Entre ademanes de lo posible y ardides de lo permitido

Hablar de racismo en Cuba

Pedro Alexander Cubas Hernández

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A Gustavo Eleodoro Urrutia y Quirós,
un Maestro de mi espiritualidad afrocubana
 
La idea de raza es, con toda seguridad,
el más eficaz instrumento de dominación social
inventado en los últimos 500 años.
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Aníbal Quijano («Qué tal raza», 1999).

 

 

A fines del año 2008 fue estrenado en el circuito cinematográfico de La Habana el documental Raza, del joven realizador Eric M. Corvalán Pellé (que, además, escribió el guión). Dicha obra constituye una propuesta muy interesante y pertinente para mostrar algunos aspectos que modelan los debates en relación a la cuestión racial en nuestro país. La presentación resumida de la discusión de dicha temática tan compleja está sustentada en dos perspectivas conexas como cultura y nación.

 

La gente habla en la calle sobre la (in)existencia del racismo en nuestra vida cotidiana.
 
No es difícil inferir que la primera pregunta formulada en el documental fue ¿Existe racismo en Cuba? Para conseguir las respuestas que necesitaba —sin rendir culto a la tautología— Corvalán decidió abrir y cerrar su obra con las voces de la gente de a pie. Y la población encuestada manifiestó una diversidad de criterios que no me causó sorpresa. Unos dijeron que sí y otros —negros incluidos— aseveraron que no.

En una de las explicaciones vertidas para apoyar el sí, un hombre (no es preciso decir cuál es el color de su piel) indicó que «quienes se discrtiminan son los negros», lo cual muestra una de las múltiples facetas de una mentalidad racista que siempre intenta justificar la efectividad de la racialización solamente dentro de la zona de los más marginados y oprimidos. En cambio, un muchacho de dicho sector social afirmó que «se sentía discriminado por la policía, en los hoteles y en los lugares donde se paga con la moneda libremente convertible» (CUC). Por su parte, una mujer encuestada hizo énfasis en las distintas caras del racismo en la sociedad cubana contemporánea, lo cual es positivo (citó el color de la piel y el origen socioclasista a los cuales yo añadiría: género femenino, preferencia sexual y devoción religiosa). En esa misma línea, una joven «negra» subrayó que «no es preciso hablar de un racismo visualizado en peleas entre negros y blancos, sino del racismo solapado e hipócrita que se hace visible en el hecho de que todos los jefes, los artistas y quienes trabajan en la televisión son blancos, y yo estoy de blancos hasta aquí» (tocándose la cabeza). Dicha frase no constituye un estado anímico de odio visceral contra aquellos/as que tienen la piel blanca, sino una crítica mordaz del blancocentrismo dominante en nuestro país. Son dos fenómenos muy distintos que deben explicarse por separado y no de forma unilateralmente manipuladora, como se expresa en los discursos y narrativas del poder.

Según algunos encuestados, «aquí (en Cuba) se trata a todo el mundo por igual; aquí el negro y el blanco tienen la misma condición social; y si se analiza objetivamente por la sociedad y por las leyes que existen, no hay racismo». Ante este último comentario la lente de Corvalán captó la fría y desafiante mirada de una mujer «negra» que, con su expresión gestual, desautorizaba, con toda razón, un criterio tan festinado y simplista como ese.

Otro tipo de respuesta fue justamente la no respuesta (que a veces logra combinarse con los sonidos del silencio) porque hubo jóvenes de piel blanca que se negaron a hablar del asunto dando a entender que no sabían o no querían manifestarse. Esto es bastante lamentable pues evitar un enfrentamiento con la realidad no ayuda al crecimiento de un país cuya identidad nacional continúa en proceso de formación. Y, tal vez, lo más llamativo es que uno de ellos pertenece al cuerpo de Trabajadores Sociales formados y adoctrinados en el marco de la Batalla de Ideas. Ese muchacho, simplemente, dijo: «no se qué decirte, no me cojas para eso, deja eso». Tales frases muestran a un sector alienado de la juventud cubana que sólo vive para verlas ir y venir, y, además, ver qué puede favorecerlos materialmente.

Sin embargo, lo que causa una mayor preocupación son los niveles de (des)conocimiento de algunas personalidades «negras» (como Evaristo Estenoz) y su aporte a la historia nacional. Aquí se incluye el no saber qué impacto tuvieron ciertos acontecimientos como la masacre de los militantes del Partido Independiente de Color en 1912. Cuando un transeúnte fue interrogado acerca de qué aconteció en dicho año respondió, casi en broma, que «sucedieron muchas cosas, por ejemplo, se hundió el Titanic». Además, se refirió a los escritos de José Martí sobre el tema racial, desconociendo, al parecer, la existencia de otros intelectuales que durante la República hicieron análisis más agudos que el propio Héroe Nacional acerca de la verdadera situación de los «negros» y «mulatos». Esto indica la efectividad con la cual ha sido reproducido el ideal colonialista en el patrón nacionalista que reflejan los planes de estudio correspondiente a todos los niveles de enseñanza de nuestro país.

