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Actualizado: 19/05/2024 23:18

Literatura

Impresiones mediocres

Guillermo Rodríguez Rivera escribe una noveleta que pretende desmitificar el exilio como destino de los cubanos.

Ediciones Unión ha publicado la noveleta Ya que te vas (Colección Vagabundo del Alba, La Habana, 2005), escrita por el poeta, novelista y profesor universitario Guillermo Rodríguez Rivera.

Apenas cuarenta páginas bastan al autor para ofrecer sus impresiones sobre el exilio, tema que ha tocado muy de cerca a los cubanos después de 1959 y sobre el que muchos tendrían razones más que suficientes para ofrecer sus argumentos.

No resulta casual la aparición de este título en las librerías cubanas. Ciertamente, un gran sector de la población, la mayoría jóvenes por supuesto, acaricia el sueño de marcharse de un país donde la provisionalidad de la vida, la falta de oportunidades reales de progreso, la marginalidad creciente y la asfixia de la opinión propia, son parte de los problemas con que se tiene que bregar a diario. Entonces, Rodríguez Rivera escribe un libro que pretende desmitificar el exilio como destino de los cubanos, asediados por tantas carencias.

En la narración, de un fuerte tono didáctico —donde se echa de menos al poeta, el novelista y el profesor de brillantes recursos pedagógicos—, el autor cuenta la historia de Astrid, una mujer frustrada en su vida personal por la muerte de Angelito, su novio y combatiente de la clandestinidad, quien fuera ultimado a balazos por el ejército batistiano. Astrid es una fiel seguidora de la revolución (en el libro, con mayúsculas), al contrario de su hermana Selma, que siempre se aprovechó de la revolución (con minúsculas).

Manual de la desilusión

El texto relata cómo Selma, personaje que tiene muy claro que hay que supeditar el amor a los intereses materiales, logra marcharse de Cuba junto a su esposo y sus hijos. Lo que se cuenta luego es una especie de manual de la desilusión que la acecha en el exilio y que se resume en los siguientes puntos:

1) La "almodovaridad" que hay en España: droga, kitsch y sexo libre.

2) La televisión, que es malísima.

3) Las tiendas están muy bien, pero todo es muy caro.

4) Que tu hijo se vuelva maricón, con lo que no tú, que eres su padre, sino su madre, odia a los homosexuales.

5) Que venga otro maricón, ahora español, a decirle a tu hijo, o sea, a su novio, que aquella vida que abandonó es mejor que esta y que los que se van de Cuba se parecen a los fachas de Miami.

6) Que te convertirás en una persona que hace trabajo negro y es muy explotada. Nadie vendrá a tocar a tu puerta —como en el país que abandonaste— a preguntar qué te hace falta.

7) Por último, que venga tu cuñada, esa defensora de la revolución (otra vez con mayúsculas), que ha podido hacer el viaje gracias a los contactos que tiene en el gobierno —¿porque luchó en la clandestinidad o le mataron al novio?—, te aborde en un bar de Madrid, te convenza, Rioja mediante, de que debes volver con la frente marchita para que, una vez más, puedas disfrutar de todas las ventajas que has abandonado y, ¡oh milagro!, pagues la cuenta.

Lo que no se dice

Lo peor de la noveleta de Guillermo Rodríguez Rivera no son sus prescindibles cuarenta páginas. No es lo que expresa, sino lo que intenta ocultar con ellas. No se trata del paraíso o el paradigma de la libertad que muchos, por ignorancia u obsesión, persiguen desde un terrible insilio, sino las ventajas que, supuestamente, sus personajes perdieron al marcharse y que el autor sabe que, en la realidad, no son más que quimeras.

Si uno de sus personajes, trabajador 'negro' en España, recibe un salario mucho menor al que debiera obtener como profesional, no tiene sindicato que lo represente, ni retiro, y ante esas desventajas piensa seriamente en regresar a la Isla, podría pensarse que aquí todo eso está resuelto.

Porque el autor no dice que en Cuba los profesionales devengan un salario que en la práctica es bajísimo, y que los sindicatos defienden los intereses de la revolución (con mayúscula y con minúscula), que son diametralmente opuestos a los de los trabajadores. Lo mismo ocurre cuando se refiere al retiro —que no es una dádiva, se acumula a través de los años de trabajo—, que sólo sirve a la gente para malvivir.

Los cubanos no han inventado el exilio. Se trata de un fenómeno complejo que ha existido a lo largo de épocas y culturas diversas. Afirmar que la gente abandona Cuba sólo por huir de un país empobrecido, de una capital triste, es reducir deliberadamente el calibre de este asunto.

Muchos se van y nunca pueden desprenderse de la añoranza. Otros compensan esa pérdida, aun en medio de los mayores trabajos, con un logro espiritual: se sienten libres.

La noveleta Ya que te vas toma prestado el título de una canción de Ernestina Lecuona. Resulta lamentable que el relato carezca siquiera de una pequeña parte de la emoción que transmite esta melodía.

De lo que sí estoy segura es que muchos cubanos, que ahora viven lejos, estarían totalmente de acuerdo con una frase que aparece en la página 11 del libro de Guillermo Rodríguez Rivera: "uno sólo se arrepiente de verdad de lo que no hace".

© cubaencuentro

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