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Actualizado: 17/05/2024 12:58

Libros

Reflexión sobre la violencia

'Una democracia asediada. Balance y perspectivas del conflicto armado en Colombia', un texto de Eduardo Pizarro Leongómez publicado por Grupo Editorial Norma.


El conflicto armado crónico que aqueja a Colombia no había gozado hasta ahora de la atención de los medios por su mismo carácter prolongado. Situación que ha cambiado por la mediatización en Francia del caso de Ingrid Betancourt, secuestrada en poder de las FARC (Fuerzas Armadas y Revolucionarias de Colombia) desde hace seis años. Este asunto ha dado visibilidad al importante número de secuestrados en manos de las FARC y al hecho del empleo de este método como arma política.

Una reflexión sobre el fenómeno de la violencia en Colombia, así como su impacto en la economía, la política y en la sociedad, es la tarea que se propuso Eduardo Pizarro Leongómez con su libro Una democracia asediada. Balance y perspectivas del conflicto armado en Colombia (Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2004).

La actualidad que ha cobrado el fenómeno y su posible extensión como conflicto regional, hace que esta obra recobre vigor. Constituye un documento indispensable para la comprensión del conflicto armado colombiano, que ya atañe a los países fronterizos, como señalan los acontecimientos recientes entre Colombia y Ecuador. Además de tener implicaciones a nivel internacional, precisamente por la implicación francesa en el caso de Betancourt.

Pizarro Leongómez se centra en los aspectos que intervienen en la persistencia de la violencia en el escenario colombiano y establece las características de los grupos armados que intervienen en el conflicto. Toma en cuenta no sólo la cuestión militar, sino también el modo de financiación de la violencia: la interrelación entre el conflicto armado y la producción y comercialización de cocaína por parte de los grupos insurgentes —las guerrillas y los paramilitares, como se suele llamar a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).

El autor enfoca el comercio ilegal de la droga, en tanto elemento de corrupción que corroe el tejido social e institucional, constituyendo un arma cuyo impacto sobre la sociedad colombiana viene siendo, a la larga tal vez más perjudicial que las propias armas de fuego. Llámense revolucionarios marxistas o paramilitares, ambos bandos obtienen sus finanzas de la comercialización de la droga y de la extorsión, mediante el secuestro de personas ajenas al conflicto. Es sabido que la comercialización de la droga ha permeado todos los estratos de la sociedad y las instituciones del país.

Las causas y el impacto

Según Pizarro, el eje de la obra no es estudiar las causas de la violencia, tema que ya posee una ingente bibliografía en Colombia. Su objetivo es estudiar con detenimiento su impacto, tanto en el ámbito interno como internacional, en la sociedad y las instituciones colombianas. La tesis central de la obra es que "Colombia enfrenta un conflicto eminentemente político, tanto por sus raíces históricas como por las motivaciones actuales de los movimientos insurgentes".

El objetivo de los grupos guerrilleros es ampararse del poder político. Llevan a cabo una guerra con el objetivo de hacerse con el control territorial y los recursos estratégicos. Pero no hay que dejarse confundir. No se trata de guerras territoriales, como en Chechenia, o la que llevan a cabo los kurdos o los palestinos, ni tampoco para ampararse del control de los recursos, substituyendo las motivaciones iniciales, como algunos grupos armados en otros países, que se han dedicado a amasar recursos económicos.

En lo que respecta a las guerrillas, las FARC y el ELN (Ejército de Liberación Nacional) se amparan de recursos para ampliar su lucha en pro de la substitución del poder actual y proceder a la transformación del Estado y de la economía. El autor considera indispensable una caracterización correcta de los grupos insurgentes para que así el Estado pueda desarrollar una estrategia pertinente, que favorezca la solución del conflicto.

La persistencia de este fenómeno y su impacto en el panorama político colombiano, y el hecho de tratarse de una de las guerrillas de mayor duración de cuantas han existido, contrariamente a las de los años sesenta y setenta en América Latina, que gozaron de amplio apoyo de la opinión pública internacional, ha provocado que se les considere —hasta el impacto mediático reciente— un elemento crónico del panorama de ese país, con poca implicación en el imaginario de la izquierda internacional.

