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Actualizado: 10/05/2024 11:46

La Habana

Retorno público del fiambre independiente

Los lectores recordarán que hace un par de meses escribí en estas páginas un breve artículo titulado La Envidia de Estado. Protestaba yo en él por la irracionalidad del poder frente a la sociedad.

Sí. El poder es irracional cuando, en la relación beneficio-costo-eficacia, opta por no beneficiar a nadie, elevar en todas las direcciones los costos sociales, económicos y políticos de su decisión y no ser eficaz en la aplicación de sus políticas. El desgaste, que es otra de las vías por donde el poder pierde legitimidad, es el resultado más visible de la irracionalidad de sus acciones. Los practicantes de yoga dirían que al desconcentrar sus energías, todo poder acaba por perder fuerzas… y prestigio, agregaría yo.

Exactamente irracional fue la orden de retirada de la pública vista a todos los expendedores independientes de comida rápida. Entonces se dislocó la cadena de retroalimentación que abastece de mínimas energías a la sociedad cubana: estudiantes y profesores ya no eran los mismos en las clases, médicos y enfermos no conectaban igual en los hospitales, y muchos ciudadanos no encontraban, en situaciones límites, la posibilidad de saciar su sed y llenar su estómago.

No exagero. Me consta que las quejas en el hospital Naval, al este de la Ciudad de La Habana, tuvieron eco y ondas repercusiones en un lugar tan sensible. El territorio de Alamar, también al este, vio desaparecer de pronto las únicas fuentes que allí satisfacen las necesidades de digestión rápida, fuera del hogar, para una vasta mayoría de casi 90.000 habitantes; exceptuando los Cafés que venden en divisas, diseñados para minorías, y que por eso mismo no resistirían el ataque especulativo de casi 900.000 CUC, las siglas de la moneda dura cubana. En el Instituto Politécnico José Antonio Echeverría, la orden de retirada duró apenas 15 días: parecía seria la posibilidad del vaciado politécnico de estudiantes.

Estos tres lugares constituían para mí el ejemplo típico en la combinación de prosperidad y contento ciudadanos. Que desaparecieran sin razones razonables, me resultaba un arrebato de envidia que deslucía, y desluce por doquier, el ejercicio de la autoridad racional y elegante.

Semanas después vi, en mi permanente observación del movimiento social en La Habana, que en algunos lugares sobrevivían los expendios públicos independientes. Esta arbitrariedad, que no por habitual es menos dolorosa, fotografiaba un rasgo específico, de cepa cubana, de esa irracionalidad que caracteriza el ejercicio premoderno de la autoridad.

Al no observarla bien, sin embargo, se me escaparon dos hechos fundamentales: que la protesta había calado alto y que el Estado cubano rectifica en silencio, demorando la entrada en vigor de la razón y el sentido común. Con ello siempre quiere dar la impresión de que —aunque pare en seco— no se deja agitar por nadie, y de suprema dignidad en el error.

El retorno público del fiambre independiente, oficializado con mucha cautela publicitaria, estaba decidido casi el día después de que fue puesto fuera de la circulación pública. De modo que aquel acto no sólo revelaba envidia y arbitrariedad sino poder en la impotencia.

Un puñetazo en la mesa

Impotente para satisfacer a una sociedad cualitativamente exigente, impotente para estabilizar los recursos de una ciudad abarrotada y dinámica, el gobierno da un puñetazo en la mesa frente al espectáculo de una vigorosa red de activistas cívicos independientes —para mi la sociedad civil administra y circula tanto bienes simbólicos como fungibles— que, con gracia, amor e interés, le proporcionan una nueva cualidad y calidad a los servicios en la Isla, superiores incluso a aquellos lugares que ofrecen sus servicios en divisas.

Sin embargo, una vez que despierta de la ira y el error se da cuenta que, en lo que a comida se refiere, la revolución se acabó: lo que significa que los cubanos, fiel a la perogrullada de Carlos Marx, piensan como comen… o como viven, que es casi igual. Si se eliminan los mercados agropecuarios y la gestión de comida independiente, el país pierde su equilibrio y la revolución puede ser digerida por los ciudadanos: la cola "mordiendo" a la serpiente.

Con el retorno público del fiambre independiente retorna cierta felicidad a algunas comunidades. He visto con mis propios ojos la alegría parcial de muchos ciudadanos que pueden degustar la pizza "italiana" de Felicia o el excelente jugo de piña de Don Carlos; que así, a la española, se hace llamar una de estas cafeterías que los estudiantes de la rebelde escuela Tupac Amaru, en Alamar, suelen visitar en sus horas de merienda o en sus escapadas.

Felicia y Carlos comparten una satisfacción más: la fuerza del retorno. Como los tsunamis, retornan los vendedores privados: con energía, arrogancia, seguridad en sí mismos y arrasando con sus competidores estatales. Ahora resulta patético, casi antiestético, observar una cafetería del Estado al lado de las privadas: mi silencio revelará mejor el contraste que cualquier "pintura" dickenniana de la escena.

Pero una cosa salta a la vista: la nueva cualidad del cliente, algo que pasa inadvertido para muchos observadores. El cliente en la capital, que no usuario, prefiere pagar los precios elevados de la gestión privada y no los precios baratos de la gestión estatal.

Dato que destruye el mito y la certeza de que los cubanos nos hemos acostumbrado al sacrifico circular de muchas sociedades del tercer mundo.

Cuba tiene una salud y una educación de primer mundo. También un consumidor de primer mundo que detesta la pobreza, la mala calidad y la falta de estética, además de ética, del sector público cubano. Este retorno es una prueba de muchas cosas porvenir.

© cubaencuentro

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