Cuando todos los equipos de Grandes Ligas se han lanzado a los campos de la Florida y Arizona para el comienzo del entrenamiento de primavera y la mayoría de los peloteros de Grandes Ligas sabe, más o menos, cuál será su destino, dos cubanos siguen sin conocer la línea de su futuro.

Alex Sánchez, primer antillano y primer jugador de las Mayores en ser suspendido por el uso de sustancias prohibidas; y Rafael Palmeiro, el más prominente de todos los que cayeron bajo el peso de las nuevas regulaciones, todavía se encuentran en sus hogares esperando por una llamada que les permita continuar sus carreras.

Recientemente, Sánchez declaró a un programa de televisión que sentía que todavía pagaba por su antigua culpa y que se encontraba en un momento muy difícil de su carrera y su vida.

De Palmeiro, por el contrario, no se ha escuchado nada todavía y se especula que la temporada de Grandes Ligas podría comenzar el 2 de abril sin la presencia del controversial miembro del club de los 500 jonrones y los 3.000 imparables.

Ambos casos son distintos. Sánchez cumple con el prototipo del primer bate no exento de cierto poder, con habilidades para tocar la bola y robar bases, aunque en el pasado le achacaron que su defensa no es de las mejores.

Usando una vieja y gastada frase, Sánchez ha servido de "material de estudio'' para las Ligas Mayores y le ha costado caro haber iniciado la nefasta lista de sancionados, cuando todavía era mucha la desinformación sobre cuáles sustancias tomar o no, y sus principios activos.

En su caso sí se puede hablar de confusión y de error por desconocimiento, otorgándole, claro está, el beneficio de la duda. De cualquier manera, todavía es muy joven —38 años de edad— y es de esperar que algún equipo le otorgue una nueva oportunidad.

Ni olvido, ni perdón

Por el contrario, el caso de Palmeiro reviste una mayor complejidad. Veterano que ya vio pasar sus mejores momentos, las organizaciones de las Mayores lo pensarán dos veces antes de abrirle las puertas otra vez.

Todavía retumba en los oídos de la fanaticada la rotunda afirmación del cubano ante el panel de investigación del Congreso de Estados Unidos: "nunca he usado esteroides, punto''.

En ese momento y con el dedo acusador señalando hacia los congresistas, el mundo del béisbol le creyó a Palmeiro más que a nadie y su figura se agrandaba por encima de las de sus ilustres compañeros en el banquillo: Sammy Sosa, Mark McGuire, Curt Schilling y el detonante de toda esta situación, su paisano José Canseco.

Meses después y aún bajo el influjo de su llegada a los 3.000 hits, la noticia de que Palmeiro había dado positivo a un examen antidopaje cayó como un cubo de agua fría sobre los millones de amantes del béisbol, en especial, los latinos.

Su saga no se detuvo en ese episodio, al comentar que el dominicano Miguel Tejada le había suministrado una pastilla de vitamina B12 que, posiblemente, hubiera contenido la sustancia prohibida.

Los Orioles de Baltimore, su equipo, se vieron rodeados por un circo mediático y finalmente cortaron amarras con el cubano, que todavía no ha logrado dar una excusa convincente.

Es muy probable que Palmeiro no vista más un uniforme de las Mayores, porque es un riesgo desde el punto de vista del rendimiento, por su edad; y desde el de las relaciones públicas, gracias a una prensa que no olvida… y tal vez tampoco perdona.

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