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Actualizado: 13/05/2024 11:29

La Habana

Predicciones

'El porvenir fue en los años ochenta, cuando existían los mercaditos paralelos y el pollo que hoy te cuesta cinco dólares en las shopping, costaba cuatro pesos comunes'.

El otro día fui testigo de una declaración sorprendente, en un lugar sorprendente. "En Cuba el porvenir pasó ya".

Como aún no se había corrido por el barrio la noticia de que el picadillo de soya acababa de llegar, éramos en la cola solamente unas cuarenta personas. De ellas, ni una sola dejó de volverse al oír tan sorprendente predicción. La hacía un hombre entrado en años, de aspecto distinguido, y al parecer en sus cabales, que no he vuelto a ver en el barrio. Una de esas personas con las que uno no quisiera toparse nunca, a fin de no verse metido en problemas.

Sin embargo, su predicción y posterior desglose de la misma transcurrió en la mayor paz.

"El porvenir —decía— fue en los años ochenta, cuando existían los 'mercaditos paralelos' y el pollo que hoy te cuesta cinco dólares o más en las shopping, te costaba cuatro o cinco pesos comunes. O sea, que aquel pollo de cuatro, hoy te cuesta 120 pesos".

Terminó de limpiar sus espejuelos, y añadió el misterioso individuo que él se había jubilado un año antes de la desaparición de la URSS, cuando todavía le quedaban unos días de vida a los mercaditos.

"Me jubilé con 158 pesos mensuales. Ahora, quince años después, con el aumento de pensiones y salarios dictados por el gobierno, mi jubilación ha subido a 190 pesos. No hay que ser matemático para darse cuenta de que a pesar de ese aumento, yo no podría comprar con toda mi pensión ni dos pollos. Ni dos", agregó.

Dicho esto, el desconocido miró a todos, en son de desafío, pero no volvió a abrir la boca. Delante de él tenía en la cola aún a unas quince personas, y ese día el carnicero andaba lento, pero el desconocido siguió callado. Igual la gente de la cola. Nadie lo refutó, ni nadie pareció ofendido. Más aún, no pareció que nadie lo hubiera oído. Yo estaba admirado.

¿Moraleja?

"En otro tiempo —comenté al rato con un vecino con el que me había apartado para ver salir al desconocido con su paquete de picadillo de la libreta caminando con la majestad de quien se sintiera muy seguro—, a ese tipo le hubieran caído a palos. Por lo menos, lo hubieran insultado y puesto en la calle junto al latón de la basura".

"¿Moraleja? Que el cubano está aprendiendo a ser tolerante", dije satisfecho.

El vecino me miró con atención. "Puede ser", concedió al fin.

Y de repente, en lo que percibí un rapto de sinceridad, adicionó: "Pero supón que sea un provocador y que haya aquí cámaras de televisión ocultas. Algunas de estas gentes de la cola son militantes. ¿Qué podrían decir si los llamaran a contar por la actitud tan pasiva que hemos tenido?

Yo estaba confundido: "¿Y por qué no le salieron al paso?".

El vecino sonrió, mirándome con interés. "Porque, igualmente, podría ser un provocador del enemigo. Y tú ni ningún cubano digno le daría al enemigo la foto de primera plana que él quisiera. Porque que el tipo es un provocador, es un provocador. Fíjate en dos cosas: la libertad con que ha hablado, así como si estuviera en París o en Madrid o en Londres, y después los argumentos irrebatibles que ha utilizado, olvidando el bloqueo que venimos sufriendo y a pesar del cual, nuestras escuelas y nuestros hospitales no han dejado de funcionar. ¿Por qué no habla de los médicos que tenemos curando por el mundo? Así que si a este sujeto no lo mandaron a decirlo, le pagaron porque lo dijera. Además, nadie hablaría así en público y menos en un lugar como este".

En esto último tenía razón. La cola llegaba ya a la puerta. Y seguía llegando gente. El vecino seguía diciendo pestes del otro, en cuya sinceridad insistía en no creer.

Me intrigaba una cosa y la pregunté: "Dijiste 'igualmente'. ¿Por qué igualmente?".

"No le irás a negar al gobierno el derecho a hacer sus sondeos de opinión pública. Y más teniendo el patio lleno de enemigos pagados por la mafia terrorista de Miami".

Estaba indignado.

Después, alguien de la cola me dijo en son de complicidad: "Mentira. Ese tipo es un descarado. Se estaba 'haciendo' con usted porque había gente escuchándolo, y en particular cierta persona que a él le convenía que lo escuchara. Además, usted en el barrio es un enigma.

No contesté. ¿Y si el enmascarado fuera este y no el otro?

Respecto a la declaración sorprendente en el lugar menos indicado del enigmático desconocido, le oí decir a una señora que no conozco y que a lo mejor era también una provocadora: "Me niego a aceptar que en este país el porvenir pasó ya, aunque al paso que van las cosas, no deja de ser verdad lo que decía aquel mentiroso".

© cubaencuentro

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