Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Un exilio cómodo

El mantener posiciones políticas moderadas de centro o izquierda enfrenta diversos obstáculos en el exilio de Miami, desde el oportunismo de unos a la ignorancia de otros

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La honestidad intelectual, para los que optan por mantener posturas políticas moderadas de centro o izquierda fuera de Cuba, puede convertirse en una peligrosa carta de presentación. Se supone que vivir fuera de Cuba, en lugares como Estados Unidos o España, garantizaría una entrada a la arena de la democracia y con ello, a la de la participación y el debate de ideas. No necesariamente ocurre así. La expresión pública de ideas, que contravienen el statu quo de sectores extremistas del exilio cubano y sus líderes, puede llevarlo a uno a ser víctima de la exclusión y hasta de la censura.

La historia del extremismo de la derecha cubana, que tiene su cuna en Miami, tiene orígenes comprensibles en muchos casos, aunque no justificados. Amén de la insensibilidad social, de la cual muchos de los primeros exiliados padecieron con respecto a problemas reales que afectaban a grupos menos privilegiados en la Isla, puede entenderse que, al ser víctimas de los procesos de nacionalización y expropiación forzados, hayan reaccionado con notable virulencia. Está el caso de aquellos que, sin ser magnates o sin estar comprometidos con la dictadura batistiana, como simples integrantes de la clase media, poseían su pequeña empresa privada, en la cual habían invertido tiempo y esfuerzo. No tenían que necesariamente mostrar contentura por las expropiaciones, aunque la mayoría sí celebró efusivamente el triunfo revolucionario.

Peor situación les tocó a aquellos que mantenían posiciones comprometidas con el gobierno de Batista o que poseían mayores riquezas. ¿Qué hubiera hecho falta para que, en lugar de poner en práctica una entrada mortal al anquilosamiento generacional que padecieron después ya como mal crónico, hubieran ensayado actitudes y conductas más moderadas? Una conciencia histórica y una cierta sensibilidad de los problemas sociales de Cuba. Un reto nada pequeño.

Hubiera hecho falta una conciencia histórica inconmensurable para acatar con altruismo el papel de perdedores que sacrifican sus riquezas por un bien común. Hubo casos. Hubo incluso aquellos que regresaron a Cuba, desde un exilio en Estados Unidos, para participar del proceso revolucionario, entre los cuales se encontraban prestigiosos intelectuales de la generación del cincuenta, en muchas ocasiones de posición social acomodada. No obstante, en la mayoría de los casos el movimiento fue de adentro hacia fuera. Expropiados y humillados por los barbudos que desacreditaban sus refinamientos pequeño-burgueses, a Miami llegaron los primeros exiliados.

Si aún hoy Miami es una ciudad con fuertes dosis de segregacionismo, los afroamericanos eran víctimas de un racismo abierto y sin límites cuando llegaron los primeros exiliados cubanos. Durante los doce años que viví en Miami, de 1995 a 2007, escuché expresiones que forman parte de eso que Piere Nora llama “lieux de memoire” o lugares de memoria. Son sitios, mentales o físicos, a través de los cuales una comunidad intenta hacerse de un espacio de perdurabilidad histórica. Uno de esos sitios mentales es el sobreentendido de que "esta ciudad la levantamos los cubanos". La expresión, que puede hasta contagiar cierto orgullo eufórico sobre nuestra capacidad en el área de la construcción, denota un tremendo mal gusto cuando es espetada en la cara de un afroamericano de Overtown o del Northwest, sobre todo cuando se sabe que, por conveniencias políticas y por la circunstancialidad de la competencia racial, los cubanos gozaron de un mayor acceso que los afroamericanos a préstamos bancarios y a otros mecanismos de movilidad, a través de los cuales una comunidad se establece y progresa. No cuestiono que nuestros compatriotas también hayan sido víctimas de la discriminación a ciertos niveles, ni de su tremenda capacidad y diligencia para el trabajo. Pero tampoco pongo en duda el que tuvieron un mayor acceso a mecanismos de legitimización y avance social que otros grupos, mecanismos que contribuyeron a la titánica tarea de "levantar esta ciudad".

