Otra Serie del Caribe acaba de concluir sin la participación de la selección de Cuba, la nación que más títulos ganara en estos certámenes antes de que el gobierno de Fidel Castro calificara la pelota profesional de "esclava''.

Los Leones del Caracas, en representación de Venezuela, se alzaron con el cetro en una tremenda batalla con los Tigres de Licey, que defendían los colores de República Dominicana.

Pero el clásico caribeño, realizado del 2 al 7 de febrero en Maracay (Valencia, Venezuela) con la participación de México, Puerto Rico, Dominicana y la propia Venezuela, no cerró sus puertas sin al menos una mención a la Isla, gracias a la exaltación al Salón de la Fama de estos eventos del legendario pelotero cubano Pedro Formental.

Una especie de Víctor Mesa en las décadas de los años cuarenta y cincuenta, Formental le soltaba a todo el que podía esta frase: "A mí me dicen Perico 300". Por supuesto, todos comenzaron a llamarle por ese apodo.

Ahora se le ha sacado del olvido y con toda justicia por los organizadores del mayor evento del béisbol caribeño. Formental participó con el equipo Habana en tres ediciones de la llamada Pequeña Serie Mundial del Caribe.

En 1951 en Caracas (Venezuela); en 1952 en Panamá y en 1953 en La Habana, Formental dejó su estela de potente bateador, al punto de ganar el título con el madero en la última de estas series.

Delante de los fanáticos de la capital y frente a un pitcheo excelente, Formental conectó para un superpromedio de 560 con 14 indiscutibles en 25 turnos, y siempre lo hizo con esa mezcla de gracia y autosuficiencia que le convirtió en uno de los personajes inolvidables de todos los tiempos en el pasatiempo nacional.

Promedios de terror

Exaltado también al Salón de la Fama del Deporte cubano en el exilio, las actuaciones de Perico 300 en las Series del Caribe muestran sólo una parte de una fructífera carrera que comprendió la Liga Criolla, las de México y Venezuela, y las llamadas Ligas Negras.

Con los Medias Rojas de Memphis (1947-1950) —de las Ligas Negras—, el jardinero cubano demostró su valía con el bate al pegar para 342 en 1949. Y en cuatro campañas con el Tampico, el Veracruz y el San Luis de Potosí en el circuito azteca, lo hizo para 312, 345, 362 y 384.

De modo que el apodo le quedaba muy bien.

A principios de los cincuenta paseó su talento por las ligas de Venezuela y República Dominicana, donde lideró a todos los jonroneros en 1951 con 13 cuadrangulare y cimentó una leyenda que todavía hoy se recuerda en Quisqueya.

Una estrella en la Isla desde hacía rato, durante 13 temporadas en la liga profesional de la Isla compiló para un promedio de por vida de 274 y 56 jonrones, la mayor cantidad para un toletero zurdo en esa pelota.

Nacido el 19 de abril de 1915, en la ciudad de Banes, antigua provincia de Oriente, pregonaba de su amistad con Fulgencia Batista, quien había nacido en el mismo sitio, e incluso se postuló por su partido.

Si no llegó a las Grandes Ligas, se debió a que en sus inicios como pelotero, el mulato cubano no podía competir rentado en la mejor liga a causa de la barrera racial, pero eso no le impidió convertirse en una figura reconocida.

Fallecido hace varios años, su entrada al templo de los inmortales del Caribe sacude el polvo del recuerdo y le hace un justo homenaje a quien sustentaba con sus promedios de terror lo insólito de su apodo.

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