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Actualizado: 17/05/2024 12:58

La columna de Ramón

Carta al tractor Piccolino

¿Qué genio te llevó a la Isla para aclimatarte como ave endémica? ¿Sería el mismo cerebro malvado que adquirió aquellas barredoras de nieve que no han podido usarse aún?

Efímero, flamígero, diminútico tractor Piccolino:

La primera vez que te vi me subió una admiración abrumadora a todo lo ancho y largo del territorio nacional. La segunda, fue demoledora. Con dos palmos de altura veía tu carrocería anaranjada como puede ver un enano del Bronx la amplitud de una limusina. Con dos palmos y medio comencé a preguntarme cómo carajo se iba a arar un país tan complicado, orográfica e ideológicamente, con ese volumen de insecto. Era la época violenta y bella de la batalla del insecto grado.

Luego me hice maestro, que es hacerse acreedor, aunque algunos se hicieron, por voluntad propia o por simple desbalance numérico de neuronas, creedores. Yo no. El monstruo de la duda perenne, como la bacteria de la lascivia, empezó a abrirse campo dentro de mi, y sufría cuestionándomelo todo. Así pude observar tu perfección de miniatura en los campos de fresa para siempre, viendo mecanizarse dolorosamente a aquellos guajiros del futuro que acomodaban a duras penas sus huesos montaraces en tu cilindraje. Algún día habrá de estudiarse cuántos casos de almorranas provocó tu aparición en el paisaje... Oh, tractores piccolinos, cuántas hemorroides se escribieron en tu nombre.

¿Qué genio te llevó a la Isla para aclimatarte allí como ave endémica? ¿Sería el mismo cerebro malvado que adquirió en remate aquellas barredoras de nieve que no han podido usarse aún? ¿Por casualidad fue el que atiborró el paisaje criollo de pizzerías, haciendo que la lasagna desplazara al ajiaco y a los tamales con pica y sin pica?

¿Sería el personaje que intentó hacerle científica camancola a Charles Darwin cruzando vacas prietas con toros rojos, holandesas con argentinas, leche con carne, y se olvidó de una fruta tan sabrosa y autóctona como el pan con lechón? ¿Fue un plan oculto para advertirle al cubano de a pie que la economía del futuro iba a rebajarse a esa altura? ¿Eras la ñapa amable que los italianos embutieron tras una gran compra de espaguettis? ¿Chi lo sa? ¿Chang Li Po? Hay de todo en ladilla del señor.

Un reporte de esa etapa le pone la tapa al resorte: "Se organizaron escuelas. Dos cursos de tres meses para injertadoras, tres cursos para técnicos en café, un curso para operadores de pequeños tractores...". Tanto curso tirado por la borda, caramba. Al final, los injertadores no supieron jamás injertarse en otros países con naturalidad, los técnicos en café olvidaron, lentamente, el verdadero sabor del néctar, que es como si dijéramos el néctar del néctar. Nos injertaron otras viandas en el moropo y tú, mi pequeño tractor, te hundías en los surcos y en el tremedal de la convulsa historia, con la histeria que provoca no estar a la altura de las circunstancias.

Muchos años después, casi frente al pelotón de fusilamiento de una grave crisis intestinal, nuestro Aureliano Maldía fue notificado del hallazgo del símbolo perfecto que había perseguido siempre: una vaca enana... ¿Fue construida genéticamente siguiendo las instrucciones del piccolino? ¿Eras tú el padre putativo de ese rumiante portátil? Me asombra y confunde. En un país donde el gran Mangatario ha intentado hacerlo todo a la burdajada, objetos tan pequeños no me encajan.

Hurgando en la historia mientras me hurgaba la nariz hallé algo que explicaba ligeramente la incongruencia: en la década del sesenta, el Inventor Jefe padeció una incurable crisis de endogamia. Se dedicó apasionadamente a lo de adentro, y mientras mas empeño ponía en lo interior, lo exterior florecía. Tras el fracaso de aquella zafra monumental —verdadero monumento a la Imbecilidad Humana— se le pasaron las fiebres del desarrollo de la Isla y se dedicó a proyectar el todavía verde atolón hacia el mundo. Así pudo ocuparse de lo de afuera con absoluta tranquilidad, y los de adentro respiramos tranquilos una temporada.