El estudio de la especificidad del conflicto colombiano, la ausencia de paralelos con otros conflictos armados a los que se ha equiparado equivocadamente, es el otro propósito que se ha fijado Pizarro Leongómez, especialista en estudios políticos e internacionales. Pese a no aludir a ello, Una democracia asediada goza de un valor agregado: la experiencia del autor, quien perteneció a uno de los grupos armados que operaron en otros tiempos en Colombia y luego optaron por integrarse a la legalidad democrática.

El escritor se esfuerza en demostrar que la ausencia de un estudio específico de las características de las guerrillas colombianas, es lo que ha llevado a desarrollar y, por lo tanto, a errar sucesivamente en las políticas y estrategias militares aplicadas por el Estado.

Entre las definiciones que el autor tiene por equivocadas, está considerar que en Colombia existe una guerra civil o la presencia de dos bandos que se enfrentan: las fuerzas antiliberales y antiimperialistas que luchan contra el bando contrario. Opción esta que defienden quienes justifican la acción de la guerrilla. La otra errada es caracterizarlas como un simple grupo terrorista, lo que sitúa la acción de las fuerzas gubernamentales en el marco de la guerra antiterrorista de Washington.

Admitir estas clasificaciones, apunta el autor, impide comprender que la razón de la proyección en el tiempo de la guerrilla es un proyecto político que comparte la elite de la misma, para la cual el fin justifica los medios. De ahí que consideren prácticas legítimas el uso del terrorismo, el secuestro, el tráfico de drogas. Precisamente, al someter Pizarro su análisis al "long terme" de la historia, no elude el coste que puede significar a largo plazo para la guerrilla el empleo de esos métodos. Puede conducirla a convertirse en un mero grupo terrorista, y su relación con el narcotráfico llevarla a alejarse de su lógica de acción y que prime el fructuoso comercio de estupefacientes.

De igual manera, aborda la cuestión de la voluntad que parece percibirse por parte de las FARC, de llevar su lucha a otros países, lo que conllevaría una internacionalización de la violencia. Lo dejan entrever las relaciones que mantienen con algunos gobiernos de la región con los que comparten afinidades ideológicas. Un hecho que podría convertir la lucha contra la guerrilla en Colombia en parte de la lucha contra el terrorismo que lleva a cabo Estados Unidos.

Si bien es cierto que caracterizar a los grupos insurgentes como "actores políticos" —pese a los métodos que emplean— es una metodología adecuada, no es menos cierto que una de las características que crea la singularidad de la violencia en Colombia es la preeminencia en su práctica del uso de métodos delincuenciales como medio de financiación y arma política. En particular, la participación activa en la producción y el comercio de drogas, que se ha convertido en un método de guerra y, por ende, de hacer política.

Este hecho dificulta otorgarles el estatus de "fuerza beligerante", como lo exigen las propias FARC, y a su vez, dificulta la constitución de un espacio propicio para una salida de guerra negociada con la colaboración de la comunidad internacional, como debería ser el desenlace al que aspira el Estado colombiano, según lo plantea el autor.

Las definiciones del conflicto

El primer capítulo de Una democracia asediada trata de determinar la caracterización del tipo de conflicto armado que existe en Colombia. El autor baraja las diferentes definiciones propuestas por los especialistas: guerra civil, guerra contra la sociedad, guerra ambigua y guerra antiterrorista, las cuales no son adecuadas para caracterizar el caso colombiano. El autor le niega, sobre todo, el carácter de guerra civil. Más que un supuesto poderío de la insurgencia, se ha constatado la debilidad del Estado y el comercio de drogas ilícitas como factores que explican las dimensiones y la duración del conflicto.

Se han documentado las relaciones de interdependencia entre los traficantes de droga, (convergencia entre coca y Kaláshnikov), las guerrillas y los grupos paramilitares, simbiosis que ha dado lugar a una verdadera "economía de la guerra", directamente relacionada con el mercado de la droga y el mercado de armas. Esto hace que intervenga la lucha contra la droga, lo que de por sí le da un carácter internacional al conflicto y tiende a quitarle su carácter político.

Pizarro admite que en el estado actual del debate no se siente con capacidad de proponer un concepto alternativo a los ya ventilados y que tipifique el tipo de guerra que se lleva a cabo en el país. Sin embargo, propone catalogarlo como "un conflicto armado interno (inmerso en un potencial conflicto regional complejo), irregular, prolongado, con raíces ideológicas, de baja intensidad (o en tránsito hacia un conflicto de intensidad media), en el cual las principales víctimas son la población civil y cuyo combustible principal son las drogas ilícitas".

