Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Mariela Castro, LGTB, Homosexuales

Mariela, Miami y el Castro de San Francisco

La política de closet abierto ha mantenido cerrada la puerta al debate sobre otros actos represivos, al tiempo que convirtió la condena de la represión pasada en una excusa para no hablar de la represión presente

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Si usted viaja a San Francisco y menciona el apellido Castro a uno de los residentes del área, lo más probable es que su interlocutor, si no es cubano, no asocie el nombre con Fidel Castro, ni Raúl Castro y mucho menos con Mariela Castro.

El distrito Castro, al que por lo general se le conoce simplemente como The Castro, es un vecindario en el valle Eureka, en San Francisco, California, donde vive la mayor concentración de gays en Estados Unidos. Se le reconoce además como uno de los símbolos del movimiento LGTB, que agrupa a lesbianas, gays, bisexuales y así como lugar de celebración de eventos y punto ideal para entrevistas y el lanzamiento de noticias y planes de activismo homosexual.

Aquí el nombre Castro no tiene nada que ver con Cuba ni con su gobierno actual, sino con José Castro (1808-1860), una de las tantas figuras singulares de la historia de cualquier país, en este caso dos naciones y si hubiera sido por Castro quizá hasta tres.

Castro nació en Monterrey y en su juventud su ideal era lograr un status de semi independencia para Alta California. Después de varios arrestos y triunfos políticos y militares contra el gobierno mexicano de Alta California, y de derrocar a más de un gobernador, terminó dirigiendo a los californianos en su lucha contra las tropas estadounidenses. Tuvo que marchar a México, residió en Sinaloa y luego volvió a California. Terminó regresando a México y fue nombrado gobernador y comandante militar de Baja California. Nunca renunció a su ciudadanía mexicana ni a sus grados militares. Siendo gobernador de Baja California, fue asesinado por un bandido en 1860.

El vecindario que ahora lleva su nombre surgió en 1887, cuando el ferrocarril unió al valle de Eureka con el centro de San Francisco. La zona siempre mantuvo un cierto aire “marginal”, extranjero más bien. Primero se le conoció como “La Pequeña Escandinavia”, por la presencia de inmigrantes suizos, noruegos, daneses y finlandeses y luego, hasta mediados de la década de 1960, fue un barrio de obreros irlandeses.

Fue durante la Segunda Guerra Mundial que las fuerzas armadas norteamericanas situaron a miles de homosexuales en San Francisco, tras darle la baja de servicio debido a sus preferencias sexuales. Muchos se asentaron en Castro, y así comenzó la llegada de los gays al distrito y sus vecindarios.

En la actualidad, la zona no es solo el lugar de asentamiento de una comunidad, sino un centro de actividades y lugar de conmemoración. Todo un conjunto de eventos se celebran en este barrio, donde incluso existe un parque en que se recuerda a los homosexuales víctimas de la represión nazi.

Es por ello que el viaje de Mariela Castro a San Francisco adquiere una importancia especial, que trasciende al congreso de LASA. Ya se ha anunciado que se reunirá con grupos LGTB de esta ciudad y el aspecto “académico” de la visita quedará opacado por la labor de propaganda.

Una labor de mérito

No hay que negar la importancia del trabajo de la hija del gobernante cubano en favor de los derechos de los homosexuales. Sólo que esta labor no puede verse aislada, y en este sentido hay también dudas ―decir sospechas quizá sea demasiado partidista― sobre su desempeño.

El primero tiene que ver con esa duplicidad de la que Mariela Castro no puede desprenderse, y que le llega como herencia familiar. No se trata de echarle a los hijos la culpa de los padres, pero en la persecución a los homosexuales en Cuba hay tanta culpa del Gobierno cubano, el mismo que se mantiene en el poder, que no puede limpiarse con un rostro agradable y una labor meritoria pero limitada.

