Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Ruina sobre ruinas

La gente ya no cree en el socialismo, pero tampoco halla algo mejor en que creer. No porque no exista, sino porque no lo ve.

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Cambiar algo para seguir tirando sin que nada cambie esencialmente. En esta premisa y no en otras es donde parece estar contenida nuestra Letra del Año, con perdón de los respetables babalawos, de los que en verdad sean respetables.

Sin embargo, suman muchos los que ahora mismo (desde arriba o desde lejos) se muestran expectantes y aun esperanzados ante la retórica de los que aquí prometen "repensar el socialismo", expresión que recuerda a Roma, por aquello de edificar sobre ruinas, utilizando escombros como cimiento.

Cada cual es libre de esperar lo que más gusto le dé, ya que, se supone, sabe por qué lo espera. Así que lo menos malo es que constituyan legión quienes hoy, como ayer, como siempre, sucumben ante el amaño camaleónico del régimen. Lo que en verdad le zumba es que la espera de tales esperanzados tiene fundamento. Digo, si es que se conforman con que los repensadores del socialismo consigan estirar otro poco más el tiempo de su dominio.

Es ya un hecho seguro, al menos lo es desde acá adentro, que durante un nuevo período (presumiblemente breve, pero sólo el diablo sabe cuánto puede durar) tendremos que seguir padeciendo los mismos discursos rectificadores de toda la vida, con la misma ineficacia gubernamental y la misma perversidad política. El régimen lo sabe. Como también lo saben sus opositores, los legítimos, que sufren la evidencia resistiéndose a reconocerla, y aun los de triquiñuela, que suman tantos como sus cómplices y que al igual que éstos, le hacen la pala por conveniencia, de palabra y de actos.

Lo que tal vez no todos conozcan (y mucho menos entiendan) suficientemente es que esta "victoria" de la nueva vieja dinastía no cambia en lo más mínimo la mala opinión ni la falta de fe que el pueblo experimenta ante sus miembros.

Allá quienes se traguen sin masticar el cuento chino de que continuamos soportándolos única y exclusivamente por miedo. Muchísimo más pesa en la balanza nuestro espíritu conservador y nuestra falta de perspectivas ante el ancho mundo, taras moldeadas alevosamente por el poder totalitario durante medio siglo.

Como Dios nos hizo…

De la misma forma que el pueblo no cree ya en este bochinche al que llaman socialismo, tampoco halla a su alcance algo mejor en que creer, no porque no exista sino porque no dispone de coordenadas para identificarlo, no le consta, no lo ve en su horizonte sino con tiburones y torpederas de por medio. Y ello quizá se deba, entre otras calamidades, a que los rivales del régimen no han sabido mostrárselo, sea por incapacidad política, por haber escogido mayormente los métodos erróneos, o incluso, en este caso sí, por falta de arrojo.

Ahora, lo más fácil para los francotiradores a distancia y lo más cómodo para los politiqueros será cargarle el muerto a la gente de a pie que acudió a votar (o a simular que votaba) en esta cosa que tan graciosamente anunciaron como "las elecciones más democráticas de la galaxia". Provechoso sería, en cambio, aunque más difícil, a juzgar por lo visto, que en lugar de perdernos en la búsqueda de culpables entre quienes no son sino víctimas, despertemos de una vez si es que deseamos ciertamente ver realizados nuestros sueños.

Somos como Dios nos hizo y hasta peor a veces. Es algo que nadie puede variar de hoy para mañana como por arte de brujería. Tampoco resulta inteligente ignorarlo, al menos para los políticos.

Si la gente ve con buenos ojos que aumenta la oferta de viandas en los agromercados, o que el transporte público mejora un mínimo —aun cuando sepamos que será por corto tiempo—, o que al fin se nos permite ser partícipes en el show timador de la denuncia en alta voz, ello no significa que dé por satisfechas todas sus expectativas, ni que esté asumiendo como providencial esta ruina sobre las ruinas que pretenden venderle a precio de cambios profundos y radicales para renovar el sistema.

Se trata, ni más ni menos, de un reflejo condicionado por esa filosofía natural de la supervivencia que es la picaresca. Aquí, como en todas partes, los pobres y desamparados toman lo que se les da mientras el palo va y viene. Pero sería antihistórico y hasta inhumano concluir que no están capacitados para valorar lo que sea mejor, o que, llegado el momento, y previo el consecuente conocimiento de causa, no apostarán resueltamente por otras alternativas.

Claves

Entonces, aquí como en todas partes, quizá lo que hace falta es que alguien sea capaz de demostrarle a la mayoría cuánto nos urge la necesidad de auténticas transformaciones. Sin anarquía social, pero partiendo como base de la más amplia y legítima libertad del individuo. Sin politiquería estafadora, pero con la convivencia más o menos armónica y saludable de una diversidad de partidos. Con la ayuda de todas las naciones, pero sin el entrometimiento de ninguna en particular. Sin retórica hueca y sin violencia, en las que ya hizo cátedra el régimen, sino con demostraciones concretas de progreso.

Todo lo que pasa conviene, afirma un dicho que de conservador se pasa. Pero exprimiendo su posible lección, podría resultar —quizás, nadie sabe, quién quita— que este impasse ganado por la nueva vieja dinastía termine siendo oportuno para que sus rivales despierten y se esmeren engrasando las ruedas, ahora con el viento que bate un poco más, sólo un poco más a su favor.

Nuestra dictadura, ni es genuinamente aceptada ni es imbatible, por mucho que se esfuerce en creerlo. Ninguna dictadura lo fue. La clave para dispensarnos definitivamente de su patriótica y tan persistente coyunda radicaría entonces en el poder de convocatoria popular de sus opositores. Y para ello ningún momento puede ser a la larga tan propicio como el de los días que corren, en medio de este juego peligroso que se aprestan a jugar desde arriba, obligados como están a cambiar algo para seguir tirando sin que nada cambie.


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