Radicado en Miami, este primer exilio se encarga de habilitar la neurosis de la pérdida, a través de un continuo lamento por la destrucción de la Cuba republicana, que con tantas bonanzas los proveyó. Pero junto al lamento, la acción. Y si Bahía de Cochinos ―o Playa Girón, como quiera llamársele― resultó un fracaso, se buscó después implementar una guerra de cabildeos que aseguraría largos años de existencia a grotescas criaturas como el embargo. Lo curioso es que estas estructuras radicalizaron más aún a la revolución y su ideología comunista.

De manera general, los primeros exiliados pavimentan, como grandes caciques de esa nueva isla llamada Miami, las avenidas de un estado de opinión al que deben acogerse los “recién llegados”, es decir, las múltiples generaciones de cubanos que van llegando posteriormente.

Pero si bien es lastimoso ver a esa primera generación autoconsumirse dentro de sus propias estructuras de odio e intolerancia, por la frustración (y la opción) de no volver a Cuba, lo es más saber de quienes, por asegurar un puesto dentro de este coro de lamentos, cantan cómodamente al ritmo de la música que le toquen.

La comodidad de estos nuevos exiliados tiene múltiples orígenes. En muchos casos, responde a un mero mecanismo oportunista de adaptación y ascenso social. En el fondo de tal actitud está es la reproducción de los "habitus" —así denominados por Pierre Bourdieu— los cuales son "estructuras estructurantes", módulos de opinión que aseguran la entrada exitosa de un individuo a un grupo social. La meta es la obtención de prestigio, de estatus. Filósofos, historiadores, periodistas, politólogos, poetas, narradores, parte, en fin, de una intelligentsia que, en su pre-exilio no necesariamente ostentó una posición de crítica radical hacia el Establishment cubano, viviendo "allá", lo hace ahora, viviendo "acá". Llegan incluso a criticar y cuestionar a sus ex colegas de "allá", quienes mantienen la misma postura que a ellos les aseguró su supervivencia durante su etapa de intelectuales "comprometidos".

Esta actitud de ratificación, y no de cuestionamiento, implica la renovación constante de los "habitus" establecidos por el primer exilio, los cuales han contribuido a la diagramación de un camino de estancamiento para Cuba. La responsabilidad social es sustituida, en el caso de esta intelligentsia, por la cómoda reproducción de los "habitus" que aseguren un acceso al "prestigio" atesorado y resguardado con celo por ese exilio primigenio.

Sumado a esto, hay que tener en cuenta la incapacidad de esta intelligentsia, radicada fundamentalmente en Miami, de insertarse en al mundo académico o profesional norteamericano. Al no poder o no querer hacerlo, ya sea por los límites del idioma, o por mera holgazanería intelectual, terminan confabulando sus pequeñas ficciones de lo que un académico o un profesional de las letras debe ser. Así, para ser periodista, profesor, analista, politólogo, no es necesario estar avalado por estudios de alto nivel, siempre y cuando se tenga la ideología que satisfaga los intereses del patrocinador. En estos estrechos marcos se redefine el academicismo y el profesionalismo en Miami.

Dentro de este proceso de “redefinición profesionalista”, si así puede llamársele, está el repetido caso de la manipulación de nexos familiares —ya a favor, ya en contra— como mecanismo de autolegitimación. Este ha pasado a ser uno de esos frecuentes "habitus" practicados por el oportunismo profesionalista miamense, sobre todo en los medios de comunicación. Por ejemplo, cuando se tienen nexos familiares con una figura de poder en la isla, el aludido, en ocasiones, ejecutará una serie de maniobras performáticas a través de las cuales se desacredita o a ese Otro familiar, o a los súbditos de ese Otro. Hijos, hijas, sobrinos, sobrinas, primos, de Otro(s) non-grato(s), definen su posición política por contraste con éstos, embarcándose en una verdadera campaña ideológica por la reivindicación de la ultraderecha, sin entrar en un análisis balanceado ni objetivo sobre el tema en cuestión. Esta performatividad no deja margen alguno para la parcialidad y el debate abierto.

