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Actualizado: 10/05/2024 11:46

La Habana

Pescadores de basura

La tarde, con su calor estival, va haciendo mella en las personas que están tiradas en la acera, se refugian del sol bajo cartones, sombrillas o en los portales contiguos. La estrecha oficina permanecerá abierta sólo hasta las cuatro de la tarde y para muchos será otro día perdido.

Estas escenas se repiten casi con exactitud en todos los municipios del país. Las oficinas para el cambio y recogida de materia prima son invadidas casi todos los días por cientos de nuevos pescadores de basura.

Por los años ochenta del pasado siglo, en Cuba se hizo popular un cuento de Onelio Jorge Cardoso titulado Un brindis por el Zonzo. En él se cuenta la historia de un hombre caído en desgracia, pero que había comenzado su vida de trabajador "pescando" la basura aparentemente servible que le devolvía el mar. Ahora es un viejísimo oficio vuelto a reciclar, es la manera más reciente de entrar en la lucha diaria, diciéndolo en buen cubano.

Un problema nuevo

Daniel es de los que más acopia. Tiene una pequeña motocicleta de tres ruedas con una cabina alta y techada para amontonar la carga. Es joven y dedica todo el día a la recogida. Por las noches se va al Curso Integral para Jóvenes.

"Ahora la gente se va a las afueras de los pueblos y ciudades, a la orilla del mar y cerca de las industrias —dice—, una vez allí registramos las montañas de chatarra y desperdicios y agrupamos los metales mejor pagados. Después hay que fajarse con el infierno de los trámites y las colas".

Los metales más preciados son los no ferrosos, como el cobre, el aluminio y el bronce, en ese orden. A cambio los pescadores reciben artículos menores, como refrescos, cortinas de baño, colchas para limpiar los pisos, detergente, sábanas, mochilas, bolsos de mano, neumáticos para bicicletas, cualquier quincalla menor.

Con estos datos alguien puede pensar que se trata de una ayuda más a los desempleados o semidesempleados, pero se hace patente la frase de que en Cuba para cada solución hay un problema nuevo. "En lugares donde escasean estas materias primas, algunos pescadores de basura hacen malabares por encontrarlas", dice Daniel.

Ya las sedes territoriales han dado la alerta por la catástrofe inminente. Resulta que los soportes metálicos de los postes de alta tensión eléctrica están siendo desguazados sin escrúpulo de ningún tipo. Estos soportes son de gran peso y grosor, y están fundidos en aluminio, uno de los metales más favorecidos en el cambio de las oficinas operadoras.

Para desarticular estas bases apelan a mandarrias, seguetas y cortadores de acetileno. Esto trae consigo el derrumbe de los postes y la interrupción de largas zonas electrificadas. Pero además de los soportes, ya se han ocupado de los tendidos: los tensores, los alimentadores eléctricos y cuanto sea de aluminio o cobre van a manos de los cambistas. En los primeros tiempos de la alarma se prohibió recibir trozos de cables y tensores de cualquiera de los dos metales, e incluso fueron sancionados muchos de ellos. Hoy ha cambiado el modus operandi: trocean los materiales, los queman, entierran y van despreocupados a cambiarlos. ¿Y los funcionarios de las oficinas de cambio? Nada, si te he visto, ni me acuerdo, responde Daniel.

Ante los altísimos precios de los productos en Cuba, el nuevo oficio de la pesca de basura constituye un aliciente que reporta algunas ganancias. Los artículos que obtienen en el trueque por basura metálica son rematados a buen precio en el mercado negro, siempre por debajo de tazas oficiales. A esto se le añade que la venta se hace sin gravamen alguno y que no son perseguidos (aún) por inspectores, chivatos o policías. Siempre resulta ventajoso comprarles a ellos, tanto por los precios antes mencionados como por ser productos de altísima necesidad y carestía en el mercado estatal.

El que parte...