   
Un debate ¿intelectual?: cuando yo digo racismo usted quiere hablar de discriminación racial.
 
Luego de un breve trabajo de campo en las calles de La Habana, Corvalán pasó la palabra a varios intelectuales que, no todos, vienen dialogando hace tiempo sobre el tema racial. El primero en comparecer ante la cámara fue el escritor Roberto Zurbano (cuyo nombre —en tono de merecida alabanza— habia sido mencionado por el primer encuestado en la calle). Las palabras de Zurbano marcan la pauta del desarrollo del documental pues, al responder afirmativamente a la pregunta base, acotó que «la versión de racismo más visible y perdurable en Cuba es, sin dudas, el racismo antinegro». Cuando argumentó su tesis dijo que «se manifiesta en la ideología, en la estética, en el discurso político y hasta en el plano de lo visible y lo invisible de los imaginarios». En este mismo sentido, el cantautor Gerardo Alfonso complementó lo dicho por Zurbano aseverando que «el racismo se manifiesta en inferiorizar a unas personas con respecto a otras, e, inclusive, eso opera hasta en el subconsciente de los seres humanos».

Las reflexiones de Zurbano y Alfonso abrieron un camino para que Gisela Arandia (coordinadora del proyecto «Color Cubano», de la UNEAC) afirmase que «el racismo tiende a deteriorar determinados patrones sociales que implican una devaluación de la autoestima de la persona discriminada». Este punto de vista, que Arandia expresa a diario, así como los comentarios anteriores, fueron traducidos al lenguaje cotidiano por el artista plástico Roberto Diago. Él habló brevemente de su infancia escolar y de su función actual como padre de familia. De niño, para Diago fue difícil comenzar a sentir orgullo de su fenotipo porque a los negros les han impuesto calificativos despectivos que son respaldados por los significados del canon occidental de belleza. Es decir, nuestras narrativas cotidianas rezan que los negros tienen bemba, y no labios gruesos; tienen «pasas», y no cabellos rizados; tienen nariz chata, y no una simple nariz. Esto es una manera efectiva de inferiorizar e irrespetar la diferencia.

Por otra parte, a Diago le resulta bastante agónico ayudar a su hijo a que tome conciencia y se asuma como negro ante la carencia de dibujos animados y otros patrones en los cuales el niño pueda sentirse representado. Esta cuestión puede extenderse a los demás programas de producción nacional colocados en la televisión cubana donde los patrones euro(blanco)céntricos son muy fuertes. En este sentido, la Televisión Cubana (TVC) tiene mucho que hacer para modificar dicha cuestión. En estos términos se expresó la especialista Irene Ester que localizó la esencia del problema en la constante invisibilización de los valores positivos de los negros/as y la estereotipación de actitudes harto degradantes como la sumisión, el servilismo, el comportamiento tildado de marginal y criminoso, el bajo coeficiente intelectual que certifica la negación de una capacidad de producir conocimientos, el archiconocido modelo de objeto sexual endilgado a las mulatas. Es decir, para la tvc los negros siempre deben estar en posiciones de total subordinación como en la época de la esclavitud.

El comentario de Irene coincide, en sentido general, con las reflexiones de los entrevistados citados arriba, especialmente con Arandia y Diago. Y, al unísono, explica cómo opera el fenómeno del racismo institucional en una industria cultural como la televisión. Sobre dicha cuestión se pronunciaron también Michel Rollock (artista plástico) y Tato Quiñones (escritor).

Rollock se cuestionó lo que acontece en el turismo donde (por no decir casi ninguno) muy pocos «negros» ocupan cargos de dirección porque en su mayoría están destinados a ocupaciones de servicio y de seguridad cuando son aceptados por los dueños de hoteles. A muchos no se les permite trabajar en esa actividad económica por ser considerados no capacitados para tal labor. Además, extendió su crítica a las emprensas mixtas y firmas comerciales donde resulta muy difícil encontrar un gerente de piel negra. La paradoja que él advierte en este hecho pone en tela de juicio el discurso político-ideológico y ético del socialismo cubano. Esto se traduce en la interrogante: ¿Qué es lo más importante, la acumulación de la moneda dura (CUC) a cualquier costo social, o el respeto y reconocimiento de los valores humanos de los/as «negros/as» con alto grado de instrucción y buena educación que están dispuestos a ganarse el pan con honradez? Evidentemente, a los directivos de la industria sin chimeneas y de los sectores empresarial y comercial solo les interesa el dinero y reciclarse (perpetuarse) con una posición ventajosa en el esquema de las relaciones jerárquicas y de poder que inferiorizan y denigran al otro. Aquí está localizado uno de los problemas más peligrosos de la Cuba de hoy cuyos intereses de clase van a pesar mucho algún día porque ellos —como bien apuntaba Rollock— critican el American Dream pero lo viven a su aire. Esto indica el incremento de los grados de la doble moral que se vive en Cuba con individuos tan hipócritas como esos.

