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Actualizado: 19/05/2024 23:18

Historia

El papel de Cuba en el narcotráfico

Contrabando, juego y consumo de drogas en la Isla entre los años veinte del pasado siglo y comienzos de la revolución.

Nota introductoria de la periodista Tania Quintero

Cuando en julio de 2002 el doctor Eduardo Sáenz Rovner, profesor titular de la Facultad de Ciencias Económicas e investigador del Centro de Estudios Sociales de la Universidad Nacional de Colombia, decidió tomarse un año sabático, probablemente no pensó que el resultado de esos doce meses le llevaría a la elaboración de un libro valiosísimo. El volumen marca un antes y un después en un tema tan enjundioso como escabroso: narcotráfico, contrabando y juego en Cuba entre los años veinte y comienzos de la revolución.

Con 278 páginas y editado en 2005 por la Colección CES de la Universidad Nacional de Colombia, La Conexión Cubana es hoy un texto imprescindible para quienes con seriedad y equilibrio se hayan propuesto estudiar Cuba, su pasado, presente y futuro.

A partir de una información aparecida en la prensa en 1956, Sáenz decide adentrarse en archivos, bibliotecas y centros de documentación de tres países. Vencidos ciertos escollos, logra investigar sin problemas en La Habana, aunque el dogmatismo y la burocracia se lo impiden en Camagüey. En Miami y otras ciudades estadounidenses puede trabajar con entera libertad y más cómodamente. En su país recibe el calor y apoyo necesarios para redactar el libro.

La saga sobre el narcotráfico, contrabando y juego en Cuba, que abarca casi todo el siglo XX, no termina con La Conexión Cubana. El autor ha retomado la investigación y en una segunda obra mostrará el desarrollo de las redes de narcotraficantes cubanos y colombianos a partir de las décadas del sesenta y setenta.

Entretanto, les ofrecemos un avance del libro, resumido en una conferencia impartida en 2004 por el profesor Sáenz en México:
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A finales de diciembre de 1956, y con un cargamento de heroína evaluado en 16.000 dólares, fueron capturados en La Habana los hermanos Rafael y Tomás Herrán Olozaga. Rafael era químico, Tomás era piloto, y eran hermanos gemelos originarios de Medellín, Colombia. También fueron arrestadas dos mujeres colombianas, una de ellas había ayudado a introducir la droga en Cuba, la segunda era la esposa de Tomás y operaria como "courier" hacia Estados Unidos, aprovechando que era estudiante universitaria en Filadelfia. Con los colombianos fue capturado Antonio Botana Seijo, de nacionalidad cubana.

Los Herrán Olozaga confesaron que ya habían llevado drogas a Cuba en el pasado, aparentemente estaban en el negocio desde 1948. Después de su captura, todos, exceptuando Tomás, salieron baja fianza y se fueron para Mérida. Tomás, aparentemente el jefe de la banda, estuvo un año preso en Cuba y una vez libre regresó a Medellín. En febrero de 1957, agentes del Servicio de Inteligencia de Colombia, ayudados por un oficial antinarcóticos de Estados Unidos, allanaron el laboratorio de los Herrán en las afueras de Medellín.

Los hermanos Herrán Olozaga provenían de la élite colombiana. Su tatarabuelo y bisabuelo, Tomás Cipriano de Mosquera y Pedro Alcántara Herrán, habían sido presidentes de la República durante el siglo XIX. Su abuelo, Tomás Herrán, nacido en el Palacio Presidencial, firmó el frustrado tratado para la construcción del Canal de Panamá en 1903. El padre de los Herrán Olozaga fue cónsul de Colombia en Hamburgo y se casó con una mujer emparentada con el principal clan de industriales de Medellín.

Los hermanos Herrán Olozaga fueron los pioneros en el procesamiento y tráfico de drogas entre Medellín y Cuba y Estados Unidos a mediados del siglo XX. Sus actividades en Cuba me llevaron a tratar de seguirles la pista en el fondo del Departamento de Justicia de los Archivos Nacionales de Estados Unidos y en el Archivo Nacional de Cuba.

La cantidad de información que encontré sobre el narcotráfico, el juego y el contrabando en Cuba me llevaron a otra investigación, algunos de cuyos resultados presento en esta conferencia.

La dinámica economía de Cuba tuvo una gran integración a las corrientes migratorias y el comercio internacional durante las primeras décadas del siglo XX. El desarrollo de las comunicaciones tanto marítimas como aéreas contribuyó al contrabando y al narcotráfico. Los grupos de narcotraficantes eran locales, compuestos primero por inmigrantes radicados en Cuba, eventualmente por cubanos. Estos inmigrantes desarrollaron redes con Europa, el Medio Oriente, Sudamérica y Estados Unidos.

Cuba, por tanto, no fue una simple "víctima", sino que jugó un papel muy activo en el narcotráfico. De otra parte, la Isla tenía una herencia de contrabando, un sistema ineficiente de justicia y una corrupción rampante y generalizada.

Las personas condenadas por tráfico y consumo de drogas eran pobres, pequeños traficantes o consumidores, generalmente de marihuana, o inmigrantes chinos acusados de fumar opio. Los traficantes más importantes de cocaína y morfina escapaban de la justicia y si eran capturados salían bajo fianza.

II

Durante la prohibición del alcohol de los años veinte en Estados Unidos, se llevaban grandes cantidades de licor de contrabando desde Cuba hacia Norteamérica. El contrabando era principalmente de rones, aunque también incluía vinos y otros licores. Había capitanes de barcos y tripulaciones norteamericanas, aunque también había cubanos y marinos de otras nacionalidades, como británicos y españoles.

El modo de operación de estos contrabandistas era cargar legalmente el licor en Cuba (generalmente desde La Habana) y presentar un manifiesto en el que declaraban como puntos de destino puertos generalmente en Honduras, pero también en Belice, Guatemala, las Bahamas y México, para en realidad dirigirse finalmente a la Florida, Luisiana, Georgia y Nueva York.

La mayoría de las embarcaciones eran de bandera norteamericana, británica, cubana y hondureña. Las naves que portaban esta última nacionalidad pertenecían en realidad a los otros países y aparecían matriculadas en Honduras para pretender una coartada supuestamente más sólida. Cuando se les hacía un seguimiento, los capitanes de los barcos recurrían a las mismas excusas: habían perdido su manifiesto o estaban navegando a la deriva debido al mal tiempo o a daños en sus embarcaciones. Los contactos en La Habana eran cubanos y norteamericanos, quienes operaban a través de empresas comerciales legales e incluso como agentes de aduana.

