Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Derechos Humanos, Democracias, Izquierdas

¿Quién demoniza la democracia liberal en Cuba?

La totalidad del espectro político cubano coincide en las demandas de libertad de expresión, asociación y defensa de los derechos humanos

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Cuando me hago esta pregunta empiezo a pensar en los grupos y personalidades opositoras al Gobierno cubano actual y constato que en sus declaraciones las demandas incluyen todos los principios democráticos liberales de una democracia representativa: Libertad de expresión y asociación, Estado de Derecho con la división de poderes ejecutivos, judiciales y legislativos, la democracia pluripartidista y elecciones libres competitivas y la promoción y respeto de los derechos humanos tal y como son legitimados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos en la ONU desde 1948.

Estos principios generales de la democracia representativa están ausentes en una parte considerable de la izquierda con excepción de Arco Democrático y el partido socialdemócrata encabezado por Manuel Cuesta Morúa. El resto del espectro de izquierda no se pronuncia por ella aunque son muchos los cambios que reclaman que tienen que ver con esos principios.

Varias razones explican esta ausencia y en el presente artículo sólo mencionaré dos de ellas.

- El pensamiento hegemónico en la izquierda del Siglo XX

- La precaria o ausente elaboración teórica y práctica de una democracia de izquierda “alternativa” a la democracia liberal

El pensamiento hegemónico de la izquierda del Siglo XX, se nutrió de una experiencia histórica, la soviética, a partir de 1917. A pesar de que en los años 20 del siglo pasado se bifurcaran de manera definitiva la corriente comunista y la socialdemócrata y que en la segunda mitad de los años 70 surgiera el Eurocomunismo con sus representantes más notorios en los partidos comunistas de Francia Italia y España, no fue el pensamiento socialdemócrata sobre la democracia el que triunfó sobre las demás corrientes de la izquierda sino una visión profundamente autoritaria y centralizada del poder que divorció los derechos económicos (pleno empleo) y sociales, de los derechos políticos y civiles considerando los primeros como “socialistas” y los segundos “capitalistas” y por eso “burgueses y desechables”.

La temprana discusión de Rosa Luxemburgo con Lenin (1918), exigiendo una ampliación de la democracia liberal al incorporar a los sectores populares como la manera de construir una “democracia socialista” y no suprimiendo los valores de la democracia liberal de su época, quedó sepultada frente al empuje de un país inmenso, atrasado y con una dirección que se propuso crear una “nueva civilización” y desarrollo supuestamente alternativos al capitalismo. Es a partir de este proceso histórico que se generó un “marxismo leninismo” que concibió un sistema político premoderno, autocrático y militarizado, para emprender las grandes tareas de la “industrialización forzosa” y crear una “nueva civilización” en el entendido de “ilustrar” a las “masas ignorantes” del pueblo, con niveles paupérrimos de instrucción en la Rusia de la época. De este entorno histórico surge el concepto de “vanguardia” que es la única que sabe y puede guiar a “las masas analfabetas” a las metas de transformación radical de la sociedad.

La experiencia histórica posterior demostró que eran objetivos contradictorios e inviables en el intento de crear un orden económico y político “superior” o una “cultura superior” a la del capitalismo con mecanismos más feroces o iguales a los utilizados en Europa en los procesos industrializadores y más restrictivos y represores en el orden político que los creados por el capitalismo central. Sobre estas experiencias existe una voluminosa literatura crítica del siglo pasado desconocida por razones de censura en el interior de la Isla.

Esa tradición profundamente anti-popular —porque considera a “las masas” un telón de fondo obediente—, y anti-democrática —porque considera los derechos individuales como “burgueses” y los prohíbe—, administra los derechos colectivos al margen de la sociedad y sin posibilidad de control social y político sobre sus determinaciones. Ese es el modelo de sistema político que Cuba copia hasta el suspiro —incluyendo la visibilidad de los órganos de seguridad en la vida cotidiana de la población— de la exUnión soviética. Esta tradición “demoniza” la democracia liberal de la misma manera que lo hace la élite política cubana.

La hegemonía de esa tradición en el pensamiento y la acción de la izquierda del siglo XX y la capacidad de reprimir a las corrientes de la izquierda democrática dentro y fuera de esas experiencias históricas es lo que también explica la precariedad y/o ausencia de un pensamiento institucional de la izquierda contemporánea no socialdemócrata.

También, aquellas democracias latinoamericanas que exhiben una democracia representativa vacua con grandes niveles de corrupción, clientelismo controlado por “familias”, “mafias” y sindicatos corporativizados, no le agregan méritos a la democracia liberal, pero frente a esta inconformidad la izquierda siempre tendrá que plantearse: ¿Es mejor tener esas instituciones o carecer de ellas? La respuesta, a partir de la experiencia histórica, es abrumadora a favor de su existencia.

La inmensa mayoría de los intelectuales de izquierda cubanos al interior del país tienen una demanda clara de democratización del sistema pero aún de una manera muy general: socialización de la propiedad y socialización del poder. Demandas que sin aterrizarse en instituciones y derechos precisos y desarrollos jurídicos concomitantes la hacen por su generalidad un “deseo”, pero a la vez imposible de incorporar a la agregación de demandas ciudadanas.

Otra parte de la izquierda que podemos describir como una Nueva izquierda, plantea la demanda de cambios estructurales distanciándose definitivamente de la tradición autoritaria de la izquierda heredada en Cuba, pero a la vez, se focaliza en el entorno comunitario sin plantearse las instituciones y procedimientos, así como los cambios jurídicos necesarios para construir una democracia autogestionaria a nivel local ni a nivel nacional. Esta es la debilidad fundamental de la agenda de la nueva izquierda en Cuba, el poco o ausente desarrollo de las instituciones necesarias, los procedimientos del funcionamiento de esas instituciones, así como los necesarios cambios jurídicos que la hagan posible a nivel local y también a nivel nacional.

Tanto los intelectuales de izquierda como la Nueva izquierda pareciera que delegan estos desarrollos a la dirección política actual, aunque en el caso de la Nueva izquierda cuando describen los principios de la democracia autogestionaria contienen los derechos de libre expresión, libre asociación y respeto a los derechos humanos sin exclusiones.

Es hora de aterrizar las agendas a demandas ciudadanas concretas que incluyan los desarrollos institucionales, procedimentales y jurídicos que hagan viables los cambios estructurales a los que aspira la izquierda cubana. Delegar esos desarrollos a la actual dirección del país, ella, hija pródiga del marxismo-leninismo soviético, es seguir apostando al inmovilismo hasta la eternidad.


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