Quiñones, por su parte, se refirió a una situación mucho más cotidiana que protagoniza la Policia Nacional Revolucionaria (PNR) en las calles del país, sobre todo en La Habana. Este cuerpo represivo es otro ejemplo de cómo opera el racismo institucional aplicando —como siempre— el estereotipo o el arquetipo del delincuente a los «negros.» Quiñones se refiere a la desmedida presión policial que sufrimos cada vez que los oficiales nos piden nuestra identificación (léase carnet de identidad). La paranoia policial contra personas discriminadas también suele acontecer en lugares que viven en estado de sitio, que en ocasiones se maximiza con los toques de queda. Ese maltrato social constituye una falta de respeto a nuestra integridad como seres humanos. Algunos policías que trabajan en la calle se caracterizan por molestar mucho a las personas honradas porque ante el delincuente verdadero suelen vacilar. Esto explica por qué cada día pierden credibilidad ante la población.

A estas voces críticas Corvalán sumó un criterio que demuestra que el racismo científico no quedó sepultado en la primera mitad del siglo XX. Actualmente, los avanzados estudios de la genética están dando muchos argumentos a quienes pretenden desautorizar las demandas sociales de los afrodescendientes. En el caso de este documental, el realizador introdujo la vieja polémica que cuestiona la capacidad de los «negros/as» para practicar el ballet clásico (y existe una similar respecto a la natación). Aquí emerge la figura de Elizabeth Concepción (pedagoga y maestra de ballet) cuya explicación se basó en las características físicas y morfológicas de los cuerpos de niñas/os «blancas/os», «mulatas/os» (que Concepción denomina de «mestizos») y «negras/os». Los primeros están fuera de la discusión. Por consiguiente, solo se habla de los «no blancos.» Una vez más, según el canon occidental, salen ganando los «mulatos» porque tienen un pié más flexible que los «negros» para ejecutar la posición de baile que se apoya en la punta del pie; y puntear requiere de un buen empeine para lograr mayor plasticidad en los movimientos danzarios. En ese justo instante, el discurso cinematográfico devino como mejor aliado del cineasta para cuestionar el criterio técnico anti-negro de la profesora con el video de un performance del talentoso bailarín Carlos Acosta que triunfa en el Houston Ballet. Además, resulta muy interesante destacar la existencia de virtuosos jóvenes bailarines/as del Ballet Nacional de Cuba (donde el racismo institucional también tiene muchos adeptos) que no son «blancos» sino «negros» como José Losada y Verónica Corveas; y «mulatos/as» como Rómel Frómeta. En este sentido, tienen mayor fundamento las palabras de Diago llamando la atención a la estigmatización del «negro» como deportista y músico puesto que las narrativas cotidianas los califican como personas harto capacitadas para ejercer solamente tales facetas culturales.

Y, hablando de cultura, Corvalán decidió incorporar la voz autorizada de un alto funcionario del gobierno cubano como Fernando Rojas (ViceMinistro de Cultura) que respondió de forma afirmativa a la existencia de racismo en nuestro país como los demás entrevistados. Solo que Rojas —segundo en comparecer teniendo en cuenta la edición del documental— señaló que prefiere hablar de discriminación racial y no de racismo lo cual deja bien clara la postura oficial respecto a este tema porque desde el lente del poder el problema se ve, se asume (pretende ser visto y asumido) de otra manera aunque parezca más conservadora que radical; y se aleje de las percepciones de los otros entrevistados y de algunos encuestados en la calle. Además, Rojas aseveró que en Cuba existe una discriminación racial con grados muy inferiores no solamente en relación a lo que se observa en otros países sino también respecto a la realidad cubana vivida antes del 1 de Enero de 1959.

El criterio de Rojas es desafortunado y desconectado de la realidad cotidiana porque la discriminación y el prejuicio raciales (o el racismo en general) no tienden al decrecimiento sino a un incremento sobre todo en las sociedades postesclavistas, como la cubana, donde operan de modo tan sutil y solapado que muchas veces cuesta trabajo percibirlo. Esto acontece porque en Cuba no fueron desarrolladas, en su máxima expresión, prácticas de corte segregacionista como en África del Sur o en Estados Unidos (específicamente en la región meridional). Cuba vive, desde hace mucho tiempo, un tipo de democracia racial en la cual han sido desenvueltas prácticas incluyentes en pro de una engañosa integración nacional entre «blancos» y «no blancos» que aún tiene fisuras muy marcantes en nuestros días. Ante estas cuestiones concretas, quisiera saber ¿por qué razón se pretende negar que los/as «negros/as» siguen sin sentirse bien representados en el ser nacional cubano?