El que parte y reparte…

Al peligro del contagio de enfermedades, por la permanencia de largas jornadas en los vertederos comunales y municipales, se agregan las caminatas hasta estos sitios, muchos alejados de los asentamientos poblacionales. Pero en Cuba no faltan las mentes ágiles. Ya se sabe que esto produce ganancia y los dueños de camiones alquilan viajes diarios: se reúnen los pescadores del día, pagan lo convenido y tienen seguros los viajes de ida y regreso.

"En el negocio se involucran hasta mujeres y niños, que funcionan como recolectores en los lugares donde se encuentran los desperdicios", dice un joven que trabaja como dependiente en una oficina de recuperación de materia prima. "Algunos son sólo buscadores a los que se les paga por la extracción en bruto, mientras otros se ocupan de la selección de los metales y hay quien tiene dinero para pagar el final del proceso, a muy buen precio, el que se dedica a eso exige el material ya listo para el recambio", explica.

Detrás de este proceso fatigoso y lleno de peligros para la salud humana, les espera la más absurda de las rondas de nunca acabar. Cuando llegan a las oficinas de cambio sufren los látigos del amiguismo, la carrera desenfrenada de subir unos por encima de los otros y cuanta trampa burocrática sea posible hacer.

"La ganancia de los que controlan las operaciones en las oficinas —dice el joven dependiente— está en retrasar los días para el cambio. Hacen que los infelices que vienen desde lejos y cargados se arrepientan y vendan su materia prima a los intermediarios que merodean constantemente. Lo de estos es crear el caos y desilusionar a los que llegan con mayores cargas, al final serán remunerados por los propios cambistas habituales y hasta por los que vienen de manera ocasional". Y aclara: "Lo que pasa es que no toda la ganancia de aquí adentro se reparte bien, y a veces no se reparte".

A los trabajadores de estas oficinas los estimulan ocasionalmente cuando hacen un balance de lo recuperado. Les venden parte de los productos a menor precio, aunque de manera racionada.

Los tentáculos de este negocio se extienden ya a los transportistas arrendados, las oficinas provinciales y regionales, y hasta la punta de la pirámide.

Dos caras del reciclaje

La oficina es estrecha y para llegar a ella hay que atravesar un pasillo que bordea casi todo el local. Afuera es un hervidero de gente, el bullicio, discusiones por los turnos a repartir. Adentro es un horno y a pesar de ser casi las diez de la mañana no han dado la orden de compra y venta. Hay rumores de parar los cambios hasta la semana entrante.

Una ojeada a la vitrina de los precios trasluce que el kilogramo de cobre, aluminio y bronce se paga a 75 centavos, y una mochila grande puede estar a 40 kilogramos, la que se revende en el mercado negro a 250 pesos o su equivalente en chavitos. Así pasa con los juegos de sábanas, tasados a 22 kilogramos, o con las colchas para limpiar pisos, al precio de 3 kilogramos, las que salen más rápido en la venta callejera.

En realidad, el ambiente alrededor de la oficina está más revuelto por estos días, pues hace más de una semana los tres metales están al mismo precio. Esto molesta a los recogedores, debido a que el bronce es más difícil de encontrar, no así el aluminio, que aparece más fácilmente. Pero las oficinas regulan lo que se va a vender, retienen la salida de los nuevos productos y truecan el expendio con sus favoritos. También se avisan entre municipios para cumplir las metas de entrega a los almacenes de la provincia, y ahí entra en juego el favoritismo de avisarles a sus socios en cuál oficina están cambiando a mejor precio y cuál es el metal sujeto al cambio en este momento.

En ese juego va la ganancia de los funcionarios. Son ellos los que avisan qué cantidad de productos queda y cuál es el metal que entrará la semana próxima a posición de cambio. Así venden la información. Son estas las pistas, por ahora visibles, del regateo.

Dos tipos de pescadores, dos caras del reciclaje.

© cubaencuentro

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