Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Disidencia, Oposición, Exilio

Vender una ilusión

Las visitas de opositores son una oportunidad para el exilio, que al tiempo que busque una reafirmación necesaria, pueda también encontrar una transformación imprescindible

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La relación entre el exilio de Miami y la actual oposición pacífica en Cuba requiere de un análisis que contenga pero no se limite a la efectividad dentro de los intentos por lograr un avance de la democracia en la Isla, o una mejora en los derechos humanos.

Medir el avance de esta oposición —que incluye formas y objetivos diversos dentro de una actitud general de rechazo al régimen— por los cambios que, gracias a ella, ha experimentado la sociedad cubana en los últimos años, es abordar el problema con una visión parcializada.

En primer lugar debido al hecho de que muchos de estos cambios no son debidos a la oposición sino puestos en práctica en un desarrollo paralelo a ésta. En segundo porque esta misma oposición, que reclama su participación para lograr estos cambios, al mismo tiempo los disminuye o desestima, al catalogarlos de “cosméticos” dentro de una retórica que le es necesaria para justificar su presencia: admitir que en parte algunas de sus quejas anteriores ya han sido resueltas —liberación de los prisioneros de la “Primavera Negra”, posibilidad de entrar y salir del país, eliminación del bloqueo a blogs y sitios en internet, ampliación del trabajo por cuenta propia y el permiso a la contratación de personal por empleadores privados en determinadas categorías— se ve como una erosión al reclamo de una labor en las peores condiciones posibles.

Pero por encima de estos aspectos, hay otro que no por evidente deja de contener una serie de aristas polémicas al tomarlo en consideración: la oposición cubana se define no solo en su circunstancia insular sino en su relación internacional. Para opositores y exiliados la forma más fácil de resolver esta cuestión es argumentar que, a mayor apoyo internacional, más pierde en prestigio el régimen castrista; mayor protección tienen quienes son reprimidos arbitrariamente dentro de la Isla —ya sea mediante encarcelaciones temporales, actos de repudio y acoso, entre otros medios— y también aumentan más las posibilidades de la condena del régimen en los foros internacionales.

Sin embargo, este argumento contiene puntos débiles , que dificultan sea esgrimido sin la mejor duda, salvo cuando obedece a motivos políticos elementales.

Por demasiadas décadas, la sustentación de los vínculos económicos del Gobierno de La Habana está edificada sobre fundamentos que no guardan relación ni con la democracia ni con los derechos humanos, sino con factores gubernamentales en donde este factor ocupa un lugar secundario o no se toma en cuenta.

El régimen de La Habana siempre se ha preocupado por formar alianzas políticas que le han brindado formidables resultados económicos —primero con la Unión Soviéticas y el campo socialista y ahora con Venezuela; vínculos con países que guardan una independencia relativa o total con la esfera de influencia de Washington —en la actualidad, por ejemplo, China, Rusia, India e Irán en el polo extremo— y acuerdos con naciones con las que no comparte afinidades ideológicas ni políticas, pero sí intereses económicos y de mercado —Canadá y España, para citar solo un par de los más conocidos e importantes.

El embargo estadounidense puede ostentar un récord de permanencia, pero poco que alegar en cuanto a efectividad. Luego de su puesta en práctica —y pese a la demasiado célebre Ley Helms-Burton, décadas después— y tras los años iniciales en que los países latinoamericanos rompieron sus vínculos diplomáticos con Cuba —salvo la excepción de México—, la posibilidad de un aislamiento político y económico mundial, al gobierno cubano, comenzó a erosionarse.

La también famosa “Posición Común” tiene un relativo valor político, pero poco peso económico, salvo en lo que se refiere al otorgamiento de una serie de ayudas de menor monto —en algunos casos obtenidas de toda forma por el gobierno cubano gracias a acuerdos regionales.

Así que, en última instancia, los logros de la oposición y el exilio en este terreno se limitan en muchos casos a la obtención de gestos, que también pueden ser catalogados de cosméticos.

Lo anterior no debe llevar a desconocer u opacar lo que sí constituye el mayor logro de esa oposición pacífica en la espera internacional, y es la denuncia de los atropellos que a diario comete el régimen de La Habana. Aquí sí ha ido en aumento la eficacia opositora —en parte al aumento de quienes se dedican a esta actividad y en parte gracias a los avances tecnológicos. La labor de los periodistas independientes, lejos de disminuir, ha ido ganando en calidad, y gran parte de lo que se conoce en el exterior que ocurre en la Isla se debe a esta labor de información y denuncia, a lo que se une la prontitud en la divulgación de cualquier hecho.