El cambio de actitud del régimen de La Habana hacia los homosexuales, que precede en gran medida a la labor de Mariela Castro, fue un paso de avance, pero no una rectificación de errores. Más bien una tergiversación de errores. Con echar para atrás una política establecida por el centro de poder, mediante el otorgamiento de cargos, viajes y premios literarios a un grupo de homosexuales perseguidos fundamentalmente durante el mal llamado “quinquenio gris”, se quiso equiparar a la represión y la censura con un problema temporal de rechazo debido a una tendencia sexual. Colocar en primer plano lo ocurrido a los intelectuales gays durante la década de 1970 y pasar a un segundo plano otros hechos y oleadas represivas, que tuvieron lugar desde el triunfo de Fidel Castro y alcanzaron una crueldad superior a cualquier “parametrización”, rechazo a la publicación de una obra o despido laboral. No se trata, ni mucho menos, de comparar injusticia. Lo importante es señalar que la represión homosexual y su historia es un capítulo aún abierto en Cuba. Añadir que la política de closet abierto mantuvo cerrada la puerta al debate sobre otros actos represivos, y convirtió la condena de la represión pasada en una excusa para no hablar de la represión presente.

A esto se une que siempre es sospechosa ―aquí sí cabe esta palabra, porque se refiere a la tarea emprendida por un régimen― la actitud de un victimario, cuando se convierte en un proveedor de refugio para las víctimas. A veces las comparaciones históricas resultan odiosas y desproporcionadas, pero no deja de saltar a la mente que el papel de Mariela es similar al de una supuesta hija de Hitler repartiendo cemento y ladrillo, y un poco de pintura, para reparar sinagogas.

Por último, y para no hacer la lista muy larga, uno de los problemas fundamentales con Mariela Castro es que trata de ser y no ser, a la vez, la hija de papá. Y la cuestión es que de papá, y del tío, desde hace años está harto el pueblo cubano. Esa mentalidad de gobernar el país como una hacienda ―compararlo con una dinastía es un insulto a la Historia― desde hace rato debió haber cedido el paso. La directora del CENESEX debería comprender que ella no puede pretender ser la solución de un problema cuando todavía forma parte del mismo. Y es en el punto de independencia donde radica su posición más cómoda, pero también más vulnerable.

No es exigirle a Mariela Castro que sea una hija rebelde. Es más bien, creer que debe ser algo independiente. En ni siquiera intentar esto anula todo valor que pudiera otorgársele, más allá de una labor limitada y una exhibición por momentos exagerada.

Mariela y Miami

El problema del exilio es que no trata de enfrentar la avalancha propagandística del régimen de La Habana, de la que forma parte el viaje de Mariela Castro, con una respuesta que vaya más allá de un acto de censura: patalear por un otorgamiento de visa. A diferencia de lo que está ocurriendo en Cuba, donde por ejemplo el Observatorio Cubano de los Derechos LGBT (OBCUD LGBT), organización independiente, denunció la represión a la que han sometido a varios de sus miembros en el marco de la V Jornada contra la Homofobia, organizado por el CENESEX, en Miami se adopta la política del avestruz: si no se puede impedir que la hija de Raúl Castro venga, reducir todo el problema a la lipidia y el pataleo.

Desde que se anunció la visita de Mariela Castro a Estados Unidos, se han multiplicado las críticas a Hillary Clinton, la Secretaria de Estado, por haberle otorgado el permiso de entrada.

Estas denuncias se fundamentan en parte en el reglamento presidencial, establecido en 1985, que prohíbe que el Departamento de Estado conceda visados a “oficiales o empleados del Gobierno de Cuba o el Partido Comunista de Cuba”, independientemente del tipo de pasaporte que presenten.

Por la radio de Miami se ha repetido una y otra vez que se trata de una nueva muestra de debilidad del gobierno demócrata de Barack Obama, hacia el régimen de La Habana, al permitir que una miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba viaje a Estados Unidos.

Que en esta ciudad se mienta con impunidad no es noticia. Aquí se lanzan comentarios falsos o sin sentido, y si provienen de determinados círculos de poder en Washington, o de grupos de presión en el exilio con el dinero suficiente, posiblemente se repitan en todos los medios de prensa de la ciudad.

Luego vienen los ignorantes, que expanden estos comentarios y magnifican los detalles hasta convertir a la noticia en mentira. Esto contribuye a que cualquier denuncia ―muchas de ellas válidas en su origen― se conviertan en alboroto local, y se apaguen al poco tiempo.

Hay que señalar varios puntos, a los que en esta ciudad se le resta importancia o se omiten, pero que más allá de las fronteras del Versailles se toman en cuenta.