Las rutas de contrabando entre Cuba y Estados Unidos eran utilizadas para el comercio ilegal de otros productos, como cargamentos de frutas cubanas llevadas a la Florida, y cigarrillos norteamericanos introducidos en la Isla. Y además, el trafico de narcóticos desde Cuba hacia Estados Unidos corría paralelo al de licores.

Las actividades de contrabando entre Norteamérica y Cuba se remontan por lo menos al siglo XVIII. El historiador Manuel Moreno Fraginals señala como el contrabando no tenía para muchos "una connotación delictiva", de hecho, varias ciudades debieron su prosperidad durante la Colonia al contrabando.

En una comunicación de mediados de diciembre de 1924, la representación diplomática norteamericana en Cuba informó: "La Habana se ha convertido en la base principal para operaciones de contrabando (…) Cuba no es solamente la base para el contrabando de licores, sino también para el contrabando de narcóticos e inmigrantes ilegales".

Droga e inmigración ilegal

El contrabando de inmigrantes ilegales entre Cuba y Estados Unidos era principalmente de chinos, aunque también se reportaron numerosos casos de contrabando de inmigrantes de diversas nacionalidades, desde españoles hasta griegos y armenios, que se hacía en las mismas embarcaciones del contrabando de licores.

Cuba se pobló con diferentes olas migratorias. Esto reflejaba su composición étnica en las primeras décadas del siglo XX. Más de medio millón de españoles, principalmente gallegos, asturianos y canarios, constituían el 16 por ciento de la población de Cuba hacia finales de los años veinte. Además, había numerosos residentes de origen chino, jamaiquino, haitiano, árabe, norteamericano y europeo no español. Muchos inmigrantes españoles prosperaron y se calcula que para 1932 casi 43.000 negocios estaban en manos de españoles en Cuba en diferentes ramos del comercio, los servicios y la industria. Pero por encima de todo, los españoles dominaban el comercio.

Las drogas ilegales venían inicialmente de Europa. Por ejemplo, se reportó que dos barcos de la Compañía Transatlántica Española llevaban narcóticos. Los barcos de esa compañía habían trasladado inmigrantes españoles durante años en rutas que cubrían diferentes puertos españoles antes de arribar al Nuevo Mundo. Los narcóticos provenientes de Europa eran traídos también en buques alemanes e italianos. Estos narcóticos provenían de Marsella, principalmente, y de Hamburgo.

El opio se llevaba a Cuba para el consumo de los chinos que vivían en La Habana. Con la migración masiva de chinos a diferentes partes del mundo, muchos emigrantes, generalmente solteros, pobres y solitarios, llevaron el hábito de fumar opio a las tierras donde se establecieron.

Cuba fue el principal país latinoamericano receptor de inmigrantes chinos. Entre 1847 y 1874 entraron por encima de 100.000 culies (trabajadores con contratos de servidumbre) chinos a la Isla. Los chinos fueron llevados para resolver un problema de oferta de mano de obra en las haciendas azucareras. En una segunda oleada migratoria, esta vez de personas libres, entre 1903 y 1929, llegaron alrededor de 20.000 chinos a Cuba. Y aunque los inmigrantes chinos se encontraban por toda la isla, La Habana se constituyó en su principal concentración urbana en las Américas, después de San Francisco y Nueva York.

El Barrio Chino, versión habanera del Chinatown, creció y se consolidó como punto de reunión de los asiáticos, aunque muchos de estos habitaban y tenían sus negocios en diferentes puntos de la ciudad. Los chinos en Cuba dominaban la distribución minorista de frutas y verduras, lo mismo que otros negocios pequeños como la venta de comida y lavanderías.

Las estadísticas oficiales muestran que un alto número de los arrestos por consumo de drogas en las primeras décadas del siglo se hacían entre las personas de origen chino. Los reportes de la policía señalaban que "los fumadores y viciosos del opio son casi todos chinos" y que de los 2.255 adictos por drogas ingresados al Lazareto del Mariel hasta 1936, la mitad eran chinos.

Así como se usaba el opio entre los chinos, se consumía cocaína entre grupos pudientes de personas blancas. En cuanto a la marihuana, aunque se reconocía que se había expandido a diferentes clases, se subrayaba la importancia de su consumo entre "malvivientes de color… procedentes de los bajos fondos sociales".

Hasta la década de los años treinta, la marihuana no se había considerado un problema de salud pública en Estados Unidos. Se percibía como un vicio de grupos étnicos minoritarios, bohemios, músicos de jazz, marinos y otros elementos marginales de la sociedad. Cuando se empezó a reportar que jóvenes anglos estaban consumiendo la yerba, comenzó una presión por parte de grupos de educadores y comunidades religiosas para ilegalizarla.

El mismo Buró Federal de Narcóticos estaba detrás de los esfuerzos para criminalizar la marihuana, anunciándola como una droga que inducía a la violencia entre quienes fumaban. Todas estas gestiones tuvieron éxito cuando el presidente Franklin D. Roosevelt sancionó un decreto contra la marihuana en 1937.

Curiosamente, y debido quizás a la legislación reciente y a las fuertes campañas contra la marihuana en Estados Unidos, en Cuba se calificaban sus efectos en peores términos que los efectos de otras drogas. "El más maldito de los vicios", lo llamó un autor, para quien los consumidores de marihuana "sufren delirios furiosos (y cometen) no sólo gran número de los delitos sexuales más atroces, sino los más violentos y feroces crímenes". Para otro, "la maldita yerba", con la que "se embriaga sobre todo la juventud", era "una desgracia en nuestro país". La marihuana era uno de los principales vicios en Cuba, en compañía del alcohol, la homosexualidad y "los placeres solitarios".

'El Gallego' Fernández

Un buen ejemplo de un inmigrante español que prosperó gracias al tráfico de drogas fue José Antonio Fernández y Fernández. Nacido en 1900, Fernández llegó a Cuba a los veinte años de edad. A pesar de ser asturiano, se le conocía como "El Gallego". Recién llegado trabajó como cantinero y un par de años más tarde compró un restaurante cerca de los muelles en La Habana. En este establecimiento se hizo amigo de marinos españoles de los barcos que traían narcóticos desde Barcelona y se convirtió en distribuidor de las drogas traídas por estos marinos.