Las reflexiones del econonista Esteban Morales me ayudaron a meditar acerca de mi interrogante. Él planteó cuatro cuestiones cuyo punto de partida es la educación (instrucción académica) en la cual el factor racial (léase su variable color de la piel) desempeña un papel relevante:

  • En el sistema educacional cubano no se menciona el color de la piel y, por esa razón, en la práctica la gente es educada para ser (verse, percibirse y actuar socialmente como) blanco. He aquí uno de los escenarios donde comienza a funcionar la discriminación por el color de la piel. Las narrativas sociales que van de generación en generación tienen en la escuela (como aparato ideológico del estado) su mejor zona de desenvolvimiento. A los/as «negros/as» no se les suele perdonar ni la más mínima equivocación porque enseguida alguien te va a recordar quien eres: Pobrecito, mírale el color y perdónalo; Tenía que ser «negro/a»; Qué barbaridad! Ellos si no la hacen a la entrada la hacen a la salida. Estas frases racistas las pronuncia lo mismo un profesor que un estudiante (sin distinción de sexo, edad y color de la piel) y nada acontece. Y, por otra parte, es preciso tener en cuenta el papel desempeñado por los chistes donde los «negros» siempre llevan las de perder o son los únicos responsables de que las cosas no salgan bien. En cualquier caso, los «negros» funcionan como el objeto de mofa o burla.
  • La educación está minada por el occidentalismo del cual emana un criterio de cultura universal que solo contempla lo más promocionado de la tradición europea como la antigüedad en Roma y Grecia. Esta idea es un problema que cada año que pasa se sigue aferrando en las mentalidades de los sujetos sociales puesto que constituye la base de la modernidad y de la contemporaneidad. Eso quiere decir, que lo más interesante y trascendente de la cultura mundial solo puede venir de Europa occidental: música, filosofía, artes plásticas, danzas, etcétera. Quien asume tal padrón es considerado refinado y merecedor de todo respeto y reconocimiento sociales. Resulta muy interesante que un porciento nada despreciable de nuestra cubanía se sigue midiendo por este rasero discriminatorio (focalizado en la hispanidad) porque se pondera más que otros componentes procedentes de otras tradiciones no europeas que aportan valores útiles por su sabiduría.
  • La Historia de Cuba refleja la perpetuación de una hegemonía «blanca» en nuestra nación. Para nadie es un secreto que la historia oficial la escribe el grupo social que detenta el poder y, por tanto, tiene la potestad de decidir qué asuntos pueden ser presentados en la sala de aula a cualquier nivel. Por ejemplo, Antonio Maceo siempre ha sido visto en nuestro imaginario nacional como el gran gerrero, «El Titán de Bronce», y solo se le reconoce su agudeza como pensador político porque José Martí expresó en alguna ocasión que Maceo tenía tanta fuerza en la mente como en el brazo. La gente lo cree porque lo dijo Martí (a quien admiradores y detractores, sin temor a equivocarse, dan mucha credibilidad según sus conveniencias) y no porque se hayan leido con deleite el epistolario de Maceo. Los españoles hablaban del «mulato Maceo» (cuyo calificativo es del agrado de no pocos racistas actuales) porque no podían aceptar que un «negro» inteligente como militar y político le pusiera las cosas difíciles. Y casi en los albores de la República hubo una acción desesperada desde el campo de la ciencia antropológica para darle un estatus de blanquidad al excelso patriota porque la nación que estaba por nacer necesitaba un megahéroe sin la sombra de su afrodescendencia. Entonces, ¿por qué no intentar entender y valorar la dimensión humana de Maceo —así como su valiosa contribución al sueño de lo posible materializado en una Patria libre y soberana— sin viciar su imagen con actos racistas? Para eso se necesita mejorar con creces la enseñanza de nuestra historia nacional como exigió Morales.
  • El tema racial ha sido uno de los tópicos más soslayados del debate nacional y debe ocupar el espacio que merece como parte de la Batalla de Ideas. Este punto muestra uno de los dramas de la actualidad cubana. El gobierno revolucionario se esfuerza por lograr que la población tenga una cultura general e integral. Sin embargo, cuando Morales introduce el factor «raza» dicha política cultural queda en evidencia porque, a su entender, en un pueblo que se dice culto (el poder intenta que la gente se lo crea) y democrático no pueden existir personas que discriminen a otras por el color de la piel. Esto es una paradoja que precisa ser superada y, por esa razón, desde hace poco tiempo él pide, aconseja (¿exige?) una solución de la cuestión racial en Cuba desde las máximas instancias de poder.

Este documental muestra una mejor versión de Morales, quien había quedado mal parado un año atrás cuando atacó a Enrique Patterson y este le respondió sin compasión (aunque sigo pensando que aquella réplica iba dirigida al gobierno cubano y no a quien lo demonizaba). Sin embargo, durante su reflexión Morales no mencionó la palabra racismo. El concepto empleado fue el de discriminación por el color de la piel, o sea, discriminación racial. Con esta premisa teórica sus puntos de vista se alinean con lo dicho por Rojas (quien valoró de positivo y oportuno su más reciente libro Desafíos de la problemática racial en Cuba, 2007). Un detalle interesante es la presencia de un busto de Martí en la oficina donde Morales fue entrevistado. Es como si el Apóstol (con su imagen representativa en el poder) estuviese apoyando todo cuanto decía Morales.

