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Actualizado: 27/03/2024 22:30

Literatura Infantil, Literatura, Cuentos

Amigos leales de cuatro patas

Aunque está dirigido al público infantil, el libro de cuentos de Ivette Vian Altarriba lo han de disfrutar igualmente los adultos, sobre todo aquellos que comparten con ella el amor por los perros

Treinta y tres, en total, son los perros y perras cuyas historias narra Ivette Vian Altarriba (Santiago de Cuba, 1944) en Los perros de mi vida (Ediciones Bagua, Madrid, 2014, 153 páginas). Acerca del libro, su autora comentó en una entrevista que “contiene breves cuentos de mi autoría: 15 con historias de los perros que han sido míos, y 16 donde narro sobre ‘otros inolvidables’. Todos los perros —y sus dueños— existen (o existieron); siempre parto de la realidad, y siempre la retoco, la recreo. Amo este libro; además, es el primero que publico fuera de Cuba. Estos 31 cuentos son la mitad del libro original, que tiene una segunda parte a modo de revista, con secciones sobre la misma temática perruna (citas, poemas y textos de otros autores, apuntes históricos, recetas médicas y culinarias, consejos, curiosidades, refranes, chistes, entrevistas, etc.); se publicó con el mismo título en una edición cubana del 2013”.

Los cuentos aparecen distribuidos en los dos bloques mencionados por su autora: “Los míos…”, “y otros inolvidables”. Entre esos textos los amantes de estos mamíferos domésticos (¿sabían las lectoras y lectores que su nombre científico es canis lupus familiaris?) tienen una variada selección para escoger cuál es su preferido. Eso sí, todos están escritos con mucho amor por los canes, chuchos, tusos o chocos, que con todos esos nombres se les puede llamar. Y, por supuesto, están escritos con mucho talento, mucha imaginación y mucho conocimiento del público lector infantil y juvenil, pues su autora es una destacada veterana en la literatura dirigida al mismo.

Maní Totó, que firma el brevísimo texto que aparece en la contraportada, anota: “¡Busquen la historia de mi vida, que es la más bonita de todas!”. La susodicha es una perrita que se cree original, preciosa y genial, que tiene a Ivette como su mascota: “Sin mí ella no puede hacer libros como este; soy su inspiración, su musa de cuatro patas”. Pero no hay que hacerle caso a su recomendación ni dejar que nos influya. En el libro hay muchas historias que son bonitas e interesantes, simpáticas unas, un poco tristes otras.

El cuento que abre el libro está dedicado, naturalmente, al primer perro que tuvo la autora. Se llamaba Rabito y era un cachorro sato, blanco con manchas negras, de pelo corto y rabo largo. “En mi casa —cuenta la narradora— no había patio de tierra; éramos una familia sedentaria —tirando a perezosa— y tampoco había empleados que lo sacaran a pasear. Así que todas las mañanas Rabito salía solo, a la calle, a hacer sus necesidades. Bajaba las escaleras y al rato volvía a subir (…) Venía ‘como Juan que se mata’, ja, ja, ja, ja, ja, qué risa me daba Rabito. Él volvía de la calle tan contento, tan loco como si llevara años sin verme, como si hubiera estado siglos haciendo pipí y caca; saltaba, lamía mis manos, se me echaba encima”. Un día que salió a hacer, como siempre, sus necesidades, un auto lo atropelló y por más que el dueño de la farmacia de los bajos trató, no pudo salvarlo.

Como resulta fácil imaginar, en este florilegio perruno tan numeroso hay ejemplares de diferentes tamaños, colores y razas. Está, por ejemplo, Pirri, un chihuahua tan pequeño, que viajaba en el fondo de la cartera de su dueña sin que los inspectores de la aduana lo detectasen. Wendy fue un puddle que vivió 17 años, es decir, 134, porque cada año canino equivale a 8 de los humanos. Otro que podía presumir de su pedigrí es Chuti, un pastor ovejero proveniente del desierto de Irak, que comía uvas y dátiles de las manos de los niños. Y aunque cueste creerlo, también es de raza Dinero. Lo digo porque está tan viejo y maltratado, tan flaco y sucio, que apenas se le notaba el linaje.

