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Actualizado: 21/05/2024 22:00

Literatura

«El sol de la historia me quemó»

El escritor Manuel Pereira habla sobre 'Insolación', su más reciente libro.

Manuel Pereira nos entrega una novela que relata lo que vivió Cuba en los años posteriores al triunfo de la revolución. Todo ello, narrado a través de la mirada de Joaquín, un pequeño que con tan sólo once años se enfrenta a una serie de cambios que le secuestran parte de su niñez y lo confrontan con un nuevo orden que no comprende, pero en el cual se ve sumergido. Es la historia de una insolación que ya no sólo es solar, sino ideológica.

En esta novela usted comparte imágenes de la vieja Habana, es un retrato de Cuba después de la huida de Batista y de los acontecimientos que se desencadenaron después; pero es también, me parece, un retrato de su persona a través del personaje de Joaquín. Es una novela histórica y, al mismo tiempo, una novela autobiográfica, ¿no es así?

Sí, así es. Es un exorcismo. En cierta forma estoy exorcizando fantasmas. Un escritor es un testigo que tiene que dar testimonio de su tiempo, de su época y de su realidad. Tenía esa deuda pendiente. Hay quienes me dicen: "¡Ay, te demoraste diez años en escribirla!". Pero no me parece un defecto de la novela. Los hechos que se relatan tienen lugar entre los años 58 y el 65. Estamos en 2006, han pasado cuarenta años, pero no me preocupa.

Pienso que las novelas históricas y las novelas de la memoria, mientras más lejos está el autor de los hechos que narra, tanto mejor. El tiempo actúa como una especie de filtro y entonces captas y reflejas en la novela justamente lo esencial, porque el tiempo ya actuó a manera de tamiz. Si estoy muy cerca de los acontecimientos que narro, lo que surge es periodismo, y a medida que te alejas, lo que surge es literatura.

La literatura es distancia, el periodismo es cercanía. Es la distancia la que permite observar con mayor nitidez los detalles más importantes. Pasa un poco como con la pintura. Si miras de cerca un cuadro impresionista, no ves nada, ves manchas, ves empastelamientos de colores, ves brochazos, pero si te vas alejando del lienzo empiezas a ver la figura o el paisaje cada vez mejor. Y es un poco esta distancia la que quise tomar con respecto a este fragmento de la historia de Cuba que llega hasta el año 65.

En esta novela, insolación es una palabra que puede asociarse con muchas otras. Es salación, es grrrrevolución para Joaquín, incapaz de pronunciar la erre, es insulina para la abuela Polenta, es desolación, es soledad… Pero, ¿qué significa para usted, qué palabra explica mejor el significado de esta metáfora?

El sol de la historia me quemó. El protagonista de la novela es muy blanco, y habita en una Cuba muy tórrida donde el sol es una presencia eterna. Diría que hasta de noche brilla el sol porque hasta de noche hace calor. Entonces, ese niño sufría insolación en el plano fisiológico, y sufría insolación porque de alguna manera ese paisaje lo agredía. Él empieza a soñar con un país de nieve, ya que la nieve representa el desarrollo y el sol, el subdesarrollo. Y es un poco a lo que el niño aspira.

Por otro lado, cuando triunfa la revolución se produce una especie de insolación histórica. Así, en la novela se verifica una transmutación de la insolación física, solar, a una insolación histórica o ideológica.

O intelectual incluso, que me parece que es la más peligrosa…

Sí, es la más peligrosa porque es la que produce una especie de inflamación en el cerebro. Menciono en la novela que las neuronas se dilatan y estallan. El cerebro se llena de ampollas. Es todo un juego con el tema de la revolución. ¿Qué pasa con la revolución? En realidad, lo que pasa es que es un proyecto tan ambicioso que le queda grande a la Isla, por eso fracasa, porque es una ambición desmesurada, una utopía descabellada, delirante.

Para Coliseo —otro personaje importante de su novela—, la palabra revolución proviene de revolver. Definición que nos argumenta al momento de sacudir ese tanque de agua de lluvia estancada del cual emergen mosquitos, renacuajos y demás insectos. Ésta es una definición que podemos adaptar a cualquier tiempo, pero, en nuestros días, ¿qué es ser revolucionario?
En Cuba la palabra revolucionario ha perdido sentido. Ya la revolución fracasó, lo que queda es Fidel Castro: él, en el poder. Pero eso no es ninguna victoria, es sólo la permanencia de un dictador en el poder. No es revolución. La revolución fue en el 59 y 60. Lamentablemente, a partir de cierto momento, la Isla cae bajo el eje soviético y entonces hablamos de socialismo.

