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Actualizado: 19/05/2024 23:18

Con ojos de lector

Un banquete de lector para lectores

En 'Bienes del siglo', Enrico Mario Santí demuestra, como decía Dostoievski, que toda gran crítica es una deuda de amor.

Definitivamente, se editan muchos libros, demasiados. Y por más que uno lo desee, no alcanza a leer todos los que quisiera y, menos aún, a escribir sobre ellos. Eso hace que cada vez crezca la lista de los que aguardan su turno, y de que en ocasiones tenga uno que reseñarlos mucho tiempo después de que aparecieron. Personalmente, esto último confieso que no es cuestión que me preocupe mucho, pues nunca he pretendido hacer un seguimiento puntual de las novedades que se publican, aunque a veces lo parezca. Lo que trato de hacer, en esencia, es expresar mi agradecimiento como lector a aquellos libros cuya lectura me resulta enriquecedora y gratificante, y eso se puede expresar en cualquier momento. Eso es precisamente lo que hoy deseo hacer con Bienes del siglo. Sobre cultura cubana (Fondo de Cultura Económica, México, 2002).

Se trata de una recopilación de ensayos y notas que Enrico Mario Santí escribió a lo largo de casi tres décadas, y que ha tenido la feliz idea de recoger en un libro. Al decir feliz idea, me refiero a que, aparte del aliciente que aporta el valor de los trabajos mismos, está el adicional de que ahorran al lector visitas y horas de búsqueda en las bibliotecas, para poder localizarlos en las fuentes en donde originalmente vieron la luz. Reunidas, esas páginas permiten además descubrir entre ellas coincidencias, vasos comunicantes, aires de familia, rasgos, en fin, que vienen a constituir las coordenadas que rigen el discurso crítico de quien las firma. Algo que en el caso de Santí tiene como eje vertebrador la pasión fervorosa y fiel por la literatura y la cultura cubanas.

Al final de la introducción con la cual se abre Bienes del siglo, Santí expresa: "Publico este libro para que vean cómo he pensado en Cuba, y los bienes que me dejó". Los bienes de ese legado son, entre otros, Félix Varela, José Martí, Cirilo Villaverde, Fernando Ortiz, José Lezama Lima, Virgilio Piñera, Guillermo Cabrera Infante, Reinaldo Arenas, Severo Sarduy, Heberto Padilla… Autores cuyas obras han significado para Santí un medio para mantener los vínculos de identidad con la cultura a la cual pertenece, con esa "isla en dos" a la que alude en el título del último de los tres bloques en que está dividido el volumen que da pie a estas líneas.

En la primera sección, Una modernidad, Santí agrupa varios trabajos en los que estudia temas y analiza figuras que contribuyeron a conformar, desde diferentes campos, lo que hoy llamamos la nación cubana. Sobresale entre esos textos el dedicado al Ismaelillo, en donde además de realizar un lúcido y agudo estudio del famoso poemario de Martí, plantea la necesidad de una nueva historia del modernismo, que "nos ayudaría a comprender, entre otras cosas, cuán arbitraria resulta la contraposición de obras tan complejas como son la de Casal y Martí (para limitarnos al ámbito de la poesía cubana)". Muy valiosas son también las páginas en que se ocupa de Félix Varela y del libro de Adriana Méndez Ródena sobre la Condesa de Merlín, así como la inteligente aplicación de los estudios poscoloniales que hace al examinar la escasa presencia del tema de Cuba en los textos canónicos de la Generación del 98 ("Dicho con punta de paradoja: la literatura del Desastre dice poco o nada sobre las razones de ese Desastre").


Bienes del siglo, el segundo bloque, se inicia con una reflexión sobre el sentido histórico del centenario de la República. Santí expone la simplificación de nuestra historia que se ha realizado en la Isla, y sostiene que la mitificación de nuestro pasado republicano "es en realidad la contrapartida de otra mitificación: la que hemos hecho con el concepto de revolución". Figuran también trabajos sobre la revista Orígenes,Fernando Ortiz, Alfonso Hernández Catá y Virgilio Piñera. A quien más espacio se dedica es, sin embargo, a José Lezama Lima, sobre quien Santí recoge cuatro textos. Me resulta muy difícil destacar uno o dos en particular de estos œltimos, pues todos son estupendos e iluminan distintos aspectos de la obra del autor de Enemigo rumor.

El último bloque del libro, que como dije antes se titula Isla en dos, agrupa trabajos sobre escritores como Cabrera Infante, Tomás Gutiérrez Alea, Arenas, Sarduy, Padilla, Rafael Rojas, la pintora Lydia Rubio, los cineastas Tomás Gutiérrez Alea y Orlando Jiménez-Leal y el músico Aurelio de la Vega. Asimismo hay otros sobre asuntos como la poesía escrita en el exilio, el colaboracionismo de los intelectuales cubanos con el régimen y los nexos entre periodismo y literatura. Se reproduce, por último, la conferencia De Hanover a La Habana, un texto de carácter autobiográfico en donde Santí traza el doloroso pero decisivo itinerario ideológico que lo condujo a asumir una posición crítica respecto a la revolución. A ello contribuyeron, por un lado, la contradictoria angustia con la que regresó de sus dos viajes a Cuba; y por otro, el inicio de su contacto personal con Octavio Paz, de cuya obra Santí es un reconocido especialista. Esto último le permitió además empezar a colaborar en la revista Vuelta, en la cual conoció a un grupo de pensadores con quienes halló una gran afinidad. Todo eso, expresa, lo llevó a comprender que la tarea del crítico literario no estaba desvinculada de su postura moral en torno a cualquier circunstancia. Aparte de esos trabajos, Bienes del siglo reserva como recompensas adicionales la Introducción y el Epílogo, ambos clarificadores para entender mejor tanto el libro como el ser humano que lo escribió.