Otro elemento esencial aportado por Morales a la discusión está focalizado en asuntos de ciudadanía. A su modo de ver, y tiene razón, en Cuba existe igualdad de derechos ante la ley; pero eso no significa igualdad social la cual resulta un asunto muy complejo porque está relacionado con la posiciones sociales y posibilidades reales que tienen los ciudadanos para poder aprovechar las oportunidades de trabajo, estudio (y el disfrute de la riqueza). Respecto a esta cuestión en la cual los «negros» son los menos favorecidos, Alfonso señaló que la igualdad de derechos postulada por la Revolución es solo un paso adelante pues no ha sido suficiente ya que aún (después de 49 años) existen manifestaciones racistas. Por su parte, el artista plástico Eduardo Roca Salazar, más conocido como Choco, aseveró que hubo una manipulación del igualitarismo (que en cierto sentido parece mezclar la igualdad de derechos con la igualdad social) que provocó que los cubanos se maleducaran hasta tal punto que en la actualidad el 90% de la población no haya cambiado todavía esa mentalidad. Sobre tal porciento tengo muchas dudas porque los efectos todavía vigentes del Período Especial significaron la derrota del idealismo igualitarista en la cotidianidad de la gente de a pié pues, paradógicamente, el discurso oficial lo sigue enarbolando cuando se refiere al acceso gratuito a la educación y a la salud pública. Yo creo más en la posibilidad de lograr una equidad social que en el demagógico discurso de igualdad social.

 
Los intelectuales «negros» y su lucha contra el Racismo como aporte a la Historia Nacional.
 
La pregunta ¿Qué intelectuales «negros» han contribuido a nuestra Historia? fue respondida por el investigador Tomás Fernández Robaina quien aseveró que ese ha sido el motivo esencial de su lucha para darlos a conocer a las generaciones actuales. Al referirse primero al siglo XIX destacó al poeta Gabriel de la Concepción Valdés, conocido por Plácido; José Antonio Aponte y Antonio Maceo. Y después habló de quienes desarrollaron su labor en la República como los veteranos de la Revolución de 1895 Evaristo Estenoz y Pedro Ivonet (fundadores del Partido Independiente de Color) siempre destacando al primero por su condición de ideólogo; Gustavo Urrutia, un arquitecto devenido periodista que tuvo una labor vital en la lucha contra el racismo; Rómulo Lachatañeré, de quien resalta su importancia como gestor de una labor de visibilización de la herencia africana en Cuba; Juan René Betancourt que tiene dos libros relevantes (Doctrina Negra y El Negro, ciudadano del futuro) y fue muy crítico con la postura del gobierno revolucionario ante la cuestión racial; Walterio Carbonell (autor del libro Cómo surgió la Cultura Cubana) que, a diferencia de Betancourt no abandonó el país, manifestó sus criterios desde una posición política revolucionaria, aunque sus verdugos no lo entendieron así; y, por último, habló de Carlos Moore a quien Robaina coloca como continuador de Betancourt en el sentido de sus denuncias al racismo en la Cuba post1959. Pero pese a que Moore siempre ha reconocido y respetado el trabajo de Betancourt, en realidad estuvo y aún está mucho más identificado ideológicamente con su Maestro y amigo Carbonell. Estos nombres mencionados —y podríamos añadir otros no menos ilustres— nunca dejaron de asumirse como «negros» y expresarse como tales sin dejar de enarbolar con honestidad una plena conciencia de su cubanía.

Cada vez que se habla de contribuciones de intelectuales «no blancos» solo se mencionan nombres del sexo masculino. Este es un punto muy importante en lo referente al tipo de historia que se construye en las sociedades patriarcales. No se trata de recalcar a pie forzado la narrativa popular que reza que detrás de un gran hombre hay una gran mujer porque con este punto de vista no se avanza. Salvo el caso de Maceo, que tuvo madre y esposa de altos quilates, los demás rompen ese esquema sacralizado por la historia. Lo cierto es que las mujeres «negras» en Cuba desde diversas actividades socioculturales dejaron su huella que a la historia corresponde visibilizar. Profesionales como Consuelo Serra, Inocencia Silveira o Catalina Pozo Gato tienen mucho que decir como mismo lo hacen hoy intelectuales como Daisy Rubiera, Georgina Herrera o Nancy Morejón.

