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Actualizado: 19/05/2024 23:18

Con ojos de lector

(H)ojeando revistas

Entre otros materiales de interés, 'La Gaceta de Cuba' incluye en su último número un dossier sobre ese capítulo perdido de nuestra historia literaria que fueron las Ediciones El Puente.

En una carta fechada en enero de 1975, José Lezama Lima le escribió a su hermana Eloísa: "Leer revistas de calidad, a mi manera de ver, contribuye a enriquecer el estilo, pues en diversidad, ese salto de un tema a otro, es un constante ejercicio para la inteligencia. ¿Te acuerdas de Sur, Revista de Occidente, Cruz y Raya, todas aquellas revistas de nuestra juventud? Creo que a todos nos sirvieron de mucho. Sobre todo nos enseñaron, en la diversidad que mostraban, a tener simpatías por las más diversas maneras de expresión". Y le recomienda buscar la mexicana Plural, donde aparece, apunta Lezama, "lo más novedoso de la literatura y del pensamiento de aquel país".

La lectura de revistas tiene, en efecto, entre otros alicientes, la posibilidad que brinda de hallar reunidos materiales de muy diversos estilos, contenidos y géneros. De una entrevista salta uno a un trabajo ensayístico, de éste a una muestra viva de la poesía o la narrativa que se escribe en ese momento, y de esos textos de creación a reseñas críticas donde se comentan ediciones, montajes teatrales y exposiciones recientes. Una experiencia que puede ser tan placentera como gratificante (depende, naturalmente, de la calidad de la publicación, del criterio con que esté realizada), y que como sostiene Lezama, significa una calistenia para nuestras neuronas de la cual salimos enriquecidos. Recuerdo que uno de los primeros lujos que me permití al poco tiempo de haber empezado a trabajar en España, fue encargar la colección completa de Quimera, de la cual era un ávido lector cuando estaba en la isla. Algo que no era precisamente fácil, pues en la Casa de las Américas era una de las publicaciones incluidas en el index por Marta Ferry, entonces directora de la biblioteca, y sólo se podía consultar por razones estrictamente de trabajo (también figuraba en esa lista la mexicana Vuelta).

Viene esto a cuento porque quiero reseñar los últimos números de La Gaceta de Cuba que han salido de la imprenta, y que corresponden a las entregas 3 (mayo-junio) y 4 (julio-agosto) de este año. En otra ocasión me he ocupado ya en esta sección de esta revista, que se halla entre las más interesantes que se editan en la Isla. A diferencia de la inmensa mayoría de las publicaciones cubanas, LGC ha logrado despojarse del discurso maniqueo, monótono y mandado a retirar desde hace décadas que, como un mal endémico incurable, aún domina. Sus editores la han ido abriendo a visiones e interpretaciones más plurales, a temas nuevos y, en ocasiones, silenciados durante décadas, y a colaboradores jóvenes que han adicionado a la revista un dinamismo, una frescura y un espíritu de renovación muy saludables. Un cambio que ha sido agradecido y respaldado por los lectores, hartos como están de las publicaciones oficiales plúmbeas y sobrecargadas de teques.

Y para entrar en materia, quiero pasar a ocuparme, en primer término, del dossier que, bajo el título de Re-pasar El Puente, reúne textos firmados por Roberto Zurbano, Gerardo Fulleda León, Arturo Arango, Isabel Alfonso y Norge Espinosa. Se trata de la primera revalorización que se hace en Cuba de aquel grupo de autores entonces noveles que se nucleó en torno a las Ediciones El Puente. La imperdonable injusticia cometida con aquel proyecto la resume acertadamente Zurbano, al señalar que "constituye ese capítulo perdido de la historia de la literatura cubana en el período revolucionario que nuestros grandes textos críticos e historiográficos —léase diccionarios, antologías, panoramas, bibliografías y memorias— silencian con la mayor tranquilidad". Aquella frase, que se convirtió en el anatema mediante el cual se les excomulgó, de que El Puente era "la fracción más disoluta y negativa" de la nueva generación y "un fenómeno erróneo política y estéticamente", representó la lápida con que se cerró la tumba dentro de la cual fueron sepultados escritores como José Mario, Ana María Simo, Reinaldo García Ramos, Isel Rivero y otros. Unos muertos que, sin embargo, con su obra posterior demostraron ser muy indóciles y disfrutar de una espléndida salud post mortem.