En todas esas páginas, Santí nos trasmite una lectura disfrutada. Como Žl mismo apunta, si algún espíritu preside este conjunto de escritos es sin duda el espíritu de la Celebración: "la de las obras, que a la postre son los únicos bienes que cuentan". Sus ensayos y notas destilan una verdadera pasión por la literatura y la cultura cubanas, y demuestran, como sostenía Dostoievski, que toda gran crítica es una deuda de amor. Ese amor da además como resultado un valioso servicio de divulgar obras ajenas y preservar la memoria, algo sumamente necesario en un mundo como el actual, tan amenazado por la amnesia.

Pertenece el autor de Bienes del siglo a la estirpe de ensayistas y críticos reflexivos, bien sustentados, sagaces, unas cualidades que sabe poner de manifiesto sin afectaciones retóricas, volteretas interpretativas ni tecnicismos seudocientíficos. Quien transite por las 435 páginas de su libro, encontrará un conjunto de textos sugerentes, repletos de análisis lúcidos e interpretaciones sagaces. Esos textos constituyen la inteligente destilación de muchas lecturas y de una sólida formación. Al leerlos, resulta evidente que tras ellos hay consumidas innumerables horas de investigación en fuentes primarias y de consulta de una extensa bibliografía secundaria. A partir de esa solidísima base, Santí elabora un discurso crítico documentado y atrayente, que se caracteriza por la precisión de los juicios, la capacidad para iluminar un sentido, la intuición reveladora, la amplitud de miras, la virtud de leer sin anteojeras.

Nunca se olvida Santí de que es un académico (desde hace más de un cuarto de siglo es profesor universitario), y prueba que sabe serlo cuando es necesario. Pero al mismo tiempo posee el mérito no demasiado usual de ser profundo sin alardes ni pedanterías, de no perderse en abstrusas entelequias. Contrariamente a lo que muchos ensayistas e investigadores pretenden hacernos creer, demuestra que lucidez y fárrago son términos irreconciliables; que el rigor, la erudición y la capacidad analítica no tienen por qué estar reñidos con la claridad expositiva ni con ese poder de fascinación que tienen las buenas novelas. En sus escritos, Santí tiene la gentileza de la claridad, de tratar al lector como un par, de recibirlo con los brazos abiertos, como sabe hacer la buena literatura. Logra de ese modo eludir tanto las jergas teóricas y seudocientíficas como el facilismo y el tratamiento epidérmico del mal periodismo cultural.

Hay, por último, un aspecto al cual no quiero dejar de referirme, y que representa otro de los rasgos que diferencia a Santí de la inmensa mayoría de los académicos. Es la aplicación consciente de sus ideas éticas e ideológicas al estudiar fenómenos literarios y culturales, sobre todo cubanos, que empezó a incorporar en determinada etapa de su trayectoria. Algo que aparece expresado por él en las páginas introductorias de un libro anterior, Por una politeratura (1997): "Comprendí entonces que la tarea del crítico literario, o al menos la que entonces yo empezaba a ver como mía, no estaba desvinculada de mi postura moral en torno a cualquier circunstancia. Como buen discípulo del formalismo, había vivido hasta entonces convencido de que, por muy pesados que fuesen mis lastres políticos, como crítico debía aspirar a la objetividad que recrease la organicidad del texto. Confieso que nunca he podido abandonar del todo esa creencia, la cual abrigo como convicción no sólo teórica sino pedagógica; muchos de mis ensayos la reflejan. En todo caso, fue a partir de ese momento que al menos cesé de reprimir en mis escritos ese 'inconsciente político' del que habla Fredric Jameson y dejé que hablase no sólo mi oído o mi ojo crítico; puse a trabajar otro órgano, hasta entonces silente, pero que hoy considero vital: mi conciencia".

A esas palabras conviene agregar que las concepciones éticas y políticas de Santí están articuladas de manera orgánica a su discurso ensayístico, y afloran a la superficie cuando éste así lo demanda. Se traslucen más cuando realiza lecturas críticas de obras permeadas por la ideología, como la película Fresa y chocolate. O para citar un ejemplo mucho más evidente, cuando escribe textos más abiertamente polémicos, como lo es su análisis de las ediciones cubana y mexicana de las memorias de Lisandro Otero. Es un aspecto que requeriría ser tratado más extensamente, lo cual implicaría consumir mucho más espacio del que a estas alturas me queda. Pero quiero por lo menos señalar un par de cuestiones: la primera, que Santí sustenta siempre sus opiniones con argumentos capaces de persuadir al más reacio; y la segunda, que incluso en los textos más controversiales sabe discrepar sin ofender. Santí confirma, por otro lado, la tesis del argentino Ricardo Piglia de que "la crítica es la forma moderna de la autobiografía. Uno escribe su vida cuando escribe sus lecturas". En ese aspecto, conviene acercarse a Bienes del siglo como una suerte de hoja de ruta, de cartografía personal, en la que también hay espacio —como lo hay en la vida de cualquier persona— para las ideas políticas y éticas.

Con Bienes del siglo, Enrico Mario Santí revalida y consolida el que es ya un itinerario sobresaliente en la investigación y el ensayismo. Su lectura, que recomiendo con entusiasmo, constituye una experiencia de la cual se sale enriquecido, a la vez que se disfruta con sus lecciones de crítica.

© cubaencuentro

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