Actualizado: 17/04/2024 23:20
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Cuba, Debate, Oposición

Por un debate sin barreras entre cubanos

Aquí y en la Isla nos creemos dueños de la verdad absoluta. Practicamos el rechazo mutuo, como si solo supiéramos mirarnos al espejo y vanagloriarnos

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Los cubanos nos hemos destacado en agregar una nueva parcela al ejercicio estéril de ignorar el debate mediante el expediente fácil de echar a un lado los valores ajenos. Aquí y en la Isla nos creemos dueños de la verdad absoluta. Practicamos el rechazo mutuo, como si solo supiéramos mirarnos al espejo y vanagloriarnos.

Ahora hay dos factores que cambian por completo esa situación. Uno es la existencia del internet, una esfera de acción que en gran medida define el terreno. Otro es el surgimiento de una juventud, que en forma múltiple y con los criterios más disímiles ha llegado para ocupar su legítimo lugar en lo que hasta hace poco se limitaba mayormente a quienes estaban alrededor de los cincuenta años de edad.

Tanto buena parte de la primera disidencia se distinguió por situarse en esa franja de edad, como lo que podría llamarse la generación del Mariel estuvo marcada por creadores que en el exilio iniciaron o continuaron un desarrollo relativamente tardío de sus obras, a partir de los treinta años de edad.

Sin embargo, en la actualidad los treinta años definen una generación que queda por debajo, no por encima de esa cifra. Esto le está otorgando un dinamismo nuevo a ese debate que más de una vez se ha iniciado, florecido y apagado sin resultado alguno.

En múltiples ocasiones el encuentro de la diversidad de criterios ha quedado pospuesto. La apuesta reducida al todo o nada. Antes que discutir o aceptar diferencias, abogar por la uniformidad. Tanto La Habana (siempre) como diversas administraciones federales en Washington (en particular la última) han promovido ese distanciamiento; la actitud de sustentar y hurgar en las diferencias para reafirmar los cotos cerrados. La política de plaza sitiada —solo puesta en duda parcialmente durante los últimos dos años del mandato del presidente Barack Obama— siempre ha alimentado la retórica de la envidia y el resentimiento, y adecuado el discurso hacia quienes viven en la Isla o en el exilio, principalmente en Miami.

Una de las peores consecuencias de esta política cerrada —y también errada— ha sido la divulgación de una imagen de Miami donde impera una especie de estalinismo de café, y en que determinados círculos defienden la politización del arte con mayor furor que en la época nefasta del realismo socialista. “Dentro de Miami, todo. Fuera de Miami, nada” ha sido un paradigma mantenido por décadas.

Los que aquí en Miami practican esa política, se equivocan en lo que —con otros argumentos y una exposición menos estrecha— habría que aceptar como válido: defienden con falsedades lo que en muchas ocasiones es cierto.

Quienes para criticar al totalitarismo no encuentran argumentos mejores que la repetición de valores y estrategias caducas, no hacen más que favorecer al sistema que pretenden atacar, sin otra arma que la tergiversación y la añoranza de un pasado irrepetible.

La política inquisitorial de la pasada administración republicana, y el rechazo de los círculos de poder del exilio de Miami, han llevado a la pérdida de una confrontación necesaria, por la que a veces vale la pena pasar por alto las trampas del enemigo.

Al tiempo que se debe defender el derecho que tiene cualquier artista o conferencista residente en la Isla de venir a cantar, o a exponer sus ideas, no hay que dejarse seducir por los silencios o las declaraciones hipócritas de los que siempre están dispuestos a vivir entre dos aguas.

No existe la despolitización del arte en Cuba. Tampoco existe la inocencia del baile. Pero vale la pena apreciar la mejor música, dondequiera que se produzca.

Con frecuencia en Miami se reproducen patrones de conducta traídos de la Isla, junto con otros que a lo largo de los años han proliferado en el exilio.

Nos negamos a la crítica porque pensamos que nos denigra, en vez de aprender de nuestros defectos.

El inevitable reencuentro aplazado con los escritores y artistas de la Isla encierra dos trampas. Una es la consabida e inevitable nostalgia, que en lo personal puede servir de saludable catarsis si no se prolonga más allá de 15 minutos. Apelar de forma superficial a los conceptos de patria y nacionalidad es la otra.

Hay que conquistar ese espacio de debate. Para quienes comparten nuestros sentimientos y opiniones, y también para los que se definen por tener los opuestos.


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