalla será convenciendo a los que no tienen armas. Esto es, al pueblo. Y acá, el gobierno de Cuba sí tiene la ventaja sobre su rival, pues controla todos los medios de comunicación de la Isla y ha decretado desde hace 50 años una censura férrea.

Sin embargo, los avances y la naturaleza de los medios de comunicación hoy en día, hacen que la censura sea cada vez más porosa, más fácil de ser subvertida. La televisión satelital, la internet inalámbrica, la corrupción en los puertos y las aduanas, así como el dinero que donan varios gobiernos a esta "lucha", les hacen cada día el trabajo más difícil a La Habana.

Para terminar, debo añadir que si algo hace importante esta confrontación es el hecho de que estamos "hablando". Como decía el filósofo francés Paul Ricoeur en Violence and Language, el acto de hablar es en sí una negación de la violencia, una racionalización de la confrontación que necesariamente salva vidas humanas. Y a pesar de que en muchos casos ese diálogo pudiera parecer una conversación entre sordos, las palabras no caen en el vacío. Es un paso de avance que comencemos a escucharnos.


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