Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Raúl 2, Fidel 1

En la supuesta disputa entre Fidel Castro y su hermano, el segundo parece lleva las de ganar. Pero lo importante es preguntarse si hay algo más que dos calvos compitiendo por un peine

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Si es cierta la disputa de poder entre Fidel y Raúl Castro, se puede entonces decir que el primero se ha anotado un punto y el segundo dos. El tanto de quien continúa siendo el Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba es su evidente recuperación. Los del actual presidente han sido la liberación de los presos de la “Primavera Negra” y la sesión plenaria de la Asamblea Nacional de Poder Popular, celebrada ayer domingo.

Es tentador el argumento de la disputa. La revolución cubana convertida en la Ola Marina: “tiene un motor que camina pa’alante, tiene un motor que camina pa’tras”. Norberto Fuentes lo ha desarrollado con agudeza y el propio Raúl Castro pareció confirmarlo ayer, al verse obligado a mencionar ―más bien intentar explicar― la relativa importancia del hecho de que el discurso por el Aniversario del Ataque al Cuartel Moncada lo pronunciara una de las figuras más apagadas de su gabinete. Alguien cuyo rango no lo salva de contar con una pobre apreciación generalizada, dentro de un proceso que nació fundamentado en el carisma de sus protagonistas. Nada, que el discurso ideológicamente más importante de cada año ―la ocasión reservada durante largo tiempo por el Comandante en Jefe para realizar pronunciamientos importantes― ahora casi puede quedar en manos de cualquiera. Por otra parte, tanto énfasis en la unidad siempre lleva a sospechar lo contrario.

La porfía no le limitaría sólo a los dos hermanos y sus grandes diferencias de personalidad ―el aspecto más evidente―, así como tampoco a la supuesta lucha por el poder entre ambos, sino al indispensable balance político que es necesario mantener entre las diversas figuras del gobierno, grupos de poder y representantes de los intereses más variados. Todo podría resumirse en que hay un grupo de militares y ex militares que desde hace años se empeñan por convertirse en ejecutivos capitalistas, dueños de empresas y socios de corporaciones. Para ellos la llegada de un capitalismo más o menos controlado por el Estado no representa un peligro, porque aspiran a ser la nueva burguesía corporativa cubana. Del otro lado, estarían los funcionarios de mayor o menor rango, que por incapacidad, edad o falta de iniciativa sólo son capaces de vivir de forma parasitaria, colgados de los privilegios del cargo. Haroldo Dilla ha desarrollado este aspecto como parte de un artículo publicado también en Cubaencuentro. Mientras Fuentes enfatiza en los aspectos personales y de lucha por el mando entre ambos hermanos, Dilla dedica más espacio al conflicto dentro de la élite del poder. Por otra parte, ambos coinciden en que se trata de un intento de Fidel Castro por hacer política.

En este sentido, el examen de esta disputa ―real o aparente― debe ir, durante un primer momento, en un sentido contrario al enunciado el domingo por Raúl Castro, cuando afirmó que “lo importante no es el orador” sino lo que expresa. Aquí sería de mayor valor para el análisis el hecho de que Fidel Castro se reúna con 115 embajadores cubanos, y no sus repetidas declaraciones de un plan norteamericano para atacar a Irán (por cierto, el plan existe).

Se entra en el terreno donde la representación es tan determinante ―o más― que el contenido del acto. Toda la transformación de la imagen ―atuendo deportivo, camisas de manga corta, chaqueta militar sin grados― viene dada con un objetivo similar a los diversos sitios en que ha ido apareciendo el líder revolucionario ―centros científicos, acuario, reunión de embajadores, museos y monumentos. Escenario y atuendo definen una puesta en escena en la cual, al tiempo que cada vez es más visible la participación de Fidel Castro en la escena política, también ésta se afianza “de forma indefinida”. La contradicción de términos sólo es explicable por la carencia de un espinazo ideológico, algo que ha definido a la revolución cubana ―para bien y para mal en su intento socialista.

La solución simple a esta indefinición de poderes, que comienza a vivirse en la Isla ―y en este sentido el llamado a la unidad de Raúl Castro suena más a advertencia interna que a declaración para el exterior―, es producto de que nunca en realidad ha funcionado el Partido Comunista. Con una estructura partidista firme, Fidel Castro sólo tendría que limitarse a volver a desempeñar la función de primer secretario, a partir de su declaración de que está “totalmente” recuperado. Sin embargo, al no existir esa estructura partidista ―porque precisamente ha sido él quien la ha dinamitado todo el tiempo―, sus opciones son limitadas. De igual forma, sólo le quedaría el apoyo del sector más conservador de la élite política, porque la otra alternativa es llevar a cabo una revolución cultural a la cubana ―algo de lo cual hubo vislumbres en los dos años anteriores a su enfermedad―, pero sabe que no tiene tiempo ni energías para lograrlo.

Así que Fidel Castro se consume en la repetición de actos mediáticos que pueden entretener o preocupar, pero que hasta el momento no producen resultados. Más acá de la tragedia, su regreso no alcanza siquiera el nivel de farsa. Se reduce a guión televisivo, sainete local.

