Actualizado: 27/03/2024 22:30
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| Opinión

Burocracia, Cambios, Raúl Castro

La burocracia como chivo expiatorio

No es que en Cuba existan muchos burócratas, como lo dijo Fidel y lo repite Raúl, sino que el país carece de ellos

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A pesar del espaldarazo que representan los 39 acuerdos de cooperación, firmados en La Habana por los presidentes de China y Cuba, el gobierno cubano continúa encarando un problema fundamental en su plan de “actualización” del modelo económico: la enorme burocracia. Pero qué se entiende realmente por “burócrata”. Es realmente esa “burocracia mala” la causante de buena parte de los males económicos de Cuba, o por el contrario: el problema radica precisamente en la ausencia de una verdadera “burocracia buena”, y cuál sería esta. Ante todo, es necesario volver a señalar lo que representa, a los fines del estancamiento productivo que afecta a la nación cubana, esa clase enquistada en el poder, así como las denuncias al respecto —que en muchos casos emanan no solo del alto mando en el poder sino de quienes quieren preservar el llamado “sistema socialista”—, ver las limitaciones de estas críticas y tratar de alcanzar una verdadera formulación del problema, como un avance imprescindible pero no suficiente, en la búsqueda de su solución.

Raúl Castro ha pasado por alto un paso fundamental para la puesta en práctica de sus cambios —calificados por otra parte de lentos, breves e insuficientes— y es el desmantelar, al menos parcialmente, el aparato burocrático que por naturaleza se opone a cualquier medida que limite o elimine sus privilegios.

La burocracia china no opuso resistencia cuando el presidente chino Deng Xiaoping comenzó el proceso de reformas tras la muerte de Mao, y ocurrió una suerte de “purga no violenta” entre los cuadros tradicionales del Estado y del Partido Comunista, como se explica en un artículo publicado en este portal.

“Esto ha sido muy importante. Si se quiere implementar una serie de reformas, hay que garantizar que la burocracia estatal va a sumarse a este proceso y no va a poner obstáculos”, sostiene Ariel Armony, director del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Miami.

Raúl Castro, por su parte, tras asumir el mando en 2006, incorporó a sus viejos compañeros de lucha al alto gobierno, en lugar de renovar los cuadros.

En Cuba desde hace varios años subsisten dos modelos económicos: uno fundamentado en la propiedad privada y otro tradicional, que se sustenta en los medios de producción estatales.

Con un éxito relativo, el régimen de La Habana ha logrado mantener separadas estas dos esferas hasta cierto punto, con una estrategia primero dirigida tanto a reducir el sector de producción privada nacional, autorizada durante el llamado “Período Especial”, y permitir su crecimiento posteriormente, pero limitado a ciertos sectores fundamentales para la satisfacción de un número de necesidades apremiantes a la población, pero imposibilitadas de su natural crecimiento, que las convertiría en empresas de peso dentro del desarrollo económico, y por lo tanto les brindaría la posibilidad de adquirir poder social y político. Al mismo tiempo, se ha desarrollado un plan destinado a concentrar la inversión extranjera y las empresas conjuntas con capital privado (extranjero) a un número reducido de grandes corporaciones en sectores que, siendo fundamentales a la hora de obtener ingresos, pueden ser mantenidos hasta cierto punto “aislados” de la población en general. Si bien es cierto que la nueva ley de inversiones extranjeras amplía sustancialmente el campo de desarrollo empresarial, todavía está por verse su puesta en práctica y sus resultados.

Las principales víctimas de esta estrategia han sido tanto el cuentapropista como el pequeño empresario extranjero. La estrecha colaboración con el gobierno venezolano ha sido un factor clave en lograr este objetivo. La posibilidad de la desaparición de la cuantiosa ayuda proveniente de Caracas es una de las razones fundamentales para la expansión de las posibilidad de inversión extranjera.

La solución adoptada, sin embargo, encierra una debilidad que sin hacerse pública subyace en todo el replanteamiento de la situación del país que en la actualidad se lleva a cabo. El reconocimiento de que Cuba no ha salido del Período Especial, como ha hecho el propio gobernante Raúl Castro, es un llamado a volver a enfrentar el problema.

Hablar de la situación actual en la Isla implica el reconocimiento de que se han producido cambios en la Isla. No todos esos cambios han sido dirigidos por el gobierno, sino algunos han sido más o menos espontáneos y otros tolerados hasta el momento. No por ello son menos importantes.

Uno de los principales es precisamente que se ha detenido el proceso de “vuelta atrás” en que estaba empecinado el gobernante Fidel Castro durante los últimos meses antes de verse obligado a delegar el poder por razones de salud.

Otro es el de permitir, dentro de determinados moldes, la formulación de críticas y las opiniones en favor, precisamente, de “reformas”.

El tercero, y no menos importante, es el intento aún limitado de limitar la esfera burocrática nacional. Sin embargo, es precisamente aquí donde radica un talón de Aquiles fundamental, incluso dentro de la estrategia del propio gobierno.

