Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Negro, Dumas, Racismo

«Se te fue la mano mi negro»

¿Cómo llamar de ahora en adelante a esos negros del “negro de los negros”?

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De la denuncia a la bobería a veces la distancia es corta, demasiado corta.

La Red Española de Inmigración y Ayuda al Refugiado quiere que la Real Academia Española modifique el término “negro” en su diccionario “por contener acepciones claramente racistas”. Así lo ha expresado en su página de Facebook y lo recoge el diario El País.

Entre las “acepciones claramente racistas” que encuentra la ONG en el Diccionario de la Lengua Española en la referencia a la palabra “negro” está la de “persona que trabaja anónimamente para lucimiento y provecho de otro” e “infeliz, infausto y desventurado”.

Para la Red Española de Inmigración —que cuando no se pierde en el Diccionario lleva a cabo una labor meritoria— estas acepciones “suponen un símbolo y muestra de hasta dónde llega la discriminación racial en la sociedad española”.

De esta forma me entero que durante años he mantenido una actitud racista al referirme a esos colaboradores anónimos —se dice que unos sesenta y tres— que a cambio de dinero contribuyeron al casi millón de páginas que forman la producción de Alejandro Dumas, entre novelas, artículos, obras de teatro, reportes de guerra, libros de viaje y hasta uno excelente de cocina.

Dumas, por cierto, era mulato, nieto de una esclava de descendencia africana y conoció la discriminación racial. Su padre, un mulato nacido en Haití y llamado el “Conde negro”, fue subastado como esclavo por el abuelo del escritor, un marqués arruinado que tras venderlo para pagarse el pasaje de vuelta a Francia y recuperar su fortuna lo recompra y libera.

El padre de Dumas fue un famoso general del ejército, hoy casi olvidado porque su única estatua en París fue destruida por los colaboracionistas de los nazis antes de la llegada de Hitler a la capital francesa y nunca ha sido reconstruida, aunque su nombre se encuentra en el Arco de Triunfo. El personaje de Edmundo Dantés está inspirado en él: el Conde de Montecristo era negro. Los Montecristo llegaron a ser famosos en Cuba, no por hazañas bélicas sino como puro humo: tabacos célebres en una isla donde decir “mi negro” no era expresión de desprecio sino de cariño.

El largo paréntesis anterior solo busca recordar que la historia, en ocasiones, no es más que un cuento indecoroso lleno de infamia y errores —cuando no de horrores— y es un ejercicio pueril tratar de enmendar el pasado con cambios de palabras.

¿Cómo llamar de ahora en adelante a esos negros del “negro de los negros”? Porque confieso que decirles colaboradores me resulta algo entre empalagoso y empresarial, referirme a ellos como “escritores fantasmas” me recuerda la literatura gótica y citarlos como ayudantes me suena a carpintería.

Pero eso no es lo peor. Lo peor es que yo también, y en diversas ocasiones, he sido un negro de la escritura: el que me arrebaten parte de mi biografía no me entusiasma mucho.

Como tampoco me alegra y ni siquiera me ilusiona la perspectiva de borrar los “días negros” y las “noches negras” de mi pasado, presente y futuro. Sin contar que la reacción contraria podría estar a la vuelta de la esquina, y a cualquiera podría ocurrírsele el cuestionar el título de las Noches blancas, de Dostoievski —nada más que por las ganas de ir a la contraria— o denunciar los Cuentos negros de Cuba de Lydia Cabrera como una infamia del lenguaje.

Lo lamentable es que la Academia ha decidido estudiar la modificación del término, lo que abre la puerta a que se considere racista también la notación musical, donde una nota negra tiene una duración que es la mitad de una blanca, o busque cambiarle el nombre a la novela negra, el cine negro o la serie negra. La corrección política convertida en aberración lingüística.


Esta columna también aparece en la edición del lunes 24 de septiembre en el Nuevo Herald.


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