En este rescate de El Puente salen a relucir aspectos que, por razones más que obvias, hasta ahora habían sido escamoteados. Por ejemplo, que entre los autores que se dieron a conocer en aquellas ediciones había tanto mujeres como hombres, negros como blancos. Sobre ello comenta Josefina Suárez, en la entrevista que le hace Arango: "En El Puente se da por primera vez la presencia partidaria de mujeres y negros en su composición. Los miembros del grupo procedían además mayoritariamente de los sectores más humildes y marginados de la sociedad precedente (…) Se trataba de un grupo limpiamente democrático porque recuerdo bien que entre nosotros nadie se ocupaba del color de la piel, el género o las preferencias sexuales de cada uno. Sólo ahora, después de transcurridas varias décadas, tomamos en cuenta estas características que entonces asumimos con tanta naturalidad".

Norge Espinosa, por su parte, destaca que bajo el sello de El Puente su gestor, el poeta José Mario, se propuso ofrecer "un panorama no exclusivamente poético, sino aglutinador de expresiones que abarcaron el quehacer de buena parte de sus contemporáneos". Apoya su afirmación con algunos nombres de creadores pertenecientes a otros géneros literarios: Mariano Rodríguez Herrera, Ada Abdo, Évora Tamayo (cuento); José Milián, Nicolás Dorr, José R. Brene (teatro). Y agrega que lo que hoy merece resaltarse de aquel esfuerzo editorial es esa voluntad unificadora: "Si bien es cierto que José Mario editó una buena cantidad de versos suyos que ahora asombran no tanto por su calidad (fue un poeta menor, valga desde ya aclararlo), como por su pródiga cantidad, lo cierto es que supo hacer habitable ese espacio también para otros autores, y a los que permitió ver en letra impresa sus primeros cuadernos: un pequeño milagro que confirmaba, a su manera, el haz de posibilidades que un nuevo tiempo podía permitirles".

Fulleda León aporta al dossier un valioso conjunto de testimonios y recuerdos sobre los orígenes de El Puente y sobre la proyección que alcanzó a tener su labor editorial. Traza en esas páginas un entrañable y justo retrato de José Mario, acerca de quien escribe: "Mario pasó a ser el gran descubridor de talentos; aparecieron Nancy Morejón, Reinaldo García Ramos, más tarde Lina de Feria, Georgina Herrera, y se sumaron otros al núcleo central como la «crítica» del grupo, la profesora Josefina Suárez, que nos trajo a Lilliam Moro, su alumna, a nuestro seno. Y otros tantos que llegaron después. Pero también nos descubría otros tesoros. Su capacidad de lectura era insaciable y no pasaba un día que no llegara a deslumbrarnos con rara avis: un ejemplar de Ficciones, de Borges; Los cantos de Maldoror, de Lautréamont; Elegía sin nombre, de Ballagas; o la Aurelia, de Nerval, y teníamos que no dormir esa noche para entregar el libro en la tarde siguiente a otro de nosotros, para que lo leyera".