En esta disminución del aparato burocrático —incluso anticipada en cierta forma por el propio Fidel Castro— radica una contradicción fundamental a la que se enfrenta Cuba y por la que pasaron la desaparecida Unión Soviética y los países de Europa del Este antes de que desapareciera el socialismo en ellos: al igual que el sector privado crece de forma “espontánea” y más allá de lo previsto cuando se posibilita la menor reforma, la burocracia —que es también resultado espontáneo y natural de la economía socialista— aumenta a pesar de los sinceros esfuerzos por reducirla.

En la práctica son dos modelos de supervivencia en competencia.

Las economías socialistas clásicas, anteriores a cualquier proceso reformista, combinan la propiedad estatal con la coordinación burocrática, mientras las economías capitalistas clásicas combinan la propiedad privada con coordinación de mercado.

Uno de los aspectos negativos de la mezcla de ambos sistemas en una misma nación es el aumento del desperdicio de recursos. Mientras que un sector privado vive constantemente amenazado en un sistema socialista, al mismo tiempo se beneficia de un aumento relativo de ingresos al poder fácilmente satisfacer necesidades que sector estatal no cubre, pero estos artesanos o propietarios de restaurantes no tienen un mayor interés en cultivar a sus clientes y tampoco en acumular riqueza y darles un uso productivo, debido a que la existencia prolongada de su empresa es bastante incierta, sino que en la mayoría emplean sus ingresos en un mejoramiento de su nivel de vida mediante un consumo exagerado. Esta actitud y conducta no difiere de la del burócrata que sabe que sus privilegios y acceso a bienes y servicios escasos dependen de su cargo.

Si bien la propiedad estatal y privada pueden coexistir dentro de la misma sociedad, en los ambientes político, social e ideológico de los países de socialismo reformista ésta es una simbiosis incómoda plagada de aspectos imprácticos.

A este problema se enfrenta el gobernante Castro, al tratar de busca una mayor eficiencia en la economía nacional.

La burocracia y sus críticos

Tanto el limitado sector privado como el amplio sector de economía estatal están en manos de personas que conspiran contra la eficiencia por razones de supervivencia. La fragilidad de un socialismo de mercado es que su sector privado, si bien en parte está regulado por el mercado, en igual o mayor medida obedece a un control burocrático.

Por su parte, este control burocrático lleva a cabo muchas de sus decisiones a partir de factores extraeconómicos: políticos e ideológicos principalmente, en el caso de Cuba.

Una solución parcial a este dilema sería aumentar el papel del mercado y concederle mayor espacio a las actividades legales, de forma legal y dejando la vía abierta a la competencia y la iniciativa individual. Solo que entonces, el éxito en el mercado tendría un valor superior a la burocracia.

Analistas afines al gobierno cubano han alertado sobre este problema:

“En el contexto de difíciles condiciones económicas, de escaseces y de necesarias transformaciones en el modelo económico para eliminar distorsiones como el igualitarismo o las llamadas plantillas infladas, de no ser consistente y radical el enfrentamiento al burocratismo, existe el riesgo de que se produzca una cierta impunidad burocrática, que sume descontentos en la población. Asimismo, puede propiciar estrangulamiento de la iniciativa popular y alimentar la apatía ante lo que pudiera considerarse como irremediable, con tendencia a lo que el argot popular ha llamado ‘no coger lucha pues nada se va a resolver’”, ha escrito Olga Fernández Díaz, en Rebelión.

“En la Cuba de hoy estamos ante un dilema, porque cuando esa enfermedad [la burocracia], pasa al cuerpo del estado socialista, sus efectos pueden ser fatales, los síntomas se extienden con rapidez y lo frenan todo, inmovilizan, detienen, ralentizan. La burocracia es enemiga de cualquier cambio porque este significa una mengua de sus pequeñas, medianas o grandes cuotas de poder”, señala Raúl Antonio Capote en CubaSi.cu.

También críticos moderados del castrismo han señalado el efecto perjudicial de la burocracia, y se han servido de esa critica como justificación del sistema:

“Si Cuba no tiene hoy una mejor conexión a Internet no es por ‘el bloqueo de los americanos’ ni porque ‘los comunistas limitan la libertad de información’, sino por un enemigo mucho más poderoso: los burócratas corruptos”, escribe Fernando Ravsberg en Havana Times.

En un artículo de Pedro Campos Santos, que hace referencia a las reuniones para informar del nuevo impuesto sobre los ingresos no declarados en divisas, la resolución 277/2007, el analista señala que “es un asunto de fondo en la sociedad cubana actual, de supervivencia de la Revolución: acabamos con el burocratismo y la corrupción o estos fenómenos acabaran con nosotros. Se trata de la concepción del socialismo visto como capitalismo de estado, que sólo debe ser parte inicial del proceso, para el cual los trabajadores son asalariados, generadores de ingresos, productores de ganancias, igual que en el capitalismo, solo que ahora no para un capitalista individual, sino para el estado ‘bienintencionado y buen repartidor’, que le permita a su aparato burocrático concentrar fondos para su acumulación centralizada en función de ‘sus planes’, no discutidos, compartidos ni aprobados por los trabajadores y el pueblo”.

