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Cine, Cine ruso

No hay perdón para los verdugos

¿Puede expiar sus pecados y encontrar la redención de sus crímenes un ejecutor del Estado? Sobre esa y otras cuestiones reflexiona La fuga del capitán Volkonogov, un thriller político que posee la sobria intensidad de una película de Jason Bourne

Pocas son las culturas capaces de lograr que, aparte de arrojar luz sobre los rincones más luminosos y oscuros de la conciencia humana, ideas como la crisis de conciencia y la búsqueda del perdón adquieran entidad en las obras de ficción. Eso se da en la cultura rusa, en cuya tradición conviven la angustia, el sentido de culpa y la necesidad de redención de Dostoievski y el humor satírico y el absurdo gogolianos. Destaco esas dos vertientes porque son las que proporcionan una convincente columna vertebral a La fuga del capitán Volkonogov (Rusia-Estonia-Francia, 2021, 126 minutos), un film potente y perturbador que ha sido definido por David Katz como un thriller político ambientado en la era de Stalin, que posee la sobria intensidad de una película de Jason Bourne.

Se trata del tercer proyecto cinematográfico realizado a cuatro manos por Alexéi Chupov (1973) y Natalya Merkulova (1979), quienes firman el guion junto con Mart Taniel (este es además responsable de la fotografía). La pareja antes había realizado Partes íntimas (2013) y El hombre que sorprendió a todo el mundo (2018), que tuvieron una favorable recepción crítica. La segunda se presentó en la sección Orizzonti del Festival de Venecia y le reportó el premio a la mejor actriz a Natalya Kudryashowa. También compitió en Venecia hace un par de años La fuga del capitán Kolgonovov, certamen en donde fue muy bien acogido por la crítica.

Al referirse a la filmografía de la pareja, la profesora inglesa Birgit Beumers, autora de varios libros sobre cultura y cine rusos, ha hecho notar que “las películas de Merkulova y Chupov ofrecen pistas a menudo engañosas y ponen a prueba la capacidad del espectador para superar un aparente doble rasero: de sexualidad y género en Partes íntimas, de género y muerte en El hombre que sorprendió a todo el mundo, y de muerte y redención en La fuga del capitán Volkonogov”.

Este tercer largometraje de Merkulova y Chupov es el primero que se desarrolla en un ámbito histórico preciso: el Leningrado de 1938, cuando las arbitrarias y despiadadas purgas estalinistas estaban en pleno apogeo. Pero ya desde la primera secuencia nos damos cuenta de que en ese acercamiento a aquel año ominoso hay mucho de inusual. En primer lugar, el escenario con que se inicia la película es un fastuoso palacio, de cuyo techo cuelga una enorme lámpara de araña. Luego la cámara pasa a mostrar a unos jóvenes con trajes rojos que juegan voleibol. El color de sus leotardos, al estilo de los chándales deportivos, los hacen destacar y contrastan con el pálido decorado de la habitación.

Después los personajes pasan a ejercitar un juego de “perro contra perro”, para demostrar quién es el más fuerte. Todos están en buena forma, lo cual denota su preocupación por ejercitarse. Ese entrenamiento responde, sin embargo, a un objetivo: esos jóvenes musculosos, que visten extraños uniformes rojos, llevan rapadas sus cabezas y dedican parte de su tiempo a prepararse físicamente, integran un equipo adiestrado para cumplir lo que sus superiores llaman eufemísticamente “acciones preventivas contra enemigos potenciales”. La cultura física que practican ha reemplazado al viejo orden. Aquellos chicos a quienes vemos jugar voleibol, bromear, bailar canciones folclóricas y pasárselo bien son miembros de la NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos). El palacio es la sede de ese servicio secreto predecesor de la KGB y la FSB. Estamos, pues, en las entrañas del aparato represor del totalitarismo.

Una evasión condenada al fracaso

El protagonista de esta parábola posmoderna es Fiodor Volkonogov, un agente apreciado por el comandante y respetado por sus colegas. Al igual que estos, está entregado a la causa y cumple órdenes estrictas de sus superiores. No vacila en emplear métodos brutales para hacer que los detenidos se autoinculpen y confiesen crímenes que no han cometido. Pero Stalin también realiza purga entre sus filas, incluidos los miembros de la propia NKVD. Volkonogov se entera de que varios de sus compañeros son llamados por sus superiores a unos sospechosos interrogatorios para ser “reevaluados” (eso significaba invariablemente la ejecución). Y al presentir que se acerca su turno, logra escapar antes del arresto. Emprende entonces una desesperada huida y pasa a ser perseguido por sus antiguos camaradas.