Junto a tal oportunismo que puede asegurar una columna en un periódico, un programa televisivo, la publicación de un artículo en una revista electrónica, o simplemente una palmadita reconfortante en el hombro, está la reproducción de otros "habitus": genuina falta de perspectiva histórica, falta de sensibilidad hacia los problemas internacionales y nacionales, chauvinismos revestidos de nacionalismos, inconsciencia sobre problemas raciales, silencios ante hechos condenables como el embargo… en fin, la lista puede ser más larga.

Ambos casos, tanto el del oportunismo como el de la genuina ignorancia o/y desinterés por los problemas de América Latina y el Caribe, provocan resultados nefastos. En lugar de promover una nueva mirada hacia Cuba, al contextualizarla dentro de un mundo ya sin (aparente) guerra fría, pero donde las clases no-representadas protestan cada vez con más fuerza contra la desigual distribución de riquezas, estos exiliados reproducen las mismas estructuras reduccionistas, estériles y carentes de ética intelectual: demonización de ciertas figuras e idolatrización de otras; parcialidad; repetición de opiniones sin un fundamento histórico o filosófico; difamación; listas negras; clima de intolerancia. (Afortunadamente, el dispositivo del terrorismo practicado por algunos del primer exilio ha reducido su regularidad e intensidad, hasta donde me consta).

En el caso del último exilio, que pudiera acogerse al nombre de "derecha ex comunista" no se trata de un grupo social que lamenta la pérdida de un patrimonio determinado (ya sea mansiones o estilos de vida). Es un grupo social formado en Cuba dentro de la etapa de la revolución, y que en muchos casos mantuvo su adhesión a ella. No estoy proponiendo un vínculo reduccionista en el que haya que defender a ultranza lo indefendible. Mi cuestionamiento no es sobre el contenido de ciertas posiciones ideológicas sino más bien sobre la función que un intelectual se supone deba cumplir: la de vivir en compromiso con una perenne actitud de búsqueda, de auto-examen de sus ideas, y de un total escepticismo ante premisas no reconocidas. El verdadero intelectual no debe mostrar conformismo con los estados de opinión que reproducen el status quo, cualesquiera que sea su filiación ideológica. Este grupo de exiliados le ha fallado a esa función. Desde su lógica, en cambio, de lo que se trata es de elegir aquellos módulos que aseguren una entrada al capital de prestigio social y de desacreditar aquellos que la limiten o cuestionen.

Será raro ver a alguno de estos "filósofos" aportar un análisis moderado sobre el significado simbólico de Evo Morales para la región andina. Sus comentarios se limitarán a criticar sus conexiones con el “castrochavismo” del siglo XXI. Sus palabras se circunscribirán a los estrechos perímetros de lo permitido por la prensa y los medios controlados por el llamado exilio histórico. En ningún momento su análisis abarcará los problemas sociales o los reclamos de irrepresentatividad articulados por las comunidades indígenas a través de su primer líder. Ni soñar con que develen o cuestionen los intereses oligárquicos que acompañan tal falta de representatividad. La metáfora de la contigüidad Morales-Chávez-Castro es más fácil.

Dentro de esta lógica, y doy otro ejemplo, todo aquel que reconozca ciertos logros sociales de la revolución cubana ―al margen de la consabida crisis actual―, entra automáticamente en la lista negra de agentes, informantes, comunistas que, con tanto celo, guardan. Posiciones matizadas de aquellos que critiquen cuestiones como la falta de elecciones, de libertad de prensa, asociación y de viajes, no serán suficientes, si vienen combinadas con el reconocimiento a otros factores que sí son dignos de mantenerse dentro de un proceso de transición en la Isla. Por el contrario, son demonizadas y sacadas de contexto indecentemente para ser expuestas como punibles.

No hay que hacer tabula rasa para sacar a nuestro país del subdesarrollo. No hay que promover ajusticiamientos ni baños de sangre. No hay que crear listas negras. Hagamos un esfuerzo y pensemos más allá de los "habitus" que nos imponen. Promovamos otros nuevos, de tolerancia, sentido común y humanismo.




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