En 1927 vendió el restaurante y viajó a Estados Unidos y a varios países latinoamericanos, en los que estableció contactos con miembros del bajo mundo. Fue arrestado a finales de ese año, cuando regresó a La Habana y los agentes de aduana le descubrieron varias botellas de cocaína escondidas entre sus ropas, pagó una fianza y salió en libertad.

Con el comienzo de la Guerra Civil Española, el tráfico de varios españoles se volvió irregular. Fernández hizo entonces contactos con marinos de los barcos Istria y Aras de la Compañía Italiana di Navigaciones. Estos barcos hacían paradas en Vigo y Cádiz, puertos que ya estaban en manos de las tropas franquistas y recogían narcóticos.

En octubre de 1936, Ernesto Álvarez Digat, un farmacéutico de La Habana, aceptó procesar heroína del opio que le entregó Fernández. Los paquetes de opio provistos por Fernández traían la marca alemana Merck. Álvarez alcanzó a procesar cinco kilos de heroína antes de ser arrestado y condenado a un año de prisión en 1938. Fernández también fue arrestado, pero se le dejó libre por supuesta falta de evidencia.

El 24 de abril de 1940, los detectives se presentaron con una orden de registro, revisaron su vivienda y encontraron siete libras de cocaína y ocho libras de morfina. Fernández era un distribuidor muy importante con conexiones con varios farmaceutas locales. Cuando se le incautaron las drogas se notó en La Habana una crisis entre los drogadictos al aumentar considerablemente su solicitud para ser internados en el Lazareto del Mariel, por no poder obtener las drogas en la calle.

Cuando Fernández fue arrestado en 1940 no fue llevado a la corte gracias a que su abogado pudo aplazar el juicio. Después de al menos una decena de aplazamientos, y de presiones contra los testigos, Fernández fue condenado a un año de prisión en 1943. Sin embargo, apeló y salió libre con el pago de una fianza de 5.000 dólares.

Para evitar ser deportado, se apresuró en conseguir la ciudadanía cubana. Su abogado era hermano del último secretario privado del ministro de Relaciones Exteriores, lo cual probablemente le ayudó en sus trámites, a pesar de tener cargos penales pendientes. La apelación fue llevada a la Corte Suprema en 1945, la cual ratificó la condena de un año. Fernández pagó la condena, no en la cárcel, sino en la Quinta Covadonga, un agradable centro hospitalario de la comunidad asturiana, argumentando razones de salud.

Todavía en 1950, El Gallego Fernández era importador de morfina traída desde España y mantenía conexiones con otros traficantes importantes en Cuba, como Abelardo Martínes del Rey, alias El Teniente, y Octavio Jordán Pereira, alias El Cubano Loco, quienes traficaban con drogas desde Perú y Espana para abastecer los mercados cubano y norteamericano.

Para entonces, el otrora humilde inmigrante había acumulado una fortuna considerable. Era dueño de un almacén de cristalería y loza, y de una mueblería, y socio de una fábrica de juegos de dominó. Poseía además un edificio de apartamentos, cuatro casas en La Habana y una casa de recreo en la playa. En apariencia, era otro ejemplo del comerciante español, trabajador y exitoso como tantos otros.

Corrupción a destajo

A comienzos de los años cuarenta, Claude Follmer preparó un extenso reporte para el Buró Federal de Narcóticos. Su visión global sobre la situación en Cuba era negativa y culpaba a las autoridades policiales de la Isla. "Como resultado de la ineficiencia y la corrupción de los nacionales de policía, pasados y presentes, todos los vicios conocidos en la civilización moderna han prosperado en Cuba durante muchos años. En este momento, lo mismo que en años recientes, los crímenes predominantes en Cuba son el asesinato, el juego, la prostitución y un trafico extenso de narcóticos y marihuana".

Recordaba Follmer que con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, los narcóticos que antes llegaban a Europa fueron reemplazados por cocaína peruana, que llegaba en barcos chilenos, y resaltaba: "en el momento presente (1943) la República de Cuba está literalmente inundada con cocaína peruana, la cual en el caso de La Habana es vendida a varios miles de cocainómanos en esa ciudad". Concluía que las autoridades no hacían mayor cosa y que las drogas ilegales se vendían abiertamente.

Sin embargo, los reportes anuales presentados ante la Liga de las Naciones por parte del gobierno cubano a comienzos de esa década, senalaban que el consumo ilegal de narcóticos "no (tenía) mayor importancia en Cuba", aunque en privado Eduardo Palacios Planas, comisionado de Drogas, reconocía el nivel de narcóticos y la poca colaboración del gobierno cubano para combatirlo.

Para el embajador norteamericano Spruille Braden, la tolerancia con el consumo y tráfico de drogas era parte de un ambiente generalizado de corrupción: "…los manejos ilícitos y la corrupción en todas sus formas son ampliamente dominantes en Cuba e involucran a funcionarios de alto y bajo nivel. Incluso aquellos en los círculos inmediatos al presidente (y) algunos miembros del gabinete (…) tienen un interés directo en las ganancias que se obtienen de esas prácticas (…) En el presente, varios funcionarios cubanos prominentes mantienen estrecho contacto con aquellos que se sabe están comprometidos con el tráfico de drogas, y hay razón para creer que algunos de esos funcionarios obtienen ingresos del tráfico clandestino de drogas y de actividades ilegales asociadas".

Para el historiador Jules R. Benjamín, la corrupción en Cuba era el resultado de la combinación "de la herencia colonial (hispánica) en la política cubana", "la creciente corriente de dólares" proveniente del gobierno norteamericano a través de los programas de Lend Lease durante la Segunda Guerra Mundial y el precio favorable del azúcar en los mercados internacionales.

Por su parte, Louis A. Pérez afirma: "La Segunda Guerra Mundial creó nuevas oportunidades para el desarrollo económico cubano, sin embargo, pocas de ellas fueron hechas realidad (…) Los fondos fueron utilizados irracionalmente. La corrupción y los malos manejos incrementaron y contribuyeron en buena medida a las oportunidades perdidas como la mala administración y los cálculos erróneos".