Al principio, en su fuga solo lo anima la necesidad de salvar su vida. En un estado totalitario y policial, cualquier intento de huida es una quimera. Es consciente de que no logrará permanecer mucho tiempo en libertad. Conoce bien a sus perseguidores, sabe que son despiadados y que tarde o temprano darán con él. Por eso desde el principio su evasión está condenada al fracaso. Pero luego, Volkonogov llega a darse cuenta del horror del cual ha sido parte y comienza a lidiar con sus propios fantasmas. Interiormente lo atormentan el sentido de culpa y el miedo a tener que pagar sus crímenes con una condena eterna en el infierno.

Aconsejado por su novia, quien luego lo delata, Volkonogov se cambia de ropa. Se oculta en un patio entre unos vagabundos, a quienes un equipo de agentes viene a reclutar para cavar fosas comunes para los últimos fusilados por la NKVD. Entre ellos Volkonogov descubre a Malyok, un joven encantador y sensible que era su mejor amigo. Tras su huida, fue interrogado y torturado, pese a los cual no lo traicionó. En una impresionante escena onírica, el protagonista tiene una visión en la que Malyok se levanta de entre los muertos, para revelarle que está destinado al infierno y a los tormentos eternos. Sin embargo, aún tiene la oportunidad de cambiar su destino y ser aceptado en el cielo, con la condición de que se arrepienta y que al menos una persona le conceda su perdón sincero. Toda esa charla tiene lugar al mismo tiempo que le saca a Volkonogov los intestinos.

Volkonogov vuelve entonces a la sede de la NKVD y recupera una carpeta que dejó oculta. En ella están los expedientes de un grupo de fusilados, en los cuales consta que eran inocentes. A partir de ahí, la película adquiere un carácter místico, cuando en su periplo en búsqueda de la redención Volkonogov visita hijos, padres y parejas que eran familiares de aquellos a quienes él ayudó a arrebatarles la vida. Las reacciones de estos al saber la verdad son diversas, y cada uno tiene, asimismo, una razón diferente para negarle al agente la liberación que tan desesperadamente busca. El último al que acude es un niño sorprendentemente perspicaz, que se dedica a quemar las pertenencias de su padre, ejecutado por traición.

Nadie acepta perdonarlo

El protagonista del film es un antihéroe con quien es imposible empatizar. Tampoco podemos justificarlo, aunque sí comprenderlo. En este sentido, los realizadores han sido muy inteligentes al subrayar que su cruzada de redención está sustentada en un egoísta interés personal. Volkonogov no lucha por que los crímenes del régimen estalinista salgan a la luz y se haga justicia. Por eso entendemos que nadie sienta compasión por él ni acepte perdonarlo.

Sus disculpas no pasan de ser meras palabras, mientras que sus actos se llevaron la vida de esas personas y destruyeron las de sus familiares. Por otro lado, su acto solo contribuye a provocar más muertes. Poco después de revelarle él que su esposa era inocente, el obrero de una fábrica se ahorcó. A eso se añade que, a causa de él haber robado los documentos, tras una meticulosa reconstrucción de los expedientes todas las personas relacionadas con las víctimas fueron llevadas a la sede de la NKVD. Algo que puede decirse a favor de Volkonogov es que gradualmente llega adquirir una comprensión real de las consecuencias de sus actos.

El film contiene una dura e irrebatible denuncia de aquella etapa. Es una Rusia en la que la ola de terror desatada por el régimen estalinista hace que sea imposible vivir sin miedo. Nadie escapaba al riesgo de ser detenido y torturado. Todos eran sospechosos y, a la vez, delatores, pues la obediencia y la traición eran indispensables para subsistir. Hay una secuencia en la cual Volkonogov monta en un tranvía. Los pasajeros parecen estar mirando hacia algún lado o hacia el vacío. El mejor modo de sobrevivir era ver lo menos posible, ya que bajo aquel estado policial el más insignificante gesto podía ser interpretado como sospechoso.

