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Actualizado: 17/05/2024 12:58

Libros

Nos amábamos tanto en la 'Zona congelada'

La primera novela de Roberto Madrigal: una historia sobre un grupo de amigos en el contexto de los sucesos de la Embajada de Perú.

A muchos cinéfilos una parte del título de esta reseña les hará recordar, con sobrada razón, el de una película italiana del mismo nombre dirigida por Ettore Scola (C'eravamo tanto amati) y estrenada en Cuba hacia fines de los setenta.

Para refrescarnos la memoria, voy a parafrasear lo escrito entonces por Vincent Canby, el crítico que la comentó para The New York Times el 24 de mayo de 1977. Es una obra rica en muestras de cariño, hay buen humor, lamentos y rabia. Scola examina los últimos treinta años de la historia de su país a partir de la amistad entre tres hombres y el amor que estos sintieron por la misma mujer en diferentes etapas.

A Canby le llama la atención el hecho de que en un filme italiano haya tantas citas, tan comunes entre los realizadores franceses. Uno de los personajes centrales es un experto en cine que abandona a su mujer e hijo a causa de una discusión sobre Ladrones de bicicletas de Vittorio de Sica, a quien, naturalmente, está dedicada la cinta.

Zona congelada (CBH Books: Lawrence Massachussets, 2005) es una novela de Roberto Madrigal que tiene varias conexiones con Nos amábamos tanto. En primer lugar, está centrada en un acontecimiento histórico que ha definido la historia de Cuba a partir de 1959: la entrada de miles de cubanos a la Embajada de Perú durante la Semana Santa de 1980.

Madrigal tomó parte en aquel hecho, al igual que los protagonistas de la obra. En Cuba trabajó como psicólogo y fue miembro de una memorable peña quizás nunca mencionada antes en ningún libro, artículo o ensayo hasta que el lector lee las páginas 118 y 119 de la novela. El "grupúsculo" se llamó "Imágenes", y se dedicó a ver y comentar cine, a llevar a cabo encuestas sobre los mejores estrenos; a leer la literatura proscrita y la tolerada; a escuchar y disfrutar la música norteamericana mediante discos y las emisoras de onda corta, larga y mediana que podían sintonizarse en la Isla, e incluso ver las ceremonias de los premios Oscar cuando el estado atmosférico y las antenas lo permitían.

Madrigal y sus amigos, quienes aparecen disfrazados bajo seudónimos, practicaban la única crítica posible en un Estado totalitario, la oral y la "mental" —al decir del personaje Ricardo Posada— en diferentes materias: la política y la economía, el arte y la cultura. De ese puñado de "griots" ha salido, al cabo de un cuarto de siglo, este relato sobre un grupo de hombres y mujeres que hablaban entre sí en tono políticamente incorrecto, censurado, perseguido y silenciado mucho antes de que el "desmerengamiento" del socialismo diera pie al realismo duro y a las categorías neonaturalistas de género, clase, etnia y raza.

'Encontrar la voz para narrar'

La línea narrativa de la obra comienza con las biografías de tres personajes unidos por la amistad, Polo, Idania y el Orate. Algo más. El narrador actual es alguien que hace su trabajo por deber hacia otro amigo, Leoginaldo, quien había pasado "una obscena cantidad de años pensando en escribir una novela" pero "lo que le faltaba era lo que él llamaba 'encontrar la voz para narrar'".

Leoginaldo enferma de cáncer, llama al narrador para reunirse con él, le pide que se convierta en su albacea, termine la obra y la publique. Esa voz inmediata edita y reescribe el plan original, además de asumir otras funciones: lector, partícipe de los eventos y narratario. Como tal, hace comentarios distanciadores a la manera del teatro brechtiano y cada vez que lo estima conveniente, es decir, cuando marca una diferencia con el novelista original y difunto o al aclarar ideas o explicar un contexto psicológico, ambiental o referencial.

Por ejemplo, en "La onda de David" indica: "…unas notas incompletas e incoherentes, son el único intento de describir a El Orate que he podido rescatar entre las anotaciones de Leoginaldo". En "Interrupción necesaria del albacea" señala: "De nuevo me atrevo a detener el proceso narrativo de Leoginaldo…".

Ahora bien, ¿por qué Zona congelada? Literalmente es un lugar de La Habana hacia el cual se dirigen Idania y su marido Otero, montados en un taxi que avanza por la quinta avenida de Miramar en dirección a Cubanacán. El albacea la define así: "antiguo residencial exclusivo, convertido ahora en enclave de la nueva clase dirigente y de los diplomáticos de más alto rango, denominada zona congelada, a la que nadie tenía acceso a habitar sin la autorización de las jerarquías más altas de la burocracia estatal y que soportaba con impaciente condescendencia a los pocos vestigios del pasado que aún permanecían en el área".

Los lectores del texto nos hallamos frente a un espacio literario donde el argumento se basa en un momento del pasado ya detenido y configurado por los esfuerzos de los dos narradores, Leo y su albacea. Es aquí donde los papeles y las notas escritas y acumuladas durante años por el primero son puestas en movimiento por el segundo, pues aquél "detestaba el inmovilismo de la fotografía".

'Domingo de Resurrección'

Los capítulos y secciones del libro fueron nombrados de acuerdo con la estética ecléctica y, por tanto, inclusiva de los protagonistas, practicantes de profesiones diversas y de gustos variados, exponentes de la religiosidad, del agnosticismo y del ateísmo; del bolero, las rancheras mexicanas, el jazz, el rock y el ritmo mozambique; la poesía de José Martí y la de César Vallejo; la literatura francesa, las cinematografías de Cuba, Estados Unidos y Francia.