El segundo capítulo es de gran utilidad, porque caracteriza los rasgos de los grupos armados que hoy enfrentan al Estado —FARC, ELN y AUC—, contextualizando las circunstancias de su surgimiento y el desarrollo de cada uno a partir de un bosquejo histórico. El tercer capítulo gira en torno a la definición de los grupos armados: ¿se trata de grupos guerrilleros o han derivado hacia el terrorismo? Igual pregunta se hace con respecto a las fuerzas paramilitares.

Apoyándose en el marco analítico surgido en Estados Unidos en torno a las modificaciones en el campo del terrorismo, bajo la influencia de la globalización y la revolución tecnológica, el autor inquiere sobre el posible tránsito de la naturaleza del conflicto en Colombia —de una guerra contrainsurgente a una antiterrorista— y el dilema que puede suscitar dicha situación ante la aplicación de medidas normativas que deriven en actitudes reñidas con la democracia.

El capítulo cuarto se adentra en el estudio de la economía política de las guerras internas o el tema de los "diamantes ensangrentados", combustible de los conflictos armados en varios países africanos. Tema ampliamente desarrollado con cifras y estadísticas elaboradas por organismos competentes. Particularmente bien documentado, este capítulo deja establecido que existe una simetría directa entre el incremento de los cultivos de coca y la expansión de los grupos al margen de la ley.

Sin embargo, el autor considera errónea la asimilación de los grupos guerrilleros a simples carteles de la droga, pese a constituir uno de sus principales recursos políticos y, por supuesto, el impulsor de la guerra, como ha sucedido con algunos grupos premilitares para quienes la guerra de contrainsurgencia es una fachada, pues el narcotráfico se ha convertido en la verdadera motivación.

El actor del capítulo cinco es Colombia y el contraste entre una democracia ininterrumpida, una estabilidad macroeconómica en relación con el resto de los países de la región, al punto de haber escapado a la crisis de la deuda de los años ochenta, que azotó a todo el continente latinoamericano.

El capítulo seis se centra en el estudio del impacto del conflicto colombiano en el plano internacional y, en particular, en las relaciones entre Washington y Bogotá. El papel preponderante que juega Estados Unidos en el marco del conflicto, comenzó en 1998, tras la salida del gobierno de Ernesto Samper, cuyo mandato se caracterizó por graves tensiones diplomáticas entre ambos países.

El capítulo siete es un balance de la política seguida por Álvaro Uribe, que según el autor está dirigida a desembocar, tarde o temprano, en una solución negociada a la manera de las negociaciones de paz en Centroamérica.

Cuando el libro se publicó, todavía el presidente de Venezuela no había entrado abiertamente en el conflicto colombiano, ni tampoco existía el gobierno de Rafael Correa en Ecuador. Pese a haber sufrido serios reveses en el plano militar interno, en el internacional las FARC han realizado exitosamente una guerra mediática gracias al impacto del caso Ingrid Betancourt y el apoyo innegable que han encontrado en los gobiernos de Venezuela y Ecuador.

Las circunstancias favorables de que gozan las FARC en la actualidad en el plano internacional, debido al chantaje que ejercen con los rehenes, alejan la posibilidad de que el Estado colombiano logre el "punto de inflexión" que Pizarro menciona como condición para entablar negociaciones de paz.

© cubaencuentro

2 Comentarios


2 by maria del rosario pelaes flores (Usuario no autenticado) 23/08/2008 10:40

ola soy una niño y tenga veintycatorce años y estapagina es de lo peor ke e visto en el mundo

1 by Amicus Plato (Usuario no autenticado) 19/06/2008 21:40

Por qué considerar que los rehenes crean un clima internacional favorable para las FARC? Eso me parece absurdo; los demás del artículo una glosa pasajera. Es cierto que el problema va más allá de las drogas y el terrorismo. Pero aparte de los cuestionables ideales originales, no tienen estos factores otro significado que el de meros "medios" y "formas" de lucha? Claro que no se trata de una guerra civil, pero sí de un conflicto que se lleva a cabo utilizando métodos inhumanos y abiertamente terroristas.

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