Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Internacionalismo, Médicos Cubanos, Salud Pública

Médicos cubanos entre el bien y el mal

La existencia de una causa justa no le resta un ápice a un objetivo primordial de la campaña: el interés del gobierno de los hermanos Castro por mantenerse en el poder

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Fue en julio y en 1998 cuando un taxista mexicano nos preguntó a Sara y a mi: “¿cubanos de Cuba o de Miami?”, como si existiera un país dividido. al igual que Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. o dos naciones que se habían apropiado de un mismo nombre.

Luego de saber la procedencia, el hombre se empeñó en ganarse nuestros dólares, y al tiempo que se mostraba solícito en llevarnos a los Jardines de Xochimilco, las pirámides y los mercados de artesanía del Distrito Federal, alababa los logros de la medicina en la Isla.

“Esta enfermedad, la curan en Cuba gratis”, nos dijo mientras nos mostraba un brazo y se viraba para que pudiéramos ver mejor las manchas de su cuello y cara. A partir de ese momento, supimos que nuestra conversación marcharía cuesta arriba, con dificultad creciente, si hablábamos de política.

Alguien que padece de vitiligo no es fácil de convencer. Sobre todo si en algún momento le han hecho una promesa de tratamiento gratuito —así nos hizo saber—, en caso de lograr las conexiones necesarias para emprender el viaje a la Isla.

De nada sirvió explicarle que la medicina para extranjeros en La Habana había que pagarla con esos mismos dólares —muchos más— que se empeñaba en ganar aquella mañana, que salvo por razones políticas —no existentes entonces y tampoco hasta el momento— los mexicanos de a pie quedaban fuera de la caridad castrista hacia los enfermos latinoamericanos, que los cubanos residentes en la única Cuba —que en realidad existe geográfica y políticamente— pasan mil trabajos para encontrar cualquier medicamento y que, además, no existía una cura científicamente comprobada para el vitiligo. Ningún argumento tenía la fuerza necesaria para apartarlo de la esperanza. Aquel chofer debe seguir esperando todavía, ahora envidiando a venezolanos y bolivianos.

Miles de latinoamericanos han sido atendidos por médicos cubanos. Las cifras son impresionantes. No es fácil rebatir este esfuerzo. Y sin embargo, la existencia de una causa justa no le resta un ápice a un objetivo primordial de la campaña: el interés del gobierno de los hermanos Castro por mantenerse en el poder.

Si antes el “internacionalismo proletario” se manifestó a través de la lucha armada y la guerrilla, ahora el frente internacional se ha convertido en una fuente de prestigio, influencia y divisas. Al tiempo que los servicios médicos en el exterior es una de las principales fuentes de ingreso monetario, en buena medida se mantiene la leyenda de los facultativos cubanos dispuestos a ir a cualquier lado y atender a cualquiera.

Es posible que la ingenuidad del taxista mexicano se haya reducido con los años, pero aún abundan los que defienden los “logros” de la salud pública en la Isla.

El sacrificio de miles de cubanos —en muchas ocasiones brindando asistencia médica en condiciones difíciles— contribuye al mantenimiento de un gobierno dictatorial. No de una forma elemental. No se trata de atacar o criticar la labor de los médicos, lo cual sería injusto. Cualquier alivio del dolor y toda cura de un padecimiento son meritorios en sí mismo. Pero hay dos males mayores que este esfuerzo dilata: la permanencia de un gobierno que suprime las libertades individuales y el encubrimiento de la ineficiencia de varios gobiernos latinoamericanos —especialmente el de Venezuela— para resolver sus problemas.

La práctica médica cubana en el exterior, beneficiosa para miles de ciudadanos de otros países, también contribuye al reforzamiento de un gobierno perjudicial para millones de habitantes en la Isla. Es parte de la lógica de un sistema, que para perpetuarse necesita tanto un objetivo internacional como un enemigo externo: un modelo que se repite en diferentes escenarios —y con diversos medios, tanto pacíficos como violentos— y que siempre se empeña en subordinar el destino nacional a un factor extranjero.

