Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Egipto, Libia, EEUU

La política global y la ola democratizadora

La teoría del choque de las civilizaciones ha sido arrasada por una población islámica que, contra todas las apuestas de los expertos, pide democracia y libertad

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Los valores democráticos occidentales están triunfando de la manera menos prevista: por medio de la espontánea voluntad popular. ¡Y nada menos que en el mundo musulmán, donde politólogos, académicos y especialistas de inteligencia nos daban por verdad inamovible que estas eran sociedades oscurantistas, limitadas por una fe religiosa totalmente lanzada a la intolerancia y la conquista de Occidente por vía violenta, en una especie de yihad eterna!

Toda esa visión de choque de las civilizaciones ha sido literalmente arrasada por una población islámica que, contra todas las apuestas de los expertos, piden democracia y libertades. Para nada demandan un régimen teocrático, una panda de ayatolas o una Ley de Sharia. No es la cerrazón social lo que reclaman, hartos de tanta que han tragado a pulso. Quieren la modernidad que propugna la cultura occidental.

En este contexto, Estados Unidos, y en específico la Administración Obama, como nación líder de todo lo que esos pueblos en revolución espontánea exigen con su determinada presencia en las calles, deben emprender una política exterior decididamente guiada por la ética. Aún está presente el peligro de que los asesores e ingenieros políticos que tanto abundan desde que surgiera la Guerra Fría, emponzoñen las decisiones radicales que puedan tomarse ante una situación que se ha revelado como un auténtico viraje de la Humanidad hacia el progreso.

Aquí no han sido políticas gubernamentales, ni trabajos secretos de agencias de espionaje o el peso abrumador de un poder militar de gran potencia los que han decidido la transformación de una zona atrasada, reprimida por perennes gobiernos autoritarios y totalitarios, en un área donde se ha asomado la esperanza real de una vida mejor. Son los pueblos los que de manera relampagueante y decidida, poniendo los muertos y heridos, firmes ante amenazas, detenciones y represalias, están logrando ese verdadero portento de imponer la libertad y la soberanía popular convocados mediante un uso vibrante de las modernas tecnologías de comunicación.

El actual Gobierno de Estados Unidos debe tener muy presente ahora mismo que resultaría contraproducente reaccionar con vacilaciones ante esta nueva era liberadora. Lamentables ejemplos en el pasado demuestran las consecuencias nefastas de las perezas o cálculos cínicos ante episodios históricos que podían haberle dado un temprano vuelco al sufrimiento y represión de tantos millones de personas, como fueron el abandono del pueblo húngaro en 1956 y de Checoslovaquia en 1968, que les dio alas a los tanques soviéticos que aplastaron cruelmente la voluntad popular en ambas naciones.

También la comunidad internacional carga con el recuerdo de la masacre cometida por las autoridades de Beijing cuando sofocaron las protestas en la Plaza de Tiananmen en 1989, donde los tanques y tropas del ejército chino dispararon a mansalva contra una multitud de estudiantes y obreros desarmados que reclamaban mejoras de vida. Más recientemente, en 1994, ante los ojos del mundo ocurrió el genocidio en Ruanda, donde facciones de la etnia hutus asesinaron alrededor de medio millón de ruandeses tutsis y hutus moderados, mientras las fuerzas militares de la ONU se mantenían inmutables. Algo parecido sucedió en la antigua Yugoslavia a manos del ex presidente serbio Slobodan Milosevic, quien fuera apodado como el Carnicero de los Balcanes, por la limpieza étnica que protagonizó hasta que fue frenado por la tardía intervención militar de la OTAN.

Incluso durante 2009, cuando el pueblo y las instituciones hondureñas decidieron firmemente defender su democracia de una insolente invasión institucional del derrocado gobernante Manuel Zelaya, incentivado por el engendro subversivo de la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de América (ALBA), la Administración de los Estados Unidos se dejó imponer la visión de esa pandilla y de entrada se sumó al aislamiento del pequeño país centroamericano que solo defendía los mismos valores que hacen envidiable a la nación norteamericana. Por suerte, la sociedad hondureña soportó con firmeza la embestida internacional y logró por sí sola salvaguardar el Estado de Derecho.

