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Actualizado: 01/05/2024 21:49

Miami

Bailemos con Radio Reloj

Toda la historia de Cuba hasta nuestros días es la historia del tiempo perdido.

No deja de asombrarme que en Cuba, un país que ha demostrado la capacidad enorme que tiene de perder el tiempo, exista una emisora para medirlo. Emisora que marca cada segundo, cada minuto, cada hora ininterrumpidamente día tras día, durante años.

Creada el 1 de julio de 1947, nació a las 6:00 de la mañana, en la azotea de la antigua CMQ, situada en la calle Monte, esquina a Prado. La idea traída de México por un programador, quien conoció un espacio radial que daba la hora intercalando comerciales grabados, fue superada por una emisión en vivo, especie de noticiero permanente, interminable. Sólo hacía falta una mesa, dos sillas y un metrónomo.

El tiempo en la Isla, el cual Lezama Lima estiró como un gato en su conocido poema Ah, que tú escapes, sin pasar por alto su Analecta del reloj, y que el dramaturgo cubano Joel Cano, exiliado en París, trató en su obra Timeball como el juego de perder el tiempo, es algo muy serio.

Si Marcel Proust hubiera nacido en la mayor de las antillas nunca hubiera escrito En busca del tiempo perdido, dicen las malas lenguas. ¿Para qué? Más perdido que una aguja en un pajar no se encontraría nunca. No alcanzarían cien vidas para recuperarlo. La guerra sería demasiado grande y costosa. Habría que evaporar lagunas enteras, revisar ciénagas y pantanos completos, atravesar flamencos con flechas hechas de pinzas de cangrejo, baldear el país con sangre de toro, entre otras cosas, rezan todo tipo de supersticiones.

Por otra parte, El Carrillón del Kremlin fue una obra lamentable de la dramaturgia rusa, pero fue muy bien acogida por el teatro oficial cubano en su época. Obra que contaba la hazaña de Lenin y el pueblo ruso para reparar un reloj.

El héroe anónimo del sistema

El socialismo, a quien Alejo Carpentier llamó surrealismo, con todas las precauciones intelectuales que requería decir esto viviendo en un régimen totalitario, acabó con todas las tradiciones "burguesas", menos con las tradiciones que de algún modo servían para medir el tiempo. Se metió con todo, menos con los relojes. El relojero fue el héroe anónimo del sistema. Y cada cubano se ofreció, a pesar de las advertencias de Julio Cortázar, al cumpleaños del reloj.

Eso explica que todavía exista el cañonazo de las nueve y que hoy, a todo trapo y al estilo inglés, sea una de las atracciones turísticas de la Isla. También que el mecánico, en una percepción bastante singular del tiempo, diga en perfecto estilo insular que va a arreglar el motor entre las 10:00 de la mañana y las 4:00 de la tarde. Que Cuba no camine, que el cine de Andrei Tarkovsky basado en la filosofía "La durée", de Bergson, fuera tan codiciado en la cinemateca de los años ochenta, y Emir Kusturica hoy sea tan cubano como cualquiera de nosotros, a pesar de ser de la lejana ex Yugoslavia.

¿Por qué esa obsesión por los instrumentos de medir el tiempo en un país donde los relojes de La Persistencia de la Memoria, de Salvador Dalí, no sólo se derriten, sino que se esfuman, y la incertidumbre cuántica se encuentra en cada esquina?

Una vez escuché decir que el tiempo nunca se pierde. Esto me dejó pensando. Quizás el tiempo no se pierde a sí mismo, transcurre. La física ultramoderna y el antiquísimo budismo tibetano lo han puesto en un pedestal. La física, dándole la supremacía como creador del espacio en una unidad indisoluble. El budismo con la difícil enseñanza de aprender a tomar el té.