De todas formas, anotaríamos que la corrupción aumentó en todo el continente durante la Segunda Guerra Mundial y los primeros años de la posguerra: los controles de precio, los racionamientos, los préstamos y programas del Export-Import Bank y del Lend-Lease, las listas negras contra empresarios provenientes de los países del Eje, el nepotismo, la rotación sin controles entre el sector público y el privado, el aprovechamiento de los planes de fomento y de la protección a sectores de grupos económicos determinados en detrimento de otros grupos y la sociedad en general.

Un reporte del grupo antinarcóticos de la Policía Secreta de Cuba informó sobre el arresto de 353 individuos durante 1946. La mayoría de las personas arrestadas eran drogadictos (quienes eran enviados al Lazareto en el Mariel) y pequeños vendedores, "peces chicos". Además, la casi totalidad de los arrestos y los decomisos tenían que ver con marihuana y opio. En el caso de la marihuana, los expendedores y consumidores se repartían más o menos por igual entre blancos y personas de color (negros y mulatos). Entre los adictos al opio y sus derivados, unas tres cuartas partes eran de origen chino. En cuanto a la cocaína, la droga de preferencia de consumidores más pudientes, sólo se decomisó durante el año un gramo en manos de un vendedor negro.

Los reportes presentados por Cuba al Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas también daban cuenta de persecución en casos de marihuana entre las clases bajas. Por ejemplo, el reporte para 1946 señalaba que durante dicho año se habían perseguido 45 casos de drogas en Cuba, de los cuales 33 eran por marihuana y 12 por drogas "no especificadas".

De todas formas, el caso de la estadía del mafioso Lucky Luciano en La Habana a finales de 1946 y comienzos de 1947 marcó un punto de conflicto en la política de narcóticos entre Estados Unidos y Cuba, como veremos en la siguiente sección.

Luciano era el hombre

En 1936, Salvatore Lucania, conocido como Lucky Luciano, nacido en Sicilia en 1897 y radicado en Estados Unidos desde 1906, fue condenado a una sentencia de 30 a 50 años por trata de blancas. Thomas E. Dewey, como fiscal, fue quien logró su condena. A comienzos de 1946, el mismo Dewey, como gobernador del estado de Nueva York, conmutó la pena con la condición de que Luciano fuese deportado inmediatamente a Italia. Luciano recibió el beneficio por haber colaborado con las Fuerzas Armadas de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial a través de sus contactos con el bajo mundo.

Después de la expulsión de Luciano de Estados Unidos había todo tipo de rumores sobre que él quería regresar a algún punto del Hemisferio Occidental para coordinar sus negocios en Norteamérica. Se mencionaban países como Cuba y México, e incluso se decía que había conseguido un pasaporte argentino y se encontraba en Buenos Aires.

Los norteamericanos avisaron a diversas autoridades cubanas sobre las posibles intenciones de Luciano para radicarse en Cuba. Sin embargo, Luciano entró tranquilamente, realizando varias etapas en su viaje y llegando por avión a Camagüey en octubre de 1946. Aunque los diplomáticos norteamericanos informaron sobre su presencia en diciembre, las autoridades cubanas únicamente tomaron cartas en el asunto cuando Luciano fue visto en el Hipódromo de La Habana en febrero de 1947.

Las presiones norteamericanas sobre el gobierno cubano para que expulsara a Luciano de la Isla se dieron casi de inmediato. Harry J. Anslinger, entonces director del Buró Federal de Narcóticos, ordenó un embargo sobre la exportación de narcóticos legales con fines médicos a Cuba, argumentando que la organización de Luciano podría apoderarse de estos e introducirlos en el mercado ilegal. Anslinger condicionó el fin del embargo a que Cuba expulsase a Luciano.

Luciano se daba la gran vida en La Habana en compañía de una joven heredera neoyorquina con quien frecuentaba el Hipódromo y el Casino Nacional. Además, se codeaba con políticos cubanos y con celebridades de la farándula norteamericana que visitaban Cuba, como Frank Sinatra.

Luciano había conseguido el estatus de residente en Cuba gracias a las influencias del diputado Indalecio Pertierra, gerente del Jockey Club. También socializaba con los senadores Francisco Prío Socarrás (hermano del presidente Carlos Prío Socarrás) y Eduardo Suárez Rivas (quien había sido presidente del Senado en 1944 y 1945), y con Paulina Alsina, viuda de Grau, cuñada del presidente Ramón Grau San Martín y quien oficiaba como Primera Dama.

Como lugar de residencia, Luciano tomó en alquiler una casa en el lujoso distrito de Miramar. Según un agente antinarcóticos norteamericano, la casa pertenecía al general Genovevo Pérez Damera, jefe del Estado Mayor. Luciano se asoció a Pertierra, Suárez Rivas, Manuel Quevedo (un antiguo coronel del ejército cubano, ex gerente de Cubana de Aviación) y Antonio Arias, para organizar Aerovías Q.

La compañía empezó a volar entre La Habana y Key West, en la Florida, y el general Pérez Damera se aseguró de que sus aviones aterrizasen en el aeropuerto militar de Columbia, en las afueras de La Habana, para así evadir los controles de inmigración y aduanas. Además, la compañía gozaba de exenciones tributarias concedidas por el gobierno.

Después de un fallido intento de asesinato de Luciano a finales de diciembre de 1946, Pertierra consiguió que la policía del Palacio Presidencial le asignara dos guardaespaldas. Tantas conexiones permitieron a Luciano traer una decena de gángsteres norteamericanos para ayudarle a manejar sus intereses en el Casino Nacional, igualmente mantenía frecuentes relaciones con Meyer Lansky, su amigo y socio de vieja data.

Un par de días antes de la Navidad de 1946, Luciano presidió una reunión del "Quién es Quién" en la mafia norteamericana, en el lujoso Hotel Nacional de La Habana. En esta singular cumbre se discutieron temas relacionados con las inversiones y repartición de las ganancias en los casinos de Estados Unidos y Cuba.

Después del embargo de drogas para uso medicinal impuesto por Anslinger, Guillermo Bell, embajador de Cuba en Washington, le manifestó al secretario de Estado, general George Marshall, la molestia del gobierno cubano, especialmente por las declaraciones de Anslinger a la prensa. De todas formas, se comprometió a deportar a Luciano en cuestión de días, así dicho proceso tomase normalmente mes y medio. El presidente Grau y su ministro Prío Socarrás firmaron un decreto que señalaba que, dados los antecedentes de Luciano, lo declaraban "indeseable" y ordenaban su deportación a Italia.