Mariela Castro viene a un evento académico que lleva años realizándose, incluso en Miami, y donde siempre han sido invitados académicos e investigadores de la Isla. La participación más o menos numerosa de estos siempre ha dependido del grado de flexibilidad que esté aplicando el gobierno estadounidense de turno. Hay un hecho significativo en la reunión de LASA de este año. Mientras en ocasiones anteriores han participado en el evento académicos, investigadores y escritores representantes de la diáspora, en su sentido más amplio, ahora este grupo ha quedado reducido a unos pocos. Es decir, el grupo de investigadores procedentes de la Isla, junto a otro que viene de la academia norteamericana ¾y está formado fundamentalmente por estudiosos de origen cubano, pero nacidos en este país o traídos aquí a edad muy temprana¾ domina la reunión. Esto obedece en buena medida a mayores facilidades en el otorgamiento de visas bajo la administración demócrata, pero no deja de ser un dato preocupante que esa cuña que formaban los investigadores exiliados se reduzca.

Mariela Castro es directora del Centro Nacional de Educación Sexual de Cuba (CENESEX) y de la revista Sexología y Sociedad. Tiene una licenciatura del Instituto Pedagógico Enrique José Varona, en La Habana. Ha publicado 13 artículos académicos y nueve libros. Uno puede cuestionarse la labor del CENESEX, la calidad de los trabajos académicos o la autoría de los libros. Lo que no puede obviar es que con tales credenciales no hay que extrañar su participación en un congreso académico, más en el caso de que este evento se desarrolla en San Francisco.

Pese a lo que se repite en Miami, el nombre de Mariela Castro no aparece en la lista de miembros del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y no está oficialmente vinculada a la actividad política del país.

Tampoco es la primera vez que viaja a Estados Unidos, ya lo hizo en 2002, para recoger un premio por su labor. En aquel entonces la nación era presidida por George W. Bush y Condoleezza Rice desempeñaba las funciones de Secretaria de Estado, ambas figuras muy queridas por el exilio ultra reaccionario de Miami.

Lo demás, es cuento para bobos en año de elecciones.

Los Cinco, siempre Los Cinco

Por supuesto que Mariela Castro no es una figura neutral políticamente y lleva a cabo una intensa labor de propaganda, presentándose como la tendencia benevolente del castrismo y no solo la cara más bonita sino el rostro más apacible y alegre de una larga dictadura. Pero oponerse a su visita a Estados Unidos es, precisamente, hacerle el juego al intento de vender a la actual sociedad cubana como un sistema en proceso de “actualización”, mientras que se presenta al exilio de Miami como la versión retrógrada: el pasado de guerra fría y el fanatismo.

Hubiera sido mejor dejar la visita de Mariela Castro en el nivel de anécdota, o como muestra de la dependencia de Cuba a Estados Unidos, una señal más de tener que acudir a este país para buscar legitimidad, académica o de todo tipo. Una necesidad obsesiva de trasladar a Estados Unidos, y a Miami en particular, la “batalla de ideas”.

Que con sus mejores renuevos La Habana esté buscando ganar terreno, no solo en el campo de la propaganda sino en el ideológico, no deja de causar preocupación. Nadie vea en ello una confrontación entre el comunismo y el capitalismo, ni un signo de la lucha de clases. ¡Por favor! El socialismo en Cuba no existe y el capitalismo llega a pedazos. La ideología no es un factor de superestructura sino de base, y se reduce a vender un producto: que el actual Gobierno cubano es mejor capacitado para llevar a cabo los “cambios” necesarios, aunque se tenga buen cuidado de hablar de “actualización”. Mariela viene a vendernos actualización, de la buena y para todos los gustos. Y tiene todas la condiciones necesarias para tener éxito en un sector de la población estadounidense.

El mensaje que trae es fácil de imaginar: estamos haciendo lo posible para que los homosexuales sean felices en Cuba y para poner al día algunas cosas, aunque eso lleva su tiempo. Pero por favor, devuélvanos a los Cinco. Ya que siempre repite un discurso dictado, no es de esperar audacia alguna. Como decir que los cinco espías también luchaban contra la homofobia en Miami.


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