Insiste Fulleda León sobre la significativa presencia que los escritores negros tuvieron en el catálogo de El Puente, "algo jamás visto ni antes ni después en toda la historia de la literatura cubana”. Cita nombres como los de Ana Justina Cabrera, Georgina Herrera, Morejón, Guillermo Cuevas Carrión, Manolo Granados, Tomás González, José Madan, Armando Charón, Rogelio Martínez Furé, Mario Balmaseda, Reynaldo Hernández Savio, Rolando Buenavilla, Eugenio Hernández Espinosa, Maité Vera… Y aprovecha además para precisar: “No éramos un movimiento literario en sí, con postulados o dogmas estéticos, sino un grupo de jóvenes que necesitábamos expresarnos por medio de la literatura y que gracias a la existencia de la Revolución que queríamos y nos estimulaba fuimos creciendo, según el talento de cada uno, dándonos la mano". Sería interesante conocer qué opina acerca de los juicios y valoraciones recogidos en el dossier Guillermo Rodríguez Rivera, uno de los sepultureros oficiales de aquellas ediciones, para quien "lo propio de la poesía que difundía El Puente era el auge de un trasnochado hermetismo; de un intimismo que parecía ignorar en absoluto la existencia de una auténtica revolución socialista en Cuba".

Pero además del dossier dedicado a El Puente, en estas dos últimas entregas de LGC se incluyen otros materiales de no menos interés. Precisamente uno de los narradores que se dio a conocer en esas ediciones, el ya fallecido Manuel Granado, es recordado por Tato Quiñones en Mi socio Manolo. Se trata de una larga entrevista con el autor de Adire y el tiempo roto, que éste aceptó grabar con la única condición de que no tuviese que hablar de literatura. Sobre otro escritor también desaparecido, el santiaguero Jorge Luis Hernández, escriben José M. Fernández Pequeño, Jesús David Curbelo y Alberto Garrandés. Ambrosio Fornet, Fernando Martínez Heredia y Reinaldo Montero abordan la obra como escritor de Máximo Gómez, a propósito del centenario de su muerte. Y sin pretender agotar el contenido de los números de la revista, quiero por lo menos mencionar, en lo que a literatura se refiere, el ensayo de Reynaldo González sobre Ramón Meza y la publicación de los textos ganadores en el X Premio de Poesía convocado por LGC: Los momentos de ser, de Marcelo Morales, y Desplazamiento al margen, de Caridad Atencio.

Mas como no sólo de literatura vive el ser humano, hay también textos sobre otras manifestaciones artísticas. Dando continuidad a una línea editorial que la revista ha atendido en los últimos años, se pueden leer entrevistas a los músicos Tata Güines y Mongo Santamaría, hechas ambas por el musicólogo Raúl Hernández. Maribel Rivero analiza la impronta que las religiones afrocubanas han dejado en el cine nacional, desde las películas testimoniales de Enrique Díaz de Quesada ( La brujería en acción, El cabildo de Ña Romualda, La hija del policía o En poder de los ñáñigos) hasta filmes más recientes como La vida es silbar y Miel para Oshún. Rufo Caballero hace un balance del IV Salón de Arte Cubano Contemporáneo; mientras que Rafael Acosta de Arriba y José Antonio Michelena se ocupan de la obra de Rubén Rodríguez Martínez, que en opinión del primero se encuentra "entre lo mejor y más interesante que está ocurriendo en el panorama pictórico y gráfico de las artes visuales cubanas". Por último, Rosa Ileana Boudet escribe sobre Albio Paz y Alberto Pedro, fallecidos meses atrás, dos dramaturgos que "se propusieron un teatro crítico que acompañara estos años difíciles".

Hay, como se puede apreciar, un contenido sumamente variado en estos dos œltimos números de LGC. Como ocurre con cualquier revista, no es necesario leerlos de la primera página a la última. Cada uno podrá escoger aquellos trabajos que sean más afines a sus intereses y gustos. En todo caso, en esas páginas hay suficiente variedad y calidad para seleccionar. Yo, por mi parte, quiero concluir esta nota haciendo lo que mi admirado Gastón Baquero expresó al comentar desde las páginas del Diario de la Marina la salida de un nuevo número de Orígenes: trazar un signo de aprobación y de estímulo a los editores de esa revista.

© cubaencuentro

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