Declarado "extranjero indeseable", Luciano permaneció detenido hasta que abandonó Cuba en marzo de 1947. Irónicamente, unas semanas antes, en el Bakir, carguero de bandera turca que transportó a Luciano hacia el exilio, habían encontrado seis kilos de opio cuando la embarcación llegó a Jersey City proveniente de Estambul.

Una vez en Italia, Luciano se radicó en Nápoles, donde era una celebridad especialmente con los turistas y los marineros norteamericanos, hasta que falleció de un infarto cardiaco en enero de 1962. Sus restos fueron finalmente enterrados en la cripta familiar de los Luciano en Nueva York, el país que siempre añoró y que consideraba su verdadero hogar.

Durante años, el Buró Federal de Narcóticos trató infructuosamente de construir un caso contra Luciano sobre tráfico de drogas desde Europa. Frustrado, Anslinger se lamentó por no haber logrado una condena por las supuestas actividades delictivas de Luciano, y concluyó: "Él no (dejaba) rastro porque no (había) rastro. Pero sabemos que él (era) el hombre".

La pasión por el juego

En su segundo gobierno, entre 1952 y 1958, Fulgencio Batista promovió el turismo y el juego en los casinos para no tener que depender exclusivamente del mercado del azúcar. El juego, a propósito, no fue llevado por los mafiosos norteamericanos a Cuba. Era una tradición española que se remontaba a la épocas de la Colonia. El juego era parte de la vida cubana. Un artículo publicado en El Papel Periódico de la Habana en diciembre de 1790 rezaba así:

"No nos ha colocado en el mundo la Naturaleza para que juguemos, sino para vivir con seriedad y emplearnos en acciones graves e importantes (…) Debiera fijarse en todos los pueblos de la Isla, y hasta en todos los árboles de ella, para infundir terror a tanto aldeano que olvidado de la honrosa tarea de la agricultura, emplea los días y las noches en tan torpes ocupaciones como son las cartas y otros instrumentos de este vicio detestable".

En 1832 José Antonio Saco escribió sobre el juego: "No hay ciudad, pueblo ni rincón de la Isla de Cuba hasta donde no se haya difundido este cáncer devorador (…) Las casas de juego son la guarida de nuestros hombres ociosos, la escuela de corrupción para la juventud, el sepulcro de la fortuna de las familias, y el origen funesto de la mayor parte de los delitos que infectan la sociedad en que vivimos".

El escritor norteamericano Carletton Beals advirtió en 1933 que "el cubano exclusivamente adora al dios de la fortuna. Un jugador empedernido gastará hasta la última moneda en tickets de lotería (…) La propensión cubana para la diversión y el juego demuestra poca consideración por el día de mañana".

Una comisión de académicos norteamericanos, invitados por el gobierno cubano, señaló en un reporte a mediados de los años treinta que "el juego es un vicio extendido" entre todas las clases sociales y la compra de tickets de lotería desestimulaba la capacidad de ahorro de los cubanos.

Una misión del Banco Mundial que visitó Cuba en 1950 y presentó un voluminoso informe sobre el desarrollo económico de la Isla, señalo que el juego iba contra el espíritu empresarial y la capacidad de ahorro del país:

"El espíritu del juego en la economía distorsiona el espíritu de empresa. Es una de las razones de la escasez relativa de capital y de iniciativa empresarial en el desarrollo de nuevas industrias. Para el dueño del gran capital, lo que se puede ganar en el fluctuante e impredecible mercado del azúcar —casi comparable con la lotería— puede enseguida opacar todas las ganancias posibles de una empresa nueva que necesariamente tomaría mucho tiempo, trabajo y molestia…".

"Para el hombre pequeño —en una economía en la que las oportunidades de crecimiento en la industria y la promoción en el empleo parecen ser pocas— un ticket de lotería o cualquiera de los muchos juegos de apuesta que florecen en toda Cuba, puede parecer un uso más atractivo del dinero que el ahorro. Además de proveer emociones, parecen ofrecer una mayor esperanza de salir adelante que el proceso prosaico de ahorro constante, planeación y trabajo duro".

En 1959, unos meses después de la revolución cubana, el influyente intelectual e Historiador de la Ciudad de La Habana, Emilio Roig de Leuchsenring, escribiría en su libro Males y vicios de la Cuba Republicana, sus causas y remedios:

"Desde los primeros tiempos coloniales hasta los presentes republicanos, el juego ha sido el vicio máximo característico y contumaz del cubano".
"Herencia directa de nuestros antepasados, los primeros españoles establecidos en la isla, el juego arraigó bien pronto entre nosotros".
"Esta viciosa afición tan violenta y extendida que bien puede llamarse la pasión dominante de los cubanos…".

En los años cincuenta había muchas quejas de los turistas norteamericanos de que los estafaban en los casinos. Batista llamó a Meyer Lansky, quien tenía relaciones de vieja data con los casinos en Cuba, para reformar la industria. Batista también instruyó a la policía para evitar las estafas a los turistas en los casinos.

Curiosamente, años atrás, el mismo Eduardo Chibás, fundador del Partido Ortodoxo y crítico implacable de la corrupción, había defendido el fomento del turismo en Cuba "como la más importante y trascendental de cuantas empresas pudiera acometer nuestra patria para su definitiva liberación política —a través de su no menos definitiva redención económica—".

En forma similar a las quejas de los norteamericanos en Cuba, Chibás criticó a aquellos cubanos que "a ciencia y paciencia de nuestras autoridades se dedican a explotar y piratear a todo género de desafueros y violencia (…) explotan al turista (…) sin frenos ni sanciones (…) Es más perjudicial que el turista se constituya en detractor de Cuba, que dejar que se dirija a otras playas donde lo acojan y le brinden una hospitalidad más en consonancia con las normas de civilización".

En 1955 se abrió un casino en el Hotel Nacional, propiedad del gobierno, que puso a Lansky a manejarlo. El gobierno expidió una ley dando beneficios tributarios para la construcción de nuevos hoteles, y facilitando la instalación de casinos en los hoteles y clubes nocturnos. Lansky tomó ventaja de esta ley y empezó a construir en 1956 el hotel-casino Riviera, que fue inaugurado en diciembre de 1957.