Por un momento uno puede otorgarle un valor mayor a las representaciones del líder emblemático de la revolución cubana. ¿No cabe la posibilidad de que lo que se vio ayer, en la Asamblea del Poder Popular, fue un acto pactado: Fidel no apareció y Raúl echó para atrás en lo que respecta a posibles reformas? Aferrarse a esta posibilidad encierra la superstición de ver una voluntad reformista en Raúl Castro. Mucho se ha hablado al respecto, pero poco hay para fundamentar esa creencia. Lo que sí parece existir en Raúl es un afán organizativo, que nunca ha pasado por la mente de su hermano. Unos intereses más concretos. Menos Historia y más Administración de Empresa. Una resignación ―quizá desde la infancia― a encontrar la gloria en la grisura cotidiana.

De acuerdo a este análisis, Raúl tiene ganada la batalla. En estos cuatro años de poder ha formado un gobierno con “su gente” ―que no son sólo viejos combatientes sino también tecnócratas relativamente jóvenes―, mientras Fidel no cuenta con un aparato similar en el Partido. Por ello su lucha es más solitaria que nunca. Ya no es siquiera el guerrillero, más bien se mueve como el francotirador aislado, que a veces parece apuntar pero nunca dispara de frente.

(Para seguir dándole vuelta a las representaciones: el domingo su silla continuó vacía en la Asamblea, no le “robó el show” a su hermano y apareció recibiendo al canciller chino, una humilde función protocolar para un hombre de sus ambiciones y logros políticos.)

Que el discurso de Raúl volviera a defraudar a los que esperan reformas importantes no resulta noticia. Una vez tras otra, ha estado lanzando baldes de agua fría al respecto. Quienes se mojan es porque no comprenden que Raúl no gobierna desde el discurso sino a través de reuniones. Hay que esperar a conocer los resultados de la reunión del Consejo de Ministros ampliado, para saber si todo se limita a quitarse de arriba a cientos de miles de empleados, y ofrecerles el convertirse en vendedores de granizado, zapateros remendones y vendedores de jarros. Conociendo la voluntad de cambio demostrada por el gobierno cubano hasta la fecha, todo parece indicar que así será.

Cabe entonces la sospecha de que la aparente disputa de hermanos, de existir, tiene un componente muy atractivo para Raúl Castro: preservarlo de muchas culpas. Si no ha avanzado más en la reformas es porque su Big Brother se lo ha impedido.

La realidad anda por otro lado. Los dos aspectos que determinan lo limitado que resulta cualquier intento de cambio en Cuba se resumen, por una parte, en que el gobierno cubano emplea un concepto del tiempo puramente medieval, y se aferra a la eternidad del instante, y por la otra en el convencimiento de que el socialismo no es reformable, algo en lo cual tiene razón.

Una noticia perdida entre la reunión plenaria de la Asamblea y el encuentro de Fidel Castro con el canciller chino explica mejor lo que ocurre en la Isla.

El ministro del Turismo, Manuel Marrero, dijo que se iniciarán en enero las negociaciones para construir 16 campos de golf con capital internacional, que incluyen la venta de casas a extranjeros. Vale la pena preguntarse, una vez más, por la paradoja que representa jugar al golf en un país pequeño, que dice aferrarse al socialismo y rechazar la economía de mercado. Paradoja no para el visitante, que la puede encontrar atractiva, sino para el nacional, que aparenta defender el sistema. Paradoja creada por la hipocresía del gobierno, no por el juego en sí ni por el hecho de tratarse de enclaves de lujo: no todo el mundo juega golf en el capitalismo ni vive en un apartamento de lujo, pero al menos se ahorra los discursos.

Sin embargo, lo más importante de la información es que el acuerdo aprobado por el Consejo de Ministros echa abajo la congelación ―que existió durante una década― de una política inmobiliaria abierta en los años 90, que es la compra y venta de bienes inmuebles por extranjeros.

En la crisis económica de los años 90, Cuba autorizó la venta de apartamentos nuevos a extranjeros, construidos por inmobiliarias de capital mixto, lo que se paralizó en el año 2000, al disponer que compañías estatales los adquirieran para ser alquilados, añade la información.

Aquí caben tres preguntas. Las dos primeras resultan muy evidente: ¿Qué pasará de aquí a diez años? ¿Para entonces Fidel Castro estará ocupando en pleno las funciones de gobierno y volverá a darle marcha atrás a la medida? La tercera se aparta de las especulaciones: ¿Cuánto tiempo más se demorará el gobierno cubano en aprobar la legislación que permita la simple compra y venta de una vivienda, no sólo para los extranjeros? Porque ―y esto no lo dice la información del cable― el anuncio de la construcción de los campos de golf y la compra de los apartamentos de lujo no es nuevo. Apareció un tiempo atrás en la prensa extranjera, no como noticia sino como anuncio inmobiliario, durante el boom internacional de los bienes raíces. Entonces los apartamentos se hubieran vendido a buen precio. Ahora uno se entera no sólo de que siguen sin construirse, sino que aún no se han cambiado las leyes que impiden el negocio. ¿A ese ritmo piensa el presidente Raúl Castro que se resuelven los problemas de un país?


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