Luego del reciente terremoto en Haití, otra vez las naciones integrantes del ALBA forcejearon para imponer allí el mismo patrón autoritario y destructor de los mecanismos democráticos que preconizan en sus países. La acción decidida de los EEUU mediante el despliegue de sus marines impidió que esos gobernantes liderados por el venezolano Hugo Chávez pudieran aprovecharse de la desgracia que asoló al empobrecido país caribeño, lo que fue un sano giro hacia la defensa de los valores institucionales que son los fundamentos de la cultura occidental.

Similar de cuestionable fue la pobre reacción internacional ante la represión del régimen teocrático de Irán que sofocó mediante el uso indiscriminado de la fuerza las masivas protestas ocurridas en junio de 2009, provocadas por el fraude en las elecciones presidenciales. Miles de iraníes se lanzaron a las calles para reclamar de modo pacífico la anulación del resultado oficial que dio como ganador a Mahmoud Ahmadinejad, mientras reconocían vencedor al candidato de la oposición Mir-Hossein Mousavi. La policía y grupos de paramilitares reprimieron sin contemplaciones y se calcula en varias decenas los muertos, además de miles los detenidos y agredidos físicamente en esas acciones.

El caso más notorio por estos días es la situación en Libia, donde los disturbios generados en contra del régimen propiciaron que el coronel Muamar el Gadafi intentara aplastarlos ordenando el bombardeo indiscriminado de la población civil y contratando tropas de mercenarios que, junto a efectivos de sus fuerzas militares, han masacrado a miles de manifestantes. Los EEUU y algunos países europeos condenan el abominable genocidio y optan por la imposición de fuertes sanciones económicas, políticas y militares, en lo que países como Rusia y China apelan a la increíble sugerencia de una solución negociada sin la intervención de la comunidad internacional y llaman a la no injerencia. La dictadura de los Castro llega al punto de rechazar la expulsión del régimen libio del Consejo de Derechos Humanos de la ONU.

Ante los hechos que ocurren en las naciones árabes y su más que probable impacto en otras regiones geográficas, entre las que se encuentra Cuba y su impresentable régimen totalitario, los Estados Unidos deben desestimar toda toxina remanente de la perjudicial real politik que pueda quedar en sus cadenas ejecutivas y apostar por la voluntad libremente expresada por los pueblos, en todos los ámbitos donde surjan las mismas auténticas reclamaciones.

En este sentido, el discurso pronunciado hace unos días por la secretaria de Estado, Hillary Clinton, es un hito muy alentador. Si el triunfo de la voluntad popular en Túnez y Egipto ha sido tan electrizante y estimulador en otros pueblos oprimidos como para hacerles tomar sus destinos en sus manos defendiendo los valores democráticos, como sucede hoy en Libia y otros países de la región islámica, el apoyo a esos pueblos debe concentrarse en darle los instrumentos tecnológicos que permitan que esa voluntad se vuelva más presente en cada minuto, y que reciban el decisivo apoyo de la comunidad internacional. Además, se debe conjugar la adopción de condenas y la aplicación de acciones que impidan la masacre de civiles indefensos.

A la luz de la guerra de Irak y Afganistán, y los significativos gastos en vidas y recursos que ha contraído la nación norteamericana por defender y consolidar el régimen democrático en esos países, la apuesta por fortalecer la sociedad civil mediante el inestimable apoyo tecnológico resultaría muy efectivo, menos costoso y más expresivo de la indiscutible voluntad popular para forjar nuevas realidades en las naciones no democráticas y deseosas de libertad.

Si hay algo que están demostrando los acontecimientos del Próximo y Medio Oriente es que los pueblos lo que más necesitan es de herramientas potenciadoras de la globalización para aspirar a modelos de democracia y plena soberanía. En manos del Occidente desarrollado está el satisfacer esos requerimientos.


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