Entre 1952 y 1958 se abrieron 28 nuevos hoteles en Cuba. Pero contrario a lo que afirman escritores como Enrique Cirules, los mafiosos norteamericanos como Lansky, que se dedicaron al negocio de la hotelería y el juego durante los años cincuenta en Cuba, no estaban involucrados en el narcotráfico.

Después de todo, los casinos eran legales, altamente rentables. Cirules no muestra prueba alguna para sustentar su argumentación. De hecho, en nuestra investigación no hemos encontrado ningún indicio serio que conecte a personajes como Lansky o el mismo Lucky Luciano con el tráfico de drogas en Cuba.

La conexión andina

Durante la Segunda Guerra Mundial y con la ocupación japonesa de las plantaciones de coca de los británicos y holandeses en Asia, aumentó la demanda de coca peruana. Al finalizar la guerra y con la reapertura de las fuentes de aprovisionamiento asiáticas, la demanda legal por hoja de coca peruana cayó de forma precipitada.

Sin embargo, para ese entonces, Perú ya se había convertido en la primera fuente de cocaína ilegal en el Hemisferio Occidental. Los reportes señalaban el fuerte aumento en los decomisos de cocaína proveniente de Perú y transportada desde puertos peruanos y chilenos.

Traficantes de diferentes nacionalidades, además de peruanos, traficaban desde Perú. Varios de ellos eran cubanos. La cocaína peruana era transportada en barco, pasaba a través del Canal de Panamá y llegaba a Cuba, tanto para el consumo de la droga en la Isla como para su reexportación hacia Estados Unidos.

Anslinger se puso en contacto con el embajador peruano en Washington y logró que se cerraran las fábricas de cocaína legales en Perú. El tráfico ilegal cayó como resultado de la condena a varios traficantes importantes, entre los que estaba el grupo del peruano Eduardo Balarezo, ex marinero nacido en 1900 y radicado en Long Island. El grupo de Balarezo estaba compuesto principalmente por peruanos y chilenos, quienes llevaban la droga en vuelos comerciales o como marinos en los barcos de la Grace Line.

Balarezo fue condenado a cinco años de cárcel en una prisión federal norteamericana. Seis de sus socios fueron también llevados a juicio. Una quincena de traficantes fueron arrestados en 1949. Entre 1950 y 1951 se arrestaron decenas de procesadores de cocaína en Perú, incluyendo aquellos que venían operando como empresarios legales durante años.

Un artículo de la revista Bohemia de septiembre de 1950 mencionaba los lugares de consumo en Nueva York y cómo cubanos y puertorriqueños distribuyan la cocaína en una "complicada madeja (en) que se interconectaban Lima-La Habana-Nueva York". La organización de Abelardo Martínez, El Teniente, y Octavio Jordán, El Cubano Loco, importaba las drogas a Cuba desde Perú, vía Panamá, y España, y las distribuía para el mercado de la Isla y para Norteamérica, a través de Nueva York y Miami. Meses después, El Teniente fue arrestado en Perú en compañía de otro traficante, después de haber adquirido dos kilos de cocaína.

Tras la disminución del tráfico desde Perú, el contrabando de cocaína desde Bolivia aumentó considerablemente. Irónicamente, a comienzos del siglo XX, la cocaína consumida en Bolivia con fines medicinales era importada desde Alemania, Bélgica y Francia. Durante la primera mitad del siglo XX, Bolivia era un país productor de hoja de coca, mas no de cocaína procesada, y tanto los terratenientes bolivianos —productores legales de hoja de coca— como el gobierno enfatizaban esa diferencia y se resistían a atender las campañas para erradicar el cultivo de la Sociedad de las Naciones primero y de las Naciones Unidas después de la Segunda Guerra Mundial.

Desde que se empezó a reprimir el tráfico de cocaína desde Perú, Bolivia pasó a suplir parte de la oferta. Así, por ejemplo, enviaban cocaína boliviana hacia Argentina. En octubre de 1951 se descubrió una banda que tenía un laboratorio en las afueras de La Paz. Varios de sus integrantes eran de origen sirio-libanés. A pesar de que semanas después se descubrió otro laboratorio relacionado con la misma banda en Cochabamba, los acusados en el primer allanamiento fueron liberados, ya que la ley boliviana no contemplaba los procedimientos punitivos para condenar el procesamiento de cocaína.

El Teniente envió a La Paz, en abril de 1955, a otro cubano, Manuel Méndez Marfa, para pagar a Rames Harb la suma de 10.000 dólares por un cargamento de drogas. Harb tenía un laboratorio en La Paz y otro en Rurrenbaque, una población al norte de la capital, y contaba con la protección de Freddy Henrich, un alto oficial de la policía boliviana, quien a su vez hacía frecuentes viajes con cocaína a Arica, un puerto en el norte de Chile. Otro cubano, un tal Jorge Juan Lemes García, por ejemplo, fue arrestado ese año en Bolivia en posesión de cocaína lista para ser enviada a La Habana. Lemes enviaba la cocaína a Cuba a su asociado en La Habana Antonio Ledesma.

Aparentemente, la droga era reenviada a Estados Unidos. Mario Spechar, otro traficante boliviano, le vendía droga a los cubanos. Según el Ministerio de Gobierno boliviano, los envíos de cocaína de Bolivia a Cuba llegaban a 30 kilos mensuales en 1958. Buena parte de esa cocaína era reexportada hacia Estados Unidos.

Ecuador también tenía nexos con el tráfico orientado a Cuba y Estados Unidos. El cubano Jesús Moms, alias Orejitas, estaba asociado con El Teniente y viajaba entre Ecuador y Cuba llevando cocaína. Había campos cultivados con amapola en las provincias de Riobamba e Imbabura. En Guayaquil, Joffre Torbay, un químico de origen libanés, era uno de los principales narcotraficantes. Torbay estaba asociado a Méndez Marfa.

