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La Biblioteca de Babel, Libros

La Biblioteca de Babel

Juan Carlos Castillón confiesa que la mayor parte de los libros que forman su biblioteca los heredó de su familia. Cuenta que su abuelo leía, su padre leía y además coleccionaba. De modo que él creció entre los mismos libros que ahora lo rodean

Hace cerca de dos décadas, a lo largo de un año publiqué en este diario una columna mensual titulada La Biblioteca de Babel. Consistía en un cuestionario cuyo objetivo era husmear en ese acto de fe que, para Víctor Hugo, es una biblioteca. Las preguntas indagaban, asimismo, en los hábitos de lectura de las personas que aceptaron colaborar. A partir de esta semana retomo aquella sección, que aparecerá con la misma periodicidad y el mismo formato que originalmente tuvo.

Para comenzar esta segunda etapa de La Biblioteca de Babel, he convocado a un hombre que sabe muy bien lo que es vivir entre libros. Es Juan Carlos Castillón, un español que han de recordar con afecto y agradecimiento quienes residieron en Miami a fines del siglo pasado e inicios del actual. Una experiencia, por cierto, de la cual él guarda buenos recuerdos: “Viví dieciocho años en Miami. Como casi cubano honorario, en medio del mundo del libro. Incluso cuando no tenía dinero ni ingresos fijos, jamás he sido más feliz que en aquel lugar”.

No arribó desde Madrid o Barcelona, sino de un país de Centroamérica a donde no llegaban libros porque el uso de divisas estaba restringido. El primer trabajo que consiguió en Miami fue en un restaurante español, primero de “lavaplatos incompetente” y luego de “camarero deslenguado”. Pasado un tiempo, pasó a laborar en la Librería Universal, donde estuvo de 1984 a 2001. Locuaz, amable y con una amplia cultura, era ese tipo de librero que hoy es una especie en vías de extensión. Sabía hallar de inmediato el libro solicitado; si no lo tenían en existencia recomendaba otras opciones y, en resumen, se preocupaba por ofrecer una ayuda que excedía sus obligaciones. Era además amigo de muchos de los escritores cubanos que vivían en Miami y estaba al tanto de sus últimas publicaciones, de sus proyectos en marcha.

En esa ciudad está ambientada su aplaudida novela Nieva sobre Miami (2003), un brutal fresco del turbio mundo de los peligrosos traficantes latinos que controlan el negocio de la cocaína en esa ciudad. Es autor además de otras dos obras narrativas: La muerte del héroe y otros sueños fascistas (2001), primera novela española donde se cuenta la historia de un militante de la extrema derecha y sus violentas andanzas en España y Centroamérica, y La ofensiva (2012), que habla de la violencia y sus efectos deshumanizadores en quienes la ejercen, por vocación, convicción o puro azar. Completan su bibliografía los ensayos Amos del mundo. Una historia de las conspiraciones (2006) y Extremo Occidente (2008), que confiesa es el libro suyo que más ha disfrutado escribiendo. Y no me extiendo más, pues esta semana es Juan Carlos Castillón quien tiene la palabra y el espacio.

1- ¿Cuántos libros tiene tu biblioteca?

Hace poco hice una limpieza de libros que nadie había leído en años y nadie volvería a leer y me deshice —donándolos— de unos 300 a 400. Después hice un recuento y tengo unos 1.200 libros. Decir eso no tiene mérito porque en realidad no son míos, son de mi familia. Tuve la suerte de nacer en una casa llena de libros, con un padre que jamás cometió el error de prohibirme ninguno de ellos. Mi abuelo leía, mi padre leía y coleccionaba, y yo crecí entre los mismos libros que ahora me rodean. Por supuesto, yo los leía, aunque de forma indiscriminada.

He mantenido los libros firmados, las obras raras que, aunque no vuelva a leer, sé que no reencontraré en ninguna parte. Y precisamente cuando ya no se encuentren en ninguna parte será cuando más necesite un dato concreto de los mismos. También he conservado, en vez de donarlos, algunos libros por los que no tengo particular aprecio, pues que sé que si los donase acabarían en un basurero.

2- ¿Cómo los tienes organizados: por autor, por temas, por áreas lingüísticas o indiscriminadamente?