Hay en la película varias escenas duras de ver. Una de las más escalofriantes, al tiempo que surrealistas, es la de un experto verdugo a quien llaman tío Misha. Es toda una leyenda y los oficiales lo halagan. Al realizar su labor, lleva corbata y delantal. En la secuencia de marras, enseña a un grupo de jóvenes agentes cómo se debe matar con rapidez, eficiencia y sin desperdicio de balas. Lo muestra prácticamente con prisioneros reales. Les ajusta con suavidad la cabeza, como si se tratase de un barbero que realiza su trabajo, tratando de no molestar al cliente. Una vez asegurada la postura ideal, ejecuta a los prisioneros con un limpio y certero disparo. Es, ya digo, una escena aterradora, que va acompañada de una nota de humor negro.

Otro ejemplo es la escena en la que un oficial admite, con una sonrisa en los labios, que las personas a quienes se ejecuta realmente no son ni terroristas ni espías. “El problema es que no son confiables, argumenta, y no se puede confiar en ellas si se produce una situación de crisis”. Y concluye: “Ahora mismo son inocentes, pero más adelante serán culpables”. Por su parte, otro oficial reconoce: “Los hemos matado a todos. No queda nadie para trabajar”. El calendario de arrestos debía cumplirse diariamente. Era algo que hacían por la patria, pero no se daban cuenta de que la estaban dejando vacía.

Tanto para la reflexión como para el disfrute

El Leningrado que se retrata en el film tiene un carácter casi distópico, que hace recordar cintas como Fahrenheit 451 de Truffaut, La naranja mecánica de Stanley Kubrick y Children of Men de Alfonso Cuarón. La cámara de Mart Taniel hace que no resulte fácil reconocer la ciudad. En lugar de detenerse en los elementos arquitectónicos de estilo italiano, fotografía los enormes edificios, la pompa socialista y el glamor rojo. En contraste con el monumentalismo heroico y la iconografía soviética, aparece la otra cara de aquella sociedad: la miseria, el hacinamiento, los patios llenos de escombros y desperdicios. Un detalle a resaltar es el valor expresivo que se da al color rojo. Aparece en un caballo pintado en la pared, en el tranvía que toma Volkonogov, en los uniformes de los agentes y en las gotas de sangre en la paja que cubre el suelo, rastro evidente de las torturas que allí han tenido lugar.

Pienso que de la lectura de las líneas anteriores se puede deducir que los realizadores de La fuga del capitán Volkonogov echan mano a un variado registro de géneros y estilos. El realismo histórico aparece combinado con la fantasía, el terror distópico, el drama de suspenso, el cine político. Eso se materializa en una película idónea tanto para la reflexión como para el disfrute. La persecución constituye uno de sus ejes centrales, y le imprime una tensión y un ritmo febril que no dan respiro al espectador. Contribuye también una estructura sencilla, que permite que el público entre en la trama con facilidad. Por otro lado, en su vertiente mística la cinta suma la expectación por saber cómo reaccionarán los familiares de las víctimas y si Volkonogov recibirá de alguno de ellos el perdón que tanto ansía.

Como es casi una norma en la cinematografía rusa, La fuga del capitán Volkonogov cuenta con un estupendo y profesional elenco. De todos sus integrantes, quien lleva el peso de la película es Yuri Borisov (1992), quien en su país es el actor joven del momento. Esa fama la demuestra aquí con una vigorosa interpretación, en la cual derrocha carisma y magnetismo. A través de ella, plasma con nitidez la angustia interior y el ansia de resarcirse que anima a su personaje. El mismo año en que La fuga del capitán Volkonogov participó en Venecia, se presentaron en Cannes dos largometrajes protagonizados por él: La gripe de Petrov y Compartimento n. 6. Por este último, cuyo estreno en España comenté en este diario, recibió el premio al mejor actor en la Seminci de Valladolid.

¿Es posible liberarse de la culpa después de haber participado del horror? ¿Puede expiar sus pecados y encontrar la redención de sus crímenes un ejecutor del Estado? ¿Debe este cumplir incondicionalmente las órdenes bajo un régimen totalitario, sin pensar en sus consecuencias? Esas son las principales interrogantes que plantea a los espectadores La fuga del capitán Volkonogov, un film que nos dice más sobre el presente que sobre los años 30.

La fuga del capitán Volkonogov se puede ver en Movistarplus.

© cubaencuentro

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