Actualizado: 28/03/2024 19:45
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EEUU, Política, Trump

Lo correcto y lo político

Asistimos al choque de dos representaciones de la realidad, ambas limitadas en extremo

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A la corrección política de una izquierda mojigata la ha sustituido otra, de una derecha patriotera y reaccionaria. Los partidarios de Donald Trump alientan sus banderas de ira y desprecio como un clamor de irreverencia nueva, cuando en realidad no pasan de repetidores de viejos mitos y lemas.

Asistimos al choque de dos representaciones de la realidad, ambas limitadas en extremo. Para superar tal confrontación —que cada día se acerca más a un estancamiento—, es necesario ante todo un reconocimiento elemental: “el mapa no es el territorio”.

Construimos nuestro mapa, y en ocasiones nos vemos llevados a compulsar esa representación con lo social y políticamente aceptado. Somos obligados a suprimir ciertos sentimientos y creencias, porque en determinado momento no es bueno expresarlos. Sucedió durante la era de Obama y está ocurriendo igual durante los tiempos de Trump.

Que temporalmente desaparezcan las barreras vigentes con anterioridad no deja de ser un acto liberador —y ello explica tanto el gozo como el ímpetu de los partidarios de Trump—, pero no por ello la realidad deja de existir.

Lo que ocurre, tras un momento inicial de cambio y derrumbe, es la erupción de nuevos muros. Todo termina en una simple sustitución. Lo nocivo es cuando esa sustitución trata de imponerse a todos y establecerse como un absoluto. Aquí vienen al caso los ejemplos totalitarios del fascismo y el comunismo.

Llama la atención que, en el caso de los partidarios de Trump, la carencia de mejores instrumentos de análisis los lleve a la adopción de patrones propios del paradigma que critican con tanta saña.

Lo más paradójico, de Trump y sus seguidores, es exigir neutralidad y equilibrio, así como acusar de manipulación y parcialidad, cuando la actual administración carece de los primeros atributos y abusa —si es posible ir más lejos— de los segundos. A la herencia del castrismo asimilada en los huesos de dichos partidarios o fanáticos —en el caso de haber nacido en Cuba— hay que agregar una buena dosis de hipocresía y chantaje aprendida rápidamente en tierras de adopción.

Precisamente lo que viene incubándose desde hace aproximadamente un par de décadas —y el surgimiento de un fenómeno político como la presidencia de Trump es el resultado de tal situación— es un clima social y político donde ser neutral o imparcial —incluso actuar racionalmente— ha sido cada vez más relegado.

El concepto de que el mapa no es el territorio —acuñado por el lingüista Alfred Korzybski— nos explica que al igual que una palabra no es el objeto que representa, el conocimiento que tenemos del mundo está limitado por nuestras representaciones mentales.

Trump ha apelado con éxito a rencores, estereotipos y creencias, en ciertos sectores de la población estadounidense, para imponer su agenda. Y hasta ahora la mayoría de las respuestas en su contra —tanto por parte de los demócratas como de sectores de la prensa— no avanzan más allá de acudir a mecanismos similares, pero con una representación de contrarios. En ambos casos, todo se reduce a una resistencia al cambio. Por supuesto que hablar sobre ello no lleva a su superación, y este texto no está libre de las culpas que señala o critica.

La única carta de triunfo para enfrentar con acierto dicha situación sería el surgimiento de una visión más amplia de la realidad estadounidense, que supere la dicotomía de ambas “correcciones políticas”. Pero ello está lejos aún de poder lograrse.


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