Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Papa Francisco, Cuba, Iglesia Católica

¿Pastoral o conchabanza?

El Concilio Vaticano II, con su buena intención de formular una actualización de la Iglesia, terminó revirtiendo el enfoque que daba primacía a lo transcendental y lo sustituyó por lo inmanente

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En un radiomensaje de Navidad, emitido en la Nochebuena de 1955, el Papa Pío XII recalcó la incompatibilidad del comunismo con el cristianismo, por la relación inherente del último con la Ley Natural. “Nosotros rechazamos”, nos comunicó el Obispo de Roma ducentésimo sesentavo, “el comunismo como sistema social en virtud de la doctrina cristiana, y debemos afirmar particularmente los fundamentos del derecho natural”. Este Papa, cuyo nombre secular era Eugenio María Giuseppe Giovanni Pacelli, que confrontó el totalitarismo tanto nazista como comunista, estaba proclamando una posición de la Iglesia Católica que entendía que se podía hablar por los pobres y defenderlos sin tener que subscribirse a ideologías impías y que el comunismo era irreconciliable con la fe cristiana y una amenaza clara para la misma.

El Papa Pío XII no fue un caso aislado. Hubo once encíclicas entre 1849 y 1937 que anunciaron y advirtieron del problema grave que representaba para la religión cristiana el socialismo, por su capacidad de abolir la libertad desde el poder y de su capacitación sediciosa de minar la Iglesia desde sus entrañas, como lo expuso brillantemente otro Pío (X) en 1907 (Pascendi Dominici Gregis). Precedente intelectual y espiritual rechazando cualquier conexión entre la Iglesia y el comunismo (o un régimen comunista) ha sido abundante y claro. La Iglesia enfatizó este punto en 1949, cuando Pío XII excomulgó oficialmente a los comunistas.

El Concilio Vaticano II, con su buena intención de formular una actualización de la Iglesia, terminó revirtiendo el enfoque del orden existente que daba primacía a lo transcendental y lo sustituyó por lo inmanente. En otras palabras, las cosas de este mundo material tomaron prioridad. El problema resultó ser, que el activismo político que predominó a partir de la emisión inmediata de Concilio II, vino plegado, ideológicamente, al marxismo.

La Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM) de 1968, en Medellín, forjó, bélicamente, las ideas que salieron del Concilio II. De esa contracultura, brotaron movimientos subversivos que fusionaron, profanamente, el comunismo con interpretaciones cristianas y se lanzaron al yihadismo comunista a través de las Américas. Estos incluyeron una dosis generosa de cleros y seminaristas que, vistiendo sotanas, ejercieron el terrorismo en nombre de un dogma sincrético, corrompido y, definitivamente, anticristiano. El chileno, Cardenal Silva Henríquez, Monseñor Carlos Partelli de Uruguay, el brasileño Cardenal Paulo Evaristo Arns, son algunos de los nombres del cuerpo clerical que han cumplido un papel vergonzoso de servilismo a corrientes totalitarias rojas. Podemos incluir en ese grupo al cubano Cardenal Jaime Ortega.

Jorge Mario Bergoglio bebió de la copa de esa toxicidad ideológica. Sus planteamientos más críticos, con gran probabilidad, se escucharán en EEUU donde reprochará a los norteamericanos por su modelo socioeconómico, su percibido trato al medio ambiente y sus sanciones contra el castrocomunismo. En Cuba, practicará un mutismo moral para no ofender la sensibilidad de la dictadura castrista. Nada relevante dirá de lo obvio. Un silencio sepulcro mantendrá ante la barbarie que siguen enfrentando los cubanos todos los días. Permanecerán invisibles, ante su reconocimiento, esos valientes que tienen el decoro de, públicamente, desafiar el despotismo. Se ensordecerá ante el eco histórico de los fusilados que proclamaban, “Viva Cristo Rey”, antes de ser impactados por las balas cobardes de esa tiranía.

No, el Papa Francisco no dirá nada “impertinente”, desde el prisma dictatorial cubano. Será el huésped ideal para una tiranía: respetuoso, legitimador y crítico hacia los denominadores en común. No es cuestión de que Bergoglio padece de timidez. Lo hemos visto desafiante y muy politizado cuando la causa la siente. En Cuba comunista, está muy en casa. Los derechos naturales para los cubanos, quedarán en el libreto de Bergoglio, como un abstracto detalle oculta en su agenda llena de imprecisiones. ¿Podrá perdonar Jesús su silencio cómplice? La historia, confiamos, no será tan misericordiosa con el Papa Francisco.


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