Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Visita de Benedicto XVI, Papa, Iglesia Católica

¿Por qué el Papa debería reunirse con Fidel Castro?

Aunque todos los corderos del Señor sean iguales, ¿algunos son más iguales que otros?

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La Iglesia Católica, moviéndose en un espacio-tiempo no necesariamente similar al que transitamos los simples mortales, en diversas ocasiones actúa de manera incomprensible, o al menos confusa, para los estándares de razonamiento de las personas de a pie. Pero gracias a su ininterrumpida presencia dos veces milenaria sobre este mundo (única institución que puede proclamar ese resultado), tiene derecho a reclamar confianza —o fe— en sus actuaciones, y sin dudas que muchas veces la recibe, a pesar de que en ocasiones, lamentablemente, acumula comportamientos que resultan muy difíciles —si no imposibles— de justificar.

Sabemos que la realpolitik y la diplomacia obligan a muchas cosas indeseables, desde aparecer en la fotografía junto a alguien nada conveniente hasta sonreírle a quien se desearía, en el mejor de los casos, ver a más de mil metros bajo tierra. Pero ese es parte del precio de detentar el poder y, por lo tanto, también del derecho a disfrutar de sus mieles, en este caso jalea real.

Emociones y sentimientos aparte, la Iglesia católica puede justificar perfectamente una visita de su máxima autoridad a cualquier país del mundo bajo el rótulo de que se trata de una visita pastoral. Y esto no es cinismo ni mucho menos, sino simple realidad: el vicario de Dios en La Tierra visita a su grey donde quiera que se encuentre, independientemente de quienes sean los dueños o los pastores del rebaño.

También es comprensible, aunque los intolerantes no sean capaces de comprenderlo, que el Papa, en su carácter de Jefe de Estado del Vaticano, deba brindar una visita de cortesía al Jefe de Estado del país anfitrión, sin que eso implique algo más allá de obligaciones protocolares a las que están sometidos todos los Jefes de Estado en el desarrollo de sus funciones. No tendría sentido una visita del Papa a un país, a cualquiera que fuera, sin que se encuentre con el Jefe de Estado de ese país. Por lo tanto, la reunión de Benedicto XVI con Raúl Castro es inevitable durante la visita papal a Cuba.

Hasta aquí estamos en el terreno de lo forzoso, al menos desde el punto de vista protocolar en las relaciones internacionales. Pero la reciente noticia de que el Vaticano estaría interesado en coordinar una reunión del Papa con Fidel Castro durante su visita a la Isla, colocaría a la Iglesia, en caso de confirmarse esa información o de realizarse esa visita, en una de esas situaciones donde sería bastante difícil justificar el comportamiento.

Cuando el Papa Juan Pablo II visitó Cuba en 1998 fue recibido por Fidel Castro, que entonces era oficialmente Presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros, es decir, Jefe del Estado cubano (no importa ahora si legítimamente o no). El Papa, Jefe de Estado del Vaticano, repetía en Cuba el mismo protocolo que en cada uno de los muchos países que visitó: encontrarse con el Jefe de Estado del país anfitrión.

El Vaticano, la Iglesia católica y el Papa Benedicto XVI saben perfectamente que en estos momentos, y desde hace años, el compañero Fidel no ocupa ningún cargo oficial ni en el Estado ni en el Gobierno cubano. Consiguientemente, ningún protocolo diplomático ni de relaciones internacionales establece la necesidad de que el Santo Padre visite y se reúna con alguien que fue, pero ya no es, Jefe de Estado en Cuba, ni ostenta ningún otro cargo que justifique o amerite un cónclave de este tipo.

A no ser que el Vaticano considere que Fidel Castro merezca esa deferencia por determinadas razones morales, que esa misma Iglesia debería explicar sin pérdida de tiempo. Porque, de ser así, se va a ver en la imperiosa necesidad de expresar a todos sus fieles en Cuba y en todo el mundo, y a muchas otras personas decentes en cualquier lugar, aunque no sean practicantes católicos, las razones por la que la mayor autoridad de la Iglesia católica en el planeta, que siempre se presenta como el representante de Dios en La Tierra, debe rendir pleitesía y visitar a un ciudadano sin cargos oficiales de ningún tipo, que durante muchos años de gobierno dictatorial estableció en su país el ateísmo como política oficial, persiguió todo pensamiento religioso —no solo el católico—, deportó, encarceló y fusiló creyentes, sacerdotes, laicos y monjas, se caracteriza por fomentar el odio y la intolerancia, y que, por si fuera poco, desde el punto de vista de la doctrina, está excomulgado desde hace cincuenta años. ¿O es que pretende confesarlo y absolverlo?

Este sería un momento ideal en este texto para lanzar diatribas contra el Papa y contra toda la Iglesia católica, expresar intolerancia y pensamiento cavernícola, portarse como comisario político, “intransigente vertical” o guardián de textos sagrados, o quizás pedir una aplanadora para aplastar una imagen del Papa Benedicto XVI en la Calle Ocho.

Sin embargo, tal vez habría otra manera de enfocar este problema, sin comportarnos precisamente como lo que tanto criticamos. Podría ser más conveniente, antes de desatar los perros de la guerra y, cubano al fin, terminar como en el cuento del tipo que se le ponchó una goma de madrugada bajo un aguacero y se dirigía a casa de un campesino a ver si le prestaban un gato para poder cambiar la llanta… (no me pidan, por favor, que lo cuente completo ahora), que sería mejor pedirle a la propia Iglesia, que todos, creyentes y no creyentes, le pidamos a la Iglesia y al Vaticano una explicación seria y convincente de por qué el Papa debería reunirse con Fidel Castro durante su visita a Cuba.

Si la respuesta no resulta convincente, o peor aun, si no hay respuesta por parte de la Iglesia, y tal reunión se consuma, sabremos a qué atenernos. Entonces tendríamos que preguntarnos si en el reino de los cielos también existen una nomenklatura y una gerontocracia, y si, aunque todos los corderos del Señor somos iguales, algunos son más iguales que otros.


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