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Orestes Ferrara: un acercamiento a su política y pensamiento

Ferrara y el liberalismo cubano del siglo XX se mantienen olvidados, pese a la importancia de este coronel de la guerra de independencia y político cubano de origen italiano

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Una de las figuras intelectuales que mayor olvido ha sufrido en el castrismo ha sido la de Orestes Ferrara. El coronel de la guerra de independencia y político cubano de origen italiano, pese a su vinculación ―no exenta de distanciamientos y contradicciones― con el régimen de Gerardo Machado que lo convirtió en una figura difícilmente atractiva para los revolucionarios de 1933 (su huida de Cuba casi le cuesta la vida para luego ser, sin embargo, llamado a formar parte de los constituyentes de 1940), tiene un lugar destacado dentro del pensamiento político cubano de la república.

Ferrara, el político de profesión, es mucho más conocido que el pensador. Una de sus obras más interesantes, La guerra europea: causas y pretextos, se centra en el análisis de la guerra europea, luego conocida como primera guerra mundial. La historiografía cubana del período castrista ha borrado todas las posibles diferencias que agitaban el panorama intelectual de la época en torno a un acontecimiento que sacudió la conciencia europea y americana. En efecto, para dicha historiografía, apegada al anti-imperialismo, la política del gobierno de Mario García Menocal siguió sumisamente la norteamericana, desechando el debate realizado entre la intelectualidad cubana en torno a cuál de las dos formas de vida occidental se debía seguir: la inglesa o la alemana.

En efecto, aquella guerra no era simplemente una guerra imperialista ―concepto muy caro a Lenin y sus seguidores―, sino en términos de Werner Sombart en Héroes y comerciantes, la lucha entre la civilización “comercial” inglesa y la “heroica” tipificada por Alemania.

Toda una corriente de opinión justificaría la entrada de Estados Unidos al conflicto a fin de evitar la amenaza que para la libertad europea y americana significaba Alemania. Las memorias del último embajador norteamericano en Berlín antes de la contienda, W. Gerard, describen en efecto una Alemania despótica, dominada por una camarilla guerrista e imbuida de un espíritu de grandeza pre-moderno y relativamente ajeno a las exigencias mercantiles del mundo anglosajón. Es por esto que más que una cuestión de diplomacia se trataba de preferencias vitales, del tipo de valores escogidos para la vida pública: el trasfondo de la guerra era ―como más tarde revelara Friedrich V. Hayeck― el destino del liberalismo.

Es curioso que el problema de la crisis del liberalismo se planteara precisamente en 1914. No se trataba de la posterior polémica en torno al totalitarismo pues, pese al criterio de Lukács en El asalto a la razón, hay una distancia ideológica considerable entre el sistema propugnado por Alemania en 1914 y el posterior totalitarismo nazi que impide derivar uno del otro como una relación causa-efecto. Aquel puede ser entendido, en los términos de La rebelión de las masas y parafraseando a su autor, como la última resistencia ante la americanización de Europa. El fascismo alemán sería un nuevo dique, esta vez frente al comunismo ruso, aunque su realidad no se agota en esta definición.

Es en medio de la polémica entre los dos caminos que habría de seguir Occidente ―el de Alemania o el de Inglaterra― que aparece la obra de Ferrara. El autor, uno de los líderes opositores al gobierno conservador de Menocal y profesor de derecho en la Universidad de La Habana, tomó partido por Inglaterra.

La obra publicada en 1916 ―un año antes de la entrada de los Estados Unidos y Cuba en la Gran Guerra― evidenciaba la independencia de criterio de este pensador, tachado por la historiografía marxista cubana como representante de los intereses imperialistas de Estados Unidos. Siempre pudiera venir la historia económica en defensa del materialismo histórico, pues en 1914 el monto de las inversiones inglesas superaban a las norteamericanas, pero nada vincula a Ferrara al capital inglés, sólo a la tradición liberal de aquel país, la que lo convertiría en uno de los pilares de la cubana.

Por otro lado, en Cuba, el Diario de la Marina hizo causa común con los imperios centrales. La simpatía del decano de la prensa cubana hacia la ex metrópoli es de sobra conocida. Sin embargo, España se mantuvo neutral en el conflicto, por lo que la inclinación de Nicolás Rivero hacia Alemania tenía una razón más profunda.