El populismo del gobierno chavista —primero Hugo Chávez, ahora Nicolás Maduro­— se limita a dar algún respiro en medio de la miseria. El gobierno de Caracas ha logrado poco o nada en lo que se refiere al desarrollo económico del país, una reducción considerable de la pobreza y la creación de nuevas fuentes de empleos, al tiempo que la corrupción es igual a la de otros gobiernos. Pero el chavismo cuenta a su favor con el historial de robo, incompetencia y entreguismo de los gobiernos anteriores, el cual continúa obrando a su favor dentro de determinados sectores ciudadanos.

Los médicos cubanos se han colocado en el centro de la política venezolana y son un factor determinante en el futuro de ese país, desde dos dimensiones diferentes pero relacionadas.

En Brasil está ocurriendo un fenómeno similar en cuanto a objetivos de propaganda gubernamental, en este caso de cara a las próximas elecciones. El gobierno de Dilma Rousseff ha contratado médicos cubanos para ir a lugares —y esto no hay que pasarlo por alto a la ligera ni dejar de mencionarlo— a los que los facultativos brasileños no quieren asistir. No hay duda de que el plan beneficia a quienes hasta entonces habían carecido de servicios médicos, pero tampoco las hay ante el hecho de que no se trata simplemente de una colaboración humanitaria, aunque pagada, sino también de una operación de propaganda, de Brasil y Cuba.

Hace muchos años, a mediados de la década de 1970, comprobé que en la Sierra Maestra los campesinos solo se habían beneficiado, tras el triunfo de Fidel Castro, de contar con medicina gratuita. Algo notable, podrán argumentar algunos, pero no suficiente. Por lo demás, seguían comiendo tan mal como antes, vivían en bohíos miserables como antes, carecían de electricidad —aunque después de 20 años de la llegada de Castro al poder finalmente se avanzaba en llevar el tendido eléctrico a la zona— y continuaban tan aislados y tan desconfiados de los “habaneros” como siempre.

Sin embargo, la propaganda de la salud pública gratuita sigue siendo efectiva. No solo en la Isla, donde los servicios médicos se han deteriorado en gran medida en las últimas décadas. En todas partes se alaba la labor de los médicos cubanos.

Elogios merecidos, en cuanto a la tarea profesional y dedicada de los profesionales cubanos, pero no libre de la necesidad de ponerle paréntesis, señalar sus limitaciones, incidir sobre el hecho de que tras este esfuerzo hay un fin político.

No hay esfuerzo médico cubano digno de mayor elogio que el llevado a cabo por los cubanos en Haití. Sin embargo, en ese mismo Haití, hace pocos años, tras el terremoto devastador, un cubano exiliado se me quejó que a un amigo suyo, herido de gravedad tras un asalto para robarle, le habían negado asistencia médica en un centro médico a cargo de los cubanos. Los médicos cubanos no deseaban tener que ver oon una situación que no veían clara —¿era un simple robo, un ajuste de cuentas por narcotráfico o algo más?— al tiempo que no querían verse involucrados en un hecho delictivo donde la víctima era un cubano que había obtenido asilo político en Haití. ¿Servicios médicos gratuitos para los haitianos?: como no. ¿Para cualquier cubano en misión extranjera o un ciudadano de cualquier rincón del planeta?: por supuesto. ¿Pero para un cubano que había huido del régimen de la Isla?: un momento, mejor es esperar, no meterse en líos y mirar hacia otra parte mientras el cubano sufre o agoniza. Así de simple se caracteriza la ayuda cubana en el exterior.

Mientras tanto el dinero de Caracas, Brasilia o muchas capitales del mundo, por los servicios médicos cubanos, alimenta la decadencia de La Habana y prolonga su agonía. Al igual que otros cubanos, los médicos de la Isla se han convertido en protagonistas voluntarios e involuntarios de una época diversa y a la vez monótona, donde han compartido un mismo objetivo y padecido una afrenta similar: contribuir a la gloria de un hombre primero, luego a la permanencia en el poder de una familia, y siempre a resignarse tener que asumir un destino impuesto.


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