Acerca de este asunto de la existencia de una subjetividad «negra» que no ha sido totalmente bien entendida por «blancos» y «no blancos» resulta pertinente valorar un criterio que Corvalán presenta en su documental. Choco subrayó que no le gusta que le pidan su opinión como negro acerca de cualquier asunto sociocultural y político porque considera que si acepta expresarse de ese modo le estaría haciendo el juego a un criterio divisionista. Choco añadió que defiende una nacionalidad, una cultura que no es negra ni blanca sino cubana y caribeña que tiene todos estos tonos (pintorescos creo yo que dice él). A mi juicio, es posible hablar como «negro/a» porque la sociedad nos racializa de esta manera y nosotros asumimos tal identidad resignificándola a nuestro favor. Esto indica que lo dicho por aquel muchacho encuestado en la calle acerca de que los propios «negros» se racean es un error porque todos/as estamos racializados/as nos guste o no. Lo que acontece es que unos llevan más peso que otros en la racialización que caracteriza la perversidad de la modernidad. Aquí tiene sentido el cuestionamiento del pensador afroestadounidense William Du Bois acerca de cómo se siente y reacciona un «negro» sabiendo que es un problema debido al color de su piel; y a la procedencia de sus antepasados y de sus ancestros. Sin embargo, dicho joven tiene alguna cuota de razón cuando afirma que entre ellos (los «negros») existe la envidia lo cual puede ser traducido en que opera un racismo antinegro entre los propios «negros» (de unos hacia otros y/o de uno respecto a sí mismo). Zurbano lo percibe exactamente de esa manera mientras que Arandia no cree que el «negro» se autodiscrimina.

Ahora bien, volviendo al criterio de Choco, es preciso apuntar que lo divisionista opera desde la praxis racista que inferioriza, invisibiliza, excluye y estigmatiza nuestra alteridad ante la otra que se erige como dominante. Por ejemplo, cuando aquella mujer «negra» dijo que estaba harta de los «blancos» en la TVC era una manera de ejercer su derecho de protestar contra el racismo que le niega la posibilidad de sentirse representada dignamente en el imaginario sociocultural cubano. Esta es la cruda realidad que no perciben Choco y otros/as cubanos/as que piensan como él. Son las mismas personas que rechazan el término AfroCubano como una identidad en constante construcción y resignificación. Decir afrocubano no significa sentirse más africano que cubano o estar dividido a la mitad entre África y Cuba. Cuando las personas se asumen como afrocubano están afirmando, desde una perspectiva de resistencia cultural, que sienten orgullo de sus antepasados y de sus ancestrales provenientes de África sin dejar de amar la tierra en que nacieron. Es decir, lo afrocubano va más allá de un simple factor como el color de la piel porque es una espiritualidad. Por tanto, es el racismo (de cualquier tipo que sea) quien divide para vencer a cualquier precio; y no la autoproducción y asunción de una identidad desde posiciones de subalternidad que solo pretende unir para fortalecer su autoestima y exigir un respeto. Precisamente, por eso defiendo tanto mis identidades como «negro» y afrocubano.

Cuando Choco habla de los tonos es evidente que se refiere a un proceso de mestizaje más cultural que racial. Y al destacar la simbiosis entre «lo cubano» y «lo caribeño», en cierto sentido, me recuerda los criterios del finado intelectual Joel James Figarola sobre la conexión Cuba-Caribe (pensada desde un entorno más santiaguero y oriental que cubano). Pienso que en los contextos postesclavistas, como el cubano, cuando se habla de «raza» y racismo es imposible soslayar los discursos de mestizaje que no han dejado de ser un instrumento del poder que opera según las exigencias impuestas por cada época. En este documental dicho aspecto aparece implícito.

   
Peligros de silenciar el debate sobre Racismo: Discursos/Narrativas de lo posible y lo permitido.
 
Lázara Menéndez (profesora universitaria) hizo tres sabias observaciones al afirmar que la discusión de tópicos sociales debe servir para hacer cosas de carácter constructivo; las posturas de elite (del tipo que sea) no resuelven los problemas sociales; y los dirigentes que toman las decisiones importantes en el país deberían escuchar lo que la población dice a diario. De sus opiniones se puede deducir una pregunta: ¿En qué nivel está la discusión de la cuestión racial en Cuba? En la lógica de Rojas resulta muy válido que actualmente se pueda discutir con tranquilidad dicho asunto (que él prefiere denominar discriminación racial); aunque no sea la única acción aplicable. Y —subrayó— el nivel de discusión sigue creciendo sobre todo en publicaciones impresas como el libro de Esteban Morales.

Sin embargo, la interrogante de mayor relevancia es ¿Qué sucedería si se intentase silenciar el debate sobre el racismo? Las respuestas indican el dramatismo vivido durante muchos años, por personas que desde su honestidad, promovían la discusión de un asunto cuya importancia siempre fue subvalorada. Quiñones aseveró que el tema fue postergado durante un largo trecho de la Revolución, no podía ser debatido y se reprimía cualquier intento. Sin embargo, la coyuntura mudó y ahora favorece a este debate que tanto necesita la Patria. En el mismo sentido, Alfonso expresó que el silencio respecto al racismo no ayuda porque constituye una práctica nociva y corroedora de nuestra nación. Y Zurbano indicó que soslayar o silenciar el problema implica que los negros crean que son otro país, o sea, que (como se decía en el siglo XIX) existen dos Cuba: una blanca y una negra. Y también puede implicar —lo cual está sucediendo ahora— que se manipule políticamente este tema dentro y fuera de Cuba. En mi opinión, resulta pertinente prestarle mayor atención a quienes lo hacen en nuestro territorio nacional: unos bajo la cobertura de revolucionarios a toda prueba; y otros a través del ropaje (a veces falso) de opositores al régimen. No obstante, urge reconocer la existencia de personas serias que, amén de sus ideales político-ideológicos, apoyan la realización de un diálogo franco y abierto.

