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Actualizado: 29/04/2024 20:56

Madrid

Cuando Dios está cerca

Enfermo, sin libertad y mal alimentado, el opositor Adolfo Fernández Sainz cumple una condena de 20 años en la prisión de Canaleta.

Lo que ve Adolfo Fernández Sainz desde su celda es una doble reja de hierro. Detrás de los barrotes, una combinación alterna de concreto y más hierro y, por fin, unos techos grises, averiados, imprecisos contra el cielo que suele ser azul cielo y por el que corren unas nubes de norte a sur, desde los Jardines del Rey hacia el puerto de Júcaro.

Eso es de día. De noche, ve la parte visible de la noche del preso. La oscuridad total y una parcela donde te pueden tocar entre tres y nueve estrellas. Lo otro es el infinito y lo percibe quien esté libre o un preso al que los verdugos y los dictadores no le hayan podido anular la fe.

Como Adolfo es de esos, de los hombres intuitivos, sensibles, preparados por experiencias y lecturas, acompañado siempre por su fe en Dios y por la música oculta de las oraciones, seguro que él ve más y viaja a Centro Habana a ver la minúscula sala de su casa, donde pasó muchos años escribiendo la verdad sobre su país.

Va a aquel apartamento alto y solitario donde su familia lo espera desde marzo de 2003, fecha en que fue condenado a 20 años por tener ideas propias y escribirlas, por publicar en medios de prensa su opinión sobre el curso de la vida en Cuba y por dar informaciones sobre la situación de los presos políticos y las alternativas de los grupos de la oposición pacífica y de la incipiente sociedad civil.

Adolfo, que viene de una familia humilde de Pinar del Río, que es un traductor profesional y reconocido, no usaba un carné de identidad con otro nombre, no andaba clandestino con un sombrero de paño, unas gafas oscuras y un macfarlán de corduroy por El Vedado. No, él usaba las mismas camisas de siempre y ponía su nombre en los artículos y no tenía armas blancas ni negras.

No le ocuparon nada más que papeles y libros. No había ningún artefacto que pudiera herir a o dañar a un ser humano entre las pertenencias que se llevó un comando de la policía política de su casa, en medio de un despliegue de fuerzas que parecía destinado a capturar a un gangster o a uno de los peligrosos corruptos estatales (suelen tener pistolas) que saquean lo poco que queda en la república.

Pero Adolfo está ahí, frente a ese paisaje cerrado. Enfermo, sin libertad, mal alimentado, pero esperanzado porque con sus plegarias se acerca a Dios y esa cercanía lo pone directamente a ver muchos horizontes.

© cubaencuentro

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