Quito también se convirtió en un importante centro de procesamiento y tráfico de drogas. Un médico, Enrique Alarcón, era el principal traficante en Quito. Alarcón además le vendía armas a los políticos liberales colombianos que se encontraban enfrascados en los conflictos con el Partido Conservador durante los años cincuenta. A su vez, dos colombianos, Carlos Rodríguez Téllez y Guillermo Cadena, el primero de ellos bogotano y ex militar, compraban grandes cantidades de pasta de opio en Ecuador para procesarla en Colombia.

Rodríguez Téllez y Cadena trabajaban para Guillermo Mesías, jefe de depósitos de la subsidiaria de los Laboratorios JGB en Pasto, una capital de provincia al sur de Colombia. Mesías tenía un asociado en Ipiales (población fronteriza entre Colombia y Ecuador), Alejandro Montenegro, un médico que también tenía una droguería. Guillermo Lozano, otro colombiano, quien sostenía ser abogado y exiliado político, era otro contrabandista de drogas entre Ecuador y Colombia. Otro ex capitán del ejército colombiano, un tal Quinteros (sic), era otro traficante entre los dos países, mientras que Luis Cortez, un ecuatoriano radicado en Quito, traficaba con Colombia y Perú.

En 1953 el agente del Buró Federal de Narcóticos, George White, se hizo pasar por un comprador de drogas y ayudó a la policía ecuatoriana a capturar seis hombres y una mujer y a decomisar drogas evaluadas en medio millón de dólares en Quito.

Contacto en Francia

Durante buena parte del siglo XX, Marsella fue un centro de procesamiento y contrabando de derivados del opio. Además, era un puerto cosmopolita, visitado por buques y marinos de todo el mundo, y un centro de contrabando de todo tipo de artículos. Sus organizaciones criminales estaban dominadas por personas de origen corso.

A su vez, buena parte de los opiáceos llegaban a Marsella provenientes de Beirut, otra ciudad cosmopolita y rica como La Habana. Los traficantes libaneses le vendían la base de morfina a los corsos de París y Marsella. La base era procesada del opio por parte de traficantes en Aleppo, Siria. A su vez, traficantes cubanos, algunos de origen cubano-libanés, también traficaban con opio y base de morfina provenientes de Turquía y Siria y que enviaban desde Beirut.

Los corsos Paul Mondolini, Jean Batiste Croce y Josef A. Bistoni, y el francocanadiense Lucien Rivard, habían usado Nueva York, Montreal y Ciudad de México para el tráfico de heroína. Sin embargo, dada la presión de las autoridades de esas ciudades, empezaron a utilizar Cuba desde 1955.

En la Isla tenían como centro de operaciones La Habana y Camagüey. Gracias a la presión de la Interpol, Croce y Bistoni fueron arrestados en la capital cubana en octubre de 1956 y deportados a Francia. Mondolini también estaba perseguido por la policía francesa por robo de joyas. A pesar de que sobornó a varias autoridades en Cuba y logró que un miembro del gabinete intercediera por él, Fulgencio Batista lo hizo deportar a Francia. Meses después, al dejar la prisión en Francia en julio de 1957, continuó realizando viajes a Cuba.

En vísperas de la revolución

Quiero presentar unos datos sobre condenados por narcotráfico y consumo de drogas en la Isla en vísperas de la revolución Cubana. En Cuba las penas por narcotráfico, aunque no tan severas como en Estados Unidos, eran más fuertes que en la mayoría de los países. En Gran Bretaña y Australia, por ejemplo, las penas eran de semanas, máximo unos cuantos meses, y en muchos casos se limitaban a una simple multa. El problema de la impunidad en Cuba estaba en las cortes, no en las leyes.

A finales de los años cincuenta, tal y como había ocurrido en el pasado, las cortes cubanas condenaban los delitos por tráfico y consumo de drogas siguiendo criterios de clase social. Las personas juzgadas y encarceladas, a quienes no se les fijaba fianza, eran de origen humilde y generalmente condenados por tenencia o tráfico de marihuana.

No encontramos casos de personas pudientes y condenadas por delitos relacionados con cocaína, por ejemplo. La lectura de unos treinta expedientes de los años cincuenta en el Archivo Nacional de Cuba muestra los siguientes resultados:

Todos eran varones y eran enviados al Reclusorio Nacional para Hombres en la Isla de Pinos. Generalmente eran solteros y jóvenes, cinco de cada seis tenían entre 25 y 36 años de edad.

Un 60 por ciento eran vecinos del área metropolitana de La Habana; cinco eran de Oriente, tres de Camagüey; dos de Matanzas y uno de Las Villas. Eran pobres, artesanos o jornaleros, con ocupaciones ocasionales.

Casi la mitad eran clasificados como "mestizos" (mulatos básicamente), aunque un 25 por ciento eran blancos (incluido un español), los demás negros y un chino (los chinos habían sido el grupo étnico más perseguido por drogas en el pasado).

El reducido número de extranjeros en esta muestra tiene que ver con que las grandes migraciones hacia Cuba habían terminado con la Gran Depresión de los años treinta.

Siendo de origen cubano la gran mayoría de los condenados, tenían instrucción al menos básica (en esto tenía que ver los altos niveles de alfabetización en Cuba, incluso antes de la revolución), únicamente algunos convictos campesinos se declaraban como analfabetos.

Algunos eran reincidentes y sólo en casos aislados el acusado había sido convicto por otros delitos, como violación y/o lesiones personales. Sus crímenes tenían que ver básicamente con estupefacientes y el único que se especificaba abiertamente era la marihuana.

Panorama en 1959-1960

Con la revolución desaparecieron el turismo masivo, los casinos y el narcotráfico en Cuba. El turismo y los casinos desaparecieron no por decreto, sino porque a medida que se agudizaron las confrontaciones entre Castro y el gobierno de Estados Unidos, los turistas norteamericanos empezaron a dirigirse a otros destinos (a pesar de que Castro hizo esfuerzos para no perderlos) y los hoteles sencillamente quebraron.

En cuanto al narcotráfico, éste también desapareció, no sólo porque el nuevo gobierno se encargó de perseguirlo (en un comienzo trabajando de forma mancomunada con el Buró Federal de Narcóticos de Estados Unidos), sino también porque los empresarios privados, tanto grandes como pequeños, legales e ilegales, desaparecieron rápidamente.

Ernesto Betancourt, representante de Castro en Estados Unidos, había declarado en abril de 1958 que una vez en el poder sacarían a los mafiosos de la Isla. Tan pronto triunfó la revolución, Castro prometió la protección de los negocios legítimos norteamericanos en Cuba, pero no los negocios de "esos gángsteres" dueños de casinos.