La característica común de trabajos tan diversos, con autores tan variados, es que al tiempo que se señala el problema, la solución que se prefiere es un supuesto “control obrero”, idealizado pero imposible de alcanzar, o la extirpación de un mal que se considera generado por el sistema pero ajeno a la esencia del mismo.

La realidad transita por otros caminos: si bien el fenómeno de la burocracia no es único del socialismo, al igual existe en el capitalismo, esa “burocracia” negativa, que el propio régimen cubano ha criticado en múltiples ocasiones —de la cual se considera a Ernesto “Che” Guevara como uno de sus críticos más acérrimos y al que en un momento determinado se le dedicó incluso una película— es consecuencia de un centralismo excesivo, la acumulación de un poder económico desorbitado por parte del Estado y la valoración no solo de la fidelidad política sino del entreguismo y la complacencia por encima de las capacidades administrativas.

El burócrata es culpable de gran parte de los males que afectan a la economía cubana, según Raúl Castro. La burocracia limita que la “actualización” del supuesto modelo socialista cubano avance con mayor prontitud. Eso es lo que se desprende de los discursos del gobernante, pero sobre todo de la prensa oficial de la Isla. Sin embargo, cabe preguntarse cuánto beneficia al país, e incluso al propio régimen —más allá de tener a mano un socorrido chivo expiatorio— esta apelación constante a un culpable que, en última instancia, ni siquiera existe como tal.

Burócratas buenos y malos

La famosa lucha contra el burocratismo es un cuento de décadas en Cuba. Fue un recurso muy conveniente en manos de Fidel Castro, que siempre estableció una dualidad deforme a la hora de abordar el asunto: mientras que para alcanzar cualquier cargo público —incluso el de cuidador del farol de la esquina— se exigían una serie de requisitos políticos, a la hora de juzgar al funcionario este aparecía como un extraño sujeto ajeno al aparato político.

La figura de servidor público, lo que es en realidad un burócrata, no existía en la Isla —y parece que aún no han llegado a la comprensión de este concepto— y todo se limitaba a mencionar al “compañero” cuando estaba en buenas y al “burócrata” cuando le tocaba la mala.

Este tratamiento resultaba esencial en Fidel Castro, por su afán de gobernar desde el caos, pero ahora que Raúl lleva unos cuantos años al mando, poco se ha hecho para revertir el problema, aunque en principio el ideal del actual mandatario es establecer un sistema eficiente de control y mando.

Uno de los errores del régimen cubano es no admitir de forma amplia y pública la renuncia al ideal político a la hora de administrar el país, y devolver al concepto de burocracia la acepción que le daba Max Weber, al considerar que en los estados modernos existen dos tipos de funcionarios: los administrativos y los políticos.

El funcionario burocrático debe desempeñar sus tareas de manera imparcial, mientras que el dirigente político debe tomar partido y mostrarse apasionado.

Una “rutinización” de la política convierte a las resoluciones de gobierno, en lo que se refiere a la mayor parte de los asuntos de administración nacional, en decisiones de rutina administrativa, que se llevan a cabo de acuerdo a patrones establecidos, los cuales cumple un funcionario de forma burocrática, y que son fundamentalmente ajenos a las demandas de la acción política.

De esta forma, un político se reduce a un administrador que gobierna con honradez un país, una provincia o una ciudad, y que se limita a cumplir con eficiencia un horario normal de trabajo y luego se retira a la tranquilidad del hogar como un ciudadano cualquiera.

En la vida diaria, el protagonismo político pierde grandeza, se transforma en actividad cotidiana.

Nada más lejos de ese ideal que la actual situación cubana y la forma en que Raúl Castro dirige su gabinete. El caudillismo mesiánico de Fidel Castro ha sido sustituido por el compadraje.

Si Hannah Arendt se refería a la banalización del mal, en el sentido de que quienes enviaron a morir a millones de judíos no fueron entes diabólicos de existencia única sino simples funcionarios, también podemos hablar de una banalidad del poder, que se da a menudo en quien tiene un cargo y lo desempeña de forma autoritaria e inescrupulosa, sometiendo a quienes le rodean a un pequeño reino del terror.

El caudillismo constituyó uno de los fundamentos ideológicos del régimen de Fidel Castro y de la actitud “militante y combativa” exigida a sus ciudadanos. Con Raúl este caudillismo se ha transformado parcialmente en la mentalidad de patrono inmisericorde, que rige la conducta de los tantos que desempeñan puestos administrativos en instancias gubernamentales y empresas. Pero en todos los casos, del control de un país a la gerencia de una empresa, el poder aún se ejerce de forma caprichosa y personal. El barniz autoritario, que busca sustituir el totalitarismo y permite ciertos espacios de mayor libertad económica, no puede desprenderse de la irracionalidad que impide gobernar de forma imparcial.

No es que en Cuba existan muchos burócratas —como lo dijo Fidel y lo repite Raúl—, sino que el país carece de ellos. No se trata de una cuestión retórica ni de un aspecto sociológico. Es una prueba más de la ignorancia de quienes gobiernan la Isla.


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