Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Cuba, Alemania, Gay

Para un judío nunca ha sido bueno confiar en el almanaque, y para un cubano tampoco

Al igual que con los inmigrantes judíos antes y los cubanos después, en muchas ocasiones su destino se decidió en meses, semanas, días

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Muchos judíos residentes en los países que sufrieron el nazismo trataron de emigrar hacia Cuba, ya sea para residir en la Isla o buscando utilizar la nación caribeña como una vía para llegar a Estados Unidos.

Para un judío europeo de la época, obtener una visa cubana era un procedimiento riesgoso y caro. Con frecuencia era también un camino lleno de obstáculos, que solo podía ser resuelto cumpliendo con las exigencias de funcionarios corruptos.

El soñar con un refugio cubano fue una esperanza que en muchas ocasiones terminó en decepción y en otros se convirtió en una tragedia.

La familia de Peter Joachim Fröhlich decidió en 1939 que la única alternativa para ellos —por supuesto, judíos— era abandonar Berlín. Por aquellos días, el destino posible (Nueva York, Estados Unidos) pasaba por La Habana. Fue entonces cuando el padre tuvo un presentimiento, una premura o urgencia que le llevó a cambiar los boletos originales para el 13 de mayo —y en consecuencia de vapor— y adelantar 15 días la partida desde Hamburgo.

¿Golpe de suerte, destino, iluminación? De cualquier forma, un resultado para recordar toda la vida. El buque inicial para el viaje era el St. Louis.

Así, el 27 de mayo, dos semanas tras su llegada en el Iberia, los Fröhlich —en alemán “felices”— contemplarían desde la seguridad de la bahía habanera, con temor, esperanza y alivio para ellos, el inicio el destino final de quienes pudieron haber sido sus compañeros de viaje.

Supe de la suerte de los pasajeros del Iberia —un desenlace dichoso al que siempre opaca lo ocurrido con el St. Louis— años atrás en Miami, cuando un conocido cardiólogo me contó que él estuvo a punto de convertirse en cubano. Al igual que los Fröhlich, la familia del futuro médico había llegado a Cuba en dicho buque, y ante las dificultades para recibir la entrada en EEUU, pensaron establecerse en la Isla. Pero finalmente consiguieron la visa y él estudió en Nueva York.

Solo le dije ese día que él había tenido suerte y disfrutado de una elección acertada. Y aunque no le comenté en ese momento las similitudes y diferencias —estas últimas algunos tienden a minimizarlas— entre los inmigrantes judíos de antes y los inmigrantes cubanos de después, para ambos en muchas ocasiones el destino se decidió en meses, semanas, días: cierre del puerto del Mariel, suspensión de vuelos, clausura de servicios consulares, posposición de viajes, estafas y desengaños.

Entre los casos individuales más célebres —que trataron de viajar a Cuba sin poder lograrlo— se encuentran Ana Frank (su padre luchó infructuosamente por conseguir la visa para la familia) y el filósofo y ensayista Walter Benjamin.

En lo que respecta a los Frank, Otto —el padre de Ana— fue el único beneficiado con una visa cubana. Aunque el documento no le sirvió por mucho tiempo: en realidad, no le sirvió nunca; ni siquiera se sabe si alguna vez le llegó. La visa fue otorgada y enviada a Otto Frank el 1º de diciembre de 1941. Diez días más tarde, Alemania e Italia le declararon la guerra a EEUU. La Habana canceló el documento.

Para Walter Benjamin, Theodor W. Adorno —ya para entonces residente en EEUU— intentó sin éxito que este fuera invitado para dar conferencias en la Universidad de La Habana. Cumpliendo con la tradición de rechazar el talento extranjero —imperante en esos momentos en la Isla y también posteriormente— una negativa fue la respuesta.

Los Fröhlich —que por un calco idiomático pasaron a llamarse los Gay— tuvieron realmente un final feliz.

Se debió en gran parte a los pocos años, luego semanas, en que priorizaron realizar sus gestiones: en las guerras y crisis el tiempo doblemente apremia.

Sobre si los judíos se confiaron, se descuidaron o simplemente no pudieron eludir su destino se ha escrito mucho. La cuestión no es lejana a uno de los protagonistas de esta historia.

El hijo de los Fröhlich vivió en Cuba casi dos años, entre la primavera de 1939 y la de 1941. Al llegar a La Habana tenía 15 años y al parecer la ciudad y todo el país le resultó siempre indiferente. Su meta estaba más allá y se convirtió en ciudadano estadounidense en 1946.

Peter Gay escribió profusamente sobre Viena, el psicoanálisis, la época victoriana (a la que dedicó cinco volúmenes), la República de Weimar, Europa y los judíos. Su biografía sobre Sigmund Freud ha sido traducida a varios idiomas. Los dos tomos que dedicó a la Ilustración se han convertido en una obra de consulta indispensable.

Cuba y La Habana aparecen como una referencia temporal en sus memorias, donde el tema fundamental es la relación entre los judíos y los alemanes, y las cuestiones mencionadas en un párrafo anterior: ¿hasta dónde se confiaron o adaptaron los judíos al inicio del nazismo? Preguntas difíciles que llevan a una respuesta contundente hoy día: nunca se pase por alto o tome en vano el antisemitismo.


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