Otro aspecto que siempre sale a relucir cuando se habla de logros y vínculos entre la oposición pacífica y la esfera internacional es cuánto hay de conseguido, gracias a un trabajo que se realiza en condiciones adversas, y cuánto de otorgado por medios externos, en el prestigio mundial de la oposición interna cubana.

Como en lo fundamental el otorgamiento de la categoría opositora viene dictado no solo por la labor en sí, sino por lo que determinan La Habana y Washington, los parámetros para medir la efectividad en muchos casos son ajenos a una incidencia dentro de la situación en la Isla, y responden más bien a una repercusión externa.

En este sentido, los opositores pacíficos cubanos luchan frente a dos enemigos poderosos: la represión y la inercia. Por décadas el régimen ha propiciado que la desesperanza en la población actúe como un instrumento ideal para alimentar la fatalidad, el cruzarse de brazos y la espera ante lo inevitable. El abandono de la Isla convertido en la única posibilidad de cambio.

Hasta el momento, Raúl Castro ha logrado un difícil equilibrio entre represión y reforma. Lo ha hecho dilatando la segunda y modificando la primera sin que pierda su naturaleza de mantener el terror. En la práctica gobierna de una forma mucho más progresista que su hermano en lo económico, pero no en lo político. Que ese avance se deba a circunstancias específicas no disminuye el hecho de que sea real.

Esta situación de transformación limitada en la Isla —con modificaciones económicas decretadas por un gobierno que en Miami se detesta y rechaza, pero contra el cual se puede hacer poco— presenta un nuevo problema para el llamado exilio de “línea dura” de esta ciudad, que por décadas se ha atribuido la labor de determinar lo puede considerarse “anticastrismo”, tanto en la Isla como en el exterior: ¿cómo responder a una situación cada vez más alejada de la ideología que la sustentó durante tantos años y que se sostiene con el apoyo de las circunstancias del momento?, ¿cómo hacer frente al sainete, que ha resultado tan exitoso como la epopeya?

Ante tal amalgama, en esta ciudad se han improvisado respuestas y salidas personales. Las visitas recientes de algunos destacados opositores de la Isla —que han podido viajar gracias a una nueva ley migratoria promulgada por el mismo régimen que hasta ayer les impedía la salida temporal— son una oportunidad para el exilio, que al mismo tiempo que busque una reafirmación necesaria y pueda encontrar —quizá de forma práctica y sin un plan consciente— una transformación imprescindible.

Lo que viene quedando claro es que solo dos organizaciones dentro del exilio tienen la capacidad necesaria para transcender la simple función de consuelo emocional, a la que ha quedado reducida gran parte de la actividad anticastrista en Miami: el Cuba Study Group y la Fundación Nacional Cubano Americana. Las demás desempeñan distintos papeles, pero sin posibilidades para influir de forma notable en el destino cubano. El Directorio Democrático Cubano es simplemente un grupo de resonancia y propaganda—como tal casi siempre exagera en sus declaraciones— y principalmente actúa guiado por limitados fines partidistas a favor de los legisladores republicanos cubanoamericanos locales en el Congreso en Washington; el US-Cuba Democracy PAC no se muestra capaz de trascender su función de cabildeo a favor de una política que encierra su función en tratar de mantener y reforzar el embargo estadounidense en contra del Gobierno cubano — y al mismo tiempo justificar el anticastrismo más reaccionario—; grupos como el Movimiento Democracia y Agenda Cuba se definen por el simbolismo de sus actividades, así como MAR por Cuba se caracteriza por —para llamarlo en cubano— buscar el “figurao”. Por último, tras la desaparición del restaurante Ayestarán —sitio de reunión preferido por los remanentes del “batistato” en Miami— para Unidad Cubana y otras asociaciones parecidas solo queda la agenda vocinglera en una emisora radial. Lo demás son grupos de nostalgia más o menos bélica o comercial, que en algún momento tuvieron alguna significación y ahora se empecinan en el recuerdo.

Si hasta el momento es difícil valorar la repercusión que tendrán en la Isla los recorridos de los actuales disidentes de visita en diversos países, en posible que estos viajes tengan logros meritorios en conseguir en Miami un mayor acercamiento a la realidad cubana actual. Aunque existe el peligro de que al final se imponga una actitud complaciente —e incluso mimética. Entonces todo quedará en una incorporación de nuevos elementos al viejo ejercicio de vender la ilusión, que en esta ciudad ha resultado en buenos dividendos económicos para unos pocos. No hay que afirmar que así será. Tampoco es bueno desestimar de entrada la tentación de la complacencia.


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