Nadie duda que los tiempos cambian ya sea para bien o para mal (y, a veces, para peor). Lo cierto es que en Cuba resulta prácticamente imposible seguir soslayando el problema del racismo. Sin ningún ánimo de ser patético puedo decir que ese es un saldo positivo de la crisis de los noventa. Con anterioridad no era tan difícil ocultar una verdad tan desgarradora en los discursos y narrativas de la cubanía. Por tanto, nadie quería hacerse eco de una frase, que hoy repite casi hasta el cansancio, el investigador Fernando Martínez Heredia: El racismo es parte de la cultura cubana. Esta idea tiene mucha fuerza y provoca una reflexión más profunda desde varios ángulos debido a su complejidad. Otro interesante punto de vista que dialoga con el pensar de Martínez lo aporta el Maestro Carlos Moore al decir que Es el racismo quien funda las ideologías. Ambos planteamientos dejan sin sentido un comentario de Arandia que percibe el racismo como una debilidad ideológica cuando en realidad es todo lo contrario. La fortaleza del racismo es tal que no por gusto el cientista social peruano Aníbal Quijano lo destaca como un eficaz instrumento de dominación social que toma como base la idea de «raza» materializada en la racialización de personas bajo un patrón de relaciones jerárquicas y de poder raciales.

El documental de Corvalán muestra en cierto sentido cómo operan en el entorno cubano los ademanes de lo coyunturalmente posible; y las ardides de lo permitido por el poder. Entonces, ahora se puede hablar tranquilamente porque la máxima instancia de poder lo permite. Este reportaje autorizado nos ofrece un compendio de varias críticas sobre lo que acontece en la sociedad cubana actual. Cada intelectual entrevistado y persona encuestada en la calle expresó sus criterios en total libertad. Una obra de arte como esta resulta conveniente porque pretende vender la imagen de que en Cuba se discute el tema racial a todos los niveles y sin restricciones. No obstante, hablar de tal asunto tiene límites en ciertos espacios de producción de conocimiento (lo cual evidentemente no se podía decir en esta pieza cinematográfica). Por ejemplo: ¿por qué razones en un panel, que sesionó durante la conmemoración del centenario de la fundación del Partido Independiente de Color en la Biblioteca Nacional, le prohibieron a los panelistas por mandato «de arriba» referirse a la situación del racismo en la Cuba de hoy? Quien cursó este veto adsurdo pretendía constreñir la plática al período 1908-1912, en el cual el PIC desarrolló su accionar político. Pero el debate propuesto por el auditorio trascendió a ese proceso histórico. Por tanto, sí se habló de cómo articular estrategias para luchar contra el racismo cotidiano que como bien dijo Arandia constituye un conflicto político incompatible con la justicia social y la búsqueda de la equidad. La realidad es que ahora es preciso discutir este asunto aunque sea poniéndole límites. Esto explica que la censura a los panelistas se debió a un criterio de lo «políticamente (in)correcto» que manipula el poder.

Rojas señaló que el nivel de discusión del tema racial se incrementa en las publicaciones y puso como ejemplo el libro de Morales. Sin embargo, continúan sin ser (re)conocidas obras extraordinarias sobre la temática. Sería muy positivo reeditar los libros de Betancourt; traducir al español y publicar las obras de Moore; hacer una edición respetable al libro de Carbonell y ponerla al acceso del público lector, y no repetir la escena ridícula de hacer una edición facsimilar para un selecto grupo de personalidades; el más reciente libro de Fernández Robaina Cuba: Personalidades en el debate racial (2008) costaba trabajo encontrarlo en las librerías del país antes de la Feria Internacional del Libro 2009 (y no se si ahora hubo algún cambio al respecto). Inclusive, la presentación de dicha obra en La Habana pasó sin penas ni glorias porque no se le dio la importancia que merecía. Las palabras de Rojas (enclavadas entre los ademanes de lo posible y las ardides de lo permitido) no consiguen esconder una verdad irrebatible: la producción editorial cubana sobre este tópico sigue siendo irrelevante respecto a la importancia real que tiene para nuestra sociedad. Varias veces lo poco que se publica en revistas contiene abordajes superficiales que aportan muy poco; aunque hay algunas excepciones destacadas en Caminos y Temas.