No hay nada más disociado que el café, y Emiliana no para, ni en Cuba ni fuera de Cuba, de quitarnos las ganas. La cafeína desvela y quita el apetito. ¿Qué quiere decir entonces "cuando como, como, y cuando duermo, duermo"? Es posible incluso que la percepción del tiempo individual sea siempre limitada con respecto al tiempo histórico. En La Biblia se dice que fueron necesarias veinte generaciones para llegar al rey David, precursor de Cristo; pero los cubanos, ¿pierden o no pierden el tiempo?

Imagen y semejanza de la parálisis

Radio Reloj nacional, una emisora que cuenta el tiempo. El tiempo de la nación. El tiempo físico y el de la conciencia. Asaltada el 13 de marzo de 1957 por José Antonio Echeverría, secretario estudiantil del Directorio Revolucionario blá, blá…, para dar la noticia de la muerte de Fulgencio Batista blá, blá… Muerte que nunca ocurrió en el fallido asalto al Palacio Presidencial, blá, blá…; hoy museo y efeméride que controla al movimiento anticastrista estudiantil cubano, advirtiéndole con festejos y conmemoraciones que no hay más rebeldía que aquella: lo cual es una violación del derecho al grito de cinco generaciones de jóvenes.

Emisora que da las noticias mientras enumera matemáticamente cada unidad temporal, con signos de sonidos bien diferenciados (el golpecito seco del tic tac sostenido de cada segundo, la campanita del minuto, la cadena de soniditos estilo clave Morse para enunciar la transición). Que cuenta, con robustas voces, las cuales leen con voz y pensamiento neutro, lo que "ocurre" en el país y en el mundo, a imagen y semejanza de la parálisis.

Paralizados están el emisor y el receptor mientras todo se mueve. Nada pasa en radio reloj, ni dentro ni fuera de él. ¿Acaso la forma más efectiva de evitar que algo pase no es dar a conocer sistemáticamente lo que no pasa como si hubiera pasado? Trabalenguas enrevesado el del enema castrista. Castro Castra con Cuatro Castros. ¿Con cuántos Castros Castra Castro?

Después de todo no hay que complicar las cosas, el propósito de Radio Reloj es contar el tiempo y la noticia; aunque pare el mundo y sea una forma efectiva de neurosucción anticerebral, es secundaria. Nueve millones de ranas sin lengua no hacen la diferencia. Noventa cefalópodos escribiendo libros de denuncia tampoco. Tiempo. Tiempo puro. Bailemos con Radio Reloj.

A diferencia de lo que sucede en la física ultramoderna, el tiempo de Radio Reloj no crea espacio. Por el contrario, lo excluye. Está solo, cayendo, desbordándose. Sirve a los cubanos para saber la hora. Biblia insular, en la que el dios Cronos, con la cara pintada de negrito, marca sistemáticamente, desde tiempos remotos, tic tac, tic tac, con un habano en la nariz y una torta de casabe en la cabeza.

Toda la historia de Cuba (desde nuestros mansos indios, incapaces de construir templos o civilizaciones a la altura de México o Perú) hasta nuestros días (donde cantidades considerables de cubanos cruzan los dedos cada año para que el sátrapa se caiga), es la historia del tiempo perdido. Si una generación se mide cada diez años, Cuba ya tiene 52 generaciones desde la época precolombina y nada. ¿Qué quiere decir esto? ¿Que no la salva ni Cristo?

¿Y el médico chino? "Remedio Santo", dice el mismísimo Radio Reloj en una canción de Café Tacuba. ¿Remedio santo para quién? ¿Para el caimán barbudo? Obvio, pero no nos quedemos ahí. Seamos honestos. Radio Reloj existe desde los taínos y nos cuenta, nos cuenta el tiempo: tic tac, tic tac. El indio Hatuey trató de detener el despilfarro y se tuvo que dejar quemar por eso. Cuando por fin el último tic tac agote la cuerda del cochino y no tengamos excusas, ¿continuará?

Por ahora, bailemos con nuestros zapatos de tinta.

© cubaencuentro

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