He aquí la explicación científica de tu aparición en las praderas cubanas. Lo explicó Él mismo ante una audiencia delirante por esa comunión sexual que se establecía con el Jefe, lo que reafirma mi hipótesis de que existen formas de la locura muy contagiosas. Lo sexual viene dado por el año en que soltó estos delirios. Entonces Él y su pueblo practicaban el 69 en pleno 1969: "En todo el país para la próxima primavera no habrá que sembrar una mata de caña, toda la caña de 1970 creciendo. El año que viene estará sembrado el Cordón completico. No quiere decir que el trabajo se acaba: mucho lo harán las máquinas".

Ahora viene lo bueno, así que recomiendo tomarse algún fármaco tranquilizante: "El lunes el Cordón de La Habana recibirá 110 tractores piccolinos. Son esos tractores pequeñitos, italianos, con ruedas de goma, que se meten por el ojo de una aguja (APLAUSOS). Se enviarán también algunas cantidades ya a Pinar del Río y a Isla de Pinos. El batallón de compañeros que integrarán ese batallón de maquinarias, que ha estado estudiando en la escuela organizada por el Partido, recibirán el lunes sus 110 máquinas, y apenas las condiciones del tiempo lo permitan un poco empezarán a trabajar. Los Bolgars, que son los de estera, marca de Bulgaria, irán todos a la caña. Esos tractores muy maniobrables podrán mantener todo el Cordón limpio, las calles; siempre habrá algún trabajo en el hilo".

Pero hay mas. Donde se demuestra fehacientemente el desgarro de moropo del Orador es en esta pública y profunda explicación: "Estamos ideando determinadas distancias para que las máquinas puedan atravesar no sólo a lo largo sino también por lo ancho, cruzar en dos direcciones. De manera que una gran parte de lo del hilo también lo limpien estas máquinas".

Cualquier siquiatra del mundo —no se precisa ser argentino para ello— encontraría razones más que suficientes para una larga terapia con el autor de las anteriores palabras. Si se entera que las pronuncio un jefe de Estado, de seguro recomendaría el encierro en alguna institución dedicada a reconstruir el tejido esponjoso de esa tripa que existe bajo el cabello... Pero nadie se ha atrevido. Lástima.

Todos saben que aquel plan fracaso. Y los anteriores. Y los siguientes. Y Él no quiso hablar nunca más de tractores. Perdón, no quiso que hablaran más sus detractores.

Qué felices habríamos sido si en vez de usarte en el desyerbe de aquel Cordón nada umbilical te hubieran puesto al servicio de la infancia. Cuántos campeones de velocidad no se habrían dado gracias a tu simpática dimensión, rodando por parques y jardines. Qué rostros sonrientes tendrían nuestros padres en sus campesinos rostros, cargando su piccolino bajo el brazo para subirlo al bohío aéreo de esos cajones de microbrigadas donde se suponía que viviéramos, dichosos y mecanizados.

Cierro los ojos y siento tu run run. Un zumbido. Ese zumbido que nos metió en el cerebro para siempre el Zumbado. Y no hablo de Héctor el gran humorista. Ahora mismo no sé si el ruido es de tu motor o de esa lancha con la que la gente se aleja del surco interminable que les asignaron para llegar a ninguna parte.

Hoy que te supongo chatarra, convertido, gracias a ese don de la inventiva y la gracia con la que el cubano se divierte en la miseria, en palangana o tornillo de grúa, me duele lo que no pudiste hacer en la prometida agricultura mecanizada de una isla, que es azotada igualmente por ciclones desaforados que por ideas invencibles y desaforadas, surgidas en la hernia cerebral de un solo hombre. Pobre piccolino que ni siquiera serviste de nombre para algún niño guantanamero.

Con la calma que dan los años, y la sabiduría que otorga el habérsela dejado en la mano al Inventor en Jefe, me he replanteado la historia de mi país. Es un replanteamiento jaba, una reorganización del análisis, donde pongo, en primer lugar, los puntos sobre las íes y las eses, sobre todo fecales, en las oraciones. Me aterra la idea de que el gobierno quiso que fuéramos los niños quienes nos dedicáramos a las tareas agrícolas. Ninguna otra razón explica que te importaran sin que importaran otros gastos. Una república infantil. Liliput en el Caribe. Gulliver para creer. Hubiera sido hermoso: un país de gente bajita y alegre, aunque no tuviéramos equipo de baloncesto.

Y al final también se perdieron las lasagnas.

Surcando otro surco, Ramón il Piccolo

© cubaencuentro

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