Actualizado: 29/04/2024 7:40
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Pimera Enmienda, EEUU, Elecciones

Trump, la defensa y el chiste

Más allá de un recurso leguleyo, hablar de libertad de expresión y Primera Enmienda en el caso de Trump no pasa de chiste

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El argumento que se les ha ocurrido a los abogados de Trump —y que ciertos “analistas” del patio han secundado con entusiasmo— es que la mejor defensa para justificar los actos del exmandatario el 6 de enero de 2021 es afirmar que está loco.

Por supuesto, ellos no lo dicen a las claras. Se limitan al argumento de que Trump creía firmemente que había ganado las elecciones, que los sicofantes a su alrededor se lo repetían —no importa lo “letrados” o “iletrados” que fueran— y que él se limitaba a sugerir, a imaginar, a soñar.

Todo indicaba lo contrario, que había perdido, pero él vivía en su paraíso artificial de Diet Coke.

Esa justificación del vivir de sueños surge ahora como un medio de encubrir un nuevo elogio de la locura.

La vía del loco

La vía del loco tiene dos rutas muy conocidas. La primera es la de los criminales que intentan o realmente están enajenados y utilizan el argumento, o se demuestra el hecho, de que estaban “fuera de sus cabales” a la hora de cometer sus delitos. Más allá del cine y alguna charla de adolescente, fingir estar loco para no cumplir un castigo legal no es una solución fácil ni buena. Quienes lo intentan o sueñan con ella desconocen lo que es un reclusorio para criminales enfermos mentales y la angustia de la indefinición de un proceso legal —que se extiende por años— hasta saber si el acusado está mentalmente capacitado para enfrentarlo.

La otra ruta despertó sospechas durante el mandato de Trump, en particular en lo que resultó su política exterior. De acuerdo a la “Teoría del loco” (Madman theory), la idea básicamente consiste en mostrarse frente a los enemigos como alguien demasiado impredecible o dispuesto a ir al combate, para disuadirlos de actuar contra los intereses propios.

El primer presidente estadounidense al que se le atribuyó el uso de la “Teoría del loco” fue Richard Nixon (1969-1974), supuestamente para intimidar a la Unión Soviética y a Corea del Norte.

H. R. Haldeman, quien fue jefe de gabinete de Nixon, escribió que este le habló de esa teoría cuando le dijo que quería que los norvietnamitas pensaran que “podría hacer cualquier cosa” para parar la guerra de Vietnam y que recordaran que tenía en sus manos “el botón nuclear”.

Cuando fue gobernante Trump se encargó de recalcar que controlaba el mismo botón, en sus amenazas de “fuego y furia”, que luego desde su propio gobierno describieron como espontáneas.

La libertad de expresión

Llegamos entonces a una justificación repetida para las acciones de Trump: son espontáneas, él cree en ellas, las considera adecuadas.

No importa lo aberradas que sean, siempre surge alguien que, por posición o dinero, intenta justificarlas. Claro que en un proceso legal los abogados millonarios no van a arriesgarse con el tema de la locura, y buscan uno más “constitucional”: la libertad de expresión.

El argumento legalmente es débil, pero basta para satisfacer a la base trumpista. Trump creía realmente que había ganado las elecciones y que los otros habían hecho fraude. Por supuesto, cualquiera puede creer que la tierra es plana, tiene ese derecho. Ahora bien, nadie podría en sus manos un avión con trescientos pasajeros, una nave espacial o un simple barquito. Pero, virtudes democráticas, ese mismo personaje puede aspirar a presidente en Estados Unidos.

Así que el problema principal va más allá de un juicio o cinco juicios. Y en lo que se refiere a cada estadounidense se limita a una cuestión bien simple: Donald Trump no está capacitado para gobernar este país.

Para algunos puede parecer difícil de asimilar y para otros un ultraje, pero la respuesta simple la conocemos repetidamente desde hace unos años: la mayoría de los estadounidenses no quieren a Trump de presidente. Él nunca ha ganado una elección popular, su único triunfo en las urnas fue de chiripa y en lo adelante ha acumulado fracasos electorales. Si fuera actor de cine, desde hacer rato hubieran dejado de contratarlo.

Hay por supuesto otra cara de la moneda que sale a relucir a diario, y es la identificación de un sector de la población con Trump y la apropiación de su figura como una forma de repudio a las elites nacionales. Pero aquí se unen la política y la psicología. Se entiende una preferencia a Trump por un grupo o clase, pero ello es igual que a la intelectualidad estadounidense —se pueden agregar comillas a discreción— por años favoreció las películas de Woody Allen o los franceses en su momento las cintas de Jerry Lewis. Es un asunto de estereotipos, identificación y rechazo.

Más allá de un recurso leguleyo, hablar de libertad de expresión y Primera Enmienda en el caso de Trump no pasa de chiste de Woody Allen o Jerry Lewis. Y por supuesto, nunca llega a los hermanos Marx.

También se puede hacer un clic en: “Entre locos”.


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