La gran derrota es ética, no económica ni militar, sino ética. Se había dicho que la ética era la gran conquista, pero justamente es la dignidad humana la que se destruye cuando las calles de Cuba se ven inundadas por la prostitución, pues no sólo son mujeres las que se prostituyen, sino también hombres. El sistema los obliga, así que el sistema ha fracasado.

Entonces, para mí, la muerte de la revolución avanza a lo largo de tres décadas, y en los años noventa recibe su tiro de gracia. Estamos en 2006 y muchos dirán: "allí sigue Fidel, sigue la revolución". Sí, sigue Fidel, pero Fidel no es la revolución.

Muchos están en espera de…

Todos están esperando el gran entierro, todos estamos esperando el gran sepelio. Todos, los de afuera y los de adentro. Lo que pasa es que los de afuera tenemos la ventaja de que lo podemos decir y los de adentro simulan o tienen que estar callados por temor a las represalias.

En esta novela usted deja ver en distintas ocasiones, a través de Joaquín, el sentimiento de ser extranjero en su propio barrio. Es un híbrido del niño gótico con el mataperros. Y al mismo tiempo, con el personaje de Adelita nos dice que la "Patria es el lugar donde más cómodo se está". En este sentido, ¿cómo se siente Manuel Pereira viviendo en el exilio?

Mi patria ya es el mundo. He viajado mucho, estuve en Alemania, después en Francia, luego en Estados Unidos, posteriormente en España y ahora en México, figúrate. Ya soy universal, ya no tengo patria. Y creo que esa universalidad es perfecta, al menos para un escritor. Claro, todo esto tuvo un precio: dolor, sufrimiento, nostalgia, tristeza, mucha soledad en ocasiones. Pero creo que está bien. Si tuviera que volver a pagar ese precio, lo haría con gusto porque al final he alcanzado lo que todo escritor y todo intelectual debe perseguir: la universalidad y la libertad. Mi patria es el mundo.

Y para un escritor, su lengua…

Claro, yo tengo la suerte de escribir en un idioma que hablan más de 300 millones de personas en todo el globo. Mi patria, efectivamente, es el mundo y la lengua también.

¿Ha pesado en su escritura el exilio, o ha influido en el estilo que está asentando en ella?

El estilo de mi escritura ha sido el resultado de muchas lecturas, de mucho estudio y de mucha carpintería literaria. No sé si tengo un estilo personal. Algún amigo que está leyendo Insolación me ha dicho que sí, que ahí hay un estilo ya. Ojalá. Conseguir un estilo es casi un milagro, es muy difícil tener un estilo personal. No me atrevería a afirmar si tengo o no un estilo. Sería muy vanidoso de mi parte, prefiero que eso lo diga algún crítico y que, además, lo argumente.

El exilio me ha hecho estudiar a muchos autores que en Cuba no habría sido posible. En la Isla los libros son muy baratos, prácticamente son regalados, pero los autores son los mismos siempre. No hay diversidad de autores, muchos están prohibidos; la Biblia, por ejemplo, está prohibida. Desde hace 50 años, en Cuba no se vende una Biblia porque hay censura.

Entonces allí no hubiera podido adquirir ciertas calidades literarias. Yo tenía la necesidad de leer mucha literatura y eso fuera de Cuba es posible. En Cuba vas a una librería y te encuentras las obras completas de Lenin, todos los discursos de Fidel Castro, El Capital de Marx y algunas tonterías más.

Sí, lamentablemente es poco lo que se puede elegir en Cuba, para leer y para muchas otras cosas. Sin embargo, se lee y se escribe. ¿Cómo percibe el ejercicio de escritura que se está gestando actualmente en Cuba?

Leo a pocos narradores de la Isla. Hay un solo escritor en Cuba que me interesa: Antonio José Ponte. Es un brillante poeta y sobre todo ensayista. Es el único que leo, te confieso, porque es el único que tiene un nivel de calidad y me asombra que estando dentro de la Isla sea capaz de eso. Pero estoy muy desinformado con respecto a los demás.

Escriben bajo censura, y la mayoría de las obras son mediocres. La censura puede producir dos tipos de literatura. Una muy mala, que es una literatura que sientes que está como frenada. Te das cuenta de que el autor pudo haber dicho más y no lo dijo porque está con la censura y autocensura encima.

Ahora bien, la censura también suele producir, a veces, ciertos escritores de un alto nivel estilístico. Pienso en Lezama Lima o en Borges. De modo que la censura también puede generar una literatura de gran calidad, porque evitando los temas escabrosos empiezas a crear una serie de metáforas y de pronto das con un Góngora o con Borges. Así que a algunos autores la censura los mata en vida, los empobrece y los convierte en unos mediocres; pero a otros los convierte en gigantes.

*Publicado en la revista Sobre Libros.

© cubaencuentro

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