Observemos las siguientes muestras: "Todo comienza un miércoles de Semana Santa", "La onda de David", "Sin recobrar el tiempo perdido". "Herido de sombras", "Nuevo amanecer", "Hay golpes en la vida tan fuertes", "La gente va llegando al baile", "Derecho de asilo", "La desconexión francesa". Al respecto, La conexión francesa es la única película que los amigos no ven en La Habana, pues la estrenan en la televisión durante la noche en la cual la mayoría de ellos decide asilarse.

Llegar hasta la cerca de aquella sede y decidirse a brincarla es el acto más importante que deben realizar. Unos se atreven a dar el salto sin miramientos, otros dudan y dan vueltas. El Orate decide quedarse en La Habana. A Polo lo ataca una turba experta en abusos verbales y físicos, la misma canalla que se presta para participar en los "mítines de repudio" organizados por el sistema contra sus oponentes.

Curiosamente, en las cercanías de la embajada se encuentran gentes de cualquier talante y oficio, incluido el cinematográfico. En camino hacia el vórtice del huracán político, Polo nota la presencia de militares en uniforme o vestidos de paisanos, de aspirantes a asilados. Luego, y con mirada cinética, sus ojos capturan la imagen de "observadores que con aires de autoridad seguían los sucesos". Enseguida añade: "…hasta que paneando hacia la izquierda reconoció la inconfundible cabellera blanca del documentalista supremo, Santiago Álvarez, y a su lado, El Gran Director del Cine Cubano [Tomás Gutiérrez Alea], medio calvo y enjuto".

A Polo le dan un batazo en la cabeza, a la altura de la oreja derecha y desde el "lado cubano". Sus amigos logran pasarlo a tierra peruana, pues en aquel "Sábado Santo todos los caminos parecían conducir al Cuzco" y no a la Roma de Scola. Como su vida se hallaba en peligro, lo sacan de la embajada en una ambulancia. ¿Se quedaría en coma? ¿En La Habana o en Lima? ¿Recobraría la lucidez y la salud? Ni Leo ni el albacea lo aclaran. Nada sabremos. Lo que nos lleva al asunto del destino de Idania y del Orate. Ella salió de la Isla, el Orate optó por afincarse allá, en su locura: "Ellos ya habían hecho su parte" en la historia del marco referencial, la Cuba de aquel fin de Semana Santa de 1980, en una sección del libro adecuadamente llamada "Domingo de Resurrección": "Hoy era el día menos ambiguo de sus vidas".

El Orate se resigna a continuar viviendo en su condición: "Su certificado de loco lo mantenía en cierta forma al margen del sistema y disfrutaba ser marginal… Si no veía más a sus amigos, al menos tendrían la virtud de mantenerse eternamente jóvenes en su memoria".

Un ejercicio de estilo

Zona congelada es una novela de la amistad, sobre La Habana y lo que unas cuantas personas vinculadas entre sí por numerosas afinidades pueden hacer en el contexto de Cuba y en el territorio sentimental de La Habana. Leo y el albacea aman a sus amigos y la profesión de contar mediante el uso de cualquiera de los lenguajes aludidos: el musical, el cinematográfico, el literario.

Es, asimismo, un ejercicio de estilo hecho a partir de una pregunta fundamental. ¿Cómo escribir dicha novela? ¿Al modo de relatos como ríos caudalosos, épicos, grandilocuentes? ¿Y el tono? ¿Cómo debe hablar la voz narradora de esas vidas inmersas en aquel cataclismo? Refiriéndose a Leo, el albacea escribe: "En definitiva, si la obsesión… fue representar un período caótico, nada mejor que un caos de narraciones, de ideas, de viñetas y de descargas sin acabar… los críticos tendrán la oportunidad de calificar la obra de texto posmoderno".

Lo interesante aquí es la contención minimalista en cuanto a los "grandes temas de la época". Estamos ante personajes sin vena trágica, moviéndose en la trama sin lanzar discursos prodigiosos, en un escenario tan diminuto y enorme a la vez como sus propias personalidades, en un marco de acciones, de historias que ocurren, de clímax y desenlaces, de movimiento y ritmo de las actividades mentales y físicas, de intrigas y sorpresas, de ironías y chismes, donde existen figuras típicas ajenas al gesto operático, en una coreografía pequeña y grande, en un mundo hermoso y miserable, pero carente de los estereotipos clásicos al modo de héroes positivos y negativos.

Nada hay de "realismo socialista", pero tampoco de su reacción, el "realismo duro", ni de la forma narrativa intermedia a la cual se le llamó género testimonial. Ésta no es la Gran Novela de la Revolución, cuyo peor ejemplo ya fue producido y agotado hasta la saciedad por Alejo Carpentier en La consagración de la primavera.

Esa lucidez ética y narrativa es parte de la metaficción. Temprano Leo cree que debe escribir "la novela de la revolución", pero "desde el punto de vista no oficial". Por suerte, cambia de opinión, pues se da cuenta de que "ése fue un concepto fatal" y de que en el futuro habrá "muchas novelas de la Revolución".

Esta idea no puede ser más afortunada. No hay nada más peligroso que un autor encaramado en una fama tan monumental como la de haber escrito tamaña obra. Resulta mejor que varios quieran hacer novelas sobre ese tema y que otros rechacen la posibilidad de abordarlo. Y esto tiene que ver, asimismo, con el tipo de cierre narrativo de Zona congelada: "esto es una suerte de novela inconclusa… pues nada mejor que un final ambiguo e incierto, que por muy abierto que parezca no hace más que cerrar disciplinadamente un ciclo".

© cubaencuentro

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