Sin embargo, los primeros en protestar por el posible cierre de los casinos fueron los trabajadores de los hoteles y cabarés, ya que los ingresos provenientes de los lugares de juego pagaban sus salarios. Charles Baron, vicepresidente ejecutivo del Hotel Riviera, advirtió que si se cerraban los casinos no era rentable operar los hoteles de lujo.

El 10 de enero de 1959 Castro envió un mensaje a los turistas y empresas norteamericanas. Este mensaje, reproducido en la primera pagina de The Havana Post, decía:

"Quiero invitar a los turistas y a los hombres de negocios norteamericanos a regresar a Cuba con la seguridad de que ellos serán bienvenidos por todas las ciudades de nuestro país. Hemos regresado a la normalidad en Cuba, en una Cuba en la que hay libertad, paz y orden, una tierra hermosa de gente feliz. Nuestros hoteles, comercios y oficinas están abiertos y queremos que nuestros amigos de los Estados Unidos vengan y vean esta hermosa tierra de Cuba que puede ser contada como uno de los países donde la libertad y la democracia son una realidad".

El primer ministro José Miró Cardona declaró por televisión el 16 de enero: "El criterio del gobierno es absolutamente contrario al restablecimiento del juego en ninguna de sus formas y ese pensamiento no será modificado". Pero el mismo Castro desautorizó a Miró Cardona al día siguiente.

La Comisión de Turismo de Cuba fue reorganizada y se empeñó en una campaña para estimular el turismo en la Isla. El 6 de febrero Castro anunció que aunque se oponía a los casinos, estos continuarían abiertos para mantener los empleos. Castro permitió el juego en cuatro hoteles y en dos clubes nocturnos. Irónicamente, el gobierno tuvo que seguir trabajando con los mafiosos norteamericanos en la administración de los casinos y hoteles.

En abril de 1959, Castro declaró en una conferencia de prensa en Nueva York que su gobierno quería hacer del turismo la principal industria de Cuba. Su idea era traer entre dos y tres millones de turistas anuales. En julio de 1959 Castro anunció que durante los cuatro años siguentes el gobierno gastaría 200 millones de dólares para estimular el turismo. El gobierno realizó esfuerzos para seguir atrayendo turistas norteamericanos, incluso insistiéndole a la Sociedad Norteamericana de Agentes de Viajes, ASTA, para que no cancelase su reunión anual, que tuvo lugar en La Habana en octubre de 1959.

La convención fue inaugurada por el mismo Castro en el gigantesco teatro Blanquita. Esa noche Castro asistió a una cena en el Capitolio ofrecida por el presidente Osvaldo Dorticós a unos 2.000 delegados de ASTA. Castro fue muy amable con los delegados y firmó autógrafos durante hora y media. Raúl Castro también asistió y compartió la mesa con el embajador norteamericano Philip Bonsal. El Departamento de Relaciones Públicas del Ministerio de Estado elaboró un folleto dirigido a los visitantes.

Sin embargo, los eventos de esos días (los disparos de las baterías antiaéreas contra el ex comandante de la Fuerza Aérea revolucionaria que se había asilado en Estados Unidos y quien lanzó volantes contra el gobierno desde un avión, la renuncia y captura del comandante revolucionario Huber Matos en Camagüey, ordenada por Castro, quien se dirigió a Camagüey para acusarlo de supuesta traición) contrarrestaron los encantos de Castro ante los delegados de ASTA. Según Bonsal, "cuando los agentes de viaje partían, escasamente estaban con un ánimo optimista en cuanto a reservaciones futuras. Se fueron convencidos de que promover el turismo norteamericano a Cuba sería una pérdida de tiempo".

Para 1960, el turismo norteamericano había prácticamente desaparecido de la Isla. De ahí que el gobierno cubano buscase formas de estimular el turismo latinoamericano y auspició el tercer Congreso de Organizaciones Turísticas de la América Latina (COTAL), en La Habana en abril de 1960. Seiscientos representantes de 18 naciones recibieron la bienvenida del presidente Dorticós en el mismo teatro que había acogido a los delegados de ASTA seis meses antes. Además de las actividades en La Habana, los visitantes realizaron excursiones al interior de Cuba para conocer los centros de atracción turística levantados por la revolución.

Cuando Anslinger reclamó la deportación de los mafiosos que administraban los casinos en Cuba y señaló que estos eran responsables por el tráfico de drogas de Cuba hacia Estados Unidos, Castro le pidió una lista y le afirmó que estaba dispuesto no sólo a deportarlos sino también a fusilarlos.

En junio de 1959, el mafioso norteamericano Santo Trafficante, dueño de los hoteles Capri y Comodoro y del casino Sans Souci, fue arrestado. Curiosamente, y debido a su apellido, algunos sostenían que tenía que ser narcotraficante, pero después de dos meses fue deportado y enviado a Estados Unidos.

El Hotel Capri no fue confiscado por el gobierno de forma arbitraria, incluso en abril de 1959 recibió una línea de crédito —ampliada en octubre de ese mismo ano— por parte de la banca de fomento estatal. La compañía no pudo pagar dada la caída del turismo y el hotel, sus locales comerciales y el casino pasaron a manos del Estado.

Durante 1959, el Hotel Riviera también tuvo pérdidas considerables. Sólo en noviembre de 1959 las pérdidas totalizaron casi 800.000 dólares. Finalmente, el hotel fue nacionalizado en octubre de 1960, cuando el gobierno cubano expropió un sinnúmero de empresas norteamericanas.

En cuanto a los narcotraficantes de antes de la revolución, algunos cubanos reiniciaron sus negocios en países latinoamericanos, incluido México, donde ya tenían sus redes. Los corsos escogieron Sudamérica, principalmente Argentina. Y redes de cubanos, no necesariamente los mismos que traficaban en los años cincuenta, desarrollaron nuevas redes en Miami durante la primera mitad de los sesenta y se asociaron o compitieron con colombianos desde finales de esa década. Pero esas son otras historias, y parte de otro estudio.

* Conferencia impartida por el Dr. Eduardo Sáenz Rovner, profesor titular de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Colombia, el 17 de marzo de 2004, en el Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México.

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