Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Una de cal y otra de arena

La dinámica de lo políticamente correcto corroe el tema cubano, sobre todo en dos frentes: el embargo de EE UU y la educación y la salud en la Isla.

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Cuando se piensa en violaciones a la libertad de expresión, suelen venir a la mente las persecuciones desde los gobiernos, los actos de repudios, la censura a la emisión del pensamiento y otros métodos represivos frecuentemente acompañados de violencia contra la persona que quiere ejercer sus derechos. Pero existen también formas más sutiles e incruentas de coartar la libertad, que al final se convierten en una verdadera tiranía. En esta lista se puede incluir lo que actualmente es conocido por corrección política.

En líneas generales, la corrección política o lo políticamente correcto surge como el lenguaje que busca defender o "redimir" a personas o grupos casi siempre minoritarios que, según los impulsores de esta idea, eran ofendidos o lacerados en su dignidad por medio de las palabras. En ese sentido, la corrección política supuso evitar palabras o frases que resultaran ofensivas para una clase o grupo étnico, religioso, racial o sexual considerado minoría.

De ahí viene la idea de no llamar negro al negro, sino afroamericano, subsahariano o persona de color; al ciego, invidente; al moro, magrebí; a quien está desempleado, "persona en situación de paro"; y para que las féminas no se molesten, los discursos irían precedidos por un saludo a las alumnas y los alumnos, las trabajadoras y los trabajadores, o como alguien dijo hace poco en España: a las "miembras y miembros" de la comisión.

Pero en la medida que la corrección política se ha extendido por el universo social, cultural y político, gracias a la acción de los medios de comunicación y académicos, ha cambiado sus pretensiones, yendo más allá de la idea inicial, que aunque no compartida por muchos, no podría ser tachada de injusta.

Ahora se quiere imponer como rectora de las opiniones, indicadora de lo bueno y lo malo, una verdadera tiranía de las ideas defendidas por ciertos grupos de manera dogmática. Paradójicamente, el relativismo convertido en dogma y lo neutro en regla. Tal y como hoy se entiende lo políticamente correcto, busca diluir toda convicción para no molestar a nadie, quedar bien con todos, menos con los que sostienen enfoques distintos a esta imposición.

Actualmente, cualquier defensa del mercado o del capitalismo sin que vaya acompañada de los respectivos matices es algo políticamente incorrecto. También lo es cualquier crítica al relativismo moral o el multiculturalismo. No son bien vistos los señalamientos a extranjeros que no respetan las normas sociales de un país, lo cual puede valer el título de xenófobo. No es políticamente correcto sostener ideas que parezcan duras en el ámbito de las relaciones internacionales y mucho menos que cuestionen la existencia de organizaciones como la ONU o la OEA.

Es imposible debatir aquello que desde determinados grupos ya ha sido catalogado como políticamente correcto o incorrecto. Hay que asumir íntegramente todo lo que cuentan sobre la colonización española o sobre la personalidad del Che. Se deben aceptar ideas como que Chávez es consecuencia de lo anterior —adecos y copeyanos—, sin alegar que ya lleva diez años en el poder, o postulados como que somos pobres porque otros son ricos, y que por ser pobres somos buenos de corazón, que las multinacionales son ladronas y el socialismo real tenía cosas buenas.

Desviar la atención

El asunto cubano no escapa a ese mal, no solamente por la perversión de la realidad y el lenguaje inherente a todo régimen totalitario, sino también, porque lo políticamente correcto se ha impuesto de manera transversal, impregnando temas y voluntades de ambientes y grupos de los que no se tiene la más mínima sospecha de antidemocráticos o colaboracionistas. Hay dos claros ejemplos de dicha influencia.

Como si todo en la vida se tratase de dar una de cal y otra de arena, hay quienes al redactar un comunicado, discurso, o simplemente ofrecer declaraciones sobre la realidad cubana, aluden inevitablemente al embargo norteamericano. No importa cuál sea el tema central, aun cuando el objetivo sea denunciar una grave violación de los derechos humanos o reclamar los necesarios cambios para la Isla. Lo políticamente correcto es que, renglón seguido, haya una condena del "bloqueo" o embargo económico estadounidense, sea por su "ineficacia" o por ser "éticamente inaceptable". Hay que curarse en salud, dicen algunos.

Entre los que incurren en dicha práctica, están quienes lo hacen desde una respetable convicción sobre la inconveniencia de dicha sanción. Sin embargo, hay otros cuya motivación es la eterna creencia de que al fustigar la política del vecino del Norte hacia la Isla, tendrán mayor legitimidad para criticar lo que sucede en Cuba. Como si existiera una suerte de pre-requisito anterior a la libre expresión para poder hablar sobre esta realidad.

Otros lo hacen porque creen que así su mensaje parecerá más moderado. De ese modo, aquellos que, ya sea por acción u omisión, no se ajusten a la regla establecida, pasarán a formar parte de la fila de los radicales, ultraderechistas o poco inteligentes desde el punto de vista estratégico.

En todo caso, más allá de las motivaciones de cada cual, hay que ser consciente de que en este asunto la esencia no está en el juicio que se tenga sobre el embargo, y sí en la pertinencia o no de incluir dicho tema cuando en realidad sabemos que, por lo menos de manera puntual, no es la principal causa del problema cubano.

Ante semejante actuación, si navegamos con suerte, lo más leve que puede suceder es que comience una discusión sobre si es embargo o bloqueo, o sobre la conveniencia de la política americana. Debate que fácilmente podría concluir en la frustración de una acción política determinada por la falta de consenso sobre dicho acápite.

Evidentemente, en estos casos lo políticamente correcto funciona como mecanismo que desvía la atención de la inicial y principal motivación para alzar la voz, y puede ser utilizado para dividir de manera maniquea a los demócratas.

Las 'conquistas de la Revolución'

Otro de los ejemplos es la idea sostenida por muchos cubanos o extranjeros, sin importar sus opciones políticas, de que pase lo que pase en Cuba la educación y la salud deben ser intocables. Es la defensa o simple aceptación acrítica de lo que se ha conocido como las principales "conquistas de la Revolución", que de esta manera se asume como discurso políticamente correcto. Nuevamente, una de cal y otra de arena.

En este caso, lo políticamente correcto funciona en dos sentidos: en primer lugar, como factor disuasivo o agente paralizante frente a los deseos de cambios profundos. Se trata de una condicionante inamovible ante el futuro. En segundo lugar, al igual que en el ejemplo anterior, quien se oponga a este discurso, es decir, cuestione los sistemas de educación y salud, dude de sus bondades o se atreva a proponer una opción distinta, por ejemplo, una liberal, puede ser calificado de radical, parcial e incapaz de encontrar algo "bueno" en la obra revolucionaria.

Estos son dos ejemplos de cómo la dinámica de lo políticamente correcto corroe el tema cubano, a veces con graves consecuencias frente a la necesaria unidad operativa. Qué decir ante el ideal de democracia y pluralismo que seguramente todos defendemos.


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