Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Posverdad, EEUU, Política, Obama

Tratado cognitivo

Del error de Obama al considerar un problema epistemológico la polarización extrema en el debate político de Estados Unidos

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El axioma de que cada persona crea su propio mapa de la realidad, enunciado en otro texto (“Cartografía política”), encuentra su alcance y limitación en el debate político. Fue dicho con otras palabras por el expresidente Barack Obama y define en buena medida el panorama actual, no solo de la sociedad estadounidense sino también de la europea.

Durante su mandato Obama solía citar al senador Daniel Patrick Moynihan, quien en una ocasión había dicho a un oponente: “Está usted en su derecho de tener una opinión propia, pero no su propia realidad”.

El exmandatario atribuía la polarización extrema en el debate político a la carencia de una base común de hechos e información, un problema epistemológico: “…si yo digo que esto es una silla, todos estamos de acuerdo en que es una silla. Podemos discrepar sobre si es una buena silla, sobre si deberíamos cambiarla o no, sobre si queremos moverla hacia aquí o hacia allá, pero no podemos decir que es un elefante”.[1]

Sin embargo, aunque acertado en el análisis, el razonamiento de Obama choca contra la realidad política y evidencia la mente de un tecnócrata.[2] Este circunscribir el problema al campo de la información falla no solo en su diagnóstico, sino también en su solución.

Obama considera que los estadounidenses están demasiado ocupados en su vida cotidiana (trabajar, llevar los niños a la escuela, ir al supermercado) y carecen de tiempo para lograr procesar toda la información disponible y escoger la correcta. Aquí también el enfoque es puramente tecnócrata. Durante todo su mandato, trató de eludir en lo posible la confrontación ideológica —sobre todo en el terreno nacional— y apelar al razonamiento. Hacer lo “inteligente” se convirtió en el argumento principal, por encima de criterios doctrinarios, morales y partidistas: la forma inteligente de hacerlo, una política inteligente, un acuerdo inteligente, un pacto inteligente, una vía inteligente. Lo demás era “estúpido”.

Pero la solución de disponer de más tiempo para estar mejor informado choca sin proponérselo —¿o sí?— con la libertad individual. ¿Y si el individuo escoge ese tiempo para mirar los programas de televisión más tontos, escuchar la música de menos calidad artística y ver las series más anodinas? Desde el punto de vista personal, tiene todo su derecho a ello, de lo contrario sería sometido a un adoctrinamiento, bueno o malo. El Inculcar a alguien determinadas ideas o creencias no implica de por sí una valoración sobre el contenido sino sobre el método. Es por ello que en el razonamiento de Obama —y antes y después del matrimonio Clinton— se impone la categoría de “estúpido”. Solo que los “estúpidos” también votan.

El otro desacierto a tomar en cuenta es que el conocimiento, por sí solo, no determina la valoración de un hecho. Un ejemplo de ello son los criterios y diferencias a la hora de considerar el cambio climático. A simple vista parecería que todo puede juzgarse bajo el criterio del conocimiento científico frente a oscurantismo e ignorancia. Los negacionistas del cambio climático se limitarían a una sarta de reaccionarios, que desconocen los avances de la ciencia y se encierran en atavismos, viejas creencias religiosas y supersticiones. No es así, de acuerdo a una encuesta.

Los republicanos muestran un mayor escepticismo que los demócratas acerca del calentamiento global, y esa división partidista se incrementa cuanto mayor es el nivel educativo de los encuestados.[3]

Entre los republicanos con un nivel de estudios no superior a la enseñanza secundaria, el porcentaje de quienes creen que el calentamiento global se exagera es el 57 %. La cifra aumenta al 74 % entre los graduados universitarios.[4]

A la pregunta de si el cambio climático está causado por variaciones naturales en el medioambiente, la mayoría de los republicanos responden que “sí” y la mayoría de los demócratas responden que “no”. Pero la brecha partidista aumenta entre los graduados universitarios, a 53 puntos porcentuales entre los titulados, con relación a solo 19 puntos entre quienes no han llegado a la universidad.

Es decir, el problema no se limita a estar mejor informado o capacitado para entender la situación, contar con varios cursos de ciencias en el expediente académico o una acreditación científica. Otros factores, como la opinión sobre el papel que deben desempeñar los gobiernos, influyen en las respuestas.

Obama confunde los síntomas con las causas y desprecia el papel de la ideología.

Para Louis Althusser, la ideología es “la representación imaginaria de la relación del sujeto con sus condiciones reales de existencia”. Desde este marco referencial, es fácil descender a los efectos prácticos del mentir con fines utilitarios. Hannah Arendt lo dijo de forma descarnada en su ensayo de 1971, “Lying in Politics”: “La falsedad deliberada y la mentira descarada se utilizan como medios legítimos para lograr fines políticos”. La apelación a los “hechos alternativos” se resume en un esfuerzo burdo de propaganda.

Sin embargo, considerar que la mentira, la alteridad y la posverdad se limitan a la era Trump es no comprender el alcance del problema.

¿Acaso los “hechos” y la “verdad” antes de las elecciones presidenciales de 2016 no connotaban también un conjunto de suposiciones, en gran parte admitidas sin corroboración, sobre la forma en que funciona la política en EEUU y la posibilidad de cambiarla; suposiciones compartidas en gran medida por los medios de comunicación y los políticos, a la derecha y a la izquierda?

Las nociones de lo posfactual y la posverdad demuestran su índole subversiva cuando ponen entre paréntesis y crean dudas sobre la existencia de verdades universalmente compartidas, y aceptadas en la esfera política de un mundo globalizado y unipolar. Aceptar esta situación no lleva a descartar los hechos, sino que advierte sobre la forma en que estos se configuran y por quien.

Con un ejemplo simple se entiende el significado del cambio. Mientras Obama se pasó todo el tiempo repitiendo el concepto de inteligencia, Trump apeló a una formulación más simple e inmediata, al dirigirse a sus iletrados partidarios: la belleza. Así, todo se refería a hacerlo más bello: construir un “muro muy bello”, las “bellas estatuas” de los confederados, revivir una industria del carbón “limpia, bella”. En esa versión de cuento infantil de hadas no cabían las apelaciones raciones de Obama. En última instancia, no era necesario decir que se avanzaba por el camino inteligente que beneficia a todos, algo que por otra parte no se veía por parte alguna. Solo bastaba dividir el mundo en ganadores y perdedores.

También en eso Trump no fue original. Kurt Vonnegut lo había dicho antes: “Los dos partidos políticos reales en Estados Unidos son los ganadores y los perdedores. La gente no lo reconoce. En cambio, afirman ser miembros de dos partidos imaginarios, los republicanos y los demócratas”. Por supuesto, Trump no había leído a Vonnegut, y nunca lo leerá.


[1] C-Span, “President Obama at Rice University”, 27 de noviembre de 2018.

[2] Michael J. Sandel. La tiranía del mérito. p. 138.

[3] Sandel. Ibidem. p. 144.

[4] Frank Newport y Andrew Dugan. “College-Educated Republicans Most Skeptical of Global Warming”, Gallup 26 de marzo de 2015. Las citas de Obama y la encuesta de Gallup, en su versión en español, han sido tomadas del libro de Sandel.


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