Pero en el libro abundan más los que en Cuba y en Puerto Rico se conocen como perros satos, lo cual no significa que pertenezcan a una categoría inferior (a propósito de este adjetivo, es curioso que cuando se aplica a una mujer adquiere un significado negativo: un ejemplo de sexismo léxico). De hecho, pese a no ser de ninguna raza hay algunos perros satos que se convierten en verdaderas celebridades. Si quieren que cite uno, pues ahí está Trebolita, una perrita blanca que llamaba la atención a todo el mundo por tener tres círculos negros perfectamente dibujados. Como ella cuenta, la narradora se convirtió en su dueña de una manera cuando menos peculiar:

“Todo comenzó cuando fui al mercado. Por el camino, encontré a la mujer del mercader con una perra de grandes tetas y una caja donde cargaba cinco cachorros blancos.

“La perra tetona observaba —¿indiferente o inquieta?— cómo la mujer del mercader ofrecía a sus hijos a los que pasábamos.

“—¿Cuánto vale un cachorro? —le pregunté.

“—¿Qué lleva usted? —preguntó a su vez la mujer del mercader.

“—Un pan, un crayón de labios, un libro y un jabón —contesté, abriendo mi cartera para que ella viera las cosas.

“—Dame el pan y coge uno —dijo la mujer del mercader, mostrándome la caja de cachorros.

“Entonces descubrí que no todos eran completamente blancos, ¡una hembra tenía tres círculos negros en el lomo!

“—Dame esa —dije enseguida.

“Saqué el pan de mi cartera y metí ahí mismo a la cachorrita”.

Pero el de Vian Altarriba no es solo un libro sobre perros, sino también sobre sus dueños y dueñas. Estos se concentran en el segundo bloque, donde están los cuentos referidos a canes de otras personas. Una de ellas es Pucha Pestañas, una mujer que nació con la vocación de adornar y engalanar. Por eso estudió una licenciatura en Decoración. Todo lo que hay en su casa lo decora y decora sin cesar. Eso incluso incluye a su perra Camila. Esta siempre debe estar enjoyada y ataviada con botines, vestidos de terciopelo y sombreritos de tafetán y lentejuelas. Cuando Pucha recibe a invitados elegantes, que van a apreciar la decoración de su hogar, Camila tiene que estar tiesa y sin moverse hasta que su dueña le avise. Además, la tiene a dieta, pues “una modelo tiene que estar flaca como un perchero”.

Otro de los personajes es Petí de Pons, una señora mayor que tenía una gran mansión frente a Coppelia. En la vejez, se dedicó a recoger perros perdidos. Llegó a tener ochenta, a los cuales curaba, alimentaba y amaba. Está también Tina Tajín, la dueña de dos perros llamados Whisky y Harriet. Tiene con ellos una relación sumamente estrecha: “Sé qué quieren y cuándo lo quieren; si yo enfermo se meten debajo de la cama, para no molestarme, y si lloro, se ponen en dos patas, me huelen la cara y beben mis lágrimas con la puntica de la lengua”.

Como se pone de manifiesto en los fragmentos citados, los cuentos de Vian Altarriba son una celebración y un homenaje a los perros. Aunque está dirigido al público infantil, los adultos los han de disfrutar igualmente, sobre todo aquellos que comparten con la escritora el amor por los canes. Aparte de las narraciones, el libro posee un aliciente adicional: las coloridas y atractivas ilustraciones de Yunelky Estévez Dieppa (Estela), un complemento ideal para estas historias entretenidas, regocijantes e imaginativas.

© cubaencuentro

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