Caóticamente. Carmen, la de Mérimée, está en la estantería de los discos de ópera, junto a la Carmen de Bizet y el cómic Carmen de Pichard. Todo lo que tengo sobre la república de Weimar y la política centroeuropea de los años 30 —interés nacido de un trabajo como negro—, está agrupado, tanto si es novela como libro de viajes, junto a las obras de y sobre Christopher Isherwood. Todos los premios Goncourt juntos y ordenados cronológicamente. Los libros firmados aparte.

Recientemente, después de años de sequía en que apenas compré libros —aunque no por ello dejaron de llegar—, hice una selección de títulos que eran realmente necesarios y comencé a comprar ediciones nuevas de los mismos. Son mi canon autoimpuesto, y esos hasta ahora doce o trece libros los tengo en mi cuarto. Más sobre el tema en la última pregunta.

3- ¿Qué criterio sigues para comprar: un criterio racional, la recomendación de un amigo, las críticas que se publican o te dejas llevar por el impulso?

Llegué tarde a la mayor parte de los libros que después más me han gustado. Rara vez leo crítica de libros, aunque si un libro es lo suficientemente importante para saltar de las páginas de crítica a las páginas de noticias y columnas de opinión por lo menos lo hojeo. Mis amigos conocen mis gustos e intereses, así que si me recomiendan un libro suelo leerlo. No sigo un sistema.

4- ¿Qué haces para controlar la superpoblación, la cantidad excesiva de volúmenes?

Afortunadamente vivo ampliamente. Tengo una habitación para mis libros, mis viejos cómics, mis revistas raras, con una estantería para los álbumes de ópera. A pesar de ello, los libros han escapado a su cuarto y tengo un montón de volúmenes grandes de fotografía en la sala; un montón de las novelas que a mi madre le gustaban en el que fue su cuarto, y mi propio canon en el mío. Me deshago de los libros regalándolos, bien a amigos, bien a una ONG que los revenderá en el metro de Barcelona.

5- ¿Cuál es el ejemplar más valioso que posees?

Si por valor entendemos precio, mi biblioteca es una herencia, o sea, que no debería presumir de ella. Pero tengo una Biblia en cuatro tomos, editada en Francia en la inmediata preguerra, lo cual tiene su importancia porque durante la guerra un bombardeo inglés destrozó los grabados originales. Y si por valor entendemos algo más profundo, tengo una colección de cuentos de Stanislaw Lem, con encuadernación destrozada, que me prestó un amigo salvadoreño que después murió y al que no pude devolvérsela.

De mi abuelo conservo un ejemplar igualmente deshecho de Los Cruzados de la Causa de Valle-Inclán, sobre las guerras carlistas, que tiene el precio escrito en reales. Comprada por mí, una primera edición que ha viajado conmigo por medio mundo de Pantaleón y las visitadoras, que fue el libro con el que me reconcilié con la literatura escrita en lengua castellana.

Durante muchos años, para mí, la literatura fue una asignatura pesada y obligatoria. Me gustaba leer, pero no los libros recomendados en clase. Por el contrario, me encantaba leer, pero lo hacía en francés y en la biblioteca de mi padre.

6- ¿Hay títulos de los cuales tienes más de una edición?

Viví lejos de mi familia demasiados años. A veces le mencionaba a mi madre un autor/a leído por mí y ella compraba algo del mismo. No siempre le gustaban, pero así tengo unos cuantos.

7- ¿Tienes un lugar específico para los libros escritos o editados por ti, eso que podríamos llamar la egoteca?

No ocuparían tanto espacio. Cada vez que un editor me da mis ejemplares de una nueva edición, no importa lo decidido que esté a conservar por lo menos uno: al cabo de los años he regalado todos los que me tocaban. Mi hermano, sin embargo, tiene todos mis libros, así como los catálogos editoriales en que estos aparecieron cuando eran novedades. En el piso en que vivo todo lo que queda son algunos ejemplares de las traducciones de los mismos, normalmente las que yo no puedo leer, al ucraniano, polaco o rumano.

8- ¿Lees solo libros impresos o también electrónicos?

Libro impreso sobre todo. Cuando era lector editorial recibía los libros en forma de pdf y en ese formato he leído obras de cuatrocientas páginas. Cuando uno de los libros recibidos para su lectura me interesaba lo guardaba en una carpeta de mi correo, pero nunca he llegado a considerar esa carpeta como parte de mi biblioteca. Para mí el libro sigue siendo ese objeto de papel que puedo mantener entre mis manos, oler recién impreso, marcar con mis notas personales. Intenta hacer eso con un libro electrónico.

9- ¿Acostumbras prestar libros a tus amistades?