No es un secreto que las principales obras referidas a la temática racial cubana, con aciertos y desaciertos, están siendo producidas y dadas a conocer principalmente fuera de Cuba. Nos guste o no, los cientistas sociales que, en y/o desde Cuba, producimos conocimientos sobre «raza» y racismo aún no hemos conseguido regalarle a nuestro país un conjunto de obras mayores (tanto personales como colectivas) que tengan la suficiente calidad para debatir de igual a igual con las propuestas de académicos como Alejandro de la Fuente, Ada Ferrer, Alejandra Bronfman, Jorge e Isabel Castellanos, Carlos Moore y Aline Helg (quien ha recibido el respaldo total de nuestras instituciones de información e investigación). Los profesionales cubanos (principalmente jóvenes) interesados en pesquisar acerca de este controvertido tópico tenemos una misión intelectual muy importante. Hasta hoy, el único tema en que parece haber algún avance es el relativo al Partido Independiente de Color con la publicación de los textos monográficos de Silvio Castro (La Masacre de los Independientes de Color, 2002), y de María de los Ángeles Meriño (Una vuelta necesaria a Mayo de 1912, 2007). Y, a este par de esfuerzos intelectuales, sumo la oportuna reedición del libro de Serafín Portuondo Linares (2002) sobre dicha organización política que vio la luz en 1950. De esta crítica escapa el tema de la esclavitud porque investigadoras como Gloria García, María del Carmen Barcia, Aisnada Perera y María de los Meriño aportan trabajos de envergadura que consiguen dialogar con las contribuciones de Manuel Moreno Fraginals, Rebecca Scott y otros especialistas.

Solucionar el problema racial en Cuba, presentado como algo posible, es otra cuestión que aparece en el documental. En la narrativa actual entre intelectuales (y el poder concuerda con ellos) se habla que como Cuba hizo una Revolución hay mayores posibilidades de avanzar en ese derrotero. Así se expresa Zurbano que, aunque reconoció la complejidad de resolver los problemas de igualdades sociales (aquí coincide con Morales), señaló esta fase actual del proceso revolucionario cubano como una oportunidad para proponer una estrategia que tenga una evolución, o sea, realizar una campaña cuya meta sea la solución de la cuestión racial. Quiñones, por su parte, se valió de un proverbio chino que hace culto al oficio de historiador (Para vivir la vida hay que mirar hacia adelante, y para comprenderla hay que mirar hacia atrás) porque, a su modo de ver, es preciso mirar hacia el pasado con mucha atención para ver dónde nos equivocamos puesto que es válido para sostener el debate que la nación está necesitando con vistas a su futuro en aras de resolver la problemática racial. Estos criterios los complementa la acotación de Alfonso quien subrayó que este asunto debe solucionarse entre cubanos y sin la intromisión de nadie en lo cual tiene toda la razón. Sin embargo, esto es mucho más complicado de lo que parece porque ellos creen vivir en el campo de lo posible sin percatarse que están encadenados de por vida en las redes arácnidas racializadas de lo imposible.

Al final del documental, Corvalán —en y a través de las expresiones de la gente de pie— deja bien claro que el racismo está muy arraigado en nuestra cotidianidad. Las frases de todo tipo lo demuestran: un racista convicto y confeso dijo Mi abuela, que en paz descanse, decía que una blanca muerta es una flor dormida y una negra muerta es un aura volando; otro lo percibe desde la universalidad diciendo que: racismo hay en todas partes del mundo; y otros se posicionan aseverando que: aquí existe de todo; hoy en día en Cuba tiene que ver el prejuicio con el racismo; y para concluir una sentencia desafiante que implica una lucha por preservar la autoestima y el respeto: pero nada, nunca han podido conmigo.

Tomando como apoyatura tales frases de la narrativa popular, la verdad es que el racismo es hoy y será mañana un problema insoluble siempre y cuando existan factores que le den espíritu de cuerpo. Un mundo donde se refuerzan, casi a diario y a todos los niveles, las relaciones jerárquicas y de poder es suficiente para garantizar la subsistencia del racismo. Las revoluciones socialistas del siglo XX no fueron eficaces, al menos en sus territorios, para borrar el racismo de la faz de la tierra; y eso tiene una explicación histórica: la capacidad que posse el racismo para reciclarse siendo adaptado a situaciones socioculturales en las cuales logra resignificarse y resemantizarse fundando ideologías que fortalezcan su razón de ser. Ante esta realidad es un simple ademán (amago) decir que el racismo puede ser superado con la voluntad política de un gobierno; y constituye un mezquino ardid (trampa) que en nombre de esa voluntad política se le ponga límites al diálogo por considerar procedente la exclusión de otros cubanos que pueden aportar algo útil. Esto tal vez pueda explicar por qué Rojas aseveró que No es el mejor momento hablando de la historia de la Revolución de resultados específicos en la lucha contra el racismo o contra la discriminación racial que es como yo prefiero describir el tema. Entonces, debemos preguntarnos una vez más ¿Hasta cuándo debemos esperar por ese «mejor momento»?

Por eso considero que lo más importante es luchar sin descanso contra la omnipotencia del racismo en todas sus manifestaciones sin pensar en matarlo de un solo mazazo. El racismo, nos guste o no, es omnipresente en el ser y la conciencia de los/as sujetos/as sociales lo cual a veces nos impide discernir entre lo correcto y lo incorrecto (sin darle tanta credibilidad a los dualismos). Al racismo es preciso irle cortando los circuitos hasta dejarlo a oscuras para apropiarnos de la iluminación que nos roba: la luz de la esperanza de la necesidad de un mundo mejor. ¡Y para eso no existe mejor momento que ahora!

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