Esta nación y su esfera de influencia significaban un baluarte frente a la tendencia anticlerical de Francia. Según el último emperador alemán narra en sus polémicas Memorias, el Papa le había confiado que veía en su persona un defensor del catolicismo: la espada de Roma. Un pensador anticatólico como José Antonio Ramos en su Manual del perfecto fulanista, por el contrario, consideraba a Alemania el último baluarte del clericalismo y acusaba a la Iglesia católica de situarse al lado de la Triple Alianza, pese a sus protestas de neutralidad.

No me resulta casual que el liberal Ferrara, partidario de Inglaterra, luego apoyase la ley del divorcio, combatida tenazmente por la Iglesia católica. Los bandos se iban perfilando en la concepción de la sociedad y también de las relaciones internacionales. En efecto, Alemania había violado la neutralidad de Bélgica, y negado por tanto el reconocimiento de las naciones pequeñas ante un conflicto entre grandes potencias. Ferrara, como miembro del Partido Liberal que abogaba por la supresión de la Enmienda Platt ―por la lenta vía diplomática, aquella que los jóvenes revolucionarios desecharon en la revolución contra Machado― veía ligados los intereses de Cuba a la condena de la política imperialista de Alemania.

Estos resortes ocultos tras la contienda yacen prácticamente olvidados en la historiografía cubana de hoy. Ha resultado más cómoda la aceptación sin previa crítica de la hegemonía norteamericana en la opinión pública, haciendo de la entrada de Cuba en el conflicto un episodio de servilismo frente a Estados Unidos. Recientemente pude leer en un blog del periodista independiente Frank Kosme un chiste para el cual, la reacción del emperador alemán ante la declaración de guerra formulada por Cuba en 1917 fue preguntar: ¿Qué país es ese? Sin embargo, los cubanos y así lo evidenció Ferrara, se tomaron mucho más en serio aquel conflicto.

Precisamente, a raíz de ese conflicto, la aplicación de la cláusula constitucional cubana, conocida como Enmienda Platt, devendría imposible. La entrada norteamericana en la guerra fue acompañada por los “catorce puntos” del presidente Wilson, que reconocía el derecho de los pueblos a la auto-determinación, forma de ganarse las simpatías de las minorías oprimidas en los imperios centrales, como los polacos.

Era, por tanto, una incongruencia ejercer la cláusula de la Enmienda Platt ―que permitía la intervención en Cuba― y proclamar dicho principio. De esta manera, una vez que Alemania fue derrotada, la política mundial cambió radicalmente, la posición internacional de Cuba salió favorecida (un cubano fue llamado a firmar el Tratado de Versalles) y nunca más volvió Estados Unidos a intervenir en Cuba.

El apoyo previo al bando de la Entente, bastante tiempo antes de los catorce puntos de Wilson, fijaba tempranamente la postura de Ferrara: identificación con el liberalismo inglés, enemigo de la preponderancia del Estado en la vida pública y reconocimiento de las naciones a su auto-determinación, pues la entrada de Inglaterra en la guerra obedeció formalmente a la ocupación alemana de Bélgica, violando su neutralidad y a la política del equilibrio europeo, piedra angular de la política exterior inglesa.

Lo que ha perdurado ha sido, sin embargo, a la hora de analizar el pensamiento político del período, la socorrida frase de que no hay nada más parecido a un conservador que un liberal. Se trata de una expresión previa al castrismo pero utilizada una y otra vez en éste. Hoy en día ―salvo un magro estudio de Francisco López Segrera, saturado de análisis de clases bajo el filtro marxista― el dogma que afirma la unidad de la clase política cubana en la primera república, sólo rota con la mesiánica aparición del Partido Comunista en 1925 (momento en que para dicha historiografía comienza la historia, reducida a la historia de las revoluciones), permanece inalterable.

Ferrara y el liberalismo cubano del siglo XX se mantienen, asimismo, olvidados, dejando de pie solamente dos tradiciones: la revolucionaria del 4 de septiembre de 1933 (donde emergería, de un lado, la línea del autenticismo y su disidencia ortodoxa, y del otro Batista) y la comunista, ambas fundidas por Fidel Castro en su ecléctica ideología, con el previo despojo de su propia historia.



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