Tengo esa muy fea costumbre. No soy tan listo como debiera y así he perdido más de un libro. Estos últimos años he aprendido a ser más cuidadoso a la hora de prestar libros que sé que no podré volver a comprar.

10- ¿Devuelves los libros que te prestan?

Tengo también esa otra fea costumbre.

11- ¿Tienes un lugar y un horario fijos para leer?

No. Cuando cojo un libro decido si merece o no la pena acabarlo —recuerda lo que decía Borges sobre no molestarte en acabar los libros que no te gusten—, y después todo depende de qué tengo o no que hacer. Para leer, no tengo horarios concretos.

12- ¿Sueles subrayar y anotar los libros que lees?

Sí. Los ensayos, sobre todo los que empleo como referencias para lo que escribo yo mismo, suelen estar marcados, remarcados, con líneas subrayadas, esquinas dobladas, notas a pie de página. Con las novelas soy mucho más respetuoso.

13- ¿Eres monógamo(a) para leer o lees más de un libro a la vez?

No. Muchas veces un libro me sugiere otro. No necesito explicártelo, pero a menudo los libros hablan entre sí y si lees El péndulo de Foucault sientes a veces la necesidad de comprobar los datos, buscar confirmaciones o negaciones absolutas. Y si esto puede pasarte con una novela, qué no harás con un libro de historia o un ensayo.

14- ¿Qué libro estás leyendo ahora?

Estoy haciendo un trabajo de negro, o de ghostwriter, si lo prefieres así. Gran parte de mis lecturas en estos últimos dos años han sido sobre la política centroeuropea de los años 30: Campanadas de traición de P. E. Cuquet, sobre la política de apaciguamiento inglesa en la crisis de Múnich en 1938 (particularmente interesante en estos momentos), The Hitler Years de Frank McDonough, de nuevo los capítulos dedicados a 1938-39. Y al margen de estos, que son lecturas parte de mi trabajo, para relajarme estoy leyendo un regalo de Reyes, Una pesadilla con aire acondicionado de Henry Miller. Aparte del trabajo de negro, estoy en las fases iniciales de un libro propio, que tiene el título tentativo de La próxima guerra civil americana.

Pero aún no hay gran cosa, o al menos gran cosa que me interese, en forma de libro y dependo sobre todo de bulletins boards, listas de subscripción y revistas semiclandestinas.

15- Por último, si alguien quisiera iniciarse en la lectura y te pidiese ayuda, ¿qué diez títulos le recomendarías leer?

Es bueno tener referencias. El canon occidental de Harold Bloom como referencia de nuestra cultura. En español Cuentos completos de Borges; Si te dicen que caí o La oscura historia de la prima Montse de Juan Marsé; Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe de Octavio Paz; Crónica de una muerte anunciada, que es una novela perfecta, de García Márquez antes de ir a Cien años de soledad;Los pasos perdidos o El Acoso de Carpentier; y cada dos o tres años suelo releer La guerra del fin del mundo de Vargas Llosa.

En otras lenguas, el inglés, o sus traducciones, está sobrerrepresentado en mi canon: 1984 de Orwell; París era una fiestade Hemingway; El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad; A sangre fría de Truman Capote. Del francés heredé una buena biblioteca de mi padre y, al contrario que con el inglés, la he leído en su lengua original. Sin embargo, leí El amante de Marguerite Duras en una traducción maravillosa. De Yourcenar, Le Coup de Grace tiene un lugar especial en mi corazón de lector. La insoportable levedad del ser de Milan Kundera es mi único libro centroeuropeo, salvo que decidas que Conrad, a pesar de escribir en inglés, era polaco. Como verás una selección poco balanceada. No soy lector de poesía, aunque sí tengo cerca de mí una antología de Cavafis, Recuerda, cuerpo, y durante años tuve su poesía completa en la edición de Alianza Editorial.

Dos ensayos, Paz y Bloom, muchas novelas que me son queridas por motivos no necesariamente literarios y solo un libro de poesía. Los autores en lengua española, sin yo buscarlo, cubren las distintas Américas y España; los de lenguas extranjeras reflejan sobre todo el mundo anglosajón, con tres o cuatro autores europeos (consideremos a Cavafis como griego, a pesar de haber nacido en Alejandría). Los lectores más críticos echarán a faltar no solo a África y Asia, sino incluso a gran parte de la cultura europea (alemanes, rusos, escandinavos).

© cubaencuentro

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